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55 » Capítulo 18

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2002

 

—¡Cuidado, Mitch!

Chandler gritó aunque no había ninguna posibilidad de que su colega le oyera, por encima del rugido del rotor del helicóptero que les sobrevolaba. Se retiró a una distancia segura de aquellas aspas asesinas que formaban un tremendo torbellino de polvo y casi impedían ver el aparato por entero.

Llevaban cinco días buscando a Martin y seguían adentrándose más y más en las tierras salvajes. Ahora los tenían que transportar por el aire, con suministros suficientes para sobrevivir unos pocos días en los densos bosques y el monte bajo. Allá fuera, el terreno era muy salvaje, atractivo y desconocido. Apelaba al lado más aventurero del carácter de Chandler, el más adolescente, el que había perdido. Él y Mitch acampaban en plena naturaleza cuando eran más jóvenes, pero nunca habían llegado tan lejos. Les habría costado un día entero y dos tanques de gasolina llegar hasta allí en moto por aquel terreno duro y desconocido, sin caminos naturales: poca velocidad y mucho peligro.

A medida que Mitch iba avanzando por el terreno lleno de surcos, apartándose de las aspas, el helicóptero inició su ascenso, agitando el polvo en un círculo cada vez más amplio y haciendo que Chandler, que acababa de llegar, se protegiera la cara. Solo cuando el helicóptero subió por encima de las copas de los árboles, el torbellino cedió. El aparato se inclinó hacia delante y emprendió su marcha hacia el pueblo.

Estaban en el segundo turno que desembarcaba aquel día. Con ellos, el total de personas en el grupo era de quince, un número que iba menguando de día en día. En opinión de Chandler, era un esfuerzo muy poco intenso, dada la distancia que tenían que cubrir. Dejó su mochila y saludó a los demás.

Cuando su oído se recuperó del ruido de los rotores, la charla se desvió hacia el informe de la mañana. Habían dispuesto la zona que tendrían que investigar a lo largo de los tres días siguientes para que acabase en un terreno despejado al final del tercer día. Así los helicópteros podrían sacarlos de allí. Después, el resto de la reunión se consumió en inútiles intentos de motivación, pero Chandler tenía la sensación de que incluso Bill se sentía frustrado. La búsqueda aérea había resultado infructuosa.

Había otro motivo para su frustración. Alguna mente brillante de la dirección había decidido invitar a la familia de Martin a esas reuniones, entre ellos a Sylvia, la madre del chico perdido. Incluso en aquella habitación con aire acondicionado, su rostro dulce estaba enrojecido por el calor. Parecía a punto de desmayarse, cosa que ocurrió el segundo día de búsqueda. Tuvieron que llamar por radio al helicóptero para que la llevase al hospital. Después, Arthur le prohibió que volviera.

La presencia de la familia había conseguido que las reuniones informativas fueran muy comedidas. Todos pendientes de qué decían y cómo lo decían. No querían parecer demasiado negativos. No era tanto describir lo que estaba sucediendo como ofrecer algo de esperanza. Al final, cada infructuoso día que pasaban allí se describía como una zona más que habían cubierto. Por otro lado, el apego emocional (que a tantos voluntarios había atraído) comenzaba a ser una losa. Chandler se sentía casi más como psicólogo que como policía: se tenía que preocupar más por el bienestar de la familia que por supervisar que la búsqueda progresara adecuadamente.

Aquel día era peor incluso. Como si no fuera ya bastante duro ocuparse del dolor de los padres, Arthur trajo también a su otro hijo para que los acompañara. El niño solo tenía doce años. Lo habían metido en un paisaje desconocido, donde debía luchar con el resto del grupo; tenía los ojos brillantes muy abiertos, enormes como platos. Aun así, Chandler veía que estaba decidido a hacer las cosas bien. Había en él una tozudez que sin duda había heredado de su padre… y de su hermano.

Cuando el grupo ya se preparaba para salir, Arthur pronunció la plegaria de la mañana, con los ojos todavía rodeados por unas marcadas ojeras, después de la lacrimosa entrevista por televisión de la noche anterior. Chandler la vio después de que Teri, exhausta, se fuese a la cama. La pasión y el dolor de Arthur en la entrevista convirtieron la búsqueda de su hijo mayor en una noticia de alcance nacional; como resultado, aquella mañana los reporteros acosaron a Chandler en la comisaría y en el campamento. El cuartel general los había advertido de que no hablaran de los progresos y que dejasen que sus superiores actuaran como portavoces. A Chandler no tenían que decírselo: desconfiaba de los buitres que se alimentan de la miseria humana; había pasado entre el bosque de cámaras y micrófonos en silencio. Si no hubiera sido por la atención nacional y por el miedo paralizante de perderse una exclusiva, a ninguno de ellos les habría importado lo más mínimo el sufrimiento de la familia. Y una vez que hubieran dejado los huesos bien limpios y el aire trajese un tufillo a sangre desde otro lugar, volarían de nuevo a la caza de la siguiente víctima.

 

A pesar del principio nada prometedor, a mediodía obtuvieron una pista, justo antes de la pausa de dos horas (la hacían para evitar la parte más cálida del día). Uno de los voluntarios, un adolescente de la zona de Murray River, al sur de Perth, encontró un trocito de tela enganchado en un espino: se agitaba como una bandera en la suave brisa.

Chandler llegó pronto a la escena. Una multitud rodeaba la tira de tela roja. Era como si tuvieran miedo de acercarse a ella, como si fuera a desaparecer ante sus ojos. Parecía arrancada de la prenda a la que pertenecía, no cortada: tenía los bordes deshilachados y las fibras agitaban un millar de dedos diminutos.

—¿Qué es? —preguntó Mitch cuando llegó a su altura.

—El resto de una prenda de ropa, posiblemente. Desgarrada —dijo Chandler, con los ojos fijos en la tela. Que bailase con tanta facilidad al viento indicaba que era de un material muy ligero.

—Pasadme una bolsa.

Mitch trasteó en su mochila y sacó una bolsa de pruebas. Con cuidado, Chandler desprendió la tela, la metió en la bolsa y la cerró.

La sujetó en alto para examinarla mejor. Todos los ojos la siguieron, casi reverentes con el hallazgo. Tenía impreso parte de un logo en la tela. Una «N» y lo que parecía ser una «O», en letras mayúsculas blancas.

—¿Qué pensáis? —preguntó Chandler.

—Alguna marca de ropa deportiva… No Fear, North Face, Mizuno… —aventuró Mitch.

—Si fue arrancada, es que debía de moverse muy rápido.

—¿Y dónde está lo demás?

—Déjeme verlo —dijo Arthur, que avanzaba dando traspiés, señalando el camino con su vientre abultado. Su hijo menor caminaba a su lado.

Chandler le pasó la bolsa al anciano, que tenía la mano hinchada por el calor.

—North Face —apuntó Arthur—. Martin compra muchas cosas de esa marca. También tiene ropa de ese color, pero Sylvia se lo podrá decir mejor.

—Es una marca muy popular —dijo Mitch, amablemente.

—Es algo —replicó bruscamente el viejo—. Nos dice que llegó hasta aquí.

—A menos que el viento…

Chandler levantó una ceja y con eso bastó. Mitch cerró la boca. La verdad es que el descubrimiento del trozo de tela generaba tantas preguntas como las que respondía. ¿Había llegado hasta allí Martin? ¿La tela la había traído el viento, o fue arrancada allí mismo? ¿Era de la ropa de Martin? Que estuviera desgarrada podía significar que había sufrido un ataque. La desaparición de Martin seguía siendo tan misteriosa como la región que estaban investigando. Lo mejor que podían hacer era cribar la zona en busca de más piezas de ropa.

Por su parte, Mitch estaba preocupado…, pero por motivos distintos.

—Nos estamos acercando cada vez más al infierno.

—¿Dónde te gustaría estar, Mitch?

—En la playa. Bañándome antes de un turno. Quizá dejando que la marea se me llevase silenciosamente, como a Harold Holt. Como a Martin.

Chandler miró furioso a su compañero.

—Que no te pille nadie diciendo esas cosas.

Mitch miró a su alrededor.

—No me pueden oír. Y debemos aceptarlo: aquí no hay nadie en muchos kilómetros a la redonda. Tampoco Martin.

Dicho así sonaba brutal, pero probablemente fuera cierto.

Mitch no había terminado.

—¿Crees que lo hizo a propósito?

—¿El qué?

—Desaparecer.

—¿Como una especie de suicidio muy sofisticado? —preguntó Chandler, siguiendo la corriente de la absurda teoría de Mitch.

—Lo fingió, es lo que me imagino. Quiso huir y convertirse en otra persona. Ya lo verás: aparecerá dentro de veinte años. Sus huellas estarán en el arma de algún crimen. Quiero decir… ¿qué motivo hay para fingir tu propia muerte y asumir otra identidad, a menos que hayas hecho o pienses hacer algo ilegal?

Como esperaba, una teoría absurda. Una búsqueda intensiva en el pasado y presente de Martin no había producido ningún resultado, ninguna razón aparente para que quisiera desaparecer y empezar una nueva vida. Solo la ruptura reciente con su novia, que tampoco parecía tan terrible, dijera lo que dijese Sylvia, había causado alguna alteración en la superficie de un lago por lo demás muy tranquilo.

Sin embargo, la idea de Mitch dio que pensar a Chandler. Si el joven deseaba desaparecer para siempre, aquel era el lugar ideal para hacerlo. Ir por el país civilizado dejaba un rastro documental; en el mar, su cuerpo flotaría hasta la superficie, pero aquí, al cabo de un tiempo, tendrían que rendirse a la naturaleza y darlo por desaparecido, presuntamente muerto… y libre para empezar una nueva vida.

—No quería volver —continuó Mitch—. El coche estaba inutilizado. Sin gasolina, con la suspensión rota, sin apenas una gota de agua en el radiador…

Por muy tentadoras que resultasen, Chandler decidió dejar a un lado las teorías de Mitch. Tenían que hacer su trabajo.

—Que piensen otros, Mitch, a nosotros solo nos pagan por investigar.

Su compañero arqueó una ceja.

—Uf, qué despiadado suena eso.

—No sé si lo has notado, pero este sitio es despiadado.

—Aún no me has contestado.

—No puedo contestar todas las preguntas tontas que haces.

—Sabes que tengo razón.

Chandler picó.

—Fingir la muerte de uno es algo muy grave.

—Pero es la verdad. Por eso voy a seguir este juego.

Mitch esbozó una sonrisa satisfecha. Chandler se alegró de tener la oportunidad de pinchar su burbuja.

—No si permites que el otro chico se pierda igual que su hermano —dijo, señalando al hijo más joven de Arthur que se estaba desviando y apartándose de los demás, mientras su padre seguía demasiado ocupado examinando el terreno como para darse cuenta.

Chandler fue a buscar al chico.

Mitch lo siguió de cerca.

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