55

55


55 » Capítulo 29

Página 31 de 58

29

Con los profesionales de la policía científica trabajando, Mitch mandó a la comisaría a casi todos. Colocó a una pareja de su equipo como control de seguridad y a otra pareja en el aparcamiento para que vigilaran a los periodistas, que sin duda estarían desesperados por averiguar qué estaba pasando y más, ahora que había aparecido el helicóptero.

Chandler se acercó a Mitch.

Señaló hacia Gabriel, que seguía esposado.

—¿Qué hacemos con él?

—¿Ha pedido que lo suelten?

Chandler negó con la cabeza. Había esperado que protestara por tenerlo cautivo y luego arrastrarlo hasta allí para revivir su experiencia, pero Gabriel se había limitado a quedarse mirando como si estuviera completamente horrorizado mientras descubrían los cuerpos.

—No, pero seguro que lo hace. Ahora ya sabemos que ha sido Heath.

Como respuesta, Mitch se mordió el labio inferior, de ese raro color azul. La teoría de Mitch de que ambos estaban compinchados parecía hacer agua. Pero no era tan fácil que se dejara convencer de que estaba equivocado. Pero, bueno, tampoco es que él pudiera sacar mucho pecho.

La pregunta siguiente lo pilló desprevenido.

—¿Qué piensas?

Chandler hizo una pausa. Esperó algún truco, pero no parecía que lo hubiera.

—Creo que no hace ningún daño que lo tengamos por aquí, con el pretexto de atar los cabos sueltos que quedan. Si lo dejamos ir, desaparecerá. No tiene dirección y no hay motivo alguno para que se quede aquí, después de lo que le ha ocurrido. Ya se escapó una vez y nos fue difícil encontrarlo. Si nos lleva un día de ventaja, puede que no volvamos a localizarlo.

Mitch asintió: estaba de acuerdo. Se le hacía raro trabajar otra vez como si fueran compañeros. Chandler notó un calor que solo en parte respondía al clima.

—Existe la posibilidad de que nos dé las gracias por salvarle —dijo Mitch.

—Una posibilidad remota —observó Chandler.

—Si empieza a armar jaleo diciendo que quiere un abogado o amenaza con denunciarnos, lo soltamos —propuso Mitch—. Pero tenemos que conseguir alguna dirección donde localizarlo.

Esa era la respuesta que quería Chandler. Heath podía ser el asesino, pero todavía había unas cuantas preguntas por resolver.

Chandler se dispuso a guiar a Gabriel de vuelta entre los árboles.

—Gracias por su ayuda, señor Johnson —dijo Mitch, que le quitó las esposas a Gabriel.

—Me alegro de haber podido ayudar, pero también me alegro de que todo haya terminado. Al llegar ahí, me ha vuelto todo a la memoria. —Miró a Mitch y luego a Chandler—. Ahora supongo que ya pueden hacerlo cuadrar todo. Ahora que han encontrado su camisa.

—Haremos lo que podamos, señor Johnson —dijo Mitch, y luego se alejó para seguir dando órdenes.

Chandler veía que Gabriel se sentía aliviado, que todo su nerviosismo y su miedo habían desaparecido. Al menos mentalmente, por así decirlo, era un hombre libre, ahora que habían descubierto las pruebas que incriminaban a Heath. Sin embargo, por el momento, aquel trocito de tela era poca cosa. Era importante, sí, pero circunstancial.

Se dirigieron de nuevo hacia el aparcamiento. Pronto, Gabriel y él se quedaron solos entre los árboles y los arbustos, con el rumor de fondo como única compañía.

—Es un sitio enorme —dijo Gabriel, cuando subieron a una pequeña loma.

—Mucho —replicó Chandler—. ¿Y qué piensa hacer ahora?

Esperaba una respuesta, pero a cambio obtuvo una pregunta.

—¿Viene mucho por aquí? —preguntó Gabriel. Antes de que Chandler tuviera la oportunidad de contestarle, continuó—: Supongo que no. Es demasiado fácil perderse por ahí fuera. Si yo me perdiera, ¿cuánto tiempo pasarían usted y la policía buscándome?

Chandler conocía demasiado bien la respuesta, pero no dijo nada. Gabriel no se había perdido, había conseguido escapar. Fue uno de los afortunados.

—Hasta que le encontrásemos.

—¿Sí? ¿Perdieron a alguien aquí, en el pasado? —Se detuvo tan abruptamente que Chandler casi choca con él—. Este sitio…, no sé, me da escalofríos. Como si hubiera fantasmas embrujando esta colina. Podría haber sido yo, de no haber escapado. Pero supongo que usted también tiene fantasmas, sargento.

—¿Qué quiere decir?

—¿No le persigue el fantasma de la gente a la que metió en la cárcel equivocadamente, o a la que no pudo ayudar?

¿Adónde quería ir a parar? ¿Se refería a la detención ilegal? Algo no iba bien. Una conversación nada propia de un hombre que ya era libre.

—Hago lo que puedo. Todo lo posible —dijo Chandler.

—Esa no es respuesta, sargento.

—Ocurren cosas, y nosotros intentamos rectificarlas.

—¿Y si fracasan?

—Intento no fracasar.

—Muy loable —exclamó Gabriel, con una sonrisa sarcástica.

—¿Por qué cree que le eligió Heath? —preguntó Chandler.

El joven se encogió de hombros.

—Podía haber sido cualquiera. Cualquiera que hiciera autostop en aquella carretera.

—Pero no fue otro. Fue usted.

—Sí, así fue —suspiró Gabriel.

—Antes mencionó a Dios. ¿Cree que le ayudó a escapar? ¿Por qué cree que decidió que le capturasen, ya desde un principio?

—Supongo que tiene algún plan para mí.

—¿Y qué plan puede ser ese?

—No estoy seguro. Tengo que seguir adelante, he de continuar. Tal vez tenga algo que hacer.

—Ha hecho que detengamos a Heath.

Gabriel hizo una pausa, como si estuviera pensando eso.

—Todavía no.

—¿Qué quiere decir?

Gabriel miró hacia atrás, en dirección a las tumbas que ya no se veían.

—Supongo que tendré que testificar, ¿verdad? Para meterle entre rejas para siempre.

—No si acabamos perdiéndonos aquí —respondió Chandler, dirigiéndole hacia la cabaña quemada, y luego hacia el aparcamiento.

 

Tras llamar a Jim, encontró el coche, bajando por la carretera del bosque y fuera de la vista. Chandler escoltó a Gabriel de vuelta a la comisaría. Le explicó que tenían que gestionar su liberación; como tenían pocos policías disponibles, quizá costara algo de tiempo. Aunque Gabriel no pareció creerse del todo esa excusa, no protestó. Confiaba en su inocencia.

Mitch entró en tromba quince minutos más tarde. Parecía haber renovado su energía y dispuesto a enfrentar a Heath con las pruebas de su culpabilidad.

—Haz que sujeten al señor Barwell con esposas a la silla de la sala de interrogatorios —dijo al entrar en la oficina.

Chandler indicó con una seña a Tanya y Jim que se encargaran. Luego se volvió hacia Gabriel.

—Lo sacaremos de aquí antes —dijo Chandler.

—No pasa nada, puedo enfrentarme a él —respondió Gabriel—. Tendré que hacerlo en los tribunales.

—Quizá —afirmó Chandler—, pero, como usted mismo dijo, ya ha intentado matarle una vez. Así pues, ¿por qué someterlo a más tensión?

—¿Vuelvo a la celda?

—Me temo que sí, de momento.

Gabriel se quedó indeciso un segundo. Luego asintió, de mala gana. Se dirigió hacia la celda. Fue tan obediente como cuando aún era sospechoso.

—Iremos tan rápido como podamos —le dijo Chandler.

No obstante, Gabriel ya no parecía tener prisa alguna. Estaba exhausto.

Al entrar en la sala de grabación, todavía le daba vueltas y más vueltas a aquella situación. Luka controlaba el equipo de grabación esta vez. Mitch había insistido en ello. Al otro lado del cristal, ya había empezado el interrogatorio. Lo primero que hizo fue poner delante de Heath una bolsa de pruebas que contenía la pieza que faltaba de su camisa.

—¿Dónde encontró eso? —preguntó Heath.

Chandler notó la culpabilidad en su voz.

—En una de las tumbas, señor Barwell.

—Vale —dijo Heath—. Lo perdí en alguna parte. Quizá cuando me caí.

—Creo que no lo entiende, señor Barwell. Estaba envuelto en el mango de un pico.

Heath pareció confuso, un poco nervioso.

—¿Un pico? ¿Y cómo fue a parar ahí?

—Díganoslo usted.

—No lo sé —respondió Heath, con un rastro de pánico en su voz—. Yo no lo puse ahí. Yo no tengo ningún pico.

—Explica lo de sus manos, ¿no? —dijo Mitch, manteniendo la calma.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Heath, que se miró las manos.

—Las ampollas. Cavar una tumba es un trabajo duro, no cabe duda.

Heath tendió las manos.

—Esto es de intentar escapar. De huir de él —dijo, señalando hacia la puerta y las celdas que había más allá.

Mitch sostuvo el trozo de tela al lado de la bolsa de pruebas más grande que contenía la camisa de Heath. El bolsillo desgarrado coincidía.

—¿Y cómo consiguió un trozo de su camisa, señor Barwell?

—A lo mejor me la desgarró cuando estaba inconsciente. No recuerdo cuándo lo perdí.

—¿Y por qué iba a hacer semejante cosa?

—Para culparme.

—¿De verdad, señor Barwell? Un esfuerzo demasiado grande para alguien que está dispuesto a matar, ¿no le parece? —Heath no tenía respuesta para eso. Mitch continuó—: Puede estar usted seguro de que vamos a reunir más pruebas. Alguien le habrá visto recoger a otras personas de la lista.

—Yo no había visto esa lista hasta que usted me la enseñó —respondió Heath sin dudarlo—. No sé nada de esas tumbas. Y nada de asesinatos. Solo sé que iba a matarme.

Mitch saltó.

—¿Cómo sabe que había más de un muerto?

Se estaba arriesgando al hacer aquellas preguntas, pero Heath estaba contra las cuerdas.

—Gabriel dijo que yo iba a ser el número cincuenta y cinco —respondió tras una pausa.

—¿Cómo los mató?

Heath negó con la cabeza.

—¡No fui yo!

—Vamos, señor Barwell.

—Yo soy la víctima. No sé cómo murieron. Si es usted tan listo, ¡obligue a Gabriel a confesar!

Lo dijo con tal sorna que Mitch quedó desconcertado por unos instantes. Recorrió la habitación de un lado a otro en silencio, antes de enfrentarse a Heath. Tenía las manos apoyadas en la mesa y fulminaba con la mirada al sospechoso.

—Necesitamos la verdad, señor Barwell.

—Les digo la verdad. No pueden echarme la culpa a mí. Y quiero un abogado ¡ahora mismo! No responderé a ninguna pregunta más hasta que lo tenga.

—Solo una última —dijo Mitch, de pie ante la mesa—. ¿Qué se siente al estrangular a personas hasta matarlas?

Mitch no esperó la respuesta, sino que salió a toda prisa de la habitación. Flo acabaría oficialmente el interrogatorio. Chandler se reunió con su antiguo compañero, que parecía agobiado por el calor y por la responsabilidad de conseguir más pruebas.

—Se lo sacaré quiera o no quiera. —Mitch frunció el ceño y se soltó la corbata.

—En cuanto tenga un abogado, no estoy seguro de que podamos sacarle nada.

—Pues le conseguiremos un abogado —dijo Mitch con una mueca—. Pero, como sabes, puede costar un poco de tiempo que llegue hasta aquí. —Miró a Chandler—. ¿Habéis soltado ya al señor Johnson?

—No.

—¿Ha pedido un abogado?

—Cree que está libre.

—Vale, traigámosle aquí.

—¿Seguro? —dijo Chandler.

—¿Por qué no? Podemos intentar sacar algo a la fuerza, algo que podamos usar con Barwell. Además, en el fondo, creo que nos oculta algo. Una amistad, un pasado… No sé, algo…

En los ojos de Mitch había una calma tensa que hacía que Chandler fuera receloso. Esa mirada parecía indicar que era capaz de cualquier cosa.

 

Gabriel accedió al interrogatorio, al parecer porque pensaba que estaba ayudando a la policía. Solo cuando Mitch le preguntó cómo murieron las víctimas su actitud cambió.

—¿Qué es esto? —preguntó, mirando hacia el espejo bidireccional.

—Solo unas preguntas, señor Johnson.

—Parecen más bien acusaciones. Pensaba que ya tenían al culpable.

—Necesitamos recoger toda la información posible —interrumpió Mitch.

Gabriel se quedó callado.

—¿Y bien? —preguntó Mitch.

—Bien…

—¿Cómo murieron?

—No lo sé. Pregúntele al otro tío. Encontraron allí su camisa, ¿qué más quiere? Si no me hubiera escapado, estaría allí. En una de esas tumbas. Y ustedes, la policía, no sabrían nada de nada. —Igual que Heath, que lo acusaran había hecho que se rebelara. Aunque el desafío de Gabriel tenía un punto vehemente y jactancioso—. ¿Quieren que firme una confesión? ¿Que se rinda y cante? Es un asesino, inspector. Es alguien que ha asesinado a sangre fría. Alguien así no se rinde tan fácilmente —dijo, y fulminó a Mitch con la mirada.

Esa respuesta quería hacer daño al policía. Y funcionó. Mitch sonrió con arrogancia.

—Ya he hecho esto antes, señor Johnson.

—Y él también. Si no consigue demostrar su culpabilidad, traiga a alguien que sea capaz.

La sonrisa de Mitch se desvaneció. Achicó los ojos. Aquella le había dolido.

Gabriel extendió las manos sobre la mesa.

—Si continúa reteniéndome y haciéndome este tipo de preguntas, entonces es probable que necesite un abogado. Me han retenido sin cargos mucho tiempo. Y tendrán que reconocerlo: he hecho lo que he podido para ayudarlos. Si hubiera querido, habría podido poner una denuncia por detención ilegal contra esta comisaría.

Chandler sabía que eso no haría más que exasperar a Mitch. Más aún. Las venas le sobresalían de las sienes. Tenía los labios tan azules que con la luz brillaban casi como si fueran gris oscuro. Le hervía la sangre, pero Gabriel aún no había terminado.

—Parece que la policía quiere estirar mi buena voluntad hasta el máximo. Y si no puedo denunciarlos, al menos sí que podré vender la noticia de todo este embrollo a la prensa. —Gabriel se inclinó hacia delante y miró a Mitch—. Con su nombre en primera plana, inspector.

Mitch le devolvió la mirada, se alejó de la mesa y salió de la habitación.

—¿Te lo puedes creer? ¡Ese hijo de puta! —gruñó Mitch cuando se encontró con Chandler—. Nos está haciendo quedar como idiotas.

«No, te está haciendo quedar como un idiota a ti», pensó Chandler. Sin embargo, dijo:

—Tendremos que traer a los abogados.

Mitch negó con la cabeza.

—Voy a intentarlo una vez más. Razonar con él.

—Estás tentando a la suerte.

Mitch murmuró algo como respuesta, mientras Nick le llamaba desde el otro lado de la sala:

—¡El 001, sargento!

El cero-cero-uno… Una llamada desde casa. Chandler fue al teléfono a decirle a su madre que, fuese cual fuese su problema, tendría que ocuparse de él más tarde. En cuanto se llevó el receptor al oído oyó hablar a su madre, que estaba soltando su perorata, independientemente de que nadie la escuchara al otro lado de la línea:

—… e insiste en intentar pintar la casa él solo.

—Ya me ocuparé de eso más tarde, mamá —dijo Chandler.

Pero ella no se dejaba convencer tan fácilmente.

—No me gusta que se suba a la escalera.

—Ahora no puedo, mamá.

—¿Todavía esa cosa tan importante?

—Sí, mamá. Simplemente, dile a papá que no se suba a la escalera. Yo lo pintaré todo esta semana. Adiós.

Chandler colgó. Maldijo en silencio, molesto al ver que su vida personal interfería con su trabajo una vez más. Entonces cerró los ojos. Ya lo estaba haciendo otra vez. Anteponer el trabajo a la familia. Se prometió a sí mismo rectificarlo pronto.

Volvió a la sala de grabación. Luka todavía estaba allí. Pero los monitores estaban en blanco; el equipo de grabación, en silencio.

—¿Ha terminado ya con el interrogatorio? —preguntó Chandler, feliz al ver que Mitch no había llevado aquello demasiado lejos.

La respuesta de Luka fue mirar a todas partes menos a Chandler, fingiendo que toqueteaba los controles.

—¿Luka?

—El inspector está teniendo una charla personal con el señor Johnson.

Chandler miró las pantallas en blanco. Una conversación que no quería que quedase registrada. Algo que no era exactamente legal.

Salió a toda prisa de la sala de grabación y se dirigió a la sala de interrogatorios. Yohan y Roper formaban una barrera ante la puerta.

—Dejadme entrar.

—No podemos —dijo Roper, con los dientes apretados, las piernas separadas para tener más equilibrio. Esperando problemas.

—¿Y qué vais a hacer? —preguntó Chandler.

—Lo que sea necesario —dijo Yohan.

Chandler se preparó para un enfrentamiento. Jim apareció junto a él.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó.

—Eso es lo que intento averiguar.

Nick se unió a la refriega. Ya eran tres contra dos. Aquello era extraño, pero Chandler tenía que entrar allí. Los tres policías locales cargaron. Los cuerpos entrechocaron en el pasillo. Hubo gritos y llovieron los golpes y los empujones. Chandler recibió un puñetazo no demasiado fuerte en un lado de la cabeza; el pasillo era demasiado estrecho para coger impulso. Como respuesta, sacó la mano y encontró una cara sudorosa, echó una cabeza atrás y consiguió abrir un hueco a través del que se coló en la sala de interrogatorios.

Mitch estaba arrodillado encima de Gabriel, a quien sujetaba contra el suelo. El detenido gritaba de dolor.

—¡Quítate de encima de él, Mitch! —ordenó Chandler.

Empujó a su oficial superior e intentó tirar de su traje de seda.

—¡Me ha atacado! —decía Mitch, intentando mantener su posición encima de Gabriel.

—¡No, no he hecho nada! —gritaba Gabriel, intentando soltarse.

Chandler sabía que Gabriel no había hecho nada. Su instinto le decía que aquel era un último intento por parte de Mitch. Tal vez pegar al sospechoso producía mejores resultados. O, simplemente, se estaba vengando por haberle amenazado con denunciarlo.

—¡Quítemelo de encima! —gritó Gabriel otra vez.

Chandler cogió el cuello del traje de Mitch y lo puso de pie a la fuerza. Se enfrentaron el uno al otro mientras Gabriel se iba a toda prisa a un lado de la sala.

—¿Qué demonios haces, Mitch?

—Quiero respuestas —le respondió, con los dientes apretados.

—¿Así?

—Mi trabajo consiste en obtener resultados.

—¿Y qué has conseguido?

La cara sonrojada de Mitch le dio la respuesta: nada.

Chandler lo empujó hacia la pared de la habitación; luego ayudó a Gabriel a volver a sentarse.

—¿Está bien?

—Pues claro que sí, no le he tocado —dijo Mitch, que se movía como una fiera enjaulada.

—¿Qué es esto, un rollo de esos de poli malo, poli bueno? —preguntó Gabriel—. Si es eso, canta demasiado.

Chandler negó con la cabeza.

—No, no es eso. Le pido disculpas por el comportamiento del inspector.

—No te disculpes por mí —gruñó Mitch.

Gabriel respiró hondo unas cuantas veces. Parecía haber recuperado parte de su frialdad.

—Creo que quiero ese abogado ahora mismo. Tengo mucho que contarle.

Ir a la siguiente página

Report Page