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55 » Capítulo 9

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La localidad estaba tranquila, más incluso que de costumbre, como si el asesino en serie hubiese pasado por el pueblo eliminando a todos sus habitantes mientras él estaba ocupado entrevistando a Heath. Chandler sintió que el calor le oprimía un poco más.

La ruta hasta el hotel le llevaba cerca de casa de sus padres. Pensó en parar para ocuparse del tema de Sarah. Quizá la abuela hubiese intentado quitarle el teléfono. Sabía que eso la ponía frenética. Pero al final no se detuvo: tenía que enfrentarse a algo mucho más grave que el enfurruñamiento de una niña.

En el hotel, Jim seguía en su puesto, tan inamovible como el minutero del reloj de la ciudad. Se había atascado debido al polvo hacía unos cuantos años y ya no era más que una reliquia, en plena era digital. Mientras Chandler aparcaba, Jim salió del coche patrulla, oscuro y flaco como un árbol quemado por un rayo.

—Todavía sigue ahí —dijo Jim, anticipándose a la pregunta de su jefe—. ¿Por qué lo tenemos que encerrar?

—Para interrogarlo más a fondo. Hay cosas que no cuadran… —respondió Chandler, empezando a cruzar la calle. Al llegar al hotel se detuvo—. O más bien todo lo contrario, Jim. Es todo demasiado perfecto. Tengo que averiguar por qué.

Encontraron a Ollie en el mostrador de recepción, leyendo un periódico, con las carreras del día rodeadas por una mezcolanza de círculos negros y nombres subrayados. Era su código, indescifrable.

Inmediatamente, Ollie frunció el ceño, sorprendido.

—¿Qué estáis haciendo aquí? Sabéis que no me gusta recibir dos visitas de la policía el mismo día. Una es buen hábito social, dos significa que hay problemas.

—Necesitamos hablar con tu huésped.

Ollie fingió indignarse.

—¿Qué es eso de «tu huésped»? Sabéis que tengo muchos huéspedes… —Y empujó el libro de registro hacia Chandler, como prueba.

Chandler lo apartó.

—Llévame a su habitación, Ollie, sin más —ordenó.

Todavía refunfuñando entre dientes, Ollie los condujo a la

suite presidencial del piso superior.

Chandler lo apartó y se dirigió a Jim con un susurro:

—El plan es pedirle que venga a la comisaría para responder a unas pocas preguntas más. Si se resiste, lo esposamos y lo llevamos a la fuerza.

Chandler llamó con los nudillos. No dijo su nombre ni el asunto que le había llevado allí. No quería darle a Gabriel la posibilidad de huir o de armarse. Suponer que era un asesino loco era lo más seguro.

No se oía nada. Chandler volvió a llamar, esta vez más fuerte, por si tenían que despertar a Gabriel.

Nada.

Ollie se acercó y les susurró:

—Ha usado el baño antes. Ha gastado la mayor parte del agua caliente. Voy a tener que colgar las sábanas sucias fuera, y que sea el sol el que mate cualquier bicho que tengan…

—¿Tienes la llave maestra? —preguntó Chandler, impaciente.

—Sí, espera… —susurró Ollie, pero con voz fuerte.

Chandler le miró.

—Date prisa.

Ollie metió la llave en la cerradura con torpeza, como si quisiera avisar. Chandler suspiró al comprobar su impericia. Casi habría sido más efectivo darle una patada a la puerta.

Con la puerta ya abierta, Chandler apartó a Ollie a un lado y entró con la pistola desenfundada. Jim le siguió.

En la habitación no había nadie.

—¿Gabriel? —llamó Chandler, que pasó rápidamente al baño desde el dormitorio. La bañera forrada de madera estaba llena de agua, pero no había ni rastro de Gabriel.

—¿Nada? —gritó por encima de su hombro.

—Nada —respondió Jim.

Gabriel había desaparecido.

 

Buscaron a fondo. Habitaciones, armarios, escaleras, el cuarto de la colada y el vestíbulo. Lo comprobaron todo. Pero el resultado siempre fue el mismo: ni rastro de su sospechoso ni, en realidad, de ningún otro huésped. La cocina estaba vacía, aparte de algunas ollas, sartenes y restos de excrementos de rata.

Gabriel se había esfumado.

Al acabar la búsqueda, una idea horrible se le metió a Chandler en la cabeza. Que en el breve tiempo transcurrido entre el momento en que dejaron allí a Gabriel y la llegada de Heath a la comisaría, Gabriel, de alguna manera, había acabado por ser víctima de Heath. El tiempo era muy justo, pero ¿podía ser que Heath estuviera fuera de la comisaría esperando, les siguiera al hotel y matara a Gabriel? Pero entonces, ¿cómo había conseguido Ken capturar a Heath y mantenerlo vigilado? ¿Podía haber venido andando hasta aquí y haber llegado a tiempo? La casa de Ken estaba a unos quince kilómetros del pueblo.

Fue al mostrador de recepción e interrogó a Ollie.

—¿No has oído nada raro?

—Nada, aparte del baño.

—¿Y no podría haber pasado a tu lado sin verlo?

—He estado aquí todo el rato. No es posible que se haya ido sin que yo lo viera. Además, de todos modos, ¿qué quieres de él?

Puede que Ollie fuera poco escrupuloso, pero no era ningún idiota. La policía no hace todos esos esfuerzos por nada. Chandler le quitó importancia.

—Es testigo de una agresión.

—¿Ah, sí? —dijo Ollie, escéptico.

No se lo había creído, pero a Chandler le importaba un bledo. Quería examinar la habitación de Gabriel una vez más.

La cama estaba intacta, no habían cogido nada del minibar. Por su parte, no había usado las botellas de champú y acondicionador en miniatura. Debía de haberse marchado enseguida. Y si no había pasado por delante de Ollie y Jim, entonces…

Al final del pasillo. La salida de incendios. Al examinarla de cerca, vieron que el precinto de seguridad estaba roto. La puerta conducía a unas escaleras metálicas, al callejón de atrás, a Anzac Street y a la libertad.

Envió a Jim para que vigilase el perímetro de la localidad, por si daba con el sospechoso intentando abandonar el pueblo. Era una posibilidad remota. Sin embargo, por el momento no tenían otra cosa: solo posibilidades remotas.

 

De vuelta en la comisaría, Chandler explicó la situación a su equipo.

—¿Crees que el asesino es él? —preguntó Tanya, sin levantar la vista.

Chandler quería seguir siendo imparcial, pero era complicado. La cosa no pintaba bien para Gabriel, pero es cierto que, desde un principio, había querido salir de la ciudad y alejarse de la amenaza contra su vida. El miedo podía haberle hecho huir.

—Tendremos que traerlo aquí y ver qué pasa —dijo Chandler—. Jim está buscándolo ahora mismo. Luka y yo nos uniremos a él. Tanya y Nick, vosotros quedaos aquí.

—¿Porque soy mujer? —Tanya levantó la vista de las pilas de formularios de su escritorio, poniendo mala cara.

—No, porque confío en ti para que vigiles al único sospechoso que tenemos.

—¿No crees que es momento ya de llamar al Cuartel General? —preguntó.

Su equipo le miró.

—Entre los tres no podemos cubrir toda la ciudad —dijo Luka.

Tanya asintió.

—Tiene razón.

Chandler lo sabía. También sabía lo que suponía llamar al Cuartel General: Mitch.

En tiempos fueron muy buenos amigos. Cuando eran niños, habían vivido solo un escalón por encima de la pobreza. Se metieron en la policía a la vez, aprovechando unas mismas circunstancias bastante dramáticas. En un accidente de avión junto a Newman, en 2001, murieron bastantes agentes de policía. Eso dejó libres algunos puestos para nuevos reclutas. Una forma trágica de tener una oportunidad.

En un principio, Chandler ni siquiera había considerado la idea. No entraba en sus planes ser policía. De momento, se las arreglaba bien trabajando en la tienda de comestibles CJ, reponiendo estantes y, a la mínima, holgazaneando un poco en la parte de atrás. El único motivo de que solicitara ese trabajo fue Mitch. Y a su vez, Mitch se apuntó única y exclusivamente por presiones de su familia. Su tío era uno de los que murieron. Chandler rellenó el formulario en parte por solidaridad con Mitch y en parte por curiosidad, por ver si le aceptaban.

Chandler juró el cargo en agosto de 2001, junto a Mitch, orgulloso y asombrado. A ambos les pusieron aquellas brillantes insignias en el pecho uniformado.

Después de la graduación, los destinaron a Wilbrook juntos, en la parte más baja del escalafón. Ambos irían ascendiendo. Pero no aquí. No juntos.

 

Chandler se sentó en su oficina y miró el teléfono, esperando que Nick le pusiera con el Cuartel General. Le asustaba tener que hablar con Mitch. Se preguntaba si su viejo amigo habría cogido unos kilos y ya no tendría nada que ver con ese chico flacucho y pálido de años atrás. Habían pasado diez años desde la última vez que se vieron. Aun así, a través del primo de Mitch, que vivía en la ciudad, Chandler sabía que había ido ascendiendo desde que se fue a Perth. No le importó. Hasta que llegó un despacho anunciando que había un nuevo inspector en Port Hedland, el inspector Mitchell Andrews. Eso cambiaba mucho las cosas. De hecho, ahora Mitch era su jefe. Hasta el momento, las circunstancias y la árida tierra los había mantenido apartados, pero las cosas estaban a punto de cambiar.

Sonó el teléfono.

—Inspector Mitchell Andrews, Cuartel General de Port Hedland.

La voz sonaba serena, cómoda en su puesto de mando. Detrás de ella, Chandler casi oía girar las ruedas dentadas del cerebro de Mitch. El hombre al que conoció tenía una habilidad increíble para compartimentar sus pensamientos y fomentar el pensamiento racional. A veces era demasiado racional, capaz de eliminar todo sentimiento. Pero quizás el filo se hubiera suavizado en los diez años transcurridos desde entonces. Tal vez Chandler pudiera empezar desde cero, conseguir que solo fueran jefe y subordinado. Se le formó un nudo en el estómago.

—Sargento Jenkins, ¿está usted ahí?

Chandler se dio cuenta de que no había dicho nada.

—Sí, Mitch, estoy aquí.

Hubo una pausa en el otro extremo. Volvió a oírse la voz, llena de indignación y con un toque de amenaza.

—Es inspector Andrews, sargento. Debe dirigirse respetando el rango.

Pues ya tenía la respuesta. En lugar de calmar un poco el engreimiento de Mitch, el tiempo lo había exacerbado. No había duda.

—¿Está ahí todo su equipo? —preguntó Mitch.

—No, solo nosotros dos… —No podía pronunciar el nombre oficial de Mitch; su mente se rebelaba ante una petición tan egocéntrica.

—Reúnalos y póngame en el manos libres. Quiero dirigirme a todos.

Chandler hizo señas a su equipo para que entrase, todos excepto Nick, que se quedó en el mostrador de recepción. Era mejor no dejarlo vacío. De todos modos, mantuvo la puerta abierta para que Nick también pudiera oírle. Dio al botón.

—Está en manos libres.

—Soy el inspector Mitchell Andrews, del Cuartel General de Port Hedland —resonó la voz autoritaria de Mitch—. He pensado que tenía que presentarme primero, porque algunos de ustedes no me conocen. Estoy seguro de que su… sargento les ha informado. Tenemos un sospechoso por un posible asesinato múltiple encerrado enuna de sus celdas, y otro huido. Hasta el momento, la situación no se ha manejado tan bien como me habría gustado, pero no es culpa suya.

No lo dijo, pero parecía obvio que estaba echándole la culpa a Chandler.

Mitch continuó.

—La situación requiere agentes experimentados en este tipo de temas, que hayan recibido el entrenamiento adecuado…

—Necesitamos aquí a alguien que nos ayude a organizar la búsqueda, y que dirija un subequipo —le interrumpió Chandler, ansioso por recalcar la falta de apoyo.

—Ya nos estamos ocupando de eso, sargento Jenkins —dijo Mitch, con calma.

Chandler miró a Tanya, la única persona de su equipo que ya había trabajado con Mitch. Esperaba que le guiñara un ojo o que hiciera una mueca, pero lo que obtuvo fue mucho peor: una mirada de simpatía.

—Ya hemos identificado a alguien con la experiencia adecuada y que conoce bien la zona —dijo Mitch.

—¿Quién? —preguntó Chandler.

—Yo.

Bueno, ya estaba. Chandler intentó respirar hondo, pero el suspiro se le atascó en la garganta, alojado junto a los recuerdos horribles de la última vez que Mitch y él habían trabajado juntos.

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