55

55


55 » Capítulo 15

Página 18 de 61

1

5

Al final, Wilbrook no tuvo que esperar mucho para la vuelta a casa del inspector Mitchell Andrews. Dos horas y veinte minutos, para ser exactos. Las carreteras despejadas y la autoridad para correr lo que quisiera le habían ayudado a recorrer a toda prisa las carreteras que cruzaban el árido paisaje.

Chandler vio entrar a Mitch en la comisaría seguido de cerca por su séquito. Probablemente había insistido en que los demás se quedaran atrás: él entraría el primero, como rey de reyes. Llevaba un traje gris que no habría resultado fuera de lugar en los años treinta: ancho, con hombreras, mangas estrechas y solapas de pico, los pantalones con raya y las perneras bien planchadas, como si acabara de salir de un congelador; aquel calor espantoso no parecía afectarle. Los demás de su grupo iban vestidos con trajes negros, todos iguales. Parecían un siniestro cortejo fúnebre mirando a hurtadillas a su alrededor, como si estuvieran seleccionando a sus futuros clientes. Chandler pensó que él podía ser uno de ellos.

En la cara de Mitch, normalmente inexpresiva, se veía una ligera sonrisa cuando avanzó hacia Chandler. Nick le había dado la bienvenida, pero él no le había hecho ni caso. No hacía falta confraternizar con subordinados.

Para su sorpresa, Mitch le tendió la mano. Chandler se la estrechó. El apretón fue frío y algo mecánico, pero más de lo que él había esperado. En la expresión concentrada de su colega, Chandler vio una conexión, un frágil vínculo con el pasado, hilos buenos y malos que se juntaban y se retorcían entre sí. Una herida muy honda, eso era lo que él sentía. ¿Sentiría Mitch lo mismo?

A pesar de aquel traje tan serio, parecía que Mitch no había ganado ni un gramo de peso en los años transcurridos. Seguía siendo mucho más alto que Chandler, con la barbilla saliente, los labios igual de azulados. Los años y las arrugas en torno a los ojos le habían otorgado un aspecto casi de estadista. Posiblemente, el objetivo del traje fuera ese: transmitir autoridad. A Chandler, sin embargo, le parecía que vestía como si fuera un político que hiciera horas extra en la policía. Sus movimientos tenían algo de robótico. O como si fuera de plástico, y le hubieran puesto unas piezas móviles a su cuerpo para que pudiera moverse. El GI Joe de la policía. Muy lejos de aquel niño que robaba caramelos de la tienda de Penny Hall junto al quiosco de música, en el pueblo, cuando los dos eran pequeños.

—Han pasado unos cuantos años, ¿verdad, sargento Jenkins? —dijo Mitch, todavía asimilando la imagen deprimente de una comisaría que parecía tallada en un solo bloque de cemento.

—Pues sí —respondió Chandler, algo descolocado ante tanta delicadeza.

—El pueblo parece detenido en el tiempo —dijo Mitch—. Igual que la gente —continuó, señalando hacia su séquito inmóvil, aunque la pulla era para Chandler.

Un adelanto de lo que se avecinaba.

—Tenemos trabajo —replicó Chandler, dirigiéndose con rapidez hacia la puerta principal.

—Sí, arreglar sus desaguisados, sargento.

—Todavía no sabemos de qué se trata…, inspector.

—Si ha tenido que traernos a todos a rastras desde la costa para que nos ocupemos…, es que es un desastre. —Mitch volvió a mirar a su alrededor—. ¿Y dónde está el café?

—Nosotros no hemos tenido que traer a nadie a rastras, han venido porque han querido. Le traeré uno ahora mismo —dijo Chandler, con un sarcasmo nada sutil.

—Hágalo, sargento, y ya que está, tampoco tenemos suficiente espacio para aparcar.

—No sabía que vendría la división entera —dijo Chandler, señalando hacia los hombres con traje negro que poco a poco iban expandiéndose en torno a la oficina, como células cancerígenas—. Además, si aparcan todos en el mismo sitio, empezarán a correr rumores… Todo eso de las redes sociales que tanto los aterroriza.

—No se preocupe, sargento. Los coches no llevan distintivos. Y hemos aparcado la mayoría en la calle de al lado —dijo Mitch. Se quitó el sombrero y lo colocó con firmeza en medio de la mesa, como si marcara su territorio—. Además, la gente que esté pasando por el primer control de carretera, en la autopista, probablemente ya habrá tuiteado algo. Si nuestro sospechoso tiene acceso a Internet, ya sabrá lo que pasa aquí. Y quién lo está intentando cazar.

—Puede que no sea malo —dijo Chandler—. Aumenta las posibilidades de que se entregue.

—O quizá le fuerce a esconderse —opuso Mitch—. Suponiendo que no haya escapado ya…

—Bueno, ninguno de los dos sospechosos llevaba móvil. No cuando llegaron aquí. Ambos aseguran que se lo quitaron durante el incidente. Así pues, existe la posibilidad de que Gabriel no sepa qué está pasando.

—No basta con «la posibilidad», sargento. Necesitamos respuestas. Tenemos que localizarlo y detenerlo.

—¿Y qué cree que hemos estado intentando hacer todo este tiempo? —replicó Chandler, poniéndose de pie detrás del escritorio, dispuesto a no retroceder—. La mayoría de mis hombres están por ahí fuera, buscando.

—Los tres —dijo Mitch, con una sonrisa.

—Sí, tres buenos oficiales de policía.

—Tanya, Jim ¿y…? —dijo Mitch, inclinando la cabeza a un lado, sonriendo todavía.

—Luka. Más nuestro nuevo agente Nick, que está ahí —respondió Chandler, mirando hacia el mostrador de recepción.

Nick le saludó.

Mitch no le devolvió el saludo.

—Roper, Darren, Flo, ocupad ese escritorio —dijo Mitch, señalando el atestado puesto de trabajo de Luka—. Yohan, Suz, Erin, vosotros ahí en ese otro —añadió, señalando el escritorio desocupado de Jim—. Los demás buscaos algún otro sitio.

Chandler vio instalarse al equipo de Port Hedland, que apiló los expedientes incompletos de Luka en un rincón. Luego sacaron unos brillantes portátiles negros, con los puertos llenos de dispositivos y utensilios electrónicos. Los procesadores empezaron a ronronear al ponerlos en marcha, con las luces relampagueando como la torre de control de un aeropuerto.

—¿Quiere instalarse en la sala de interrogatorios? —preguntó Chandler.

Cuantas más puertas hubiera entre él y Mitch, mejor.

—Ah, no, no es necesario, sargento. Igual la necesitamos. Voy a instalarme en su despacho.

—Está bien, lo despejaré.

—Despeje «todo» el espacio. No necesitaremos nada de lo que tiene ahí, aparte de las declaraciones.

—No puede venir aquí y…

—¿Y qué? —dijo Mitch, acercándose más a él, bajando el volumen de su voz, pero aumentando la agresividad—. Puedo hacer lo que quiera…, Chandler —continuó, dejándose de formalismos y asegurándose de que nadie más le oyera.

Chandler se sentía como un perro regañado por su amo. Intentó resistirse.

—¿Y dónde se supone que me tengo que instalar yo…, Mitch?

Mitch retrocedió un paso, sin inmutarse.

—No permitamos que las discusiones sin importancia entorpezcan nuestra investigación, sargento. Estamos aquí para trabajar todos juntos.

—Vale. ¿Qué quiere que haga, entonces? —preguntó Chandler, intentando poner a prueba sus intenciones.

Si de verdad tenía un plan (y, conociendo a Mitch, estaba seguro de que ya lo había ideado), les diría todo lo que se suponía que debían hacer Chandler y su equipo.

—Primero vamos a instalarnos —respondió con una sonrisa.

Atravesó la sala.

—Suz, ve al ordenador del sargento y tráeme esas declaraciones.

Suz, veintitantos años pero ya vestida como una empleada de banca de cuarenta, dejó el escritorio en el que acababa de instalarse y corrió a la oficina de Chandler, que pronto sería la de Mitch. Tenía los hombros delgados. Las solapas de la blusa blanca ondeaban a cada paso. Estaba claro que a Mitch le encantaba dar órdenes. Lo que Chandler no sabía era si Mitch sería capaz de escuchar consejos.

Al momento, aquella comisaría de pueblo se convirtió en el cuartel general de Mitch. Su gente empezó a dar vueltas alrededor como peonzas, instalar impresoras, marcar números en los móviles y etiquetar equipo como un divorciado furioso etiqueta sus pertenencias. Trabajaban con energía. Chandler tenía que admitir que Mitch desprendía autoridad. Él no sería capaz de actuar con tanta arrogancia. Chandler suponía que para subir en el escalafón había que pisar a bastante gente.

—Nos reunimos en mi despacho —anunció Mitch.

Chandler se mordió la lengua y se metió en el despacho con todos los demás. Con toda esa gente reunida, hacía aún más calor.

Mitch se dirigió a ellos. Un antiguo proyector dibujaba un mapa del pueblo en la pared.

—Está bien, supongo que todos somos conscientes de cuál es la situación. Pero resumiendo: tenemos un sospechoso fugado, quizás escondido en el pueblo, o tal vez ya esté fuera. Por el momento, solo hemos intentado contenerle. Ahora hemos de ser proactivos.

Con un puntero láser señaló hacia la pantalla.

—Roper y Flo, vosotros dos tomad Watkins hacia Fenley; Darren y Neil, Pomarroo hacia Creek. Erin, Mick y tú id hacia el norte, a Eagle’s Brook; MacKenzie y Sun, vosotros tenéis toda esta zona —dijo, señalando George Street y Dieskirt, donde estaba la casa de Chandler.

—¿Y mi equipo? —preguntó Chandler.

Mitch no se apartó del mapa.

—Pueden quedarse donde están y vigilar el tráfico, igual que han hecho hasta ahora.

—¿Y yo?

—Usted está al mando, sargento —dijo Mitch—. Conmigo. —Levantó el puntero láser, guiando el punto por el mapa—. Tenemos hasta que anochezca para situar al sospechoso. Si no podemos hacerlo, nos veremos obligados a intentar alguna otra cosa. ¿Entendido?

Todo el mundo asintió con vehemencia y el equipo salió fuera, uno por uno, como robots. Parecían tan carentes de emociones como su jefe.

Chandler se quedó. Tenía curiosidad por averiguar qué quería decir Mitch con eso de «verse obligados a intentar alguna otra cosa». Parecía sugerir que tenía algún plan B. Si Chandler iba a unirse a él en el mando, debía explicarle cuál era ese plan.

—¿Y si no le hemos localizado al caer la noche? —preguntó Chandler.

Mitch no picó.

—Entonces, como he dicho, probaremos algo distinto.

—Te conozco, Mitch —dijo Chandler—. Sabes exactamente lo que quieres hacer.

Mitch asintió.

—Correcto, sargento. Y si llega la ocasión, lo revelaré.

Ya era malo verse apartado con Mitch en su territorio, pero es que allí había algo personal. Y eso era aún peor.

—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Chandler—. ¿Qué más necesitas saber?

—Lo que necesito saber, sargento, son «todas» las posibles vías de entrada y salida del pueblo.

—Puedes verlas en el mapa. ¿Por qué no usas tu puntero láser?

—Sí, pero quiero que tú me digas cuáles son las más viables. Dibújamelas y entrégamelas. Enséñame hasta cómo podría entrar y salir una rata de la ciudad sin la menor posibilidad de que la atraparan.

—Gabriel no puede conocerlas. Es de Perth o de por ahí. Tú conoces esas salidas mucho mejor que él.

Mitch se quedó quieto un segundo, respirando.

—Está bien. Lo diré de otra manera. Supongamos que él lo sabe. Supongamos que es una rata. Averigua cómo podría salir, sargento. Y luego vienes y me lo enseñas.

Y con eso, Mitch calló y señaló con los ojos hacia la puerta.

Chandler captó la indirecta. Casi se alegraba de poder salir de allí. La comisaría estaba vacía: las abejas habían salido de su colmena para iniciar la caza de la presa. En el mostrador de recepción, Nick parecía ansioso.

—Así es Mitch —dijo Chandler.

—Es… muy serio —respondió el chico.

—Es una insignia que habla —dijo Chandler, que quería creer que aún quedaría algo del viejo Mitch.

—Al menos ha hecho que las cosas se movieran —dijo Nick, que enseguida se echó atrás—. No quiero decir que usted no lo hubiera hecho también, sargento, es que él ha traído más gente y…

Era obvio: aquel despliegue policial lo había impresionado.

—Está bien, Nick. Tú haz lo que él te diga…, si es que te habla.

 

Metido en un rincón del nuevo centro de mando, Chandler usó la contraseña de Tanya y consiguió un mapa del pueblo. Había una infinidad de agujeros tipo madriguera que podrían haber albergado a Gabriel en su ruta de salida. La parte de atrás de la calle Fraser y luego hacia abajo por el desagüe de tormentas; Yoppy’s Lane, detrás del campo de fútbol; Rose Avenue, Lincoln Street, incluso el callejón que había detrás de Cook. Los dibujó todos, con líneas rojas que brotaban del hotel. Se lo llevó a su superior.

Mitch estaba arrellanado en la silla de Chandler. La sonrisa que adornaba su rostro confirmaba lo contento que estaba al ver que su antiguo compañero tenía que obedecerle.

—Esto es lo que tenemos —dijo Chandler—. Muchísimas vías de salida y de entrada —continuó, señalando la imagen proyectada en la pared con el dedo, e intentando no dejarse cegar por el resplandor de la bombilla—. Aquí está Tanya. Aquí, Luka. La policía estatal está en la 95 y en la 138. El hotel del que se fugó es el Gardner Palace, que está…

—Ya sé dónde está.

—Exacto. Así que, si se fue por la salida de incendios, la forma más rápida de salir de la ciudad es por Rooster, pasando al lado de la lavandería, y luego atravesando el callejón hacia el terreno baldío que hay detrás. No más de diez o quince minutos, si quieres asegurarte de que no te vea nadie.

—La lavandería siempre está muy concurrida —replicó Mitch—. Siempre hay gente atrás colgando ropa en las cuerdas del tendedero.

—Sí —dijo Chandler, saltando ante la oportunidad de ganar por la mano a Mitch y convencerle de que necesitaba sus conocimientos de la localidad—. Pero «esa» lavandería cerró el año pasado, de modo que nadie le molestaría a la hora de salir. Si es que ha decidido ir por ahí. Jim lo ha comprobado y no ha visto nada que indicara que lo hubiese hecho.

Mitch no pareció inmutarse por haberse dejado coger en un renuncio.

—Es posible, sargento, sí. Pero, como has dicho, no hay señal alguna del sospechoso. Quizá conozcas este pueblucho mejor que yo, pero no lo has encontrado, así que hará falta alguien que piense de otro modo.

—Necesitas mi ayuda —dijo Chandler.

Mitch le corrigió.

—Necesito tu información, sargento. Y también necesito la información que me va a dar tu equipo. Pero ¿tu ayuda? Si necesito tu ayuda, te la pediré —dijo, sin sonreír ya. Su rostro parecía de granito, duro, lleno de marcas, impenetrable—. Lo que necesito ahora mismo es la garantía de que esto se lleva con toda eficacia y que mi equipo tiene todo lo que pueda necesitar. Papel, material de oficina, teléfonos, línea constante con la estatal y con cualquier otra persona con la que nos queramos poner en contacto… Tú eres la pieza que mantiene en funcionamiento el engranaje, sargento.

Chandler ya había oído bastante. Se dio la vuelta para salir de su propio despacho.

Mitch le llamó.

—Es un trabajo importante, sargento. Los chicos importantes no pueden hacer nada si sus secretarias no hacen su curro.

Chandler se volvió.

—No pienso ir por ahí sirviendo tazas de té y galletitas.

Mitch se echó a reír.

—Claro que no. Mi equipo no necesita que hagáis esas cosas, son más que capaces de hacerlas ellos solitos. Lo que podéis hacer es ocuparos del aspecto local. La gente preguntará qué está pasando: las calles llenas de policías, desconocidos con traje negro paseándose por el pueblo… Tu trabajo consiste en disipar sus miedos, sargento —dijo Mitch.

Que le llamara todo el rato por su cargo le ponía de los nervios. Pero aún no había terminado.

—Tú te ocupas de los aspectos pequeños, y yo, del grande.

Chandler respiró hondo.

—No has cambiado nada, ¿verdad, Mitch?

Mitch le dedicó una sonrisa.

—Yo podría decir lo mismo. La mierda nunca se convierte en oro, por mucho tiempo que pase en la mina.

—Pensaba que esto no se iba a convertir en una batalla —dijo Chandler.

La sonrisa se volvió más suelta. Parecía ocultar algo por debajo. Chandler captó un destello del antiguo Mitch durante un segundo, el Mitch que siempre se guardaba un as en la manga.

—La batalla no ha hecho más que empezar, amigo mío.

Ir a la siguiente página

Report Page