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55 » Capítulo 42

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Chandler volvió a acorralar a Mitch con aquella nueva teoría.

Y casi lo consigue. De no ser por aquella llamada telefónica. Una de las centenares que recibieron para ofrecer información del sospechoso. Pero con una peculiaridad: quien llamaba era el mismísimo Gabriel.

Nick agitó las manos frenéticamente en el mostrador de recepción. Tapó el auricular y susurró:

—Es él.

La comisaría quedó en silencio. Todo el mundo sabía a quién se refería. Y nadie mejor que Mitch, que salió al momento de su despacho exigiendo que le pasaran la llamada a él directamente.

Los oficiales se reunieron en torno a la sala de reuniones, en lo que en tiempos fue el despacho de Chandler. Encorvado junto al altavoz, Mitch los miró a todos y cada uno de ellos.

—Quedaos muy callados. Hablaré yo —dijo, y se señaló con un dedo en el pecho.

La luz del teléfono empezó a parpadear. Era él. Mitch puso el teléfono en manos libres y apretó el botón.

—Señor Johns…

Gabriel interrumpió inmediatamente.

—Les llamo para hacerles saber que, de momento, he cambiado mi objetivo.

Mitch rápidamente se hizo cargo.

—¿Cambiar? —preguntó.

—En lugar de cincuenta y cinco, me voy a llevar noventa.

Hubo una breve pausa. Esperaban más información: quién, qué o por qué. Pero no dijo nada más.

Mitch rompió el silencio.

—Señor Johnson, tengo que pedirle que se entregue. Todavía no es demasiado tarde.

—Ya lo he hecho, inspector. Dos veces —le recordó—. Ahora tengo trabajo que hacer. Si va a evitar que me lleve a Heath, bueno, habrá otros igual de valiosos. —Su voz sonaba muy firme: creía en lo que estaba diciendo.

—¿Tiene algo que ver con la Biblia ese jueguecito suyo? —preguntó Mitch.

La pregunta sonó vacilante. Aquello sorprendió a Chandler. En vez de hablar con determinación, parecía un escolar que tuviera miedo de que se burlaran de él.

—¿La Biblia? Eso es un poco vago, inspector.

Mitch parecía perdido, así que Chandler intervino:

—¿Y qué me dice de sus padres? De sus padres adoptivos, Dina y Geoffrey.

Mitch le fulminó con la mirada, pero no dijo nada. Tampoco oyeron nada al otro lado de la línea.

—¿Señor Johnson? —preguntó Mitch, todavía mirando con ira a Chandler.

Pero Gabriel había colgado.

Flo rompió el silencio.

—¿Qué quería decir con eso de que se llevaría noventa, en lugar de cincuenta y cinco?

Una pregunta dirigida a su jefe. La boca de Mitch se abrió y se cerró, esperando que alguien le rescatara, pero nada.

—¿Significa que ya ha matado o que va a matar a un montón de gente…, en algún sitio? —preguntó Tanya.

—Treinta y cinco personas más… —confirmó Luka.

En voz alta, parecía un número enorme. Como Mitch seguía sin decir nada, fue Chandler quien habló:

—Nick, ¿tenemos noticias de disparos o disturbios de algún tipo por radio?

—Nada —confirmó su oficial.

—Bien. Eso nos deja la posibilidad de que esté oculto en una de las granjas más lejanas, cerca de donde se le vio por última vez —dijo Chandler.

—Quizá —apuntó Tanya—. Pero en ninguno de esos sitios hay treinta y cinco personas… Dudo de que haya treinta y cinco personas viviendo unas cerca de otras en ningún sitio de por aquí.

Tenía razón. Para asesinar a treinta y cinco personas, Gabriel tendría que viajar a muchos sitios… y rápidamente.

—¿Será un farol? —preguntó Chandler.

—¿Con qué fin? —dijo Mitch, que por fin había recuperado la voz.

—Para hacernos correr por ahí como pollos sin cabeza.

—Ya ha matado a seis personas, sargento. Eso no ha sido ningún farol. Debemos considerar que tampoco ahora está tirándose un farol.

Otra vez el silencio se apoderó de la oficina.

—¿Alguna idea? —preguntó Chandler.

—Los Bolton y los East viven cerca unos de otros —gritó Nick desde el mostrador de la entrada—. Hay unos diez.

Tanya intervino también.

—Añadamos a los Carty y tendremos dieciséis, si se incluye a los perros.

—¿Y en los bares de la localidad? ¿O en el centro médico? —apuntó Flo.

—¿Qué centro médico? —farfulló Mitch.

—Anne Tuttle —respondió Tanya— me dijo que el reverendo estaba pensando en reunir a su congregación en la iglesia para rezar, a medianoche.

—¿Cuántos? —preguntó Chandler.

Tanya se encogió de hombros.

—No lo sé. Treinta o cuarenta sería lo normal, si se han asustado mucho por lo que está ocurriendo.

—¿Valdría la pena echar un vistazo? —preguntó Flo.

—Vale la pena echar un vistazo a todo —dijo Mitch—. No podemos dejar sin respuesta su amenaza.

—¿Y si es una distracción para librarse de nosotros e intentar una vez más asesinar a Heath? —apuntó Chandler.

Pensó en la multitud que estaba fuera y se imaginó a Gabriel esperando entre ellos a que se vaciase la comisaría.

—Tenemos que seguir esa pista, sargento.

—Y también tenemos que proteger a nuestro prisionero.

—Y lo haremos. No hay ninguna posibilidad de que Gabriel entre aquí.

 

Diseñaron un plan. La primera parada era la iglesia; luego, los bares locales; luego, las granjas de los Carty, los East y los Bolton. Después, se identificaron otras granjas en los alrededores con bastante gente: Toady Cook, Izzy Cheelie, Old Ma Reisling, Mincey Aramanga y sus familias.

Chandler llamó al reverendo Upton. Lo despertó. El reverendo solía irse a dormir a las nueve. Algo molesto, confirmó que se había mencionado la idea de celebrar una oración de medianoche, pero que la mayoría opinó que lo mejor era que cada uno siguiera en su casa. Así pues, no había previsto nada en la iglesia. Y podía estar seguro porque allí no ocurría nada sin que él diera su aprobación.

Enviaron tres dotaciones a los bares locales. Por su parte, Mitch llamó por teléfono a las granjas. Roxanne Carty respondió al segundo tono, enfadada porque la habían interrumpido en mitad de su programa de televisión favorito. Izzy Chelie gruñó al teléfono que no había nadie en su granja a quien él no hubiese invitado. En las demás no respondieron. Aunque el servicio telefónico podía considerarse algo defectuoso, aquel silencio era preocupante.

Mitch mandó unos coches a las casas de quienes no habían respondido; les dijo que pasaran también por la iglesia, para asegurarse. Las dotaciones corrieron a los coches, como en un juego de sillas musicales en el que nadie quería perder. Chandler apartó a un lado a Tanya y a Luka.

—Necesito que los dos os quedéis aquí. Por si vuelve a por Heath.

—Yo no quiero quedarme —dijo Luka.

—Pero tenemos que mantener… —empezó a decir Chandler.

—Agente, ¿por qué no ha salido aún? —le interrumpió Mitch, que recorrió la oficina y se frotó las manos, ansioso.

—Quiero que Luka se quede aquí —dijo Chandler—. Como protección.

—Y yo quiero que salga ahí fuera —replicó Mitch—. Como refuerzo.

—Yo quiero salir —rogó Luka, dirigiéndose hacia la puerta poco a poco.

Chandler vio que a su joven colega le podía la ansiedad. Parecía un niño pequeño a punto de rogar que no le dejaran de lado.

—Vete —dijo, y suspiró.

Luka no necesitó que se lo dijera dos veces y corrió a unirse a Flo. Chandler se volvió hacia Tanya.

—Yo me quedaré —dijo ella, con un gesto decidido.

—No se preocupe, tendrá compañía, Tanya —anunció Mitch—. Dejaré a Roper con usted —dijo, señalando a aquel agente tan alto y que parecía tan incómodo tras su pequeño escritorio.

Aunque se sentía fatal por dejar atrás a Tanya y a Nick, y pese a que le ponía enfermo la posibilidad de que aquello fuese una pista falsa, Chandler sabía que tenía que salir y dirigir la búsqueda en las granjas, para tranquilizar a los residentes más nerviosos y asegurarles que su propiedad estaba a salvo. Nadie del pueblo había sido asesinado. Y él haría todo lo necesario para que eso no cambiara.

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