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—Bueno, esto es lo que vamos a hacer, sargento Jenkins. —La voz sabionda y condescendiente sonó de nuevo por el altavoz, imposible de ignorar—. Primero, asegurarnos de que la policía estatal de carreteras tiene una descripción del hombre al que buscamos.

—Gabriel —le interrumpió Chandler, sintiendo la necesidad de añadir algo que valiera la pena. Ojalá Mitch prescindiera de tanta formalidad. Ahora mismo estaba actuando como si no se conocieran.

—Denles una buena descripción. Tengan en cuenta que puede cambiar su aspecto de alguna manera.

—Hecho —dijo Chandler.

—Y lo más importante de todo es que cierren las carreteras. Las rutas principales…

—No tengo agentes suficientes para eso —dijo Chandler.

La respuesta fue tranquila.

—Se ha hecho un llamamiento para que acuda a ayudar la policía estatal.

—Eso costará un poco de tiempo, Mitch… —Chandler decidió seguirle el juego—, inspector Andrews. Para entonces, es posible que Gabriel ya se haya ido. Bloquear las carreteras podría ser como cerrar la puerta del granero…

Mitch le cortó. Su tono seco dejó claro que no le gustaba lo más mínimo que se discutieran sus decisiones.

—Hemos de intentarlo, sargento Jenkins…, después del lío que ha organizado. Dejar que un sospechoso principal se vaya de la comisaría sin más… No, peor incluso: llevarlo en coche y registrarlo en un hotel… A expensas del contribuyente. Sin duda es pasarse de la raya en cuanto a lo de comprender a los criminales.

Chandler imaginó la cara arrogante y marcada con cicatrices de acné en el otro extremo del teléfono y decidió recordarle al inspector Andrews algo fundamental:

—Quizá Gabriel no sea un criminal.

—Primero los atrapamos. Después dejamos que los expertos decidan esas cosas, ¿de acuerdo? —Una pausa—. Además, hay una tercera cosa que tendrá que hacer: evitar que todo esto aparezca en los periódicos. Al menos, hasta que tengamos más pruebas. No queremos que la prensa entorpezca la investigación.

—¿Bloqueo total?

—Total —confirmó Mitch.

—¿Y qué le digo a la gente del pueblo?

—Nada, sargento Jenkins. Informarles solo supone otra oportunidad de que haya una filtración. Al cabo de cinco minutos, ya estaría en Twitter y en Facebook. Así es como funcionan las cosas hoy en día… Acceso instantáneo a noticias instantáneas. Quizás usted no se dé cuenta, ahí donde está. Créame: no le hará ningún favor que corra la voz de que ha dejado escapar a uno de los sospechosos principales, sargento.

Chandler lo entendía perfectamente, pero no advertir a su familia y a sus amigos de que un posible asesino en serie andaba merodeando por las calles no le parecía una buena idea.

—Creo que debería decírselo.

—Insisto en que no lo haga, sargento Jenkins.

—Chandler, Mitch… Es Chandler. Ya sabes.

Hubo una ligera pausa.

—Si avisa usted, sargento Jenkins, no hará más que empeorar las cosas. Puede que cunda el pánico y que eso ayude a que nuestro sospechoso escape. Además, las consecuencias de desobedecer una orden directa de un superior son graves, como muy bien sabe. Pronto estaré ahí, así que…

—Está a más de cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia…

—Tres horas —respondió Mitch—. Salgo enseguida. Así pues, sargento Jenkins, le agradecería que dejase espacio en la comisaría para que mi equipo y yo nos pongamos al día enseguida. —Hizo una pausa—. Mientras tanto, sargento Jenkins…, intente no empeorar la situación aún más.

Sonó un clic y a continuación un tono de llamada. Fue como si Mitch hubiese dejado caer el auricular de golpe tras lanzar un insulto final.

En la sala se hizo el silencio, tal vez como muestra de respeto a Chandler, que, tratando de recuperar su prestigio, les dijo:

—Las cosas se van a poner bastante mal.

No era un mensaje positivo, pero al menos fue sincero.

Sus compañeros reunidos en la mesa asintieron, aunque fue Nick el que acabó hablando.

—No sé qué pasó entre ustedes dos, sargento, pero ese tío es un gilipollas.

Tanya asintió.

—Un creído y un gilipollas.

Chandler asintió.

—Bueno, por ahora, será mejor que os guardéis esas opiniones para vosotros. Vamos a trabajar.

A pesar de la horrible sensación de que le faltasen el respeto delante de sus propios subordinados, Chandler se dispuso a seguir las instrucciones de Mitch.

—Tanya, coge la 142 y la autopista hasta que la estatal llegue a tu posición. Luka, tú vete a Daly, por si se dirige hacia el sur, y no hacia el norte. Enviaré a Jim a Stockman’s. Tendremos que rezar para que eso baste. Y tened mucho cuidado. No sabemos de qué puede ser capaz ese hombre.

—Quizá esté usando los mismos medios para irse que empleó para llegar aquí —apuntó Nick.

—Es poco probable —respondió Chandler, aunque le gustó que su agente más joven no se sintiera sobrepasado por esa situación—. Vino en bicicleta, según declaró. Pero comprobad cualquier informe de robo de un vehículo, ya sea coche, bicicleta, tractor… Lo que sea.

Luka y Tanya salieron, mientras Nick confirmaba que no existía informe alguno de que hubiesen robado un vehículo. Chandler lo sospechaba. En un pueblo pequeño, cualquier cosa tan importante como el robo de un coche, o incluso el robo de una bicicleta, habría organizado un escándalo de inmediato. Y eso servía para recordarles lo serio que se había puesto el asunto. De casi estar mano sobre mano, habían pasado a tener un posible asesino en custodia y otro huido. Esas cosas que pasaban en la vida: nunca llovía, y de repente se ponía a diluviar y todo quedaba inundado; tenía una mujer, y luego ya no tenía mujer; no tenía hijos, y de repente tenía que hacerse cargo, él solito, de dos.

Lo malo es que la inundación que ahora se les venía encima, amenazaba con llevárselos a todos por delante.

Quince minutos más tarde tenía la confirmación de que Luka, Tanya y Jim estaban en sus respectivos puestos: todo estaba tranquilo. Sería una estupidez por su parte si Gabriel intentaba salir por las vías principales (si es que no se había ido ya), pero no podía hacer otra cosa. Eso era lo menos que Mitch esperaba de él.

Nick estaba derrumbado detrás del escritorio de recepción: era el vivo retrato de la frustración.

—Te sacaré muy pronto ahí fuera… —dijo Chandler, pero era mejor esperar algo más rutinario que aquello.

—¿Cuándo? ¿Cuándo va a pasar algo como «esto»?

Chandler quiso consolarle.

—Míralo de esta manera, Nick: no esperaba que ocurriera nada parecido a esto por aquí…, pero ha pasado. Así pues, si puede ocurrir aquí, puede pasar en cualquier sitio. Y lo mejor que puedes hacer ahora mismo es estar ahí, detrás del mostrador de recepción, justo donde están pasando las cosas. Quizá pienses que no estás donde está la acción, pero la verdad es que no podemos dejar el teléfono sin atender, ni este sitio desprotegido, especialmente con un sospechoso en custodia y con otro que está suelto por ahí y que quizás intentó matarlo. Si lo intentó una vez, nadie nos dice que no pueda volver a probarlo. Quizás ahora mismo no estés en primera línea, pero estás aquí. Venga, vamos: ahora haz una descripción de Gabriel para la policía estatal.

Nick asintió y se enderezó en su silla.

—Y recuérdales que no deben decir nada a la prensa. Es secreto: nada de Facebook, ni Twitter ni Snapchat. —A Chandler no le gustaba tener que decir aquello, pero no le quedaba otra.

Nombró aquellas redes sociales como si supiera de qué estaba hablando, pero, en realidad, solo sabía las cosas que le había contado su hija. Por lo demás, no podía hacer nada: solo esperar que se filtrara una noticia o que llegaran los refuerzos. Por dentro, se sentía mal por tener que ocultar aquella información a la gente del pueblo, pero puede que, a su pesar, Mitch tuviera razón. Lo importante es que no cundiera el pánico.

Sin saber cuándo conseguiría ver de nuevo a Sarah y a Jasper, llamó a sus padres. Como siempre, fue su hijo quien cogió el teléfono.

—¿Diga? —gritó, lleno de entusiasmo.

Su hijo pequeño tenía una naturaleza curiosa, o una voz interior que parecía insistirle para que metiera los dedos donde no debía, o desmontara cosas y las dejase tiradas por todas partes hechas un desastre, para que otros las reconstruyeran más tarde.

—Soy yo, Jasper.

—¡Papá!

El chico prácticamente chilló al teléfono.

—Sí, soy papá. ¿Qué estabas haciendo? ¿Están todos en casa?

«Solo los llamo para ver cómo están», se aseguró a sí mismo. No les iba a dar ningún aviso, solo quería confirmar que estaban bien.

—Pues… sí. El abuelo y la abuela están viendo la tele. Sarah está en su habitación.

—Muy bien. ¿Por qué no le pides al abuelo que te ponga una película?

Así estarían todos en el interior de la casa y no se meterían en problemas.

—Pero tú dices que no es bueno que esté en casa todo el día…

—Ya lo sé, pero a veces sí que está bien. Y ahora ve a buscar a Sarah para que hable conmigo.

El receptor resonó. Su hijo lo había dejado caer y se había quedado colgando. Chandler miró hacia el mostrador de recepción. Nick estaba dando la descripción de Gabriel.

—¿Sí? —Sarah sonaba irritada: la antítesis de la de su hermano.

Ella no quería más que volver a su iPhone. Había intentado apartarla de aquella adicción, pero, dada la cantidad de tiempo que pasaba en el trabajo, le había resultado imposible. La niña se pasaba el día absorta con todo lo que proponía esa tecnología, desde el Angry Birds al Candy Crush, y todo tipo de juegos donde se disparaba a animales y se salvaban obstáculos. Chandler había probado uno de esos juegos en una ocasión. Francamente, no le veía la gracia.

—Me alegro de oír tu voz —dijo Chandler.

—Sí, papá, pero es que tengo cosas que hacer.

—¿Qué tal ha ido el ensayo para la primera comunión?

Era lo único que le hacía ilusión en aquellos momentos, aparte del teléfono. La oportunidad de exhibirse ante sus amigas.

—Bien… Queda todavía un ensayo final, pero no llevaremos los trajes. Ni siquiera usaremos las palabras correctas, pero he estado hablando con Nick y Amy y ellas…

—¿Le has pedido ayuda a tu hermano?

—¿A Jasper? ¡No! ¿Por qué iba a querer que me ayudara? No sabe nada… Él… no hace más que liarlo todo. —Parecía horrorizada por la mera posibilidad que le había sugerido.

—Hazlo por mí… Sé que a él le gustaría ayudarte.

—Pero ¿cómo me puede ayudar…?

—Bueno, con cualquier cosa —le interrumpió Chandler—. Para que no se sienta excluido.

Hubo una pausa. Sarah bufó un poco, porque todo aquello seguía pareciéndole completamente absurdo.

Vaaale, ya pensaré algo —dijo. Y luego añadió—: ¿Papá?

—Sí, cariño.

—¿Cuándo vuelves a casa?

—No estoy seguro. A lo mejor no puedo esta noche.

—¿Por qué no?

—Porque ha surgido algo.

—Ah. Vale.

Y eso fue todo. Decepción superada. Le molestó que estuviera tan acostumbrada a su ausencia que pareciera no importarle. No le extrañaba que Teri le hubiese demandado para obtener la custodia. Aunque no quería admitirlo, tenía razón: pasaba demasiado tiempo en el trabajo. Pero lo que no acababa de comprender es que estaba al mando de una fuerza muy pequeña y tenía que cubrir una zona muy grande. Una excusa muy válida. Además, les faltaba un hombre, desde que Bill se había jubilado, hacía un año. Otra excusa que quizá no colara cuando llegasen ante los tribunales. Pero esa era una batalla para otro día. Un día más tranquilo.

—¿Papá? —Era Jasper otra vez.

¿Cuánto tiempo llevaba divagando? Chandler se recriminó a sí mismo no ser capaz siquiera de dedicar a sus hijos toda su atención durante una llamada telefónica de cinco minutos.

—Sí, todavía estoy aquí, Jasper.

Se imaginó a su hijo al otro lado del receptor. Nueve años y apenas metro cuarenta de altura, con el pelo de un color rojizo sin tocar por el cepillo o el gel. Solo una generosa aplicación de agua lo sujetaba el tiempo suficiente como para darle un poco de forma.

—He visto el kart en el garaje. ¿Podré sacarlo cuando vuelvas?

El kart era el proyecto del verano anterior. Parecía que hacía años de aquello. Desde el final del verano estaba metido en el garaje, esperando atraer de nuevo la atención del niño.

Chandler pensó en decirle que le preguntara a su abuelo, pero lo dejó pasar. «Mejor que se queden dentro», se recordó. No tenía que haberse preocupado. Jasper ya había descartado esa opción.

—El abuelo no vale. Es demasiado viejo. No me puede empujar para ir por ahí. Se cansa enseguida.

Chandler sonrió al pensar en lo mucho que se enfadaría el abuelo si le oía decir tal cosa.

—Sí, será mejor que no le hagas correr por ahí detrás de ti. Ya te lo dije.

—Sí, papá.

Chandler miró el escritorio de recepción. Nick seguía al teléfono.

—Ahora mira a ver si la abuela o el abuelo se pueden poner al teléfono, ¿te importa?

—Vale. Adiós, papá.

—Adiós, Jasper.

Sonó un roce en el receptor. La voz de su madre le llegó a través del cable, ya beligerante.

—¿Así que no vienes?

—¿Qué has oído?

—Lo bastante. —El tono mordaz de la exasperación—. ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

Como siempre, su madre era muy cortante. Sabía que el hecho de que su hijo no volviera a casa como había prometido significaba que había ocurrido algo grave. Y quería saber qué era. Su voz sonaba insistente, como si se mereciera saberlo y no pensara callarse hasta haberle sonsacado toda la información que tenía.

—Pues ha pasado algo, sí —dijo Chandler—. Lo único que puedo decirte es que debéis quedaros dentro de casa.

Hubo una ligera pausa.

—Parece grave.

—Podría serlo.

—¿Esperas que haya una gran tormenta? —preguntó ella, crípticamente, por si el teléfono estaba pinchado.

—No tienes que preocuparte por mí.

—El día que una madre no se preocupe por su hijo, es que ya está para que la entierren.

—Mamá… —dijo Chandler, frustrado—. No digas esas cosas.

—Es una forma de hablar. —Bajó la voz—. Lo que digo es que no te pongas en peligro.

—Para eso me pagan.

—No lo suficiente.

En eso estaban de acuerdo.

—Vale, pues tú a lo tuyo —continuó su madre—. Tu padre dice que te salude.

Y colgó. Era lo habitual en sus llamadas telefónicas. Chandler sabía que su padre no había dicho nada en absoluto. De hecho, probablemente ni siquiera sabía que estaban teniendo aquella conversación, entretenido con algo: la tele, el periódico o cualquier otra cosa. Cuando su padre se enfrascaba en algo, su atención era tan difícil de captar como la de su nieto de nueve años.

Aunque la línea había quedado en silencio, Chandler todavía podía oír las palabras de su madre: «No te pongas en peligro». Quizá no tuviera elección. En ese momento, solo había dos posibilidades: o bien andaba suelto por el pueblo un joven voluble y muy asustado…, o bien un asesino en serie, astuto y hábil.

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