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Chandler estaba deseando salir a la calle. Sin embargo, solo se uniría a la operación de campo cuando todo estuviera perfectamente organizado. Así pues, estaba tan condenado como Nick a seguir detrás de un mostrador.

La policía estatal confirmó que al cabo de una hora tendrían a varios agentes sobre el terreno. Nick buceó en las redes sociales y comprobó que en el pueblo todo estaba tranquilo, más allá de un par de comentarios de gente que decía que había cierto movimiento de la policía. Nada extraordinario. Todo bajo control. «No has hecho otra cosa que barrer bajo la alfombra», le recordó su conciencia. Había advertido a su familia de que no salieran de casa, aunque fuera indirectamente. Sin embargo, el resto del pueblo seguía igual de vulnerable.

A la espera de la multitud de llamadas que estaba a punto de caerle encima, decidió poner a prueba a Nick.

—¿Qué piensas que puede haber ocurrido, después de que Gabriel escapara del hotel?

Nick se arrancó los auriculares como si hubiera estado deseando que Chandler le preguntara.

—Bueno…, pues por lo que sabemos, o podemos suponer, dados los indicios con los que contamos, es que se ha ido por la escalera de incendios. Desde allí, ha bajado a la calle: un desconocido en una ciudad desconocida, por así decirlo. Si yo estuviera en su lugar, me dirigiría hacia algún lugar que conozca… Algo que conozca. Eso significa cualquier cosa que hubiera utilizado para entrar en la ciudad.

—Una bicicleta —recordó Chandler.

—Exacto. Pero alguien saliendo en bicicleta de la ciudad llamaría demasiado la atención. Y no sabemos nada de que se haya robado ningún coche… o un vehículo grande. ¿Algo más pequeño? ¿Un quad, por ejemplo? Algo que no echaran inmediatamente de menos. Algo que pudieran haber guardado en un granero, por ejemplo.

—Vale, supongamos que fue así —dijo Chandler—. ¿Y entonces qué? ¿Hacer todo el camino hasta la ciudad en un quad? ¿Y después? En cuanto cayera la noche, eso sería muy peligroso, con todos esos canguros chupando el rocío de las líneas continuas…

—¿Carreteras secundarias?

—Posiblemente. Difícil cubrirlas todas.

—También puede ser que se haya quedado en el pueblo… —sugirió Nick.

—Es posible —dijo Chandler—, pero por aquí no hay demasiados sitios donde se pueda esconder un desconocido. Además, decía que temía por su vida. La gente asustada no suele quedarse quieta.

—Suponiendo que sea inocente, claro… —dijo Nick—. Si yo fuera un asesino que huye, buscaría a alguien que me sacara del pueblo.

Chandler asintió, impresionado por la deducción de Nick, similar a la pasión con la que hablaba. Y añadió algo más:

—Quizá finja que es un turista que se ha perdido. Ha recogido a gente que hacía autostop o lo ha hecho él mismo. Así pues, tiene que saber qué hacer y decir. Usa su encanto para meterse en el coche y los obliga a sacarlo de la ciudad.

—Sí, yo haría eso mismo —dijo Nick.

—Bien pensado, Nick —le respondió Chandler—. Ponte en contacto con Tanya, Luka y Jim y diles que busquen a gente de aquí que esté saliendo del pueblo, por si lo hacen bajo coacción. Que comprueben los vehículos, pero diles que lo hagan de una forma discreta, para no precipitar las cosas.

—Yo podría ser su consejero experto para estas cosas —dijo Nick, estropeando el buen trabajo que acababa de hacer—. Sé muy bien cómo funciona la mente de un asesino en serie.

Chandler estaba a punto de recordarle que el trabajo de un policía tiene muy poco que ver con lo que sale por televisión, pero le interrumpieron. Heath reclamaba su atención.

Dejó a Nick al teléfono con Jim, y entró en la zona de las celdas.

—¿Quién es? —ladró Heath desde el interior de la celda.

—El sargento Jenkins —respondió Chandler, que enseguida movió la cabeza, contrariado. Se le había pegado la manía de hablar usando el cargo.

—¡No puede tenerme aquí retenido, sargento! No quiero estar atrapado aquí mientras Gabriel anda suelto.

—No sabemos si está huyendo de usted —le recordó Chandler.

—Claro que lo saben, joder. —Heath hizo una pausa—. Ambos no podemos ser sospechosos de lo mismo.

—En estos momentos, todo es posible, señor Barwell. Y si él anda por ahí detrás de usted, este es el lugar más seguro en el que puede estar.

Heath soltó una risotada, un chirrido agudo que parecía el de un loco.

—¿Seguro? ¿Después de que ustedes se creyeran la mierda de cuento que les contó, y lo soltaran?

—Es una historia idéntica a la suya.

—No pueden ser idénticas.

Chandler bajó la tapa de metal de la puerta de la celda para ver al prisionero. Heath estaba muy cerca de la puerta; la cruz que llevaba colgada al cuello apretaba su carne sucia y sudorosa.

—Esencialmente lo son.

—¿Como qué?

Chandler sonrió.

—Eso no se lo puedo decir.

—¿Así que me va a encerrar aquí sin más y se va a sentar a esperar a ver qué sucede? ¿Esperar a que ese hombre consiga entrar y acabe lo que empezó?

—Debemos seguir el protocolo…

—¿El protocolo? ¡Una mierda! Lo que ustedes quieren es ver si lo pueden atrapar otra vez. Y si no lo encuentran, me endosarán a mí el muerto. Ya sé cómo van estas cosas. ¿Dónde ha quedado aquello de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario?

—Algunos dirían que usted mismo ha dificultado las cosas por ese camino, intentando robar un coche. Tenemos suficiente con eso para acusarle.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué iba yo a robar un coche, si no temiera por mi vida? No soy ningún delincuente… —Heath hizo una pausa, sus dedos toquetearon la cruz del cuello, retorciéndola a un lado y a otro—. Vale, me acusaron de una agresión, poca cosa —continuó—, pero estaba borracho…, y los otros también. Insultaban a un amigo mío.

Mientras Heath hablaba, Chandler estudiaba su conducta. Le resultaba muy difícil interpretarlo. Sudaba como si fuera culpable, pero es que en aquella celda tan pequeña era imposible no sudar, apenas entraba brisa alguna por la diminuta ventana cuadrada. Heath estaba allí solo, rodeado por unas paredes manchadas por los mugrientos pecados de quienes habían pasado antes que él por allí. Mientras continuaba con sus quejas, Heath empezó a bufar, hinchando las mejillas. Agresivo y con mal genio, no era difícil pensar que fuera un asesino.

—Le pegué —continuó Heath—. Nada grave. Ni siquiera presentó cargos contra mí, yo tampoco quise hacerlo. Sin embargo, el encargado llamó a la policía. —Heath se detuvo y miró a Chandler: al parecer, vio algo que no le gustó; quizás una mirada que le decía que por allí no iba a ninguna parte.

—Está usted cometiendo un enorme error —dijo, amenazante—. En cuanto salga de aquí…

Chandler esperó aquella explosión de rabia que tal vez le haría confesar. Si podía conseguirlo antes de que llegase Mitch, se evitaría muchos problemas.

—Mi abogado…, mis abogados se lo comerán vivo. Y los políticos. Ya me advirtieron de que el oeste estaba lleno de bichos raros, de gente que te apuñalaría solo por entretenerse. Sin embargo, encontrarme en un pueblo lleno de gente así…

Heath estaba furioso, la saliva se acumulaba en torno a sus labios resecos. Pronto la ira se convirtió en desesperación. Dio una palmada contra la pared.

—¿Puedo beber algo? O al menos pongan el aire acondicionado. Tengo mis derechos…

—Incluido el derecho a permanecer en silencio —replicó Chandler mientras se alejaba con cierto sentimiento de decepción.

Esperaba que surgiera algo de aquel estallido, algo que le indicara que tenía al hombre correcto entre rejas. Pero más allá de unos cuantos exabruptos no había conseguido nada.

Chandler se encerró en su oficina y escuchó la grabación de aquella misma mañana.

La voz de Gabriel ya era casi un recuerdo distante. Chandler se maldecía por haber dejado que se escapara. Aunque, en realidad, no sabía si había hecho bien dejándolo marchar. Escuchó todo el interrogatorio, intentando recordar la actitud y los gestos de Gabriel, identificar en qué diferían de los de Heath. Quería dar con sus puntos débiles, con las contradicciones, con algo que, al menos, inclinara la balanza en su favor o en su contra.

Mientras oía cómo Gabriel explicaba que siguió el consejo de ir a buscar trabajo en el interior del país, el instinto de Chandler le decía que debía creerle. Quizá fuese por su tono mesurado o porque Gabriel fue el primero que le contó la historia, pero inconscientemente la consideraba más cierta. Era como sucedía con las canciones: la primera versión que escuchabas sonaba siempre como la original, lo fuera o no.

La grabación continuaba. Gabriel estaba más que decepcionado por que Heath no hubiese pasado de largo. La descripción del coche, idéntica a la de Heath en cuanto al color. Y resultaba igual de inútil. Y luego la frase: «Ningún asesino se presenta».

Chandler paró la cinta: «Ningún asesino se presenta».

La había pronunciado como si supiera lo que hacía o dejaba de hacer un asesino, como si conociera perfectamente cuál era su forma de actuar.

Volvió a poner la grabación. La voz de Gabriel continuó: habían viajado hacia el interior; Heath le había dicho que conocía sitios mejores para encontrar trabajo, con unos salarios más elevados. Luego se bebió el agua, que tenía un sabor raro y le había paralizado. Aquello lo había descrito detalladamente. El cobertizo, donde estaba encadenado a la pared. Las esposas y el banco de trabajo. Una descripción precisa de la habitación y de su contenido.

La amenaza de convertirse en el número 55. Su intento de liberarse. Las marcas rojas en muñecas y manos, cómo se consiguió soltar. La descripción de Heath ante el escritorio atestado, los mapas, los papeles, la cruz en la pared. Un relato muy detallado. La huida y las tumbas. La caída por el borde del acantilado. Despertarse y ver a Heath a su lado. Huir sin comprobar si todavía estaba vivo y llegar al pueblo en bicicleta.

Era una elección muy extraña. No era el medio de transporte que Chandler hubiera elegido para huir, aunque es verdad que resultaba más difícil de seguir. Pero había un camino muy largo desde la colina a la ciudad. Si te venía persiguiendo un asesino, se te podría haber ocurrido algo mejor.

Como, por ejemplo, intentar robar un coche.

La declaración de Gabriel acababa ahí, pero Chandler se entretuvo pensando en lo que dijo después: no tenía adónde ir, era un hombre solo en el mundo, un hombre sin ataduras.

Echándose atrás en la silla, pensó en los detalles. En lo que tenía lógica y en lo que no. Pensó en qué resultaba sospechoso. Ese comentario: «Ningún asesino se presenta».

Era algo que llamaba la atención, sin duda. También estaba la descripción detallada del cobertizo y de la cabaña, incluida la cruz de la pared. Demasiado buena para ser cierta. Quizá más de lo que cualquier persona vería echando una ojeada llena de pánico. Quizá fuera un lugar que había visto más de una vez. Pero es posible que el miedo aguzara sus sentidos y almacenara detalles mientras intentaba encontrar el modo de huir.

Con la declaración de Gabriel fresca en su memoria, Chandler volvió a leer el interrogatorio de Heath. Lo primero que le llamó la atención fue la falta de detalles del lugar adonde iba, como si no hubiera tenido tiempo de preparar la información por adelantado. No destacaba nada más entre las dos historias, hasta que llegaba al momento en que le drogaban. El recuerdo de Heath era mucho más nebuloso, y su explicación de cómo había escapado seguía siendo vaga, un poco menos descriptiva, con los detalles bloqueados por el miedo. Había notado un temblor en la voz mientras recordaba. Incluso parecía nervioso, como si en aquellos momentos estuviera de vuelta en el cobertizo, encadenado a la pared, intentando soltarse. Si le habían drogado, era normal que su memoria flaqueara en ese punto. No obstante, Chandler se preguntaba si no sería un truco para enmascarar detalles a propósito, intentando parecer inocente.

También había pocos detalles sobre la huida de Heath, una breve mención de Gabriel tras el escritorio y luego las tumbas, el encuentro en el bosque y la caída. Despertarse junto a Gabriel y echar a correr. Lo que seguía era lo más preocupante: la rabia que mostraba cuando le acusaban de haber robado un coche. Esa rabia. Esa falta de remordimientos. Ese insistir en que no le quedaba otra que hacerlo.

Y ahí estaba la ira. Y esa forma de retorcer la cadena que llevaba al cuello. A Chandler le recordaba al crucifijo de la cabaña.

Los dos relatos tenían partes más o menos borrosas.

Necesitaba desmenuzarlos aún más para averiguar dónde estaba la verdad.

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