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De vuelta en la comisaría, se pusieron en marcha para coger cuanto antes a Gabriel. La búsqueda inicial en el pueblo había sido infructuosa: garajes, jardines, cobertizos, chozas, casas y tiendas de la calle principal. Pero nada. Y todo eso había costado un tiempo. Las pequeñas tiendas antiguas, que en tiempo fueron numerosas, ahora abandonadas, eran un buen lugar donde esconderse. La última suposición era que Gabriel todavía seguía tierra adentro, durmiendo en algún escondite improvisado.

Chandler se unió al resto del equipo en el despacho de Mitch.

—¿Los niños están bien? —preguntó Mitch, con una sonrisa sin humor.

Chandler asintió.

—¿Lo habéis encontrado ya?

Mitch perdió la sonrisa.

—Cuando se haga de día, enviaremos el avión y el helicóptero. Los de Exmouth nos van a dejar también los suyos. Esperamos ver alguna señal de movimiento o de acampada.

—¿Y si enviamos a un grupo esta noche? Lo pillaríamos por sorpresa… —dijo Roper, a quien, tras el ataque de Gabriel le habían vendado la cabeza.

—No veríamos nada —replicó Chandler—. Y lo último que necesitamos ahora mismo es que alguien caiga por fuego amigo.

Mitch se quedó pensativo.

—Además, será demasiado para que haga…

—A menos que trate de destruir pruebas, como la última vez —añadió Tanya.

—¿Podemos estar seguros de que todavía está por ahí fuera? —preguntó Chandler—. Puede que haya vuelto y esté oculto en algún granero de las afueras.

—Hemos registrado todo lo más exhaustivamente que hemos podido —dijo Mitch—. De todos modos, aunque estuviera por aquí, el problema es el mismo. Es como buscar una aguja en un pajar.

—Bueno, ¿no será mejor que se nos vea haciendo algo? En lugar de estar aquí sentados, esperando que sea él quien haga el siguiente movimiento… —dijo Luka.

Ayudaría a tapar las grietas y a salvar la cara. Algo de cara a la galería. Cada vez más, coincidía con Mitch.

—No precipitarnos puede ser lo mejor en este momento, Luka —dijo Chandler—. Atacó a Heath en cuanto pudo. Quizá quiera volver a terminar el trabajo.

—Sea cual sea la decisión, hay que mantener al tanto a la prensa —dijo Mitch—. Esta vez creo que es mejor que lo haga uno de vosotros, la gente de aquí.

Aunque no le miró, Chandler comprendió que le estaba pasando la pelota a él.

—¿Por qué los de aquí? —preguntó Chandler.

—Para demostrar que estamos trabajando todos en armonía para proteger a la ciudadanía.

Lo esperado: un motivo estúpido.

—O sea, que lo que quieres es que salga ahí fuera y les diga que no tenemos nada. Quieres que dé la cara y me ponga como ejemplo de la incompetencia de la fuerza policial.

Mitch negó con la cabeza, pero su débil sonrisa resultaba reveladora.

—No, sargento, quiero que salgas ahí fuera y hagas tu trabajo.

—Tú eres el oficial de mayor rango —replicó Chandler.

—Es cierto. Y te ordeno que salgas a hablar con la prensa.

—¿Y a decirles qué? ¿Que no tenemos ninguna pista, que se aguanten y que esperen sentados a ver si aparece el diablo?

—No con esas palabras. —Mitch hizo una pausa—. Tienes que aprender a enfrentarte a la decepción y a los contratiempos, sargento.

—Ya he aprendido —respondió Chandler. No lo aguantaba más. Ya era hora de sacar su comodín. Si Mitch estaba intentando echarle la mierda encima, acabarían pringados los dos—. El motivo por el que estamos en este lío es porque Gabriel te robó a ti las llaves, cuando le atacaste en la sala de interrogatorios.

Para su sorpresa, Mitch lo oyó como si nada, como si se lo esperase. Chandler notó que un escalofrío le recorría la espalda.

Mitch se apartó de la mesa y se enderezó.

—Ya es hora de dejar de echarnos las culpas entre nosotros, sargento. La prensa ya se encargará de ello. Tenemos que cerrar filas. Estar unidos —dijo.

—¿Y no crees que eso debería venir del jefe? —preguntó Chandler.

—Tenemos que mantener un frente unido.

—Detrás de un líder en el que podamos confiar.

Chandler miró a los agentes. Antes quizás hubiera sido capaz de calibrar las lealtades de cada cual, pero tras aquellos días ya no sabía… No estaba seguro de si Tanya, Jim y Nick conservaban su fe, si lo creían. Luka era una causa perdida.

—Dimos un paso en falso. Es hora de recuperarnos —dijo Mitch con los dientes apretados.

—Y a ti te corresponde dirigir esa recuperación —dijo Chandler.

Mitch hizo una pausa. Apartó a Chandler a un lado y le susurró:

—No quería tener que recordártelo, sargento, pero recuerda que soy yo quien va a escribir el informe sobre esto. Ya dejaste escapar a Gabriel una vez, así que resultará fácil creer que ocurrió en una segunda ocasión.

Chandler respiró hondo.

—¿Cuándo te convertiste en semejante hijo de puta? —Pero enseguida se dio cuenta de que Mitch siempre había sido un hijo de puta. Desde adolescente había sido así de egoísta. El cargo no había hecho otra cosa que liberar al maniaco que llevaba dentro. Reformuló su pregunta—: ¿Cuándo empezaste a pasar por encima de todos?

La sonrisa de Mitch. Para él, aquello podía ser incluso un cumplido.

—Tu carrera no va a ir a ninguna parte, Chandler…, después de esto, después de que se filtren los detalles de que tú (y tu equipo) teníais al asesino y lo dejasteis escapar dos veces. Si todos vosotros queréis tener trabajo después de que todo haya terminado, te sugiero que salgas ahí y les des algo. ¿Qué imagen crees que daría ante un juez un padre solo y sin ingresos que reclama la custodia de sus hijos?

Qué ganas de soltarle un puñetazo a ese maldito engreído. Chandler miró al resto de su equipo, que estaba en la oficina. No quería que se hundieran con él. Jim tenía que mantener a sus padres ancianos. Tanya tenía tres hijos. Nick estaba empezando. Y Luka…, bueno, a él le iría bien. Alguien que era un clon de Mitch seguro que sobreviviría, como una cucaracha después del apocalipsis. Además, Mitch tenía razón: si perdía su trabajo, Teri se aprovecharía.

Se contuvo y salió por las puertas delanteras. Los flashes de las cámaras le cegaron. Y las preguntas de los periodistas intentaron perforar su coraza. Todos los focos sobre él. Levantó una mano pidiendo silencio.

Explicó cuál era la situación. Repitió la descripción de Gabriel y rogó a la gente que llamara a la policía y no se acercaran a él si lo veían. Finalmente, acabó pidiendo a todo el mundo que permanecieran en el interior de sus casas.

De nuevo empezaron las preguntas. ¿Era muy peligroso el fugado? ¿Era cierto que tenían retenido a Gabriel, pero que se les había escapado? ¿Podía confirmar la identidad de las seis víctimas? ¿Existía alguna posibilidad de que volviera a matar? ¿Por qué estaba en custodia el segundo sospechoso? Chandler respondió, cegado por la luz. Incluso explicó exactamente cómo se había escapado Gabriel, la versión oficial: un problema de procedimiento, había que culpar al sistema, no a un individuo en concreto.

Mientras hablaba, intentaba observar a aquella multitud. A pesar de que habían rogado que se dispersaran, parecía que había más gente aún. Examinó los rostros, buscando el de Gabriel entre ellos. Sería excepcionalmente arriesgado o estúpido por su parte volver allí, pero había demostrado que era capaz, que era atrevido. Buscó barbas y sombreros, disfraces sencillos que había podido usar. Buscó rostros morenos y hombres de una altura determinada. Pero nadie encajaba con la descripción de Gabriel. Así pues, finalmente, pidió a los periodistas que se fueran de allí y dejaran a la policía hacer su trabajo. No habría nada hasta el día siguiente.

Volvió a la comisaría sintiéndose como un criminal. Ahora formaba parte del encubrimiento. Había mentido a la prensa.

Pero no podía entretenerse pensando en esas cosas. No en ese momento. Debía centrarse en capturar a Gabriel y en responder a esa pregunta que le rondaba por la cabeza: ¿por qué Gabriel estaba tan obsesionado con matar a Heath? Incluso había vuelto a la comisaría voluntariamente y se había dejado arrestar, esperando el momento casi perfecto para atacarle.

¿Podía preguntarle algo nuevo a Heath?

Chandler fue hacia las celdas.

—No hablaré con nadie si no está mi abogada —dijo Heath cuando lo vio.

—Mire, señor Barwell…, Heath. No creo que usted tenga nada que ver con todo esto —dijo Chandler.

Hubo una pausa antes de la furiosa respuesta:

—Un poco tarde para eso. Además, si no tengo nada que ver con esto, ¿puedo irme ya?

—Tenemos que mantenerle a salvo hasta que encontremos a Gabriel. Creo que todavía sigue queriendo ir a por usted. Creo que incluso se dejó arrestar para estar más cerca de usted.

El preso sacudió la cabeza.

—Pero ¿por qué? Ni siquiera le conozco.

—Estoy intentando averiguar por qué.

—Si me deja salir de aquí, no me iré. Si quieren, pueden escoltarme fuera de la ciudad. En un coche blindado… o algo así.

—Eso no es posible. Además, aquí está a salvo.

—¡Y una mierda estoy a salvo! Al menos, fuera de esta celda podría huir. Si está usted tan convencido de que ese tío va a por mí, entonces debo decirle que lo han hecho de maravilla, asegurándose de que estuviera cerca de mí para que pudiera intentar matarme otra vez. Y luego le han dejado escapar. Así que, discúlpeme, si no confío mucho en su pericia.

—Ya sé que está enfadado, señor Barwell, pero tenemos derecho a mantenerle aquí si creemos que es bueno para su seguridad.

—Pero ¿qué especie de sistema de mierda es este?

—Uno que puede mantenerle con vida.

A través de la rendija de la puerta, Chandler vio una arruga en la frente del sospechoso.

—«Puede»: eso sí que es un consuelo.

Heath pareció bajar algo la guardia, tras entender que no lo iban a soltar.

—¿Cree usted que Gabriel le eligió?

Heath suspiró y se encogió de hombros.

—Podría haber sido cualquiera que estuviera haciendo dedo en aquella carretera. Simplemente, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—¿Y no le dijo nada?

—¿De qué?

—De que había planeado algo para usted.

—No. Se lo he dicho mil veces. Hablábamos de cosas sin importancia… —Heath hizo una pausa, mirando hacia la pared lateral. Luego se volvió hacia Chandler. Una vez más, la arruga volvió a fruncirle la frente—. Él parecía intrigado por mi nombre, supongo. Más que la mayoría de la gente. A mi madre le encantaba Cumbres borrascosas, pero pensó que ponerme Heathcliff sería demasiado cruel… Ese tipo repitió mi nombre muchas veces. Es como si para él fuera algo personal. Recuerdo que le pregunté si conocía a alguien que se llamara Heath, pero me dijo que no con un gesto. ¿Cree que le recordé a alguien?

—Intentaremos averiguarlo —respondió Chandler.

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