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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 18 Nápoles, 31 de mayo

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CAPÍTULO 18
Nápoles, 31 de mayo

Fue un jueves por la noche, that’s right, cuando la vi por primera vez, en el club, debía de ser un jueves por la noche. Me acuerdo porque los jueves Frankie «The Cockroach» Pistocchio traía a las mujeres nuevas, para exhibirse, pedir si podían trabajar allí. Las ponía en fila, las miraba, les tocaba el culo y las tetas. A ellas no les gustaba: Frankie daba asco y pensaba con el pijo, que siempre tenía duro, un verdadero bestia, que de no haber sido primo lejano de Joe Bananas, no habría puesto nunca los pies en el club, así que podéis figuraros, pues, un trabajo. Escarabajo le había puesto su madre, porque de niño cuando jugaba al fútbol volvía a casa negro, negrísimo, y tan sucio que parecía cubierto de mierda y de orines. De niño e incluso de hombre. Una verdadera bestia. Pero el hecho de que razonara con el pijo resultaba útil, parecía tener una antena en la cabeza, era como una radio que captaba si una en la cama era una guarra o un témpano de hielo. Una simple mirada y comprendía en el acto si una era buena folladora, si, por ejemplo, le iba que le dieran por detrás o le gustaba chuparla o no. Un genio, ese Frankie.

Era una preciosidad: morena, alta, ojos negros y unos labios que te pasabas un cuarto de hora solo mirándolos. Tetas, culo, muslamen, no le faltaba nada. No me acuerdo de su ropa porque veía a través de ella, como Supermán. Estaba detrás de la cortina y miraba por la abertura. Aunque ella no podía verme, miraba hacia mí. Sabía que yo estaba allí y no tenía miedo. Frankie le sobó las tetas con esas manos que parecían palas, y ella mostró una sonrisa, como retándolo. Frankie le hizo subirse la falda para ver cómo lo tenía debajo, y ella soltó una risita. Frankie estaba muy sudoroso y apestaba, parecía realmente un escarabajo, y le preguntó por qué carajo se reía. Luego le cogió una mano y se la puso sobre el paquete. Ella la mantuvo encima, soltó otra risita que se hubiera dicho un mosquito que se va volando lleno de sangre después de haber picado, y luego dijo en voz alta: «Is that it?»[47] mientras miraba hacia la abertura, en mi dirección, aunque sin verme.

Frankie hizo ademán de soltarle un tortazo, pero antes de hacer esa solemne estupidez, romperle la cara a la mejor puta que había ido a parar a sus manos, yo grité «Stop!», salí y me dirigí a la chavala: «Disculpe, miss, pero a veces me pregunto qué tonterías tiene en la cabeza este empleado mío». Con un gesto despedí a Frankie, que parecía haber sido quien recibió el tortazo, y le dije a ella: «Hágame caso, miss, es usted perfecta para trabajar en nuestro sector. ¿Cómo se llama?».

Ella me miraba la cicatriz, y el ojo derecho más bajo que el otro, y a continuación hizo algo que nunca nadie hacía. Mejor dicho, dos cosas. La primera, no respondió enseguida a mi pregunta. La segunda, me preguntó: «What happened to your right cheek, sir?».[48]

Mi mejilla derecha. Hice una cosa que no hago nunca, conté que me habían agredido en el 29. Luego le pregunté de nuevo cómo se llamaba.

Su nombre era Mona, que en el dialecto del Véneto significa justamente «coño». Pero ningún padre llamaría a su hija con ese nombre: ella era de padre irlandés y de madre medio italiana, de los Abruzzos. Le dije que volviera a la noche siguiente, que friday night es la noche de la jodienda, pues uno se gana el sueldo y lleva un poco a casa y el otro poco se lo gasta en mujeres y bebida. Es decir, no se lo dije así exactamente, lo único que le dije fue que volviera a la noche siguiente. Pero enseguida pensé que Mona no era carne para desperdiciar en un burdel, para trabajar seis noches por semana. Un lujazo, para dársela a catar a los peces gordos. Y eso fue precisamente lo que sucedió. Era un auténtico volcán que calentaba a todos los clientes.

Qué extraño que esta noche haya soñado con Mona. ¡Joder, echo de menos a esa chavala! Eran buenos tiempos, se trabajaba bien con las carreras, los juegos de azar y sobre todo con las fulanas. Se jodía dos veces al día con dos mujeres distintas, y aunque el ojo me colgaba tenía la polla más tiesa que un novio. Todavía hoy, que ya no soy joven, sigo siendo un cocksman[49] de mucho cuidado. Pego un polvo al día, y no precisamente de tres minutos.

Buenos tiempos, sí, luego se metió por medio ese grandísimo cornudo y soplapollas del fiscal Dewey, el Honesto Tom, ¿y qué pasa? Pues que las fulanas juran en el tribunal que yo soy el mayor estafador de América y ando metido en trapicheos por todas partes, mal rayo las parta, y entre ellas veo a Mona, a quien siempre tuve como oro en paño y le di una porrada de dinero y la hice joder solo con gente que no tenía enfermedades. Pero no estoy cabreado por ello, no, pues ya se sabe, las mujeres son todas unas putas de espíritu, no solo de chumino.

Qué extraño que esta noche haya soñado con Mona. Parece imposible que se pueda acabar en la cárcel por cuestiones de jodienda.

Qué extraño que en cambio no sueñe con el embarque. En el 46 mis abogados estuvieron a punto de demostrar que el Honesto Tom corrompió, amenazó y chantajeó a los testigos, casi me dejan libre sin una sola mancha y me mandan aquí a Italia, para que no les rompa las pelotas. El Honesto Tom quiere presentarse como candidato a la presidencia, es mejor para todos que yo me vaya donde Cristo perdió los clavos. Como resulta extraño que «un gran capo de los capos» sea excarcelado así de la noche a la mañana, hacen correr la voz de que presté servicios al país, que hablé con los mafiosos locales para favorecer el desembarco de los Aliados en Sicilia, y por tanto me recompensan con la libertad y la repatriación. Una estupidez que hace que los almirantes aún me manden a tomar por culo.

Y ahora este paisano Siragusa que quiere que me confinen y también me rompe los cojones con el asunto del coche. ¿Y qué carajo tiene que ver el coche? ¿Es que debería ir por ahí con una mierda de Topolino, como un don nadie? ¡Ni autógrafos ni leches, burlarse de mí es lo que harían los peatones! Siento en el pescuezo el aliento de los polis, ¡ese grandísimo hijo de puta!

Y ese otro, el periodista que se me presentó el otoño pasado y quiere escribir un libro sobre mí. Sin mi permiso.

La libertad de prensa está bien, pero sería mejor que no existiera.

Steve Cemento se marcha a Marsella, así terminaremos esta operación y luego pensaremos qué hacer, porque aquí las cosas pueden cambiar. En los últimos tiempos está un poco raro. Le comprendo, está homesick,[50] el muchacho echa de menos Manhattan y Brooklyn, y tal vez también esos modestos trabajos de zapatero que hacía en los muelles. Aquí como mucho una llave inglesa sobre la cabeza del último mono. Alguien tan competente como él no tiene forma de destacar. Buen chaval pero un poco extraño, apenas habla, y me dicen que lleva siempre consigo a ese golfillo al que llaman Kociss.

Y además pasan cosas que no comprendo, pero las comprenderé, pues aquí yo ando entre la gente, me doy la vida padre y vivo retirado pero tengo ojos y oídos por todas partes, hasta en el pijo.

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