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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 40 Slano, Dalmacia, 18 de abril

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Slano, Dalmacia, 18 de abril

En la niebla de primeras horas de la tarde, Pierre distinguió un trecho de horizonte más oscuro.

Señaló con el dedo y preguntó:

—¿Šipan?

El hombre levantó la mirada del barullo de la red de pesca y asintió con la cabeza.

Por la mañana, Darko lo había despertado siendo aún de noche. Sobre la mesa humeaba una taza de leche y miel. Pierre se había quitado el sueño con el agua fría de la palangana y se había vestido deprisa.

La carga estaba ya en su sitio, cubierta por un viejo toldo militar. Quesos, a juzgar por el olor.

El traqueteo había acunado a Pierre durante todo el trayecto.

Una vez llegados a Split, Darko lo había despertado de nuevo.

El viaje había durado menos de una hora.

Pierre entornó los ojos y miró de nuevo. El reflejo del sol en el agua era cegador. Lamentó no haber aprendido nunca a nadar, porque la isla parecía próxima. Pero quizá era solo una impresión.

Se agachó sobre el pescador, le tocó el hombro:

—¿Hablas italiano?

El hombre cabeceó de derecha a izquierda. Se inclinó hacia delante y señaló a alguien, sentado en el muelle, algo más allá.

El camionero se llamaba Stjepan e iba a Mostar con una carga de pescado. El cruce para Mostar estaba en la carretera de la costa noventa kilómetros al norte de Dubrovnik.

Darko había planteado la alternativa:

—Espera a mañana y ve con Milos, él no problema, debe llegar hasta Albania o bien vete enseguida con Stjepan, luego busca a otro.

Pierre no quería esperar: había abrazado a Darko y había subido al camión.

En la media hora siguiente no había apartado los ojos de la ventanilla. La carretera corría paralela a la costa, entre una cadena montañosa imponente, que caía a pico sobre el mar, y el perfil borroso de una isla. No había visto nunca nada parecido.

—¿Viene de Italia? —La voz de Stjepan había roto el silencio. Hablaba italiano más o menos como Darko—. Aprendido en la guerra —había añadido.

En su batallón de partisanos dálmatas militaban doce desertores italianos.

—¿Vittorio Capponi? —Una pausa para hacer memoria—. No, no recuerdo.

También el segundo pescador estaba trajinando con una red.

—¿Hablas italiano? —preguntó de nuevo Pierre.

La respuesta fue más que afirmativa.

Soy italiano, de Rovigno.

Pierre sonrió.

—Ah, bien. Yo vengo de Bolonia, me llamo Robespierre. Busco un pasaje para la isla de Šipan.

—¿Eres turista? —La mirada era desconfiada.

—No, tengo que ver a un pariente al que no he visto desde hace años.

No quería ser demasiado explícito sobre el asunto de su padre, pero un genérico «pariente lejano» calmaba los ánimos.

El pescador lo estudió un instante, luego se alzó con esfuerzo, apoyando una mano en el suelo:

—Ven. Te llevaré a casa de uno que vive allí.

El lugar recordaba los valles de Comacchio, aunque era más silvestre y arbolado. Un laberinto de agua y tierra. Lagos, canales, ensenadas ocultas. Pantano salobre y río.

Enfrente, siempre el mar, y la enésima isla animando el horizonte.

Neretva rijeka, el río Neretva —había respondido Stjepan a la mirada de Pierre—. Yo nacido cerca, pueblo Bacina. Tú sabes, en la guerra, aquí, había fascistas. Ellos quiere llevar a mi familia a campo de concentración. Un italiano salva a nosotros.

Pierre no había tenido que insistir para escuchar anécdotas del Diablo, militar en Abisinia, Albania, Grecia y por último en Bacina, en la guarnición del ejército italiano.

—Él ayudaba a todos. Hacía de espía para nuestros partisanos. Decía cuándo tú debías andar a campo de concentración. Llevaba bombas y arma.

Al final lo habían descubierto y enchironado. Entonces Stjepan y otros habían emborrachado a la guardia y él había escapado descalzo, esposado, y se había unido a los rebeldes a la mañana siguiente.

Smrt fašizmu

Sloboda narodu! [23] —había concluido el camionero arrimándose a la derecha.

La carretera se bifurcaba. Los carteles decían Dubrovnik 94, Mostar 57, Sarajevo 193.

El viaje había durado un par de horas.

Los dos farfullaron algo entre sí.

El istriano dijo:

—Frane parte a las ocho para Šipanaka Luka. Puede llevarte él. ¿Tienes dinero?

Pierre rebuscó en el bolsillo.

—No mucho —respondió y sacó el fajo de dinares, aún intacto desde el día anterior.

—Con la mitad está bien —comentó el istriano.

Unas mil liras.

—De acuerdo.

Pasada una hora, Pierre se había puesto a caminar.

Los camiones tenían prisa, no llegaban a pararse y tres de cada cinco tomaban la carretera hacia Mostar. Solo habían pasado dos coches, uno de la policía, y por suerte Pierre se había dado cuenta a tiempo, había bajado los brazos y se había sentado en el arcén con aire indiferente. Ni rastro de motos. Las bicis llegaban cargadas como burros, los manillares repletos de alforjas rebosantes y a menudo un pasajero sentado de través sobre la barra. Otros hacían el camino a pie.

Caminando, Pierre recorría cinco o seis kilómetros por hora. Había calculado el tiempo años antes, en el tramo Bolonia-Imola, a lo largo de la via Emilia. Una apuesta perdida con los mosqueteros y aquellos treinta kilómetros como prenda. Ellos detrás, con el coche de un amigo, a darle por saco al nuevo Zapotek.[24]

En un par de días, podía llegar a Dubrovnik.

Debían de ser por lo menos las diez. El sol, apenas surgido de las montañas, comenzaba a apretar.

Pierre volvió al muelle a las ocho menos cuarto. Había comido y dormido tumbado en el prado que había apenas se salía del pueblo.

Frane lo vio y agitó el brazo. Se afanó con los últimos nudos e izó el ancla. El pesquero verdiazul estaba listo para zarpar.

Habían pasado otras dos horas, tres camiones, dos tractores y la carreta de un cabrón que no había querido detenerse. Los gestos de Pierre eran cada vez más desganados y menos entusiastas.

El tercer coche de la mañana se había parado.

Gruss Gott —había saludado la mujer—,

Wohin gehst dudann? [25]

Pierre no sabía una palabra de alemán, pero pensó que responder que a Dubrovnik no estaba mal.

La mujer había dicho algo y luego le hizo una seña para que subiera.

Wartest du hier schon lange? [26] —había preguntado el marido con una gran sonrisa. A lo que Pierre se había sentido en la obligación de precisar:

Sorry, I don’t speak German.

Los austríacos, sin embargo, hablaban inglés.

Turistas en viaje de bodas. Desde Viena hasta Grecia. Dos tipos amables y un tanto excéntricos.

Pierre había contado la historia del pariente lejano, añadiendo algún detalle, y los dos recién casados se habían entusiasmado. También porque Pierre, en la confusión del momento, había hablado de

parents, es decir, padres.

Llegados al pueblo de Slano, la mujer había desplegado un mapa y hecho notar a Pierre que la isla de Šipan estaba a un tiro de piedra, mucho más cerca de allí que de Dubrovnik. Si tenía que buscar un medio para llegar era mejor informarse allí que en otra parte.

Pierre se convenció aunque Darko le hubiera hablado de Dubrovnik. Había pedido que lo esperaran y se había ido directo hacia un viejo pescador que estaba reparando las redes.

Las campanas de una iglesia sonaron una vez.

El viaje había durado media hora.

Pierre oyó encenderse el motor. Siguió con los ojos la estela de la barca hasta la costa que se alejaba lentamente.

A mitad de travesía le pareció que habían pasado horas. Llevaban en el mar quince minutos.

La sensación se invirtió inmediatamente después. La claridad de algunas casas se abría paso en la oscuridad del mar y del cielo. Olvidó por un instante todo, Gramovac, Darko, Stjepan y a los dos austríacos. Olvidó las visiones de agua y tierra que le habían acompañado hasta allí. Olvidó a Frane.

Telémaco iba al encuentro de Ulises.

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