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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 27 Nápoles, 5 de junio

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Nápoles, 5 de junio

Acta de declaración del interrogatorio de Stefano Zollo, ciudadano norteamericano, nacido en Nueva York el 20 de abril de 1919, residente en Nápoles, en corso Vittorio Emanuele 250, realizado por el comisario de la policía nacional Pasquale Cinquegrana, en fecha 5 de junio, redactada por el agente Francesco Di Gennaro. El sujeto no ha pedido la presencia de un funcionario del consulado americano.

—Señor Zollo, se le conoce a usted también con el sobrenombre de Steve Cemento, ¿no es así?

—Para servirle.

—¿Y a qué se debe tal apelativo?

—Comisario, con todos los respetos, eso no es asunto suyo.

—¿Responde a la verdad que es usted el chófer de Salvatore Lucania, más conocido como Charles «Lucky» Luciano?

—Sí.

—¿Y podría decirme en qué consiste su tarea de chófer?

—Conduzco el coche. Llevo por ahí al señor Luciano.

—¿Y está a su disposición todo el día?

—Menos los miércoles, que libro.

—¿Podría definirme la actividad del señor Luciano?

—Tiene un establecimiento de electrodomésticos.

—¿Conoce usted al señor Victor Trimane?

—Sí, es amigo mío, un americano.

—Señor Zollo, ¿dónde se encontraba usted el pasado día tres de enero?

—En el hipódromo.

—Qué buena memoria. ¿Cómo lo ha recordado tan bien?

—Se celebraba el Gran Premio.

—¿Y estaba usted en compañía del señor Luciano?

—Exactamente.

—Algunos testigos sostienen que vieron a un joven de mediana estatura, bien vestido, con sombrero, bufanda y abrigo, acercarse a Luciano y darle una bofetada. ¿Asistió usted a la escena?

—Estaba allí, sí.

—¿Y no intervino?

—¿Para hacer qué?

—Para impedir que Luciano fuera agredido.

—No me dio tiempo.

—¿Y tiene idea del porqué de esa bofetada a Luciano?

—No.

—Pues se lo diré yo. Fue un desafío. Parece ser que había apostado con un amigo suyo a que tendría el valor de abofetear en público a «don Luciano». ¿No quiere saber cómo se llamaba ese demente?

—No.

—Se lo diré igualmente. Umberto Chiofano. Un mes después lo encontraron con la cabeza abierta delante del Policlínico. Parece que lo descargó allí un coche descapotable. Ahora está en el cementerio. ¿Usted dónde estaba el treinta de enero pasado?

—No lo recuerdo.

—¿No se encontraba en las cercanías del criadero de Marcianise, entre Nápoles y Caserta?

—No.

—Señor Zollo, ¿puede decirse que ve usted a todas las personas con las que Luciano se encuentra en el hipódromo?

—No me fijo en todas.

—¿Recibió hace algunos meses Luciano la visita de unos amigos americanos, de Nueva York?

—Sí. Los llevó de excursión a Pompeya.

—¿Conducía usted ese día?

—Sí.

—¿De qué habló Luciano con esos americanos?

—De todo un poco.

—¿Podría ser más preciso?

—De mujeres. De Italia y de América. De muchas cosas.

—¿Recuerda si de algo más?

—No me dedico a escuchar las conversaciones ajenas.

—Señor Zollo, ¿realizó usted un viaje a Sicilia en abril pasado?

—Sí.

—¿Por trabajo o por placer?

—Por placer.

—¿Es decir?

—Fui a ver a la familia de mi madre, que es natural de Prizzi, en la provincia de Palermo.

—¿Y se quedó en Prizzi durante toda su estancia en la isla?

—No. No había estado nunca en Sicilia. La recorrí.

—¿Y no vio a otras personas, fuera de los parientes de su madre?

—No.

—¿Dejó otras veces el continente después de haber vuelto de Sicilia?

—No.

—Señor Zollo, ¿ha visitado usted la costa dálmata?

—¿Perdón?

—Dálmata, Dalmacia, señor Zollo, la costa yugoslava.

—No he estado nunca en Yugoslavia.

—¿Y en Marsella? ¿Ha estado usted alguna vez en Marsella?

—Tampoco.

—Señor Zollo, ¿lee usted la prensa? ¿Sabe quién es Charles Siragusa?

—Un policía italoamericano que quiere hacerse publicidad. Dice que Luciano es un traficante de droga.

—Y dice también que alguien se ensucia las manos por cuenta de Luciano. Y que si se diera con él, se podría llegar hasta la misma cúpula de la organización. O sea, al mismísimo Luciano.

—Hay quien cree también en los platillos volantes.

—¿Sabía usted que alguien sostiene que en mil novecientos cuarenta y tres Luciano se puso en contacto con la mafia para facilitar el desembarco de los Aliados en Sicilia?

—Todos nosotros sabemos que esa historia se la inventó un fiscal de Nueva York por razones políticas.

—¿Podría ser más preciso?

—Lo siento, no conozco bien la historia.

—Pero parece muy seguro de excluir que Luciano esté implicado en cualquier tipo de negocio ilegal.

—Luciano bueno, Luciano malo. Luciano servidor de América, Luciano gángster. Todo cosas de los políticos. La gente cree lo que quiere creer. ¿Que la Interpol habla de droga? La gente se lo cree. No tengo nada más que decir.

—Una observación interesante. Se la referiré a Siragusa cuando le envíe una copia de la declaración de este interrogatorio.

—Si ha terminado usted con las preguntas, me gustaría irme.

—Lo siento, señor Zollo, pero mucho me temo que tendré que retenerle con nosotros algún tiempo.

—No me venga con bromas, comisario. Tengo mucha prisa.

—De bromas nada: tengo aquí un par de testimonios de personas que oyeron al tal Victor Trimane afirmar que «después del trabajito que haré con mi compadre Steve Cemento a nadie le van a quedar ganas de abofetear a don Luciano». Comprenderá usted que antes de dejarle en libertad, necesitamos comprobar la exactitud de tales acusaciones.

—No pueden hacerlo, soy ciudadano americano, no pueden retenerme sin una acusación concreta.

—Es usted sospechoso de homicidio, señor Zollo. Y trabaja para una persona sobre la que pesan graves sospechas. Imagino que el consulado americano no tendrá inconveniente en hacer una excepción en un caso como el suyo.

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