54

54


SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 28 Bolonia, 7 de junio

Página 96 de 136

C

A

P

Í

T

U

L

O

2

8

Bolonia, 7 de junio

En los momentos de vacío, Angela no pensaba en otra cosa.

Desde que Fefe ya no estaba, los momentos de vacío parecían haberse multiplicado. Angela no comprendía si la carcoma había hecho el agujero y devorado la madera tierna de sus días o si estos eran ya un tronco hueco que se desmoronaba bajo un peso demasiado grande.

Esperaba que Odoacre aludiese al encuentro con Dall’Oglio. Seguro que había sido informado de él. Esperaba el sermón sobre la confianza. En cambio nada. Esperaba frases sobre la relación médicopaciente. Ni una palabra.

No esperaba sacar ella misma el tema.

Vi a Dall’Oglio el otro día. Tienes razón en confiar en él, tú le conoces, pero yo quería verle cara a cara, quería oírle decir: No suspendí la cura a Ferruccio. No te dije nada porque sabía que no estarías de acuerdo, pero yo lo necesitaba, Odoacre, tenía que hablar con él o si no hubiera enloquecido. Me dijo que solo se redujo la dosis debido a la dependencia, a la laberintitis, no sé, me dijo que tú estabas al corriente. ¿Y yo? ¿Por qué yo no sabía nada? Siempre me lo has contado todo de Fefe, en ocasiones incluso las veces que iba al cuarto de baño. ¿Esto por qué? ¿Es cierto que lo sabías?

Él había terminado de aliñar la ensalada. Tranquilo. Un hilo de aceite, un pellizco de sal, una punta de mostaza. Has hecho bien en hablar con él. Cierto que no te lo hubiera impedido, si esto podía hacerte sentir mejor. ¿Te ha hecho sentir mejor? En cualquier caso, lo que ha dicho Dall’Oglio es la pura verdad. Acordamos juntos disminuir las dosis de forma gradual. Es la práctica, con este medicamento. Se empieza con una dosificación un poco alta, luego se disminuye, hasta lograr la cantidad adecuada, que haga efecto sin causar daños al organismo. Me parecía que te lo había explicado cuando empezamos la terapia. Por eso luego no te he vuelto a comentar nada. No era una noticia, no era una novedad y tampoco algo extraño. Se hace así y punto. Es la práctica habitual.

La práctica habitual. ¿Y Sante, entonces? Sante estaba detrás de la puerta y había oído. ¿Podía haberse equivocado? ¿Podía haber un equívoco? Fefe había dicho Nada de Medicinas. ¿También esto era un error? ¿El delirio de un pobre loco?

Angela apiló la vajilla en el fregadero. El agua estaba caliente y llena de espuma.

¿Por qué estaba tan tranquilo Odoacre? ¿Por qué excluía el error de Dall’Oglio o de un enfermero? ¿Para no ponerla nerviosa? ¿La práctica habitual del médico con los parientes de un paciente muerto?

Los dedos apretaron el borde del plato. El jabón impidió sujetarlo. El agua atenuó la caída. Intacto. No pasaba día sin que Angela rompiera algo. Se le caía un adorno, se pinchaba con la aguja, las coladas le quedaban azules o rosa, se cortaba en las manos, quemaba pañuelos. Recogió una taza y siguió enjuagando.

El doctor Montroni siempre se imponía a Odoacre.

Su marido salió del cuarto de baño y entró en el despacho. Angela sintió un pequeño estremecimiento recorrerle por debajo de los omoplatos. Desde hacía algunos días hurgaba entre sus papeles y abría cajones, también el cerrado con llave con la ayuda de una horquilla. Miraba detrás de los cuadros, en los ficheros, hojeaba los libros, los movía. Cerró el grifo y con la sartén en la mano se quedó escuchando.

Ring. Un leve timbrazo. Odoacre al teléfono, el aparato del despacho.

Había aprendido a reconocer aquel sonido. A recorrer el pasillo en silencio, descalza. A escuchar la puerta de madera oscura. A contener el aliento y respirar sin hacer ruido. A quedarse inmóvil.

—¿Cuántas cajas has dicho? No, mira, no esperemos más, avisa a la policía. ¿Cómo? Sí, ya sé que cuanto más esperemos… más se agrava la acusasión, claro, pero no pudimos seguir esperando. Escucha, más bien: ¿has pensado en el hermano? Sí, de ningún modo, él no debe verse implicado, es un buen camarada, es preciso que todo recaiga sobre ese delincuente. Sí, lo sé, todas las culpas recaerán sobre él, pero la policía puede no creerle, en el fondo el responsable del negocio es el hermano mayor. Y también el propietario debe quedar al margen, te lo ruego, sí, también él es un camarada. ¿Hacer fotos? ¿Cuánto tiempo necesitas para…? No. No. Demasiado. Hagamos lo que digo. Mañana por la mañana ve a la policía… Ya encontraremos a alguien que lo haya visto, alguien que viva cerca del bar, o sacamos a relucir lo de Yugoslavia, ya veremos… De acuerdo, está bien. Hasta mañana.

Agachada, alcanzó el cuarto de baño de puntillas. Abrió el grifo y se sentó en el borde de la bañera. Tenía que repetirse lo que había oído. Tenía que entenderlo, desentrañar cada palabra. Tenía que recordarlo todo.

La policía.

El hermano y el propietario deben quedar al margen. Toda la culpa debe recaer sobre ese delincuente.

El responsable del negocio es el hermano mayor.

Y eso, las cajas. ¿Cajas de qué?

Y Yugoslavia. Sacamos a relucir lo de Yugoslavia.

O a alguien que viva cerca del bar.

Una luz se le encendió en el cerebro. Pierre estaba en peligro.

Su llamada, el rosario de los últimos días: «Creo que tu marido sabe lo nuestro. Lo ha comprendido todo, lo llevaba escrito en la frente…».

Ir a la siguiente página

Report Page