54

54


PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 14 Palm Springs, California, 30 de enero, por la tarde

Página 21 de 136

C

A

P

Í

T

U

L

O

1

4

Palm Springs, California, 30 de enero, por la tarde

Bill Brown se aclaró la voz. Solo en aquel momento Cary observó los mocasines baratos marrones que desentonaban con todo lo que llevaba. A decir verdad, era una total y absoluta incongruencia: los pantalones y los calcetines negros eran demasiado cortos, y se le veían los pelos de las piernas. Dios santo, ¿era posible que el tío Sam mandara por ahí a sus hombres arreglados de aquel modo? ¿No llevaban todos los agentes del FBI camisa blanca y corbata negra? Tal vez aquel sábado era el día libre de Brown y lo habían llamado al servicio en el último momento. Pero ni siquiera en las horas de relax debía abandonarse uno a semejante falta de gusto.

El americano se quitó las gafas oscuras, trató de adoptar una expresión solemne y dijo:

—Mister Grant, antes de que mis colegas… —Cary notó horror y sentimiento de superioridad en los ojos de los dos ingleses—, antes de que mis colegas prosigan, es mi deber hacerle algunas preguntas en nombre del gobierno de Estados Unidos. Ante todo, ¿qué piensa del país que le ha concedido la ciudadanía? ¿Se considera un buen norteamericano?

—¿Y usted? —replicó Cary sin dudarlo.

—Le ruego que me responda, mister Grant —dijo de nuevo Brown.

Sir Lewis y Raymond miraron fijamente a Cary. Sus semblantes reflejaban fastidio por la presencia del americano y urgencia por explicar el motivo de la visita. Con gestos vagos, dieron a entender que habían hecho todo lo posible para ahorrarle aquel mal trago, pero eran huéspedes del gobierno local y tenían que dejar hacer a Brown.

Cary se esforzó por evitar expresiones vulgares:

—¿Qué, otra de esas investigaciones que tanto les gustan? ¿Esperan que me acoja a la Quinta Enmienda,

en mi propia casa, para que ustedes piensen que tengo algo que ocultar, que no soy «anticomunista»? —Los dos ingleses podían casi ver salir el humo por las orejas del actor—. Brown, igual que le he dejado entrar, puedo ponerle de patitas en la puerta. Está ya de pie, así que solo tendría que poner uno delante del otro hasta llegar a la condenada puerta.

—Mister Grant, le hago esta pregunta porque es archisabido que entre sus amigos figura Clifford Odets, un escritor de simpatías socialistas, que financió a los comunistas españoles durante la guerra civil.

—Financió a los

republicanos, agente Brown. No todos eran comunistas. Por otra parte, estaban los fascistas, ¿no está usted al corriente?

—Mister Grant —prosiguió este último—, en un informe del FBI del cuarenta y cuatro figura usted en una lista de personas de algún modo relacionadas con los comunistas.

—Mister Brown —intervino Raymond—, a nosotros nos parece indudable que, tal como se ha dicho poco antes en términos más coloristas, mister Hoover no veía con buenos ojos las actividades de mister Grant como representante de la Corona Británica.

Es firme convicción del MI6 que el Federal Bureau of Investigation exageró deliberadamente…

—Raymond —explotó Brown—, no me gusta que me interrumpan, ¿okey? Yo no he interrumpido sus ceremoniosos parlamentos, ¡así que cierre el pico y déjeme terminar! Su mister Grant ha estado directamente implicado en la realización de películas de izquierdas, y el año pasado defendió a Charlie Chaplin.

Cary se alzó del sillón y dio algunos pasos en dirección al agente federal.

—Mister Brown, está decidido: le echo de mi casa. Si quiere que a ello añada una patada en el culo me sentiré sumamente dichoso de complacerle, y de paso dígale a…

—¡Señores, por favor! —cortó sir Lewis mientras los dos ingleses se levantaban para colocarse entre los dos.

—¿Así que quiere usted darme una patada en el culo? ¡No tiene más que intentarlo! —masculló Brown.

—Gracias por el permiso, pero creo que optaré por hacer que se trague unos dientes —respondió Cary.

—¡Señores, un poco de educación, por Júpiter! Estamos aquí para hablar de una misión…

Al final, los dos ingleses consiguieron restablecer una apariencia de calma.

Sir Lewis se arregló la chaqueta, y a continuación anunció con tono solemne:

—Mister Brown, el gobierno británico solicita formalmente la ayuda de mister Grant. El MI6 tiene pruebas irrefutables de la lealtad democrática de mister Grant, y está dispuesto a transmitir la documentación correspondiente a su agencia, a fin de que mister Grant no tenga que sufrir inoportunas investigaciones, que en esta fase chocarían con los intereses del Reino Unido y también de

su gobierno, al que informaré yo mismo del episodio. Asumo personalmente la responsabilidad de la decisión de alejarle de esta casa, y quiero que lo especifique en su informe. Si mister Hoover no considera suficientes tales garantías, siempre puede mandar una protesta oficial a Londres.

—Pero ¿qué se cree usted? Cary Grant ya no es ciudadano británico y…

—Por Dios, ¿quiere hacer el favor de irse antes de que pierda la paciencia? ¡¡¡Fuera!!! —gritó sir Lewis, sin abrir apenas los labios, casi sin mover los músculos faciales.

Cary se quedó asombrado, pero no tanto como para perder la ocasión de despedir él a Brown de manera apropiada:

—Ya puestos, dígale a Edgardina que deje de hacer correr bulos sobre

mi presunta homosexualidad: cree el ladrón que todos son de su condición.

Sir Lewis se volvió a sentar en el sofá, mientras Raymond acompañaba al imprecante Brown a la salida.

—¿Por qué motivo el MI6 recibe el apoyo de un hombre de Hoover? —preguntó Cary.

—Como usted mismo ha recordado, mister Grant, J. Edgar Hoover le detesta a usted desde que vio su propia jurisdicción invadida por sus y nuestras actividades de

intelligence. Además, frecuenta usted a conocidos liberales y ha defendido a mister Chaplin, que es quizá la persona más odiada por el jefe del FBI. Hablando claramente, mister Grant, Hoover es un mal bicho, y su

bureau es lo más parecido a la Gestapo que me haya sido dado ver. También el presidente Eisenhower siente un profundo menosprecio por él y por sus métodos. Cosas de este tipo serían inimaginables en Inglaterra.

—En efecto, los caballeros de la vieja escuela ejercen presiones y dirimen conflictos de forma mucho más sutil y garbosa. Aunque sea utilizando a alguna «menor de edad» de costumbres ligeras… —dijo Cary haciendo un guiño.

Sir Lewis se detuvo un segundo y prosiguió con alguna dificultad:

—Es distinto, mister Grant. Errol Flynn era

efectivamente un simpatizante de los nazis, y lo descubrimos gracias a usted. La manera como lo afrontamos podrá parecerle solapada y antipática, pero Flynn era un traidor, aparte de un idiota. Por el contrario, buena parte de las personas chantajeadas o arruinadas por Hoover no han simpatizado

nunca con el bolchevismo. Durante cuatro años el FBI ha apoyado oficialmente al senador McCarthy, proporcionándole documentación sobre la vida privada de políticos e intelectuales. Solo que los excesos se pagan: McCarthy ya no es tan popular. Hoover no quiere arriesgarse a acabar en el fango con su compinche, trata de tomar distancias pero al mismo tiempo quisiera demostrar que la vida norteamericana está

verdaderamente invadida de rojos. Al enterarse de que el MI6 trataba de contactar con usted, el FBI se metió por medio, presentándose como la agencia más idónea para «sondear» su americanismo. El MI6 ha protestado, pero Hoover es muy poderoso.

—Por consiguiente, ahora tiene usted problemas.

Oyeron imprecar a Brown en el vestíbulo,

son-of-a esto y

son-of-a lo otro.

—Nada que no pueda ser digerido —respondió sir Lewis—.

Pese a todo, cualquier balanza podrá decirle que la Commonwealth tiene más peso que Hoover.

—Así se habla.

Raymond volvió a la sala de estar y se quedó de pie al lado de la chimenea, donde había estado Brown hasta pocos minutos antes.

—Vayamos a lo nuestro —dijo sir Lewis—. Mister Grant, ¿está usted informado de la situación geopolítica mundial?

—Pues… si se refiere usted al hecho de que ha terminado la guerra en Corea, sí, lo he oído decir. Y también sé que el año pasado murió Joe Stalin —respondió Cary sarcástico.

—Espero no abusar de su paciencia; pero mucho me temo que el preámbulo no será breve. Trataré de no ser en exceso verboso, y le dejaré algunos documentos en los que podrá encontrar aquello que haya descuidado. ¿Puedo empezar?

—He de admitir que por fin empieza usted a despertar mi curiosidad, sir Lewis. Al diablo el té, ¿quiere algo más fuerte? —Cary se estiró sobre el sillón y atrajo hacia sí el carrito del bar—. ¿Scotch? ¿Coñac? ¿Un Martini?

Una vez que hubo servido a los dos ingleses y a sí mismo, Cary fue todo oídos.

—Sí, la guerra de Corea ha terminado, pero la fría prosigue, y le aseguro que nunca ha sido tan intensa. Occidente corre el riesgo de perder terreno estratégico, los soviéticos son muy listos y llevan a cabo batallas de obstrucción en cualquier lugar de confrontación diplomática. Hace menos de seis meses, la inoportuna ejecución del matrimonio Rosenberg, aquí en América, recrudeció el tono y las acusaciones mutuas. Además, sabrá usted que desde hace dos años también la Unión Soviética posee la bomba H. El equilibrio que se ha instaurado a nivel mundial es un equilibrio del terror, y hay sobre el tapete por lo menos cuatro cuestiones cruciales, espinosas, de cuya solución diplomática depende la suerte de todo el planeta. ¿Le parece demasiado altisonante?

—Bueno, ¿quién no tiene miedo de las bombas atómicas? —respondió Cary.

—Dice bien. Y lamentablemente, también en el país del que usted se ha convertido en ciudadano hay gente que amenaza demasiado a la ligera con utilizarlas. Desde hace una semana se está celebrando la Conferencia de Berlín, en la que participan Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética y Francia. En el orden del día figura la guerra de Indochina, la división de Corea y el rearme de Alemania Federal. Dejemos estar a Corea, donde puede decirse que la fiebre ha ido bajando. La situación más explosiva está en Indochina, donde el ejército colonial francés tiene serias dificultades con los comunistas de Ho Chi Minh. En cuanto al problema alemán, es cierto que Alemania Federal modificará la Constitución para permitir la reorganización de un ejército nacional y adherirse a la Alianza Atlántica antes de finales de año. Puede imaginarse la repercusión en el Kremlin.

—Imagino que dirán que un nuevo ejército alemán llamaría de nuevo al servicio a varios chiflados nazis —arguyó el actor.

—Es uno de sus argumentos preferidos, en efecto. Pero Alemania no constituye ya un peligro; la administración aliada, el Plan Marshall y la división territorial han estabilizado la situación. Diré más: el anticomunismo de los cuadros militares es un recurso valioso, ya que actualmente Alemania Federal es uno de nuestros bastiones a lo largo del telón de acero.

—¿Trata usted de decir que, para hacer frente a los rusos, Europa confía en gente que ha llevado la esvástica en el brazo hasta ayer mismo? —preguntó Cary.

À la guerre comme à la guerre, mister Grant. Le repito que no existe ningún riesgo de un resurgimiento hitleriano, mientras que los rusos tienen la bomba H y están conquistando nuevos territorios.

Aceptar a la Alemania Federal en el Pacto Atlántico es un paso decisivo para la conducción de la guerra fría.

Cary lo interrumpió:

—Se ha referido a

cuatro cuestiones cruciales, pero dice que en Berlín se están discutiendo tres.

—He de reconocer que sabe usted escuchar —dijo sir Lewis con una leve sonrisa—. La cuarta es la relativa a la ciudad de Trieste.

—¿Trieste, en Italia?

—Este es precisamente el quid de la cuestión: por el momento Trieste no es territorio italiano ni ha sido anexionado por la Yugoslavia comunista. El nombre oficial es «Territorio Libre de Trieste». La administración está desde hace nueve años en manos de las policías militares británica y estadounidense, los gobiernos italiano y yugoslavo no han llegado aún a un acuerdo, y recientemente la ciudad ha sido escenario de sangrientos enfrentamientos. Es firme convicción del MI6 que, más que del rearme de Alemania Federal, es de los futuros acuerdos sobre Trieste de lo que dependerán las relaciones entre el Este y el Oeste. Como usted sabrá, el comunismo yugoslavo es un comunismo particular: no obedece a Moscú, es más, fue «excomulgado» por el Kominform en el cuarenta y ocho.

—¿El Kominform?

—Es el organismo consultivo de todos los partidos comunistas del mundo. Todos excepto los comunistas yugoslavos, precisamente.

—¿Y por qué razón los rusos se han deshecho de los yugoslavos?

—Por su negativa a someterse a la autoridad de Stalin, y por opciones de política exterior consideradas poco ortodoxas. En otras palabras, Yugoslavia se sustrae a la lógica de los bloques y rehúye la guerra fría. Por ejemplo, ha permanecido totalmente indiferente al conflicto en Corea. Mire usted, entre el cuarenta y uno y el cuarenta y cinco, los yugoslavos se liberaron de la ocupación italoalemana sin la ayuda de nadie. Fue el Partido Comunista yugoslavo el que llevó la lucha. Es decir, que los comunistas yugoslavos hicieron la revolución socialista por su cuenta y por eso mismo pueden permitirse no rendir pleitesía a Moscú. Además, tienen ya un líder supremo, el mariscal Josip Broz, llamado Tito, héroe partisano y gran estratega militar. Una vez terminada la guerra, no podían coexistir dos cultos a la personalidad, no habría sido posible venerar a Tito

y a Stalin.

Cary cruzó elegantemente las piernas, sin descomponer la raya de los pantalones y apenas asintió:

—Mi colega Sterling Heyden me habló de ese Tito en una ocasión, creo que lo conoció en persona durante la guerra.

Sir Lewis se permitió una leve sonrisa:

—A la personalidad de Tito llegaremos dentro de poco, es algo que tiene que ver con usted más de lo que pueda imaginarse.

Cary llenó de nuevo los vasos.

Raymond se mojó los labios en el scotch y se cruzó de brazos en espera de que su superior continuase.

Sir Lewis prosiguió hablando con extrema calma:

—No quisiera aburrirle con una pormenorizada descripción técnica de las cuestiones económico-políticas, mister Grant. Le bastará con saber que cuando hablamos de la Yugoslavia de Tito no hemos de pensar en la Unión Soviética.

La cara de Cary adoptó una expresión irónica, como si se dispusiera a pronunciar la frase de un guión:

—¿Me está diciendo, sir Lewis, que existen comunistas

buenos?

Raymond enrojeció de incomodidad y miró a sir Lewis, quien no se inmutó:

—No me atrevería a decir tanto. Pero seguramente hay comunistas que pueden volverse útiles para nuestros fines. Tito es uno de ellos.

El funcionario del MI6 hizo una pausa, esperando que Grant dijera algo, pero Cary se quedó callado, mientras se tomaba a sorbos el alcohol.

—En lo relativo al mariscal, el Reino Unido se encuentra en unas condiciones de diálogo privilegiadas. Ha de saber, en efecto, que durante la guerra establecimos contacto con los partisanos yugoslavos para tantear la posibilidad de enviar ayuda a Tito. Y también Washington intentó algo por el estilo: como acaba usted mismo de recordar, mister Grant, algunos oficiales de enlace americanos, entre ellos su colega Heyden, tuvieron contactos con los yugoslavos. Pero en los últimos años el trabajo de la Comisión McCarthy ha hecho del todo impensable cualquier forma de acercamiento con los países comunistas. Mucho menos cabe pensar para dicho fin en personajes que tuvieron que ver con ellos durante la guerra. Me consta que mister Heyden ha tenido problemas con la Comisión precisamente a causa de sus veleidades militares.

Cary espetó:

—Déjese de eufemismos, sir Lewis. Heyden fue interrogado por McCarthy como simpatizante comunista, fue acusado de antiamericanismo y le resultó imposible seguir trabajando en Hollywood. Esto es mucho más que «tener problemas», ¿no le parece?

Sir Lewis asintió irritado:

—Sin duda. Pero lo que cuenta es que el Reino Unido no tiene un McCarthy. Nosotros tenemos otro margen de maniobra.

—¿Para hacer qué, sir Lewis? —preguntó Cary cansado del infinito preámbulo.

Sir Lewis intercambió una mirada con Raymond, este asintió y dijo:

—Para arrastrar a Yugoslavia a nuestro bando.

La ceja izquierda de Cary Grant alcanzó una cima nunca lograda antes, ni siquiera en la gran pantalla.

—Pero acaba de decir que mister Tito es comunista, ¿o me equivoco?

Raymond buscó de nuevo el asentimiento de su superior y prosiguió:

—Cierto. Y nadie piensa en hacerle cambiar de idea. Pero un país como Yugoslavia podría ser…

lisonjeado, lo suficiente como para hacer que nos prefiera a los rusos. No se trataría de interferir en el sistema político del país, sino de estrechar relaciones económicas y diplomáticas firmes. Es un proceso ya puesto en marcha desde hace algunos años, existe un

partnership comercial e incluso Su Majestad ha recibido a Tito en Buckingham Palace.

Raymond se interrumpió a una señal de sir Lewis y le dejó proseguir:

—Mire usted, desde que Stalin murió en Rusia están cambiando bastantes cosas. En otras palabras, hay un peligro real de acercamiento entre Moscú y Belgrado. Por lo que nos afecta, abrir el diálogo con Yugoslavia supondría establecer una cabeza de puente hacia la Europa del Este. Alentando la elección autonomista de Tito, dándole crédito internacional, se señalaría una vía de salida también para el resto de los países satélites de la Unión Soviética.

Cary soltó una tosecilla:

—Ejem, señores, todo esto es muy interesante, pero la pregunta obvia es: «¿Qué tengo yo que ver en esto?».

Sir Lewis enderezó la espalda:

—En concreto, mister Grant, le proponemos que nos ayude a cambiar la actitud de la opinión pública occidental con respecto a la Yugoslavia de Tito. No es necesario convencer a la gente de que la Unión Soviética no es el infierno, sino simplemente de que no todos los países socialistas lo son. O bien, en particular, que no lo es Yugoslavia. Para hacer esto es preciso dar al mundo una imagen nueva de ese país, de su líder y de su historia. Y tenemos que ser nosotros quienes lo hagamos, porque los americanos en este momento están pensando aún en la mejor manera de quitarse de encima a McCarthy y a sus inquisidores.

Cary sonrió con mal disimulada ironía:

—A esto se le llama hablar claro, sir Lewis. Y ahora, se lo ruego, antes de que yo vuelva a la lectura de los mitos griegos, ¿en qué debería consistir dicha ayuda?

—En la realización de una película sobre la vida del mariscal Tito y sobre la resistencia yugoslava. Una película que ponga el acento en el carácter antinazi de la lucha partisana, más que en su connotación comunista, y que exalte el orgullo nacional yugoslavo, el esfuerzo colectivo y, claro está, la relación con los Aliados.

—¿Y cree que bastará con una película?

Sir Lewis cruzó los dedos, apoyándose contra el respaldo del sillón:

—Las películas pueden servir, por supuesto, mister Grant. Yo no sé si Hollywood ha sido alguna vez un «nido de rojos», como sostiene el senador McCarthy, pero sin duda hasta la entrada en la guerra de Estados Unidos era un círculo de pronazis. Errol Flynn, Gary Cooper, Walt Disney, Howard Hughes… Desde un punto de vista bélico era gente igual de peligrosa que las tropas de Hitler que invadían Europa. Porque el cine es la fábrica de sueños del mundo libre, mister Grant, su conciencia y su imaginación. Si en aquel tiempo Hollywood hubiera decidido entusiasmar al mundo democrático con Hitler, habría podido hacerlo. Por eso fue tan útil la labor de usted. Ahora nosotros quisiéramos emplear uno de esos sueños, Cary Grant, para ganar la importante batalla en la guerra en curso: la guerra fría. En pocas palabras, mister Grant, le pedimos que sirva de nuevo a la causa del mundo libre, como hizo en el pasado.

Cary permaneció durante algunos instantes sin saber si echarse a reír, pero finalmente optó por la sonrisa más incrédula que le salía, se distendió en el sillón, sosteniéndose el codo con una mano, el mentón entre el pulgar y el índice:

—Asómbreme una vez más, sir Lewis, pues le aseguro que llegados a este punto no me perdería el resto de la historia ni muerto.

El funcionario de los servicios secretos permaneció impasible ante la ironía:

—Ahora mister Raymond le hablará del mariscal Tito.

El subordinado se aclaró la voz, se quitó unas motas invisibles de la manga de la chaqueta y empezó a decir:

—Josip Broz «Tito» es un personaje singular y sin duda interesante, mister Grant. Y aunque tal vez le cueste creerlo, fue él quien nos dio su nombre.

La sonrisita

a lo Cary Grant fue lo máximo que el actor concedió.

Raymond continuó:

—Tito le profesa una auténtica admiración, ha visto sus películas y lo aprecia. Cuando mencionamos la hipótesis de emplear a un productor anglosajón en una película sobre su vida, dijo explícitamente que se sentiría halagado con que usted participara. Y fue precisamente el mariscal quien sugirió el personaje que debería usted interpretar. En el cuarenta y tres dos oficiales ingleses fueron lanzados en paracaídas sobre las montañas yugoslavas con el objetivo de unirse a Tito. Estos se sumaron a la Resistencia y compartieron durante algunos meses la suerte de los partisanos, hasta el punto de que uno de ellos murió durante un bombardeo alemán. En caso de aceptar nuestro ofrecimiento, le propondremos interpretar el papel del oficial superviviente, que por lo demás está dispuesto a trabajar en el guión.

Cary alzó una mano:

—Un momento, mister Raymond, déjeme que entienda. ¿Quién sería el productor? ¿Quién sería el director? ¿Cuál es el presupuesto?

Raymond soltó un carraspeo:

—Eso está aún por definir.

El actor desvió la mirada un instante para acto seguido volver a mirar fijamente a Raymond:

—Dicho en otras palabras, me están proponiendo participar en una película de la que no saben ustedes ni el productor ni el director, ni cuál es el capital a disposición y de la que no existe todavía el guión. —Puso los ojos en blanco—. ¿Qué diablos ha pasado en Inglaterra mientras yo no he estado? ¿Los alcohólicos han tomado el poder?

Los dos funcionarios del MI6 bajaron los ojos incómodos. Fue sir Lewis el primero en intervenir:

—Mire, mister Grant, por el momento se trata de un proyecto hipotético.

—Bien puede decirlo.

—En efecto, no hemos venido a ofrecerle ni contratos ni anticipos. No es nuestro oficio. Pero el mariscal Tito ha pedido reunirse personalmente con usted. Digamos incluso que lo ha puesto como condición previa de toda la operación.

La frente fruncida de Cary movió a sir Lewis a insistir:

—Para eso estamos aquí. Ciertamente no será el MI6 el que le proponga un contrato, sino quizá la MGM, a su debido tiempo.

Quisiéramos que se viera con el mariscal Tito en calidad de embajador de la industria cinematográfica occidental. Es evidente que si no hubiera sido el mismo Tito quien expresó este deseo, no nos hubiéramos permitido venir a molestarle, mister Grant.

Sir Lewis dejó la palabra a Raymond. Cary se preguntó sobre qué base los dos se habían dividido los parlamentos, o si en cambio el orden era casual.

—El MI6 puede brindar apoyo logístico a su viaje a Yugoslavia.

Obviamente se trataría de un viaje de incógnito, pues de lo contrario podrían tomar desagradables contramedidas. Además, nadie quiere exponer su nombre sin tener la seguridad de que el proyecto va a llegar a buen puerto.

Cary se sorprendió fascinado por lo absurdo de la situación. Por un momento se imaginó a David Niven entrando de sopetón desde la habitación de al lado para desenmascarar la burla con una de sus ocurrencias.

—Para no despertar sospechas —prosiguió Raymond—, habíamos pensado en contratar a un doble, mister Grant, que en ausencia suya se dejara hacer alguna fotografía de lejos, en compañía de su mujer, y así dejar contentos a los reporteros de las revistas del corazón. Para ello contaríamos con la ventaja de que su retirada de la escena y de la vida mundana de Hollywood ofrece un amplio margen de maniobra.

—¿Un doble?

Raymond sacó del bolsillo interior de la chaqueta una fotografía y se la pasó a Cary, que la observó durante algunos instantes.

—Están bromeando, ¿no? ¿Que esta persona debería sustituirme? —Cary estalló en una carcajada liberadora—. ¿Que este petimetre con entradas en el pelo y mal afeitado debería parecerse a mí? ¿

Ser yo? ¡Señores, deben de haber bebido bastante!

—Sin duda, se requerirá algún retoque…

Ir a la siguiente página

Report Page