51

51


51

Página 9 de 16

    Comenzó a sentir la soledad como algo más que un estado físico. Un completo silencio se hizo a su alrededor, solamente roto por el sonido de su propia respiración, un tanto agitada, que retumbaba en el interior del casco generando una atmósfera angustiosa, casi asfixiante, que no le ayudo en absoluto a tranquilizarse. Estaba poniéndose nervioso, y pensó que debía relajarse cuanto antes, a riesgo de no estar preparado en el momento del salto. Notó como incrementaba el nivel de adrenalina en su interior hasta que llegado a un punto su cuerpo pareció acostumbrarse y entonces comenzó a relajarse. Le sorprendió el encontrar cierta similitud con las sensaciones de su primer vuelo en solitario en sus tiempos en la academia de vuelo, cuando aún no había cumplido los veintiún años.

    En el interior de la sala de control Lone volvió a fijarse en Alison, quien no dejaba de observarle.

    Si para algo servían los momentos previos a cualquier vuelo era ante todo para serenarse y, como le ocurría a la mayoría, para pensar. Lone retomó un pensamiento que había dejado involuntariamente aparcado en el vestuario. Y se alegró de recordarlo.

    Después de la conversación con el extraño hombre, Lone tuvo la certeza de que sus palabras, aunque breves, estaban cargadas de significado. De más de un significado. Como si las palabras no fuesen más que simples envoltorios del verdadero mensaje. “ A pesar de usted mismo. “, recordó. Una amenaza. Pero no. No era eso. En alguna parte de aquella reducida conversación Lone había tenido esa sensación de captar algo importante, que le había provocado una extraña impresión.

    Entonces lo recordó perfectamente:. “Pase lo que pase, encuentre lo que encuentre, el proyecto seguirá adelante. Todo está previsto. Es inevitable. “ . Y entonces tuvo la impresión de estar cerca. Su corazón empezó a acelerarse.

    Si, se dijo así mismo. Eso era.

    El secreto surgía de realizar una simple pregunta. ¿De qué dependía que el proyecto fuera un éxito?. Por que el éxito de una misión como esa debería basarse en unos parámetros, o lo que era lo mismo, en función del cumplimiento de unos objetivos ya conocidos. Y en este caso en particular, en una misión suicida como esta, se caracterizaba por la ausencia de objetivos claros que determinaran a priori que la misión fuera un éxito. Para Lone la misión sería un éxito siempre y cuando pudiera volver para explicar donde le había llevado el Esfera, que había visto, etc. . . Y por lo tanto, valorar su utilidad.

    Tampoco tenía sentido el hecho de que tantas personas se hubieran volcado en un proyecto cuyo principal objetivo fuera meter a alguien en una máquina que le hiciera desaparecer literalmente, sin que eso les aportara ningún beneficio. Esto era una incongruencia, pensó. A no ser que fuera un intento desesperado para lograr algo. Pero, ¿el qué?

   Intentó inútilmente liberarse de la pinza pero le fue imposible. Empezaba a notar el cansancio en los brazos por lo que decidió no esforzarse más y reservarse  para el salto. Así que se dio por vencido, no sin antes dirigir una mirada a la sala de control

    Una pequeña luz roja se encendió en el visor del casco, e inmediatamente pasó a oír la voz del Director.

    —  ¿Cómo se siente ? — preguntó.

    —  No tengo tiempo para tonterías. Que comience la función cuanto antes.

    La comunicación se corto súbitamente. 

    Lone luchaba por no pensar en ello, pero cada vez se sentía más un conejillo de indias, allí colgado en mitad de un inmenso laboratorio, que un piloto de pruebas. Estaba furioso con ellos y consigo mismo. Odiaba que le utilizaran, y era eso precisamente lo estaban haciendo.

2

    — ¿Cómo se siente ? — Anthony repitió palabra por palabra la misma pregunta que hacia apenas unos instantes el Director había formulado a Lone.

    Antes si quiera de dar muestras de haber escuchado la pregunta, el presidente, que apretaba las manos contra la cara, movió las piernas varias veces en un vano intento por alejar el dolor de cabeza. Después pareció relajarse y ,realizando un notorio esfuerzo, dijo a una velocidad inusualmente rápida.

    —  Mal, mal, mal, mal.

    Después de lo cual resopló.

    La expresión en el rostro de Susan reflejaba su preocupación. Buscó la mirada del doctor que acababa de introducir la aguja de una jeringuilla en el interior de un minúsculo frasco. Susan hizo el ademán de decir algo pero no lo hizo. En su lugar guardó silencio, observando como el líquido del frasco pasaba lentamente a la jeringuilla. Después del ritual médico Anthony la miró  y luego se dirigió al presidente.

    —  Le voy a administrar un fuerte calmante. Eso le aliviará el dolor y quizás consiga dormir un poco.

    —  Venga, por favor deme lo que sea, pero – y dijo de pronto incorporándose de la cama. —¡DÉMELO YA MALDITO MATASANOS ¡

    El doctor y Susan se quedaron totalmente atónitos. El desconcierto se podía leer en sus caras. Anthony se había quedado literalmente pálido.

    Susan ni siquiera tuvo que convencer al presidente para que volviera a acostarse, pues él mismo lo hizo. Momento que aprovechó el doctor para administrarle el calmante. Minutos después hizo su efecto y el presidente empezó a dormir profundamente.

    Anthony y Susan hablaban ahora en voz baja en el extremo más alejado de la cámara del presidente, ante un ventanal interior. Desde su extraña reacción ninguno de los dos se había aventurado a decir nada, pero la expresión preocupada del doctor no vaticinaba nada bueno.

    —  ¿Qué ha sido eso doctor ?— preguntó Susan alarmada.

    — ¿Qué quiere que le diga ?. Llevo muchos años aquí, y nunca había visto tal reacción en nadie.—y apuntó.— Menos aun en un presidente.

    Nada más decirlo se dio cuenta del error al decir esas palabras. Reconoció que había cometido una irresponsabilidad con ese comentario, pues no hacia más que alimentar las dudas y suspicacias que pudieran existir respecto a la seguridad del presidente. Pero la realidad era que nunca hubiera imaginado una reacción de ese tipo.

      — Pero usted también lo ha visto. – comenzó a decir Susan bastante alarmada.—Estaba desquiciado. La expresión de su cara, y las palabras que le ha dirigido. No, no tiene ningún sentido. Algo le está ocurriendo y no es normal. Quiero que llame al doctor Robert y a Ben cuanto antes.

     — Eso es imposible hasta que no finalice el experimento. Recuerde que ante todo esta es una base de experimentación. Además, — siguió diciendo Anthony intentando calmar a Susan. – Es muy posible que cuando despierte los efectos de este “desajuste emocional “ hayan desaparecido.

    —  ¿ Y si no es así ?

    —  Si no es así . . . — Anthony esta vez se quedó pensativo. Si no fuera así pensó, su consejo sería que le evacuaran inmediatamente. Pero obviamente no iba a decirle eso. No cometería dos veces el mismo error. Tampoco era de su agrado esconder sus verdaderos pensamientos ante personas como Susan, pero era algo que se aprendía casi sin querer con el paso del tiempo. A Anthony se le ocurrió pensar que quizás ese tipo de vida en el interior de la base aún no le había pasado factura. Y estaba convencido también que sólo era cuestión de tiempo que eso ocurriera.

    —  ¿ Doctor ? — preguntó de nuevo Susan.

    —   Si, si. – respondió Anthony torpemente, un poco sorprendido de aquel lapsus. – Procure no pensar de esa manera.

    —  ¿Eso es todo.?

    —  Por ahora, si.

    Oyeron como el presidente hablaba en sueños, y ninguno de los dos se atrevió a añadir nada más. Fueron hasta donde se encontraba, y se quedaron allí, junto a su cama. Mirándole, en un silencio auto impuesto en el que ambos esperaban atentos a lo que pudiera decir.

3

    Se encontraba en mitad del pasadizo principal, cansado y con un fuerte dolor de cabeza. No sabría decir con exactitud como había llegado hasta aquel lugar. Pero la cuestión era que allí estaba, y por lo tanto debía existir una poderosa razón que lo explicara todo, pensó Mike.

    Todo era muy confuso.

    El olor a alcohol era muy fuerte por lo que dedujo que muy probablemente había acabado con otra botella de whisky. Comenzó a caminar. Mientras lo hacía Mike creyó percibir un extraño sonido cambiante que no llegó a concretarse en nada, así que no le  prestó atención.

    Casi arrastraba los pies cuando caminaba por lo que  se le ocurrió pensar que debía parecer un zombi, y sonrió. Pero fue una sonrisa efímera. Continuó caminando con la cabeza inclinada. Miraba al suelo como si siguiera una línea invisible o el rastro de unas huellas, hasta que se encontró con algo inesperado. Frente a él, una escalerilla ascendía directamente a la cubierta de la planta. La miró extrañado .Aunque no llegó a verlo percibió un movimiento.

    —  ¿ HAY ALGUIEN ? — gritó.

    Esperó unos segundos la respuesta, pero esta no llegó. Mike decidió subir.

    Subió las escaleras lentamente mientras una corriente de aire fresco le golpeó suavemente el rostro, cosa que agradeció. Al llegar arriba Mike tuvo la sensación de reconocer el lugar en el que se encontraba. Obviamente no era la primera vez que accedía al exterior de una planta para realizar las tareas de mantenimiento. Era una sensación distinta que le llevaba a recordar tiempos pasados.

    Un poco más lejos de la escotilla por la que había accedido, cerca de uno de los amarres de esa planta, Mike vio a un operario de mantenimiento. Parecía estar ocupado ajustando el cable de seguridad a su traje. El operario giró la cabeza en su dirección de tal manera que la mayor parte de su rostro quedó oculto por el casco. Mike se lo quedó mirando hasta que el hombre siguió con lo que estaba haciendo. Entonces creyó  recordar la escena.

    Cuando aún era un novato había subido por primera vez a la cubierta de la planta acompañado por un superior. En un momento determinado, Mike se había dejado llevar por la majestuosidad de la base. Se había arrimado tanto al borde de la cubierta que a punto estuvo de caer, sino llega a ser por la rapidez de su compañero.

    Pero ahora era diferente. 

    Tuvo la poderosa sensación de que estaba reviviendo esos mismos momentos, aunque su mente se resistía a aceptarlo. En todo aquello había algo que no le gustaba. Su instinto le decía que se fuera de allí cuanto antes, pero en seguida descubrió que ya no era dueño de sus actos.

    Miró de nuevo al operario y después en dirección al eje central. De nuevo se sintió deslumbrado, y supo inmediatamente lo que iba a suceder. Sin darse cuenta se fue acercando hasta el límite de la cubierta, y contempló la base desde sus mismas entrañas. Y todo comenzó a ocurrir de igual manera que había ocurrido años antes. Estuvo tentado a creer que se trataba de un sueño, o quizás de una pesadilla, pero en su interior Mike sabía que no era posible tal cosa.

    Volvió a contemplar el eje. Estaba fascinado. Se acercó hasta el mismo borde de la cubierta. Era increíble ver como se adentraba en las mismas entrañas de la tierra. Miró directamente al interior del abismo y sintió como el vértigo se apoderaba de él. Y sencillamente se dejó ir. Su cuerpo se fue inclinando hacia delante y justo antes de que comenzara a caer unas manos le agarraron de los hombros.

    Igual que había ocurrido entonces.

    Notaba el contacto de aquellas manos. Eran fuertes, estaba claro, pero todo hubiera sido como en ese día, hacia ya un tiempo,  si no fuera porque las manos se habían clavado como cuchillos bajo su piel. Un fuerte escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando la sangre empezó a caer por su espalda

    Durante escasos instantes Mike creyó que iba a perder el conocimiento, y en mitad de ese estado, en el que realidad y sueños eran una misma cosa, volvió a creer en la posibilidad de que todo formara parte de otra pesadilla. Pero esta idea se fue desvaneciendo poco a poco cuando oyó el sonido de unas voces discordantes que parecían pelear entre si tratando de modularse, hasta que por fin parecieron concretarse en una sola, que reconoció de nuevo al instante.

    —  ¡ Mike ! — dijo la voz de Norman. – Por fin has venido.  

    Norman entrando en el ascensor. La puerta cerrándose tras él. La botella cayendo al suelo. El casco en mitad del pasillo. Los gritos de Norman. Todas esa imágenes se fueron agolpando en su cabeza configurando poco a poco un único pensamiento, de tal manera que en ese instante fue plenamente consciente de donde se encontraba.

    Aquellas manos le hicieron girar lentamente, mientras su respiración se agitaba compulsivamente, hasta que quedó frente a aquello que le sujetaba. Mike aún seguía vivo cuando contempló el rostro del mal.

3

    Al principio fue como un leve murmullo lejano que se iba filtrando a través de las paredes y el suelo. Después se transformó en un sonido más persistente hasta que se acentuó de tal manera que ya resultaba evidente que bajo sus pies el Esfera se había puesto en marcha.

    Lone podía percibir no sólo el zumbido sino que llegó a sentir como las vibraciones producidas por los generadores retumbaban en su propio cuerpo. Su corazón comenzó a acelerarse y su respiración se hizo más trabajosa. Lone no había contado con ese efecto así que intentó relajarse, pero le fue completamente imposible.

    Un chasquido sordo en el interior de su casco dio paso a la voz del doctor Robert.

    — A partir de ahora su canal permanecerá abierto. Recuerde que la pinza le soltará en el momento adecuado. Disponemos de un margen de unos quince segundos desde la apertura del Esfera. Y recuerde que el objetivo primordial de esta misión es informar de todo cuanto vea. Para ello obviamente es necesario que vuelva. ¡Suerte!

    La comunicación se cortó.   

    En la sala de control reinaba un silencio absoluto, exceptuando el sonido de la respiración de Lone que les llegaba a través de una línea abierta a tal propósito. Las miradas de los presentes se dirigían indistintamente del monitor que enfocaba el Esfera al que mostraba a Lone sujeto a la pinza. 

    —  ¿ Doctor ? — preguntó un técnico.

    —  ¿ Si ?

    —  Alcanzaremos la velocidad luz en treinta segundos.

    El Esfera no mostraba ningún rasgo especial que revelara que, en esos instantes, su velocidad de rotación era cercana  a trescientos mil kilómetros por segundo.

    En la pantalla del ordenador central apareció un pequeño marcador que ya había iniciado la cuenta atrás. Junto a él, otro de igual tamaño informaba sobre la oscilación de la velocidad del vehículo.

    Alison, que no apartaba la mirada de Lone, inconscientemente comenzó a rezar. 

    Las vibraciones cada vez eran más intensas. Lone observaba la superficie que quedaba bajo sus pies a la espera de que produjera la apertura.  La poca iluminación le dificultó la tarea. Justo unos segundos más tarde se abrió una compuerta hacia dentro mostrando el Esfera, al que ahora observaba con verdadero respeto.

    La imagen era realmente bella. En la oscuridad de la sala el Esfera aparecía como una enorme y perfecta perla plateada acunada en el fondo de su concha.

    Lone notó de inmediato la fuerte perturbación que generaba el vehículo de tal forma que le costaba mantener la mirada fija en el Esfera, aunque logró acostumbrarse y pudo contemplarlo con cierto detenimiento desde su privilegiada posición. Lo que más le sorprendió fue la creciente brillantez que iba adquiriendo el vehículo.

    En el mismo instante en que el marcador del ordenador central llegaba a cero, en perfecta sincronización, las ocho compuertas del Esfera se abrieron violentamente hacia fuera en un movimiento brusco y frenético. La perla metálica se había desgajado en ocho partes iguales que ascendieron hacia arriba. Casi en mismo instante un poderoso haz de luz azulada surgió del interior del vehículo proyectándose hasta la cúpula, al tiempo que las compuertas que se movían a una velocidad vertiginosa, producían un sonido ensordecedor en su roce con el aire.

   Todos en la sala de control se llevaron las manos a los oídos, a la vez que contemplaban fascinados el prisma de luz en el que se encontraba Lone.

    A Alison, en cambio, la apertura del Esfera le había hecho recordar a uno de esos documentales donde las flores abrían y cerraban su pétalos en escasos segundos. Por lo demás seguía atenta a Vince.

    El rugido ensordecedor del Esfera llegaba hasta Lone con toda su fuerza. Entonces tuvo de nuevo esa extraña sensación en la que todo lo que le rodeaba parecía quedar en un tranquilo silencio donde  únicamente era capaz de percibir los gritos de dolor que profería la naturaleza. Y Lone fue consciente de que sólo él era testigo de aquel ultraje.

    El ordenador emitió un zumbido y automáticamente envió una orden a la pinza.

    Lone se precipito al vacío mientras su mente experimentaba lo que quizás ningún otro ser humano había llegado a sentir. La naturaleza le estaba hablando con gritos de desesperación.

4

     En el mismo instante en que Lone caía hacia el Esfera, ante el asombro de Susan el presidente comenzó a hablar, pero de una forma poco habitual.

    —. . .Está bien. Pero no me hagas daño.– dijo haciendo un esfuerzo que pareció sobrehumano.—El sistema está diseñado para que únicamente yo sea capaz de ponerlo en marcha. Eso es todo.

    — ¿ Qué demonios está ocurriendo ? — se oyó decir así misma Susan.

    —  Es prácticamente imposible. – volvió a decir el presidente.—No. No. Eso tampoco.

    Ahora la voz se había vuelto más tranquila. Casi normal.

    —  ¿Con quien está hablando ? — preguntó Susan, mirando a su alrededor como si esperara encontrar a alguien.

    El doctor Anthony la miró sin saber que decir.

    —  ¿Qué le ha dado doctor ?

    —  No se alarme.—respondió el doctor, ciertamente a la defensiva ante tono adoptado por Susan.— Está soñando en voz alta. Eso es todo.

    —  ¿ Qué quiere decir con eso es todo ?. Cuando hablamos en sueños lo hacemos de forma incoherente, con palabras inconexas que poco tienen que ver con una conversación normal y corriente. Pero él está . .

    —  . . . vectoriales.— de nuevo volvió a decir el presidente con gran esfuerzo, interrumpiéndola. – Son cinco. Cada uno en función de su latitud y altitud.

    —  Está literalmente hablando con alguien. – sentenció algo asustada..

    —  ¡Está bien!, ¡Está bien!.—gritó moviéndose en su cama.

    Ambos observaban al presidente. El doctor le puso la mano sobre la frente.

    —  Está excesivamente frío. Algo no va bien.

    —  El primer vector es AS.667BB17CHCC2. – dijo con rapidez el presidente.— También necesita mi validación personal. El segundo vector . . .

    —  ¡DIOS MIO!   — exclamó Susan alarmada.

    —  ¿Qué ocurre ? — preguntó Anthony.

    —  Está dando códigos alfanuméricos.

    — ¿Un código alfanumérico ? . Pero. . . — y añadió Anthony.— un código alfanumérico. ¿de qué ?

    El presidente acabó de decir el quinto vector.

    — No se lo que está pasando doctor, pero quiero que despierte al presidente ahora mismo.

    —  ¿ QUÉ ?

    —  ¿ Doctor ? Despiértelo . . .¡AHORA! – dijo Susan gritando,  a la vez que realizaba un movimiento que no intentó disimular.

    El doctor actuó con rapidez, por lo que Susan volvió a guardar el arma sin que Anthony en ningún momento hubiera reparado en ella.

Lo cierto, es que no hubiera dudado en utilizarla.

    Susan seguía algo asustada, no sólo por el estado del presidente sino porque acaba de escuchar como éste, seguramente, había revelado los códigos de lanzamientos de misiles con la facilidad con la que un niño recitaría una lección recién aprendida.

    Nunca había estado de acuerdo con este viaje, pero el presidente era quien mandaba y los demás obedecían. Pero ahora, ella y Ben, debían actuar con celeridad. Debían salir de la base cuanto antes.

5

    Alice salió de la enfermería junto a Alan que seguía con ella después de que ambos comprobaran que el doctor Anthony no se encontraba en las dependencias.

    Enfilaron el pasillo central pasando junto a la sala de observación. Siguieron andando unos pasos cuando Alice paró en seco.

    —  ¡ Qué extraño ! — exclamó.

    —  ¿ El qué ?  — pregunto Alan.

    —  Siempre hay una luz encendida en la sala de observación. – dijo girándose y dirigiéndose a la sala.

    Alan la siguió.

   Entró en la sala y encendió la lamparilla. Entonces lo vio y no pudo evitar el gritar.

    Miles se había ahorcado con sus propias sábanas. Su cuerpo se balanceaba levemente de un lado a otro. Tenía la cara amoratada y de su boca surgía la lengua que estaba totalmente negra. Sobre su cama Alan encontró una escueta nota, seguramente escrita momentos antes del suicidio. La nota decía: 2Se acerca el fin de  los tiempos.”

 

6

    Mike sintió que le desgarraban el brazo. Vio como parte del  mismo salió disparada hacia algún lugar. Ni si quiera gritó. No tuvo tiempo. Pero si tuvo la extraña suerte de resbalar y caer hacia atrás mareado.

    En los primeros momentos tuvo la angustia de verse de nuevo rescatado por aquel ser, pero conforme caía al vacío descubrió que no iba a ser así. 

    Mientras Lone se precipitaba en el interior del Esfera, Mike, que lo hacía a través del eje central de la base, tuvo tiempo de esbozar una sonrisa.

    Después de todo le había ganado la partida. Aunque hubiera sido de esa manera.

7

    En el puesto de control todos se pusieron en pie cuando la pinza soltó a Lone. Alison siguió el recorrido de Lone hasta el interior del vehículo. Apenas duró unos segundos, durante los cuales Lone agitaba los brazos en un peculiar gesto donde quizás buscaba estabilizar la caída. Cuando el cuerpo entró en le Esfera las ocho compuertas se cerraron violentamente con un movimiento excesivamente orgánico, como si el vehículo estuviese dotado de vida.

    Inmediatamente desapareció el sonido que producían las compuertas, aunque todavía permanecía el rumor que provocaba el vehículo. La compuerta de la planta superior se cerró aislándolo.

    Todos estaban atentos ahora a la evolución del vehículo.

     — Estaremos en punto crítico en diez segundos. – avisó un técnico.

    Mientras el marcador iniciaba su cuenta atrás del eje del vehículo surgieron inesperadamente multitud de haces de luz que se propagaron en todas direcciones. A pesar de verlo a través del monitor todos apartaron la vista intuitivamente. Cuando el marcador marcó el cero los haces de luz se acentuaron hasta tal punto que todo el Esfera se vio ocultado por una enorme luz de energía. Justo en ese instante el monitor quedo a oscuras.

    —  ¿ Qué ha ocurrido ? — gritó el doctor Robert.

    —  Señor, no tenemos lectura del vehículo.

    —  Lo que significa . . . – comenzó a decir el doctor.

    —  Sólo puede significar una cosa.—agregó el Director.

    —  Señor, el vehículo ha desaparecido.

    Robert miró al Director.

    —  El salto se ha realizado.

    Todos en la sala quedaron en silencio, quizás porque todos intuían los riesgos que entrañaba el adentrarse en territorio desconocido. 

8

    Lone era ajeno a la extraña sinfonía de acontecimientos que se habían desencadenado, con insólita precisión, en los momentos previos al salto. Pero en cambio había sido, al menos por unos segundos, plenamente consciente del verdadero objetivo del proyecto.

    Nada más penetrar en el interior del Esfera, Lone perdió por completó el sentido de la orientación. Había sido muy parecido a la sensación de caer al agua desde una gran altura. Los movimientos se ralentizaban y los sentidos perdían eficacia al mudarse de medio. Pero en este caso, Lone quedó inmóvil, como si flotara en el interior del claustro materno, mientras sus sentidos iban aletargándose en un proceso excesivamente rápido.

    Antes de perder el conocimiento creyó distinguir una pequeña luz en mita de la oscuridad

    Y Lone pensó que había muerto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SEGUNDA

PARTE

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 13 .-

¿Un asesino?

1

    Los dos hombres se movían con bastante agilidad sobre la cubierta a pesar de llevar puestos los trajes de seguridad. Las dos figuras blancas recorrieron la distancia que les quedaba hasta llegar a una de las enormes fijaciones que aseguraban la planta, aunque  gran parte de ella descansaba sobre la roca misma, en pequeñas plataformas que garantizaban su estabilidad.

    Uno de ellos llevaba un maletín metálico que depositó suavemente en el suelo junto a la fijación que se asemejaba a un enorme amarre metálico. Lo abrió y extrajo un aparato rectangular que ensambló sobre un pequeño pivote situado en la misma fijación. Seguidamente accionó un pequeño interruptor y un finísimo rayo láser surgió del aparato hasta impactar en la pared del acantilado, que en ese lugar se hallaba a escasos metros de la planta. Una pequeña pantalla de plasma mostró la distancia exacta en micras.

    —  0.00001864µm. — dijo al tiempo que anotaba los datos en un pequeño ordenador portátil.

    —  ¿ Y la comparativa ? — pregunto Scott con un tono de voz que evidenciaba que era una persona acostumbrada a dar órdenes.—   ¿qué indica ? — continuó diciendo.

    —  Un segundo.

    Una vez que sus dedos hubieron recorrido el teclado, el ordenador ofreció su respuesta con insultante rapidez después de un pequeño pitido.

    —  ¡ JODER ! — exclamó.

    —  ¿Qué ocurre ? — preguntó Scott con algo de desinterés.

    La verdad era que Scott estaba un poco harto de que la mayor parte de las nuevas incorporaciones que se producían en el equipo de mantenimiento fuera de jóvenes novatos. Inexpertos e impresionables.

    En la mente de todos estaba el caso de Norman. Nadie se explicaba como había ocurrido aquello. Un jefe de equipo salía con un novato para solucionar un problema en el suministro de agua, y el resultado de todo ello era un hombre desaparecido, y otro sospechoso de asesinato. Scott no recordaba nada igual desde su llegada a la base, pero era algo que había conseguido poner nerviosa a la gente. Así que decidió controlar al novato de cerca.

    —  ¡ Se ha producido una variación ! — espetó el novato.

    Scott resopló en el interior de su traje, y tuvo un pensamiento para él.

    —  ¡ Tranquilo Andrew ! — dijo en tono condescendiente, intentando calmarle. — ¿De cuanto ?

    —  El programa muestra una variación de 0,00011µm. – dijo Andrew mirándole fijamente. – Eso son seis centímetros.

    —   Eso no es posible. Compruébalo de nuevo.

    Andrew desconectó el láser para volver a encenderlo  a los pocos segundos y repitió la misma operación de medición. Scott tuvo que reconocer que a pesar de ser un novato realizaba el trabajo con bastante precisión, lo cual le condujo a pensar que quizás el chico pudiera tener razón, y se hubiera producido una pequeña variación. Pero en una base como aquella cualquier variación que se produjera en las fijaciones, por pequeña que fuera, afectaba a la totalidad del complejo. Su rostro, en el interior del traje, reflejó por primera vez un atisbo de preocupación. ¿Y si el chico tenía razón ?. Entonces tuvo un mal presentimiento.

    —  No hay lugar a dudas, — anunció Andrew. – se ha producido una variación de once centímetros.

    —  Está bien. – convino Scott. – Hay cuatro fijaciones por planta, por lo que tardaremos varias horas en revisarlo todo. Necesitaríamos otro equipo que supervise los niveles inferiores.

    Cogió el intercomunicador y se puso en contacto con el  departamento.

    —  Si Scott, — respondió una voz.

    —  Necesito que un equipo se encargue de las mediciones en los niveles inferiores. – dijo Scott. – Seguramente necesitaran pases. Ponte en contacto con seguridad y diles que es algo urgente.

    —  De acuerdo. Por cierto, — añadió. – supongo que te has enterado de lo de Mike.

    —  No, — respondió.— ¿ Qué ha ocurrido ?

    —  Han encontrado su cuerpo totalmente desecho en el fondo del foso. Parece ser que se ha suicidado saltando desde el nivel once. ¡Joder!, si eso es cierto significaría que Mike era un jodido asesino. Porqué sino iba a saltar.

    Scott estaba desconcertado. Ni siquiera había tenido tiempo de asimilar lo sucedido y ya se daba por sentado que Mike era el responsable de la desaparición de Norman. No era capaz de pensar en esa posibilidad, aunque tampoco en ninguna otra. Si bien era cierto que Mike solía propasarse con la bebida, nunca hasta el punto de perder del todo la cordura y asesinar a alguien

    —  ¡Scott ! — rugió de nuevo el intercomunicador. —  ¿Estás ahí ?

    —  Si, si. – contestó distraídamente. – Haz lo que te he dicho, ¿quieres ?

    —  Dicho y hecho. ¿Necesitas algo más ?

    —  Por ahora no, gracias.

    Y se cortó la comunicación, al tiempo que Scott aceleraba el paso para alcanzar a Andrew que le había sacado una considerable ventaja, en su camino hacia la siguiente fijación.

2

    No era la primera vez que el viejo indio tenía visiones. Comenzaron cuando era sólo un niño, justo el mismo día en que había encontrado al hechicero de la tribu, moribundo en el interior de su tienda. Al principio no le dio mayor importancia. Las palabras del anciano, los sueños. Aún era demasiado joven para entender nada de todo aquello. Pero, poco a poco, con el paso del tiempo se fue dando cuenta de que sus sueños eran algo más que simples sueños.

    Saamajö recordó con cierta melancolía a su madre. En los días posteriores a la muerte del hechicero estuvo muy pendiente de cada uno de sus movimientos. Recordó que a veces era capaz de sentir su presencia. Una presencia protectora. Miraba a su alrededor y . . . allí estaba. Siempre estaba. Observándole. Cuidándole. Ella era una mujer fuerte. De hecho todas lo eran. Pero dentro de aquel sentimiento de protección albergaba un pequeño temor. El miedo a perderle.

    Todos en la tribu esperaban que el hechicero haría saber de alguna forma quien sería su sucesor. Por otro lado, a nadie se le escapaba que últimamente el comportamiento del muchacho era más bien extraño, por lo que muchos vieron en él, a pesar de su corta edad, al candidato más idóneo. Aunque la razón de mayor peso recaía en el hecho de haber sido la última persona que había hablado con él, y quien le había asistido en su lecho de muerte.

    Los más viejos de la tribu se reunieron pocos días después del entierro del hechicero. Discutieron durante días sobre los inconvenientes de no tener un hechicero en la tribu. Era algo impensable. ¿Quién sino ahuyentaría los malos espíritus? ¿Y quién sería capaz de interpretar correctamente las señales que la misma naturaleza les ofrecía ?

    Por fin se pusieron de acuerdo en que Saämajo debía ir a la montaña de los espíritus y conocer su destino. Para ello ayuno durante tres días, y en el atardecer del tercero ascendió hasta la cumbre de la montaña. No le acompañó nadie. Era un viaje que debía realizar cada miembro de la tribu una única vez en la vida. Lo que allí vieran o sintieran marcaría el resto de sus vidas.

    Saämajo, que contaba con apenas ocho años, dejó el campamento bajo la mirada vigilante de su madre, e inició de esta forma un viaje iniciático hacia lo más profundo de si mismo. Hacia su destino.

    Tardó varias horas en recorrer todo el camino hasta llegar a la cumbre sagrada. No es que fuera un camino duro y exigente, pero la ascensión de los dos últimos kilómetros se hicieron especialmente duros, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba. Una vez allí, cayó al suelo desfallecido. Y tendido en el suelo, mientras las estrellas brillaban con increíble fuerza, Saämajo comenzó a soñar su propio sueño.

    Al principio el sueño no se diferenciaba especialmente del resto de los que había tenido a lo largo de su corta vida. Pero poco a poco Saämajo comenzó a distinguir como entre ellos se colaban imágenes extrañas y extraordinariamente reales que le hacían dudar de si realmente seguía soñando, o por el contrario se encontraba despierto. Pronto fue consciente de qué se trataba. Era una visión que, cada vez con mayor intensidad, trataba de abrirse paso entre la espesura de sus sueños que parecían interferir aquella emisión sobrenatural. Hasta que finalmente, Saämajo tuvo su visión.

    A pesar de presentarse a él bajo una apariencia distinta a la del anciano moribundo que Saamago había asistido en su lecho de muerte, no tuvo la menor duda de que se trataba del hechicero. Y esa fue una visión que se repitió durante mucho tiempo. 

    Ahora, años después, Saämajo volvía a tener esa misma visión que se le aparecía frecuentemente para avisarle de algún peligro, como había ocurrido en el motel. O simplemente, para señalarle el camino correcto como ocurría ahora.

    Saämajo siguió la dirección que le indicaba el hechicero, una niña india de largas trenzas y ojos negros, sin mostrar el menor resquicio de duda. Debía cumplir una misión.

    Comenzó a andar, bajo la atenta mirada del hechicero. La niña india.

3

    Aquella misma mañana le habían comunicado que sus servicios como escolta presidencial no serían necesarios hasta la tarde. El motivo era bien sencillo. El presidente visitaría junto a sus consejeros los niveles inferiores, y para ello no era necesaria su presencia. Taylor vio la ironía del comentario.

    Se dirigió más tarde a la cámara del presidente, en donde se topó literalmente con dos soldados armados que montaban guardia junto a la puerta. A Taylor se le ocurrió que quizás no le permitirían entrar así que decidió irrumpir con cierta vehemencia en el interior de la cámara sin esperar siquiera la autorización de esos hombres. Pero, efectivamente, le cerraron el paso antes si quiera de realizar cualquier movimiento.

    Taylor reconoció a uno de los soldados  y advirtió que él también lo había hecho. Pertenecía a su mismo cuerpo de seguridad.

    —  Está prohibido el paso.– dijo el soldado intentando mostrarse tan enérgico como le fue posible.

    —  ¿Está en la cámara el presidente?— preguntó obviando su comentario.

    El soldado no reaccionó de ninguna manera.

    —  Soy el responsable de la seguridad del presidente y cualquier cosa que tenga que ver con él es de mi incumbencia.

    Tampoco hubo respuesta en esta ocasión.

    Se alejó unos pasos de la puerta mientras meditaba cual debería ser su siguiente movimiento ante la nueva situación. El sonido de unas voces llamaron su atención. Dos enfermeros se acercaban por el pasillo empujando una camilla. Al llegar a la altura de los soldados éstos se apartaron lo justo para dejarles pasar. En ese preciso instante se abrió la puerta.

    Después todo ocurrió con extraordinaria rapidez.

    Taylor reaccionó de inmediato. Antes de que los soldados reparasen en él casi había conseguido cruzar el umbral de la puerta, pero  uno de ellos logró agarrarle del brazo. Hubo un pequeño forcejeo hasta que Taylor, a pesar de quedar  algo desequilibrado, consiguió desasirse de él con un certero golpe en el rostro. El soldado aulló de dolor a la vez que caía al suelo y entones consiguió entrar en la cámara. Tras él entró el otro guardia, quien se situó inmediatamente detrás de Taylor.

Amenazante, pero también algo indeciso pues seguramente nunca se había encontrado en una situación como esa.

    Para  sorpresa de Taylor el doctor Robert se encontraba allí junto a su homólogo, el doctor Anthony. Ambos contemplaban en silencio a Ben y Susan, que parecían discutir, a una distancia prudencial del resto de los presentes, junto al ventanal de la cámara, no muy lejos del presidente, quien dormía aparentemente sobre su cama.

    Taylor frunció el ceño. Parecía una situación muy preocupante. Extraña. Los enfermeros, los guardias, los doctores, la tensión en el rostro de los jóvenes consejeros presidenciales. Todo ello indicaba que algo no iba bien. Y era el mismo silencio la mejor prueba para intuir la gravedad del asunto. Miró al presidente y no vio más que a un hombre indefenso rodeado de personas que más bien parecían mantenerse al margen. Como si estuvieran a la espera. Pero . . , a la espera ¿ de qué ?.

    Observó que Susan había dejado de hablar y fue entonces cuando creyó captar algo. Durante escasos segundos no supo exactamente de que se trataba, hasta que por fin lo identificó en el rostro de Susan. Resignación. Exacto, pensó para si mismo. Fuera lo que fuera, los consejeros del presidente no estaban de acuerdo y, en cualquier caso, Ben tenía la última palabra.

    Luego era eso. Estaban a la espera de que se tomara una decisión. Una decisión que al parecer ya había tomado Ben, a pesar de Susan.

    Por otra parte, Taylor sintió con una fuerza que no había captado antes, el efecto tan angustioso que producía la vista de la pared rocosa tras el ventanal. Y sintió algo que no había sentido nunca desde su llegada a la base. Si bien desde el principio su misión había consistido en infiltrarse en el CDN, con el consiguiente peligro que ello significaba, nunca hasta aquel preciso instante, en el interior de la cámara del presidente, había percibido tan claramente la amenaza. 

    Incomprensiblemente nadie había reparado en su llegada. Nadie, excepto el doctor Robert, quien al verle se le quedó mirando durante unos instantes. El guardia  al ver que el doctor reparaba en Taylor dio un pequeño paso adelante dando a entender de esa manera que esperaba recibir  órdenes. Robert, miró esta vez al guardia y  ladeó la cabeza hacia un lado en un gesto ciertamente ambiguo que lleno a Taylor de confusión. Hasta que por fin notó como el soldado se retiraba de nuevo a su puesto.

    El corazón de Taylor comenzó a latir con fuerza. Después de su última conversación con el doctor, que hubiera permitido su estancia en la cámara sólo podía significar una cosa. Y el hecho de que se hubiera expuesto de esa manera no hacía más que confirmar sus sospechas. Robert bien podría ser el contacto que habían estado buscando desde un principio. Era una ocasión que no pensaba dejarla pasar.

    Mientras, los enfermeros se acercaron al presidente y lo depositaron sobre la camilla. Probablemente iban a transportarle al hospital.

    Desde el otro lado de la cámara descubrió a Ben observándole, aunque, no sabría precisar desde cuando.

4

    — ¡ Estoy calmada ! — espetó entre susurros. 

    El resto de los presentes en la cámara lo advirtieron como una nota discordante entre la uniforme planicie del murmullo en  que se había transformado su conversación.

    —  No digo que no sea verdad,  — dijo Ben intentando calmarla y lanzando una rápida mirada al resto de los presentes. – sólo intento encontrar algo de coherencia en todo lo que estás diciendo. No es tan extraño. ¿ No crees ?

    —  Pero si lo es que el presidente comience a hablar en sueños, y más aún que se le ocurra recitar los códigos de lanzamiento. Precisamente eso. Otra cosa hubiera sido que recitara la lista de la compra, su colección de armas, sus jugadores preferidos, el nombre de sus amantes, o que se yo. ¡Cualquier cosa!, — sonó como otra discordancia. – menos los códigos de lanzamiento Ben. Te lo digo de nuevo, hay que sacarle de aquí cuanto antes.

    —  Eso es imposible Susan.

    —  Por el amor de Dios Ben, no te das cuenta de lo que está ocurriendo. Desde que llegamos aquí la salud del presidente se ha resentido considerablemente.

    — En cierto modo eso es comprensible. Personas más jóvenes que él, y físicamente mejor preparadas, han sufrido los mismos efectos. Piénsalo bien Susan, hasta cierto punto es lógica una reacción de ese tipo. No hay que alarmarse. – concluyó.

    — Sigo pensando que es necesario evacuarlo. – insistió.

    Se produjo un breve silencio, que también contribuyó, aunque de diferente manera, a romper la armonía de sus susurros.

    Ambos captaron la llegada de nuevas personas a la cámara. Susan pudo distinguir de soslayo la presencia de dos enfermeros.

    —  Susan deberías pensar . . .

    —  Fue aterrador Ben, — comenzó a decir Susan interrumpiéndole. – de pronto comenzó a hablar de una manera muy extraña. Jamás he visto nada igual. Hubo un momento en el que creí que estaba hablando con alguien. Estaba nervioso. – Recordó  unas palabras que se le habían quedado gravadas en la mente: “ No me hagas daño.”.— Estaba aterrorizado, suplicando que no le hicieran daño. Estaba . . . asustado. Asustado como un niño.

    La preocupación  en el rostro de Susan era evidente.

Ir a la siguiente página

Report Page