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        Y, sin embargo, este mal surgía necesariamente del

mal principal, el Conocimiento. El hombre no podía al mismo tiempo conocer y someterse. Entretanto, se alzaron enormes e innumerables ciudades humeantes. Las verdes hojas se arrugaban ante el ardiente aliento de los hornos. El bello rostro de la Naturaleza se deformó como si lo arrasara alguna horrorosa enfermedad.

 

 

EDGAR ALLAN  POE

El coloquio de Monos y Una.

 

 

              . . . y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO.

 

EDGAR ALLAN POE

Silencio             

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Año 1951

 

En algún lugar del desierto de Nevada.

1

    El sol, desde hacia centenares de años, seguía castigando inexorablemente la superficie de unas tierras que para muchos estaban malditas. Sólo de vez en cuando la vida hacía su aparición nuevamente de forma espontánea, y casi podría decirse que milagrosa, en algún rincón protegido por la sombra de alguna roca o por cualquier otra circunstancia que la originara. 

    En la lejanía, la línea del horizonte se desdibujaba formando un imprecisa y borrosa divisoria de espejos cristalinos de la que era difícil discernir donde empezaba el cielo de donde acababa la tierra. En mitad de esa frontera difusa se fueron configurando poco a poco los contornos de lo que, en un principio, pareció ser un vehículo. La vistosa estela de polvo que fue dejando tras de si no hizo más que confirmarlo. 

    El convoy militar hacia ya varias horas que había abandonado la última carretera existente en aquellos parajes. Una carretera fantasma que ni siquiera constaba en los mapas. Desde entonces el grupo se conducía a toda velocidad a través del desierto, con el único propósito de llegar al punto de encuentro establecido.

    A modo de avanzadilla, un jeep guiaba a un grupo de vehículos a reducida distancia. Las huellas de tan dura travesía podían apreciarse en los rostros de los dos hombres que viajaban en el jeep. Austen, conducía el vehículo atento a las indicaciones que regularmente le daba su acompañante, el capitán Bayley, lo que en la mayoría de las ocasiones les obligaba a variar el rumbo. El capitán se giraba en ocasiones para comprobar que el resto del convoy les seguía sin mayores complicaciones.

    Su rostro reflejaba la determinación propia de un militar de su rango, pero lo cierto era que ni tan si quiera él conocía con exactitud cual era el objetivo de la misión. La orden había sido clara. Llegar a las coordenadas establecidas con todo el equipo que transportaba en los camiones. Por otra parte, para el capitán estaba claro que las órdenes, fueran las que fueran, había que cumplirlas.

    Volvió a consultar el mapa. Supuso que debían estar muy cerca, por lo que decidió detener la marcha y asegurarse.

    —  ¡Austen! ⎯ gritó de nuevo. – Vamos a hacer una parada.

    El jeep fue aminorando la marcha al tiempo que el conductor  indicaba la parada al resto del convoy. Los motores de los camiones rugieron brevemente antes de apagarse con un chasquido final hasta que no fueron más que un leve murmullo que acabó por desaparecer en la inmensidad del desierto.

    Bayley  cogió los prismáticos. Salió del jeep y examinó la zona en busca de algún indicio que le señalara la presencia del campamento base. Pudo comprobar que se encontraban en el centro de un gran valle rodeado por dos montañas escarpadas, de afiladas rocas y aspecto desafiante, que parecían recorrer el desierto formando un pequeño desfiladero. En frente suyo una pequeña elevación le impedía contemplar lo que había al otro lado.

    —  Tiene que estar allí detrás. – dijo para si el capitán.

    Permaneció en silencio durante unos segundos mientras una suave y casi imperceptible brisa comenzaba a soplar a sus espaldas. No se oía nada en el basto desierto ilimitado.

    —  Vamos a ver que hay detrás de esa colina. – dijo volviendo al interior del jeep.

   Mientras, el convoy permanecía a la espera de nuevas órdenes. El vehículo arrancó con un movimiento extraño y remontó la colina en pocos minutos hasta llegar a la cima donde volvió a frenar, esta vez violentamente, levantando una visible polvareda.

    Baley y Austen salieron del jeep al mismo tiempo y durante un tiempo no dijeron nada.  Ninguno de los dos parecía dispuesto a romper el silencio que semejante espectáculo les imponía. La radio del jeep rugió desgarrando con su aullido la extraña comunión de silencio que se había producido entre ellos y aquel insólito paraje. De nuevo emitió un sonido sordo y eléctrico pero, de nuevo, no hubo respuesta.

    La cumbre era un lugar idóneo para contemplar con cierta perspectiva el fantasmagórico paisaje que ofrecía el campamento base,  enclavado al borde mismo de un enorme precipicio, que parecía haber surgido de la nada en mitad del desierto. Tras el abismo, sobre la línea del horizonte, una espesa capa de nubes grisáceas comenzaba a invadir el cielo dotándolo de un cierto color plomizo, como una sombra opaca y amenazadora.   

    La extraña expresión de Bayley no pasó inadvertida al joven soldado. El aspecto del campamento no hacia presagiar nada bueno. El paisaje era desolador. Algunas tiendas de campaña eran mecidas por un fuerte viento racheado que las sacudía sin descanso. En una de ellas el viento había conseguido arrancar de cuajo la lona que actuaba como una primera piel, dejando la estructura de la tienda al descubierto. Sin protección.

     En alguna parte una puerta comenzó a chirriar estrepitosamente para, poco después, golpear violentamente contra el marco de la misma. Aquello les fue devolviendo paulatinamente a la realidad.

    — Da la impresión de estar abandonado – dijo Austen con una voz demasiado trémula.

    Varios vehículos estaban aparcados a uno de los lados del campamento. También parecían abandonados a su suerte.

    No había más que echar un vistazo para darse cuenta de que algo no marchaba bien. La inesperada presencia de aquel abismo en mitad del desierto le había turbado tanto que ni si quiera era consciente de ello. Bayley casi podía sentir en su interior toda su fuerza. Miraba el campamento y después el precipicio como si buscara una relación causa efecto. De nuevo miraba al campamento y luego otra vez al enorme abismo, frío y grotesco, del que parecía emanar un algo hostil y amenazante.  Bayley tuvo la seguridad de que ese algo les esperaba. Y esa extraña certeza le paralizaba.

    —  Austen. – llamó el capitán.

    — ¿Señor? 

    — Diga al resto del convoy que hemos localizado el campamento y que nos dirigimos allí.

    Austen se apresuró a obedecer las órdenes, si bien no pudo disimular una tensa expresión de preocupación en su rostro. Fue hasta el jeep y se introdujo en su interior. Bayley entró poco después en el mismo instante en que Austen terminaba de radiar la orden.

    —  ¿Qué cree que ha ocurrido?— preguntó intentando disimular su excitación.

    No hubo respuesta. La mirada del capitán estaba perdida en algún lugar que Austen era incapaz de determinar. Pero allí…, allí no había nada más que desierto. Montañas y desierto.

    Y el silencio que lo rodeaba todo.

2

    — ¡Vince! — gritó su madre. – Corre o perderás el autobús del colegio.

    El pequeño Vince apareció al instante bajando las escaleras a toda velocidad. Los dos últimos peldaños los sorteó de un salto y ya estaba apunto de atravesar la puerta cuando, una vez más, la voz de su madre le recordó que estaba olvidando algo que, Vince intuyó, era importante. Dejó la pequeña mochila en el suelo y fue hasta su madre que le esperaba con los brazos abiertos.

    — ¡Uh! — exclamó. —Cada vez estás más mayor. Ya casi eres un pequeño hombrecito.

    —  La verdad es que si. – dijo muy convencido.

    —  Dime hijo, ¿has dormido bien?

    —  Si mamá.

    —  ¿No has tenido pesadillas?

    —  No.

    — Entonces ya no sueñas con ese hombre que decías andaba de esa forma tan rara. ¿Verdad? – le volvió a preguntar mientras le acariciaba suavemente la cabeza.

    —  Aja. – fue su respuesta. —Mamá el autobús.

    — ¡Dios mío! Venga corre al colegio. – le dijo acompañándole a la puerta de la casa desde donde vio como en esos momentos llegaba el autobús.

    En unos segundos Vince atravesó el pequeño jardín y subió en él. Pocos minutos después ya estaba en la escuela.

    Su madre dedicó unos minutos a limpiar y ordenar la habitación del pequeño diablillo, antes de entrar a trabajar en el centro comercial de la ciudad.

    Se entretuvo contemplando el último dibujo que Vince había pintado. No le pareció nada fuera de lo común para un chico de su edad. Era una costumbre que había adquirido desde que Vince había comenzado a tener las pesadillas. Según la psicóloga del colegio, el dibujo era el medio que él utilizaba para transmitir sus miedos y preocupaciones. Era una manera de expresarse.

    Lo dejó sobre la mesa al tiempo que miraba el reloj.

    — ¡Dios mío! Llego tarde.– se recriminó.

Fue lo último que dijo antes de abandonar la casa para ir a trabajar.

    Sobre la mesita de Vince descansaba su dibujo. En él había dibujado una superficie amarilla rodeada por dos montañas con algunos cactus. En mitad de esa superficie Vince había pintado una enorme mancha negra y, en color rojo, el número 51.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRIMERA

PARTE

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1.

Uno

1

     En  la séptima planta del edificio central de uno de los periódicos de  mayor tirada de Estados Unidos, el The New York Times, se estaban llevando a cabo los  preparativos para una de esas fiestas sorpresa que solamente  muy de vez en cuando  solían  celebrarse.

    Anne Porter, la reportera por excelencia del canal nueve,  había ganado el  premio Pulitzer por su labor de investigación en el caso de unos sobornos en la fiscalía general del estado, lo que había provocado dentro de la Fiscalía  la dimisión del Fiscal General, además de una de las crisis más graves del actual gobierno de la nación. Las malas lenguas consideraban este premio como una forma de acallar a la que podría ser en poco tiempo la voz de América.

     Era conocida no sólo por su capacidad de trabajo y sacrificio, sino también por sus numerosos contactos que hacían  que estuviera presente allá donde estuviera la noticia. Casi en el preciso instante  en el que un hecho se transformaba en noticia. El premio no sólo venía a premiar toda su trayectoria periodística, sino a confirmarla como una de las reporteras más influyentes de su época.

    Faltaban cinco minutos para las nueve de la noche, y todo estaba a punto para el  improvisado recibimiento. Unas cien personas se habían dado cita en las oficinas de la séptima planta. La mayoría de ellas formaban pequeños grupos muy animados, de los cuales surgían de vez en cuando algunas risas y voces altisonantes que contribuían a su vez  a generar el mismo efecto  en los demás grupos.

    Alison  era una ambiciosa estudiante de último año  dispuesta también a hacerse un hueco en ese mundo tan perverso. Su pelo rubio acentuaba su  aspecto juvenil y, en aquellos momentos, estaba terminando de colocar una extraña  pancarta  de color púrpura, junto a  Tina, otra de las muchas periodistas que esperaban pacientemente la oportunidad de su vida.  El reportaje de su vida. Las dos intentaban, con grandes dosis de paciencia, colgar aquel artilugio.

     — ¿Sabes  lo que dicen por ahí de Anne? — preguntó  Tina  mirando a Alison con malicia, a la vez que sujetaba la silla en la que ésta estaba subida.

     — Sea lo que sea puedes creerlo.— sentenció.—Piénsalo bien, como es posible que una mujer  que  hace unos años era una simple redactora, que no pasaba de realizar breves artículos de sociedad sea, hoy en día, dos años después, la ganadora de un Pulitzer. ¿Qué se ha tirado a todo el jurado?

     — Sea lo que sea, puedes creerlo. —sentenció esta vez Tina, y ambas  se pusieron a reír.

    Alison bajó de la silla de un salto y cogiendo a Tina  de un brazo se alejaron unos pasos hasta poder vislumbrar su pequeña obra de arte. El cartel, de un color muy llamativo, presidía la entrada  a las oficinas, de tal manera que al llegar Anne se lo encontraría de frente.

    Las dos lo observaban.

    — Pero, ¿cómo es posible ?— dijo Alison a modo de suspiro.

    — Tú lo sabrás mejor que nadie, cariño. —respondió Tina rodeándola con un brazo.—Para eso es tu jefa.

    — Gracias por recordármelo. Muchas...

    No había acabado de hablar cuando Anne Porter hizo acto de presencia. Vestía un traje  azul marino muy ajustado. La expresión de sus ojos al comprobar que la fiesta era en su honor no tenía desperdicio. Todos los presentes gritaron a la vez la consabida consigna: “SORPRESA“. Después de los flashes de las cámaras, uno a uno, fueron desfilando ante ella, felicitándola, ensalzándola, adulándola. Toda la hipocresía de la ciudad se había concentrado allí, aunque ella, pensó Alison, parecía estar encantada.

     — Venga Alison, nos toca a nosotras. —le dijo Tina mientras la empujaba  cariñosamente.

     —  ! No !—dijo.

     Estaban acercándose a Anne, quien en esos momentos mantenía una animada conversación con Kevin Martin, jefe de publicidad, y otros redactores, pero antes de que pudiera darse cuenta fue la misma Anne quien se dirigió a ella.

     —  !Oh!, Alison encanto, tengo una llamada en el despacho, ¿verdad que puedes encargarte de ella? Gracias.

    Por unos instantes Alison tuvo la sensación de que todas las miradas se centraban en ella, pendientes de la respuesta de la joven redactora. Eran miradas cargadas de impaciencia, que parecían querer decirle, “pero hombre no te das cuenta de que Anne está celebrando su fiesta sorpresa. No te das cuenta de que no puede estar por este  tipo de minucias.”.

    — Si,…si claro. —respondió torpemente.

    — Gracias. Date prisa y aún podrás disfrutar de la fiesta. —dijo Anne al tiempo que se dirigía  a otro grupo de fans.—¡Andrew!— chilló.

    — Sólo quería felicitarte por…— intentó decir Alison, pero nadie logró escuchar aquello. Ni  siquiera  ella misma.

    Dicho esto se dirigió  resignada hacia su mesa y comenzó a recoger sus cosas.

    — Ha sido muy injusta contigo. La muy zo…

    — Da igual Tina, lo cierto es que tampoco tenía ganas de esta fiesta. —contestó algo abatida.— Además  estoy algo cansada. Iré a su despacho y atenderé la dichosa llamada.

    — ¿Quieres que quedemos luego para tomar algo?

    —  No gracias, prefiero irme a casa. —contestó Alison.—Nos vemos mañana.

    Salió de la oficina y se dirigió al ascensor.  Una vez dentro pulsó la octava planta. Allí se encontraba el despacho de Anne.

2

        Estaba claro. El ordenador se había bloqueado. El pequeño ingenio, que no ocupaba mayor espacio que un portátil, era uno de los nuevos artilugios del departamento de alta tecnología del ejercito. Allí, en el  cuartel general del Mando Estratégico la tecnología adquiría el rango de religión,  y el personal el de incondicionales feligreses.

    Pero, ¿cómo era posible?, pensó algo alterado. Lo que mostraba la pantalla no parecía tener ningún sentido. El cursor permanecía en mitad de la misma parpadeando, lo que significaba que si seguía funcionando. Tras él había dejado toda una serie de símbolos y caracteres. No sabía muy bien que hacer. Si llamaba al jefe de departamento era muy probable que fuera expedientado, no sólo por no saber hacer funcionar un modelo Nexus de última generación, sino por descuidar un material tan delicado. Así que decidió esperar.

    Al cabo de unos segundos el cursor comenzó  a describir la horizontal de la pantalla, por lo que dedujo que alguien estaba utilizando un acceso restringido para él, y que por alguna razón él lo podía ver. El reglamento a ese respecto era claro, según las normas militares cualquier intromisión en un canal no autorizado sería sancionado con prisión, bajo la acusación de espionaje.

    El operador fue a apagar el monitor cuando apareció en la pantalla  el mensaje:” PROYECTO LONE “. Bajo él, en letras rojas “MÁXIMO SECRETO”. Aguantó la respiración. Su cuerpo se puso rígido e instintivamente giró la cabeza para ver si había alguien más  en la habitación. Alguna cámara. Algún micrófono. Sonrió ante ese pensamiento. ¿Cómo podría delatarle un micrófono? Separó las manos e inició un movimiento que no acabó por definir. Estaba nervioso. Al girar la cabeza, de nuevo ante el terminal, una cantidad increíble de documentos  aparecieron por la pantalla reflejándose en las lentes de sus gafas.  “ Lone.”,”.. viaje aprobado..” , eran algunos de las mensajes que pudo distinguir, “..fecha prevista..”, “..Presidente..” y una misteriosa referencia a “dreamland”.

    Volvió a girar la cabeza a la vez que acercaba la mano al botón de apagado de la terminal. Miró de nuevo el monitor. Los datos seguían apareciendo  en una cascada incesante de símbolos y números. De entre ellos distinguió varios documentos que le llamaron poderosamente la atención. Sin pensarlo mandó una orden de impresión al ordenador. Ahora no podía disimular su nerviosismo. ¿Qué se estaba preparando?, pensó. Fuera lo que fuera, era algo muy importante. De pronto la pantalla emitió un destello y pareció quedar bloqueada. El operador fijo su mirada en ella, y  un escalofrío cruzó su cuerpo dándole a entender que quizás había llegado demasiado lejos.

    En mitad de la pantalla aparecía un mensaje. “Alerta. Acceso no autorizado.” Fue suficiente para saber que su vida estaba en peligro.

3

    Alison oyó el sonido del teléfono en el preciso instante  que las puertas del ascensor se abrían. Salió frente a un largo pasillo cuyas paredes estaban formadas por dos módulos. El primero, seguramente de madera, surgía desde el suelo hasta más o menos un metro de altura, y  desde ahí hasta el techo unas enormes cristaleras daban la sensación de una suave espaciosidad.

    La oficina de  Anne estaba al final del pasillo. Se dirigió hacia allí. Pudo comprobar mientras se acercaba que la puerta estaba abierta y la luz de un flexo iluminaba su mesa de trabajo. No había ningún papel sobre ella, solamente el teléfono. Se acercó a él y lo descolgó.

—  Oficina de Anne Porter… — pero antes de poder acabar la persona que estaba al otro lado la interrumpió.

    —  ¡JODER! — gritó —  Llevo cinco minutos esperando. ¿Donde demonios estaba?

    —  Señor yo no…

    —  A la mierda, — volvió a interrumpirle, y esta vez Alison no pudo evitar el sonrojarse. —me dijeron que esperara. ¡JODER! , no pensaba que tardaría tanto. Les dije que era cuestión de vida o muerte. Seguramente habrán localizado la llamada. – Su voz se notaba muy agitada, aunque se podía oír su respiración.

     —  Está bien, ahora cálmese por favor…

     — ¡Oiga!, escúcheme con atención. Algo gordo va ocurrir. Mire necesito verla, necesito su protección. Me están siguiendo, ¿sabe?… y esta gente siempre te encuentra. Nos encontraremos frente al parque de Wood´s Stone, junto a la fuente, dentro de veinte minutos. Si ocurriera algo investigue esto: “Proyecto Lone “ .  Lo siento, no puedo decirle más.—Se produjo una pequeña pausa, y esta vez con una voz más tranquila le dijo—  Srta. Anne…  ayúdeme. – y en ese momento se cortó la comunicación.

    —  Pero… ¡Oiga!

    Pero ya era tarde. Había  colgado el teléfono. Alison se quedó allí  mirando fijamente a través de los cristales, con la mirada perdida. Durante unos segundos no reaccionó pero después, poco a poco,  fue volviendo en si. Pensaba en lo que aquel hombre le había dicho. No parecía tener mucho sentido. Aunque, por otro lado, la llamada estaba dirigida a Anne, lo que en si mismo tenía una gran relevancia. ¿Era así como Anne obtenía sus primicias, con llamadas en mitad de la noche, de alguien que se consideraba perseguido? De pronto tuvo una idea.

¿Porqué no comprobar  antes la autenticidad de todo aquello antes de pasárselo a Anne? Estaba claro, era su oportunidad.

    Miró su reloj. Habían pasado dos minutos desde que colgara el teléfono. Cogió su bolso y se fue en dirección al parque de Wood´s stone.

4

     El monitor mostraba una figura que iba desplazándose a través de una serie de tonos rojos, verdes y azules. Era un analizador térmico, otro de esos juguetes que tanto gustaba a los militares, y la figura que se desplazaba  en aquella amalgama de tonos colorados  era ni más ni menos que Anne Porter, la reportera de moda en ese Estado, y quizás en el resto del país. Las órdenes eran claras; eliminar la fuente y el contacto. Aunque fuera el mismísimo presidente, pensó el soldado encargado del seguimiento.

    —  ! Señor! — alertó el vigía —, el objetivo se acerca al punto de encuentro. La tendremos a tiro en unos cinco segundos.

    —  No se apresure. — indicó una voz  al otro lado de la línea. — Ahora sólo es cuestión de tiempo

    Después de unos segundos de silencio el hombre volvió a hablar.

    —  Marque el cebo.

    Un segundo hombre, parapetado en el interior de una furgoneta Ford de color negro, aparcada a unos cincuenta metros del punto de encuentro, procedió a apuntar con una mirilla telescópica directamente a la cabeza del cebo. El fusil, uno de esos difícil de encontrar incluso en el mercado negro de armas, estaba perfectamente acoplado a su cuerpo. Un rayo láser medía la distancia al objetivo con una desviación máxima de un micra.

    —  El cebo esta marcado.—informó el soldado

    —  Muy bien alfa uno, a partir de ahora quiero silencio absoluto.

    El parque de Wood´s Stone  se extendía  desde la calle  Madison  hasta las  orillas del río Hudson. Eran cinco kilómetros de árboles, senderos y  de parques dentro del parque. La zona más hermosa bordeaba el río  por la que transitaban  miles de personas durante todo el día, atravesándolo en busca de un trozo de “cielo” en mitad de la enmarañada ciudad. Claro está que era  también una zona conflictiva, pero aun seguía siendo uno de los lugares preferidos  por muchos, y era durante el día cuando el parque lucía todo su esplendor.

    Parecía mentira, pensaba el soldado, que el lugar de juegos de su infancia se hubiera  convertido, aunque solo fuera por esa noche,  en  el escenario de una ejecución en toda regla. Mientras tanto podía divisar desde  allí  como un ferri remontaba el  río. Un grupo de gaviotas parecían seguir a algunos  barcos que atravesaban una y otra vez  aquellas aguas transportando todo tipo de mercancías.

    Inesperadamente apareció una figura que se acercaba con cautela al objetivo marcado. El monitor mostraba  a dos personas junto a una fuente, y tras ellos un mirador que daba al río Hudson.

    La misma voz  de antes ordenó.

    —  ! Mátelos!

5

    Alison llegó el parque Wood´s Stone  con algo de retraso. Seguía estando nerviosa. La idea de encontrarse con un desconocido en una de las zonas más peligrosas de la ciudad no le gustaba en absoluto. Pero era su gran oportunidad y debía aprovecharla. Y de hecho, lo estaba haciendo. A pesar de ello decidió ser prudente. Se dio un margen de diez minutos antes de salir de allí lo más rápido que pudiera.

    Desde el mirador podía observar el río Hudson. La luz de la luna iluminaba tenuemente sus orillas dotándole de una belleza inusual. Era una noche clara  y fresca. Alison volvió su mirada a la fuente que tenía frente a ella, y cayó en la idea de que quizás su contacto no la habría distinguido. Se dirigió a la fuente y una vez allí decidió esperar. Miró su reloj y comprobó que ya pasaban diez minutos de la hora fijada. Aunque se sentía algo más calmada continuaba pendiente de cualquier movimiento que se produjera a su alrededor.

    Un hombre haciendo footing  con su perro pasó en esos momentos junto  a ella. El perro miró a Alison y le obsequió con uno de sus mejores ladridos. Detrás de la fuente, a unos quince metros, un grupo  de jóvenes no paraban de gritar después de cada trago de Whisky. Uno de ellos  estaba ahora corriendo en dirección a  unos árboles tapándose la boca con una mano. Poco después el inconfundible sonido de una arcada provocó una extraña mueca en el rostro de Alison. No era un buen lugar para estar sola, pensó. Su mirada se centró en una furgoneta negra aparcada a unos cincuenta metros de distancia.  Era extraño que una furgoneta de ese tipo estuviera en ese lugar a esas horas. Pero no le dio mayor importancia.

     Durante unos momentos no reparó en un hombre que se había estado acercando poco a poco desde hacia ya algún tiempo. Vestía con una gabardina demasiado grande para ser de su talla, seguramente robada pensó Alison, y una botella que colgaba penosamente de uno de sus bolsillos. Era un borracho. Uno de tantos que vivían en el parque. Cuando pensó en reaccionar el hombre se encontraba a apenas unos pasos de ella, al tiempo que pudo ver como el borracho metía la mano en el interior de uno de los bolsillos de la gabardina. Alison no tuvo tiempo ni siquiera de sentir miedo porque antes de pensar que el hombre podría sacar una pistola para robarla o matarla, vio como del bolsillo sacaba  una hoja doblada. El borracho se paró frente a Alison y le entregó la nota.

    — Un hombre me ha dado veinte pavos para que le diera esto. —dijo limpiándose la boca con las manos.

    Alison cogió la hoja y pudo distinguir con letras mayúsculas el imperioso mensaje:!PELIGRO! ¡SALGA CORRIENDO! ¡VAYASE! !AHORA!. Los ojos de Alison  no podían despegarse de aquella nota. Iba  a decirle algo al borracho cuando se produjo un  sonido grave. Una enorme mancha de sangre empañó la nota, y antes de comprender lo que estaba ocurriendo se encontró tumbada en el suelo con el hombre encima suyo. Estaba muerto. Casi en el mismo instante, sin tiempo para poder reaccionar, sintió como alguien la levantaba y la empujaba en dirección al mirador.

6

    — !Señor ! Ese cabrón sabía que le esperábamos.

    —  A todas las unidades  estamos en alerta roja. Repito. Estamos en ¡ALERTA ROJA!  !LIMPIEN LA PUTA ZONA!.—gritó la voz.

    Varios hombres surgieron de todas las partes imaginables del parque. El joven que acababa de vomitar  ni siquiera  tuvo tiempo de ver el rostro de su asesino. Sus compañeros vieron como un grupo de encapuchados surgían del parque y comenzaban a dispararles. El espectáculo era dantesco. El hombre  que estaba haciendo footing  cayó muerto junto a su perro 

    La operación no había tardado más de cinco segundos, y el objetivo principal todavía no había sido alcanzado.

7

    — !Coja esto! — le estaba gritando el hombre.—Corra hacia el río y salte. !RAPIDO!

    El hombre seguía tirando de ella. Estaban a pocos metros del mirador. Fue entonces cuando comenzaron a oírse más disparos. Alison oyó algunos gritos pero no podía imaginarse  lo que estaba ocurriendo tras ellos.

    Las balas parecían seguir sus pasos pero ninguna  llegaba a alcanzarles. Pequeños pedazos de cemento de la baranda del mirador comenzaron a saltar por los aires, como si se tratara de pequeñas explosiones. Alison no había tenido tiempo de pensar en nada pero lo que estaba claro es que debían llegar a mirador y saltar si querían salvar la vida.

    Tenía la extraña sensación de que todo aquello no estaba ocurriendo en realidad, de que todo formaba parte de una pesadilla de la que tarde o temprano despertaría. De la misma manera pensaba que había una misteriosa armonía entre ella y el hombre que tiraba de ella para salvarla la vida. Corrían juntos en una carrera  que no podían ganar. El tiempo parecía haberse detenido. Las balas impactaban cada vez más cerca, emitiendo  un extraño sonido, como si protestaran  al no alcanzar a su objetivo. Fue entonces  cuando una de esas balas emitió un sonido diferente. Justo en ese preciso instante el hombre que la acompañaba se soltó. Un grito de rabia, de desesperación, surgió de su garganta. Alison sólo tuvo tiempo de girar la cabeza y ver como una bala le atravesaba una de las holguras del pantalón. Saltó al río,  cuyo curso se ceñía lo suficiente en aquel lado de la orilla. Cayó al agua. Luchó para mantenerse a flote al tiempo que no dejaba de pensar en aquel hombre, que le había salvado la vida, y que ahora estaba muerto.

8

    Anne llegó a su apartamento a las cinco de la mañana. Estaba algo mareada. Su aspecto se asemejaba más al de la Anne  de sus años mozos que al de la respetable reportera que era. La fiesta se había prolongado hasta las cuatro de la mañana en el apartamento de Brad, un colega  del periódico. Después de cerrar la puerta se dirigió al lavabo.

    Antes de irse a dormir  encendió el televisor. Fue seleccionando canales y justo cuando iba a apagarlo observó algo extraño. La puerta de la terraza estaba abierta y una suave brisa penetraba por toda la casa. Anne no le dio mayor importancia y aprovechó para tomar un poco el aire.

    Al entrar en la terraza alguien la agarró de los brazos y con excesiva brutalidad la tiró al suelo. Anne se golpeó la cabeza contra el suelo y quedó semiconsciente. Sintió que le inyectaban algo en el brazo. Lo identificó al momento. No era la primera vez que por sus venas circulaba heroína. Todas las venas de su cuerpo se pusieron rígidas y al poco rato su corazón sencillamente dejó de latir.  

    El asesino atravesó apresuradamente la habitación  en el momento en que el televisor mostraba las imágenes de una Anne Porter que iba a ser entrevistada, lo que provocó que se detuviera. Se la veía  sonriente mientras respondía tanto a la preguntas de  la reportera como a las felicitaciones de los que allí se habían reunido. El rostro del asesino permanecía imperturbable. Parecía dispuesto a irse cuando la presentadora anunció que disponían de las últimas imágenes de la ganadora del Premio Pulitzer justo en el momento en que se dirigía a su casa, después de salir del apartamento de un amigo suyo situado en un conocido barrio residencial.

    Un leve escalofrío recorrió el cuerpo del asesino al comprobar  que la grabación del reportaje había sido efectuada media hora antes, y que dicho apartamento estaba situado  al otro lado de la ciudad. Y eso complicaba mucho las cosas. El asesino tuvo la certeza de que la periodista no había podido estar en dos lugares al mismo tiempo. Era imposible. Entonces comenzó a pensar que quizás se hubieran precipitado un poco. Con este pensamiento abandono el apartamento dejando la televisión encendida. Posiblemente al día siguiente Anne Porter volvería a ser noticia, aunque esta vez más que nunca ella sería la noticia.

9

    En el Hogar de la Cerveza se daban cita  a primera hora de la mañana  la mayoría de los reporteros del The New York Times. Eran las ocho de la mañana y un pequeño grupo de  periodistas estaban sentados alrededor de una mesa con aire apesadumbrado. Las botellas de cerveza y las tazas de café se amontonaban sobre la mesa. El humo de los cigarros ayudaba  a crear una atmósfera más propia de los años de la prohibición. Todos estaban en silencio y parecía que nadie quisiera romper ese silencio.

    —  Vamos Kevin, tienes que reconocerlo Anne no era trigo limpio. – dijo uno de ellos.

    —  Si, joder. Ya lo se. Pero jamás pensé que acabara así.—dijo Kevin apurando hasta la última gota de su cerveza.

    —  Lo que pasa es que toda esta mierda no tiene sentido.—dijo un tercero.—No tiene ningún puto sentido.—volvió a decir golpeando la mesa.

    Brad se dejó llevar por la ira. Se levantó bruscamente lanzando la silla al suelo y se precipitó por la puerta. Los otros dos hombres le siguieron. Kevin se dirigió antes al  camarero.

    — Perdona por el espectáculo pero está atravesando un mal momento.

    — No importa. —contestó el camarero.— ¿Quien es ella ?—preguntó con cierta perspicacia .

    — Anne Porter. La encontraron muerta esta madrugada en su apartamento. Parece que fue por . . .  sobredosis.

    Esta vez el camarero no contestó nada. Antes de salir del bar Kevin creyó percibir un movimiento en los asientos del bar. Distinguió una figura femenina que le resultaba algo familiar. Su mal aspecto parecía indicar que tampoco había sido una buena noche para ella. Después de unos segundos abandonó  el Hogar de la Cerveza.

    Unos minutos más tarde Alison abandonaba también el Hogar de la Cerveza. Aún no podía creerse lo que había ocurrido esa noche. No tenía ningún sentido. O mejor dicho, si lo tenía. La noticia de la muerte de Anne la había sorprendido, pero pensándolo con cierta calma Alison empezaba a encajar las piezas incompletas de aquel  rompecabezas maquiavélico.

    Su muerte podría deberse sencillamente a una confusión. Si aquella gente había interceptado la llamada del despacho de Anne bien pudiera ser que pensaran que la persona del parque no era otra que la mismísima Anne Porter. Lo cual podría significar que su vida no corría peligro, por ahora. Pero , ¿cómo saber si la muerte de  Anne no fue realmente por sobredosis?. Quizás sólo fuera una coincidencia. Una cruel coincidencia. Estaba claro que Anne llevaba una vida muy movida por lo que descartó esta idea. Por otra parte las palabras de aquel hombre tenían ahora más sentido que nunca. Sin duda el gobierno y el ejército estaban preparando algo. Sin embargo mucha de la información que tenía en el sobre se había perdido en el mismo instante en que cayó al agua. La tinta se había corrido, y sólo se podían distinguir alguna frase incompleta o  algunas cifras sin ningún sentido para ella.

    Alison se dirigió a su apartamento. Una vez dentro se dio un baño y al poco tiempo se tumbó en la cama. Estaba exhausta. Necesitaba descansar. Necesitaba  pensar detenidamente en todo lo que había ocurrido. Las imágenes se agolpaban en su mente pero sólo había una pregunta que no dejaba de hacerse. ¿Quién era aquel hombre que la había salvado la vida?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2.-

La dirección

1

  El día había amanecido totalmente encapotado por unas oscuras nubes que amenazaban tormenta. El cielo poseía una belleza tan turbadora que algunas palomas parecían detenerse en mitad de su vuelo con el único propósito de observarlo. Una fría  pero suave brisa anunciaba lo que podría ser el inicio de una tormenta. Las copas de los árboles se mecían con suavidad mientras el viento atravesaba la maraña de ramas y hojas provocando un sonido tan dulce que evocaba en algunos, antiguos episodios de sus vidas dotándolos de cierta nostalgia.

    Las ramas de los árboles fueron sacudidas  por un fuerte golpe de viento, lo que improvisó una vistosa lluvia de hojas. En su vuelo algunas realizaban extrañas piruetas hasta que caían definitivamente al suelo. Allí muchas volvían a ser levantadas por el viento, sin embargo otras, no tan ligeras, apenas describían trayectoria alguna en su caída al suelo. Un grupo de éstas quedaron atrapadas contra la base  de una preciosa lápida de mármol blanco. Una mano las apartó al tiempo que depositaba unas flores ante la tumba. Sobre las flores rezaba el siguiente epitafio: “En el amor de Dios encontrarás la paz deseada. “. Justo encima  podía leerse:

ANNE PORTER

( 1967-1998 )

 

    Los oficios por la muerte de Anne se habían celebrado dos días después de su muerte. A la misa habían asistido diferentes personalidades, compañeros de trabajo, amigos de la niñez y, por supuesto, su familia. Poco después, y en la más estricta intimidad por deseos de su familia, se realizó el sepelio. Ahora, días más tarde, Alison venía a darle su último adiós.

    De pie frente a la tumba no podía divisar los límites del cementerio, pero si pudo distinguir a cierta distancia, semioculto por la maleza, el vallado que lo circundaba. Las lápidas parecían respetar una cierta distancia entre ellas generando una extraña geometría bajo el cielo plomizo. También vio, un poco alejado, un pequeño mausoleo presidido por una estatua  que representaba a la virgen. Estaba de pie con la cabeza inclinada  y las manos unidas en un gesto de profunda devoción. Alison comenzó a sentirse intranquila. Sin darse cuenta había empezado a rezar. Sintió en su interior algo que desde hacia mucho  tiempo no sentía. Se sintió de nuevo incómoda  y deseó salir de allí cuanto antes.

    Se abrochó el abrigo y fue hasta el coche que estaba aparcado cerca de la entrada. Un trueno recorrió el cielo anunciando una lluvia inminente, por lo que apresuró el paso hasta llegar al vehículo. Entró dentro al tiempo que las primeras gotas empezaban a caer sobre la luna. Encendió el motor y conectó el parabrisas. Unos segundos después salía del cementerio sin saber muy bien a donde dirigirse.

    En esos momentos  pensó que lo mejor sería visitar a Paul, un  ex novio y ex compañero de la universidad. Después de su relación con él apenas se habían visto más que en un par de ocasiones. Pero, a pesar de ello,  siempre sabía como le iban las cosas. También sabía, y esto es lo que la hizo decidirse,  que podía confiar en él.  A decir verdad  Alison no era una persona a la que le gustara pedir  ayuda, pero tuvo que reconocer que tampoco aquella era una situación  muy normal. Al fin y al cabo, pensó, quizás esa fuera su única salida.

    De esta manera decidió dirigirse al único lugar donde creía poder encontrarle. Volvió a coger la autopista y en unos minutos se encontró de nuevo inmersa en el tráfico del centro de  la ciudad. La lluvia caía con fuerza y Alison pensó que quizás aquel triste día ya no vería el sol. Y sintió ganas de llorar.

2

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