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       Paul subía las escaleras que llevaban a su piso. Había pasado toda la mañana editando unos reportajes. Necesitaba darse una  ducha y comer algo antes de volver al estudio. Al llegar al rellano se sorprendió al distinguir a una persona acurrucada delante de su puerta. Tenía la cabeza apoyada en las rodillas y parecía estar durmiendo. Dedujo que llevaba ya algún tiempo en esa posición. Al principio no la distinguió pero conforme fue acercándose se dio cuenta de quien era. Recorrió los pocos pasos que le separaban de ella y se sentó a su lado. Alison abrió los ojos en ese momento a la vez que preguntaba:

    —  ¿Quién . . .  ? —  apenas fue un murmullo.

    —  ¿Quién crees que soy preciosa ?

    —  !Paul! — dijo mirándole fijamente. – Necesito ayuda. – Y comenzó a llorar mientras ambos se abrazaban.

    Estuvieron un rato allí sentados hasta que ella se calmó y entraron en el apartamento. Luego Paul llamó a su compañía para decir que no iría  a trabajar con la excusa  de encontrarse indispuesto por culpa de una comida en mal estado. Después ambos tuvieron tiempo de asearse. Cuando Alison hubo acabado salió del baño y descubrió a Paul preparando algo de comer. Entonces le obsequió con una sonrisa mientras entraba en una de las habitaciones.

    El piso no era muy grande pero si suficiente para una persona. La entrada daba a un pequeño recibidor desde el que se divisaba un gran comedor con una moderna cocina integrada. Además también contaba con dos habitaciones.  Más tarde ambos charlaban animadamente  sentados cada uno en un extremo del tresillo, hasta que por fin Paúl decidió preguntarle.

    —  ¿Qué ocurre Alison? — preguntó con cierto tono paternalista. – Nunca te había visto en este estado. Créeme si te digo que estoy preocupado.    

    —  Necesito tu ayuda, pero... – hizo una pausa. – Pero no se siquiera si podrás ayudarme.

    —  Sabes que te ayudaré en lo que pueda.

    Alison comenzó a explicarle como la llamada que ella había contestado  en el despacho de Anne había sido el desencadenante de todo. Quizás estaba pagando el precio por robarle el reportaje, apuntó. También le explicó el posterior tiroteo en mitad de un parque público y como un desconocido le había salvado la vida.

    —  Me refugie en el Hogar de la Cerveza y a las pocas horas llegaron algunos compañeros del periódico. Estaban abatidos. Anne, mi jefa, había muerto. – dijo mientras apuraba de un trago lo que le quedaba en la botella.—Ya se que fue por sobredosis  Paul, pero lo que me impacto fue  la extraordinaria coincidencia que se dio. Me pareció algo más que eso. No se, pero imagina por un instante que esa gente hubiera intervenido la llamada y pensaran que yo era Anne.

    —  Quieres decir que decidieron ir a su casa pensando que había escapado.

    —  ¡Exacto!

    — Pero hay algo que no cuadra Alison. – dijo intentando comprender aquella loca historia.—  Si realmente ha sido un asesinato, no crees que antes de matarla se hubieran asegurado de que era ella, digamos la contactada.

    —  En eso llevas razón. – se quedó pensativa por unos momentos, y por fin dijo. — Quizás tuvieran prisa.

    —   Es una posibilidad, pero me extraña. Ese tipo de gente no falla. —y comenzó a reírse. — Perdona  Alison. ¡Joder! estoy hablando como el protagonista de una película de espías.

    —   No pasa nada. – guardó silencio durante unos segundos. – En serio Paul, después del incidente en el parque volví a casa. Estaba agotada. Pero ese mismo día  comencé a darle vueltas a la misma idea. Pensé que su muerte no había sido fortuita  y que tarde o temprano se darían cuenta de su error. Entonces investigarían, y eso les llevaría a mí directamente.

    — Alison debes tranquilizarte. Recuerda que estamos hablando de una situación hipotética. – recalcó Paul, quien ahora parecía más preocupado.  

    Se levantó y empezó a hablar mientras caminaba de arriba a abajo.

    — ¡Bien! Imaginemos que  toda esta historia es cierta. La muerte de Anne ha sido un asesinato, solo que se equivocaron de víctima. Estamos hablando de una organización lo suficientemente importante como para hacer desaparecer de un parque público  a varias personas, sin dejar un solo testigo. Y lo más importante, vamos a suponer también que han deducido, no sabemos aun como, que eras tú y no Anne Porter la mujer que escapó en el parque. La pregunta es, ¿porqué sigues aun con vida?. Saben donde trabajas, donde duermes y que amistades frecuentas. Dime, —dijo volviéndose a sentar junto a ella. — ¿porqué  no estás muerta?

    — Y si te dijera que he cambiado de piso y que no he vuelto a la redacción desde  el día en que murió Anne. ¿Crees que a estas alturas siguen pensando que fue Anne?. – hizo esta última pregunta con tanta ternura que Paul no pudo evitar el sentirse  algo afectado.

    Se quedó mirándola en silencio un tanto sorprendido. Toda la historia carecía de sentido, pero había algo que le hacía ponerse nervioso. Conocía desde hacia mucho tiempo a Alison. Era una persona integra y poco dada a fantasear. No era normal que hubiese cambiado de piso y menos aun que hubiera dejado el trabajo. Algo iba mal, eso estaba claro. Por fin se dijo : “¡Qué diablos!.”, y  olvidando todas sus dudas decidió implicarse.

    —    Está bien Alison, está bien. – dijo – Me rindo.

    —    Lo sabía. 

    —   Si partimos de la idea de que todo lo ocurrido es cierto, está claro que estás en peligro. ¿Tienes alguna idea de porqué?

    — Tengo esto. – dijo poniendo encima del tresillo unos papeles acartonados a causa del agua. En la mayoría no podía distinguirse más que frases cortadas sin sentido aparente —Esto es lo que me dio ese hombre antes de que le dispararan.

    Apartaron todo lo que había entre ellos en el tresillo y lo dejaron sobre la mesilla que tenían en frente. Esparcieron todos los papeles y empezaron a estudiarlos.

   Hacia ya unas horas que había dejado de llover pero el cielo seguía sin abrirse. Las nubes habían hecho de aquel día un continuo atardecer. Un viento frío hacía presagiar una nueva tormenta.

    —  Parecen copias de las pantallas del ordenador, — indicó Paul – o  sea lo que vulgarmente se conoce por pantallazos.

    — ¿Qué debe significar C.D.N? —preguntó Alison.– Y después dice aprobado movimien…, lo demás no se puede leer. ¿Puede ser un organismo estatal?

    —   No lo sé  Alison, es la primera vez que oigo ese nombre.

    —  Aquí  habla de un proyecto. –Entonces Alison recordó.— Espera un momento. El hombre con el que hablé por teléfono me dijo algo de un proyecto. Creo que era proyecto Lone o algo así.

    —  ¿Crees que el C.D.N pueda poseer una infraestructura parecida a la que tiene la  C.I.A? — preguntó Paul.

    —  Seguramente. – Afirmó. — Esto es algo terrible. Esa gente actuaría con total impunidad. 

    — Eso sólo puede significar una cosa. – dijo Paul con cierto aire misterioso.

    —  ¿El qué ?

    —  Una organización de este tipo, con esa infraestructura y actuando con tal  impunidad no puede ser desconocida por el gobierno.

    —   Luego queda descartado acudir a la policía o al F.B.I.

    Hubo unos minutos de silencio en el que ambos permanecieron callados. Decidieron seguir hablando durante la cena. Quizás eso les diera tiempo de asimilar todo y, si era necesario, tomar alguna decisión.  Alison se encargó de prepararla mientras Paul salió a recoger su todoterreno  que había pasado el fin de semana en el taller de reparación. Poco después se encontraban los dos cenando cuando Alison habló.

    —  ¿Qué vamos a hacer? ¿Alguna idea?

    —  Lo único que me asusta, — comenzó a decir Paul. — es que tengamos que hacer algo al respecto.

    —  Pues es la única solución. Quiero llegar al fondo de todo esto. – afirmó Alison. – Alguien quiere matarme y aun  no se porqué. La respuesta a todas nuestras preguntas está en estos papeles. Sólo tenemos que encontrar a alguien que le encuentre sentido a esa información. A partir de ahí…, — hizo una pausa. —… ¿quién sabe?  Por lo menos sabremos que está pasando.

    —  De acuerdo. Por lo menos, — dijo repitiendo sus últimas palabras. – sabremos si todo esto tiene algún sentido o no es más que una nube de humo.

     —   Venga Paul se que estás pensando en algo. Cuando pones esa cara... –  le sonrió dejando la frase sin acabar.

    —   Está bien. – dijo por fin.—Conozco a alguien que trabaja para el estado.

    —  ¿Es de confianza? — preguntó. – No quiero parecer una neurótica, pero debemos ser extremadamente prudentes.

    —  Supongo que si. – respondió. – Es mi padre.

    —  ¡QUÉ! , —  exclamó sorprendida. –  ¿Tu padre? Nunca me dijiste  que tu padre fuera un agente del gobierno.

     — Digamos que no es un agente activo. Lleva varios años trabajando en el edificio central del F.B.I. – matizó Paul. – Pero seguro que tiene más de un contacto. Podríamos consultarle.

    — ¡Vale! pero dile que tenga cuidado.

    —  No sabes de quien estás hablando.

    — Está bien.— siguió diciendo Paul. —Mañana por la mañana iré a verle. Espero que podamos almorzar juntos.

    Alison se levantó y acercándose a él le besó en la mejilla.

    —  Gracias Paul. Un millón de gracias. De verdad.

    Había llovido durante un tiempo. El cielo aparecía ahora limpio y hasta se podían distinguir algunas estrellas, lo cual casi era un acontecimiento en esa parte de la ciudad. Los árboles poco a poco se iban desprendiendo de sus últimas  hojas que  a su vez iban tapizando las calles con colores amarillentos y amarronados. El otoño se hacia notar después de unas semanas de largo despertar.

3

    El parque de Wood´s Stone había sido el lugar elegido por su padre para encontrarse con él. Lo cierto era que la central del F.B.I en la ciudad estaba a pocas manzanas del parque. Paul le había enviado un fax con los documentos indicándole que era  urgente. Su padre le había llamado a las pocas horas, lo cual le sorprendió. Fue muy escueto. En el banco situado frente al oso de piedra, le había dicho. Y allí estaban ahora. En un banco de piedra frente a una escultura también de piedra que representaba a un oso erguido atacando a su presa. Bajo la estatua un niño de unos seis años parecía divertirse intentando tocar su panza.

    — ¡Muchacho!  — gritó el padre de Paul. — ¿De donde demonios has sacado esto?—  le inquirió con aquel tono paternalista que  a Paul tanto le disgustaba.

    Paul esperaba que toda aquella locura acabara allí mismo, antes siquiera de que empezara. Pero la preocupación de su padre era real y la expresión de su cara le daba entender que estaban a punto de traspasar una frontera muy difícil de determinar. Sin embargo sintió que algo se revolvía  en su interior. En ese mismo momento fue consciente de  que existía esa frontera, y de que  quizás, acababa de traspasarla. Entonces volvió a experimentar  esa sensación tan vieja y tan olvidada. Tan confusa y tan amarga. Sintió miedo.

    —  Bueno, dime lo que has averiguado. – le exigió Paul algo impaciente. – Y no me digas  que me he metido en un lío.

    — Primero dime, ¿de donde has sacado esta información? —  le preguntó su padre tensando un poco más la cuerda

Y Paul no supo distinguir al agente del gobierno de su propio padre. Guardó silencio durante unos segundos.

     —  ¿Me lo preguntas como agente del F.B.I?

    —  Por el amor de Dios hijo, soy tu padre. No te das cuenta…. – pero no llegó a acabar la frase porque Paul le interrumpió.

    —  Antes dime lo que has averiguado.

    Pero la respuesta de su padre fue un tenso silencio. Un pulso innecesario.

    Paul se levantó y comenzó a alejarse de allí.

    — !ESTÁ BIEN! — le dijo gritando mientras se incorporaba del banco. — ¡PAUL!  

    Se detuvo y volvió sobre sus pasos. Al llegar al banco se sentó no sin antes echar un vistazo a su alrededor. Todo parecía normal y tranquilo en el parque.

    —  Está bien. – dijo Paul —Te escucho.

4

    Alison estaba sentada a una distancia prudencial observándoles justo en el vértice donde el paseo que bordeaba el parque giraba en dirección al río Hudson. Al principio Paul no había estado de acuerdo con que ella lo acompañara. Pero al final tuvo que ceder. Acordaron, eso si, que se mantendría a una cierta  distancia  y  hasta una señal para el caso de que  algo no fuera bien, aunque esto último Paul lo consideró exagerado, seguramente con la esperanza de que todo no fuera más que una simple pesadilla de la que despertarían los dos muy pronto.

    Llevaban unos cinco minutos hablando desde que Paul se había vuelto a sentar. Fue siendo consciente poco a poco  que ese era el parque donde intentaron matarla. Podía ver desde allí como los árboles acompañaban al paseo hasta llegar al mirador,  donde fue abatido su contacto. Las imágenes de aquella noche acudían ahora a su mente rápidas. Fugaces. Sin darse cuenta su corazón se había acelerado. Tuvo la tentación de ir paseando hasta el  punto exacto donde cayó. Pero desistió de hacerlo.

    Volvió a poner su atención en Paul y su padre. Paul estaba de cara a ella mientras su padre le daba la espalda. Muy por detrás de ellos, a cierta distancia, podía divisar un kiosco fuera de los límites del parque. A pocos metros la avenida principal lo circundaba en esa parte.

    Cerca de ellos algunos niños se  divertían pegando patadas a las hojas allí donde estas se iban acumulando.  Un viento racheado recogía de nuevo las hojas desperdigadas para volverlas a llevar al “campo de juegos”. Se entretuvo  mirando a la gente que paseaba por el parque. La mayoría iban bien abrigados alertados por las últimas lluvias. Además las temperaturas también habían comenzado a descender. Alison se abotonó el abrigo al tiempo que volvía a centrar su atención en Paul. Fue entonces cuando le vio. O por lo menos cuando le vio moverse.

    Unos metros detrás del banco, bajo un árbol, había un hombre semioculto. Desde esa distancia Alison no le distinguía con claridad pero no había duda de que se ocultaba. Agudizó la vista intentando captar algo más que  confirmara sus sospechas. En ese preciso instante una furgoneta Ford negra de cristales  ahumados apareció en la avenida principal aparcando lentamente cerca  del kiosco. 

    Alison se levantó lentamente sintiéndose observada. Apartó esa idea de su cabeza al tiempo que voluntariamente chocó con otra mujer que pasaba frente a ella. Las dos dieron un pequeño grito mientras el bolso de Alison caía al suelo. Varias personas se giraron atraídas  por el  incidente. Entre ellas Paul. Ambas mujeres se pidieron disculpas y continuaron su camino.

    La señal estaba dada. Alison se dirigió rápidamente al coche aparcado tras ella esperando que Paul  hubiera entendido el mensaje. Estaba en peligro y debía salir de allí cuanto antes.  Echó un vistazo mientras cruzaba la zona verde un tanto elevada, que junto con la acera de la calle establecían los límites del parque. Y entre los árboles  les vio de nuevo.  También pudo ver la furgoneta negra. Pero el hombre que se ocultaba bajo el árbol había desaparecido.

    Empezó a mirar a su alrededor algo asustada. Estaba realmente nerviosa. Ya había llegado a la acera de la calle donde se sintió más segura. Pensó que entre tanta gente no serían capaces de repetir lo de la otra noche.

    Ya estaba a pocos metros del coche cuando quiso comprobar si alguien la había seguido. Se paró en mitad de la calle y miró a un lado sin apreciar nada sospechoso. Sólo estudiantes, amas de casa y algún anciano. Nada anormal. Pero una vez miró al otro lado le vio perfectamente. Estaba también parado al final de la calle. Buscándola. Era un hombre corpulento. Bien vestido. Llevaba el pelo muy corto. Estilo militar, pensó. Entonces sus miradas se encontraron. Y el hombre comenzó a andar rápidamente  hacia ella. Alison echó a correr. Consiguió llegar hasta el coche de Paul que estaba aparcado de cara al parque.

    Una vez allí sacó las llaves mientras se reprochaba el no haberlo echo antes. Por fin las encontró. Estaba muy nerviosa. Las iba introducir en la cerradura cuando se le cayeron de las manos. Se agachó a recogerlas rápidamente al tiempo que se maldecía de nuevo. Consiguió abrir la puerta  dándose cuenta de que le había perdido de vista. Ahora no sabía donde estaba. Pero no tenía tiempo que perder. Introdujo la llave en el contacto y el coche arrancó. Agarró el freno de mano y tiró de él hasta soltarlo. Metió la primera marcha pero no soltó el embrague. No porque no pudiera, sino porque el hombre le estaba apuntando con una pistola desde la ventanilla del copiloto.

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    —  ¡BIEN! — dijo el padre de Paul. – Hace unos años se rumoreaba que el gobierno estaba llevando un proyecto ultra secreto. Estamos hablando de finales de los cincuenta y principios de los setenta. El proyecto se basaba en el desarrollo de un complejo militar en el que aglutinar a los mejores científicos de todos los campos y desarrollar la más avanzada tecnología militar que fuera posible. Esa era una de  las piezas clave en la lucha contra el comunismo. Fue un fracaso.

    —  ¿Porqué? — preguntó Paul.

    — El proyecto necesitaba de la participación de todos. El gobierno controlaba el presupuesto mientras que el ejército disponía de la infraestructura para llevarlo a cabo. Unos querían el dinero y otros el control.

No se pusieron de acuerdo.

    —  Así que. . . – dijo invitándole a seguir.

    —  Algunos decidieron que sería más prudente obtener la financiación por otros medios. De esta manera evitaban el posible control del congreso.

    —  ¿Quieres decir que el ejercito lo organizó por su cuenta?

    —  Si. – dijo su padre. —  Pero recuerda que es sólo un rumor.

    En esos momentos vio como dos mujeres chocaban en mitad del paseo. Una de ellas había dejado caer el bolso que ahora recogía del suelo. Distinguió a Alison claramente.

    Paul recordó sus palabras: “Si ocurre algo extraño te lo haré saber dejando caer el bolso. A si sabrás que estás en peligro.“. Y la cosa había quedado ahí. Vio como se iba apresuradamente en dirección al coche. Y pensó que el aviso estaba dado. Ahora todo dependía de él.

    — ¿Has conseguido sacar alguna información de los documentos? — dijo mientras se levantaba mirando nerviosamente a su alrededor. Su padre también se puso en  pie. — Es preciso que me vaya cuanto antes.

    —   ¿Qué es lo que ocurre  hijo? – preguntó preocupado.

    —   No lo se. Pero necesito que me digas que descubriste.

    —  Una dirección. Aunque mejor sería decir. . . – dijo haciendo una pequeña pausa. – La dirección. Son unas coordenadas. Nada que no se pueda localizar con un mapa y una brújula.

    —  Las coordenadas, ¿de  qué?

    —  De una instalación militar ubicada a orillas del Groom Lake.

    Se observaron mutuamente durante un instante. No duró más de un segundo. Un segundo hecho de respeto y reproches.

    —  Está bien.—dijo algo impaciente. —  ¿Estarás bien padre?

    —  Claro hijo, — dijo intentando tranquilizarle. —claro.

    Se oyeron  tres o cuatro disparos  y  unos gritos que provenían del aparcamiento.  Lo demás ocurrió muy rápido. Primero tuvo unos momentos de indecisión hasta que fue consciente de que Alison estaba en peligro. Luego salió corriendo en dirección al parking impulsado por una fuerza que no supo identificar. Quizás fuera el propio  miedo. Pero en esos momentos carecía de importancia. Al llegar al otro extremo del parque donde Alison había estado sentada, se paró en seco. Paul no podía creer lo que estaba viendo. Pensó que las cosas estaban yendo demasiado lejos.

6

    Alison no podía saber de ninguna manera que el hombre que la estaba apuntando con una pistola era el asesino de Anne Porter. Pero de alguna forma su mente había llegado a esa conclusión. Quizás fuera porque nunca nadie le había apuntado con una pistola, o porque como leyó en una novela policiaca: “. . . todos los asesinos son un mismo asesino. “.

    No pudo evitar que sus miradas se encontraran de nuevo, y descubrió unos ojos grises fríos, sin vida. Entonces sintió miedo, no porque fuera a morir sino porque sentía la necesidad de estar lejos de él.

    — ¡Mira mama! — dijo gritando una niña que en esos momentos pasaba por allí  junto a su madre.

    La madre reaccionó profiriendo un grito que alertó al asesino pero desvió su atención de Alison, quien aceleró soltando el embrague. Unas décimas de segundo  después la ventanilla del copiloto saltaba en mil pedazos. El asesino había disparado dos veces. Alison se agachó sobre el cambio de marchas y perdió la visibilidad, aunque podía oír los gritos de la gente. Sonaron tres disparos más mientras el coche, un todoterreno rojo, remontaba bruscamente la acera que en esos momentos estaba desierta de gente para caer violentamente  sobre el césped recién cortado del parque. Alison se sintió impulsada hacia arriba cuando el todoterreno enfiló la suave pendiente que actuaba como linde del parque. Se incorporó en el interior del coche y se descubrió conduciendo en mitad de la zona arbolada que hacia unos minutos había atravesado apresuradamente. Los árboles pasaban a su lado a una velocidad endiablada. Y antes de darse cuenta de que Paul estaba allí de pie observándolo todo, el coche impactó con  el banco de piedra. Se oyeron más gritos. Parte del respaldo salió disparado  unos metros más allá, cerca de la escultura del oso de piedra. Otros fragmentos salieron despedidos en todas direcciones. Paul se tiró al suelo mientras el coche derrapaba, ya dentro del paseo, describiendo un giro de  unos cuarenta grados. El ruido fue estrepitoso pero murió allí mismo. El todoterreno había parado. Paul vio desde el suelo como surgía la cabeza de Alison por la ventanilla.

    — ¡CORRE! ¡SUBE! — gritaba Alison.—  ¡RÁPIDO!

        Paul fue corriendo hasta el todoterreno justo cuando Alison aceleraba. El todoterreno enfilo el paseo a toda velocidad en dirección al río. Al llegar al mirador redujo la velocidad y  torció a la izquierda para tomar la salida de servicio, que era por la que entraban los camiones  del ayuntamiento.

    — ¿Estás bien? — le preguntó Paul.

    —  Eso creo. —contestó.

    —  ¿Cómo sabias salir de aquí?

    —  Es que no sabía salir de aquí. – dijo mientras  salían del parque y se incorporaban a la circulación de la ciudad.

    —  ¿Nos sigue alguien? — preguntó esta vez ella.

    —  Nadie. O al menos eso creo. – matizó.

    —  Paul, si ves una furgoneta negra no dudes en decírmelo.

    —  ¿Qué ha pasado Alison  ?

    —  Quizás fue un error contactar con tu padre Paul. – empezó a decir. – Quizás vigilaban a toda mi familia. A todos mis amigos. – Alison sintió ganas de llorar.—Perdóname. Todo es por mi culpa.

    —  Tú no tienes la culpa de nada. –dijo, mientras procuraba no llamar la atención — ¿Entiendes ?

    Pero ella no dijo nada.

    Ese día no dejaron de conducir en toda la noche. Salieron de la ciudad hacia medianoche.

    — ¿Qué opciones tenemos Alison? — preguntó conociendo la respuesta.

    —  Sólo hay una opción Paul. Sólo una.

    Ninguno de los dos volvió a decir nada más. Ya de madrugada Alison dormía en el asiento de atrás. Paul conducía a través de la carretera interestatal.  A su lado, en el asiento del copiloto, una brújula descansaba sobre un mapa. Cerca de Las Vegas, en mitad del desierto de Nevada, había marcada una señal. Y bajo ella escrito el número 51.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 3.-

El amuleto

1

    Curiosamente, fue consciente de que estaba soñando, y por lo tanto de que iba a despertarse. Los extraños sonidos que no lograba identificar se confundían con sus sueños como ecos de una realidad que, desde siempre, se encargaban de ir rasgando inexorablemente el invisible caparazón tras el que se escondían.

    Sintió como una ráfaga de viento cálido golpeaba suavemente su rostro. Aunque estaba despierta no llegó a abrir los ojos. Prefirió permanecer unos momentos en la misma postura disfrutando secretamente de tan relajante sensación, hasta que por fin despabiló.

    Mientras permanecía allí tumbada, en el asiento trasero de la furgoneta, se descubrió intentando recodar lo que había soñado pero, todo había sido tan confuso que en seguida se dio por vencida.

    Abrió los ojos y lo primero que vio fue la ventana por la que se filtraba el viento tras el respaldo del asiento delantero. Paul seguía conduciendo. Alison se incorporó del asiento y le obsequió con una sonrisa cuando sus miradas coincidieron en el retrovisor.

    —  ¿ Cómo te encuentras ? — preguntó Paul.

    Ella respondió desperezándose en un gesto que él juzgó muy sensual.

    —  Me duele todo el cuerpo.—informó Alison.

    —  No me extraña. Esos asientos no están hechos para dormir. Seguramente has dormido en mala postura.

    —  ¿Y tu? ¿Qué tal ? ¿Cómo has pasado la noche ? — preguntó sabiendo de antemano la respuesta.—¿ No habrás conducido toda la noche ?

    —  No. — mintió Paul sin mucha convicción.

    —  Paul, no me mientas. 

    —  No es la primera vez que conduzco durante toda la noche. Estate tranquila.

    —  ¡ Vale ! , pero ahora sería mejor que descansaras un poco.—sugirió Alison. – Cuando paremos conduciré yo.

    Paul la observó de soslayo durante unos instantes, para luego decirle con cierto tono socarrón.

    — Si, mamá.

    Lo que arrancó una tímida sonrisa a Alison.

2

    Los días que siguieron a la huida del parque transcurrieron lentamente. Eran conscientes de que existía un peligro real contra sus vidas, lo que había generado entre ellos una tenue atmósfera tan opresiva y agobiante que les impedía pensar con claridad.

    En principio acordaron turnarse en la conducción del todoterreno. Durante la noche Paul siempre hacía el primer turno hasta las cuatro de la mañana, momento en que despertaba a Alison. Pero al cabo del tiempo cambiaron de opinión y decidieron descansar en algún motel de la carretera.

    Hasta ese día habían circulado día y noche por la carretera de Nevada 375, evitando a toda costa atravesar cualquier núcleo urbano. Sólo paraban de vez en cuando a repostar gasolina y comprar algo de comida en las estaciones de servicio. De esa manera consiguieron pasar desapercibidos, aunque no el tiempo suficiente.

    La madrugada del tercer día un coche patrulla les obligó a  detenerse. Paul observó desde el retrovisor al agente bajar del coche con la mano ya pegada a la cintura mientras los dedos golpeaban rítmicamente la culata de la pistola. Paul no tuvo la menor duda de la disponibilidad del agente para hacer uso de un arma que, tuvo la extraña convicción, jamás había sido utilizada, a no ser en algún concurso de tiro de alguna fiesta local.

    El agente llegó al coche en el preciso instante en que Paul cayó en la cuenta de que todavía les faltaba el cristal. Alison pareció tener el mismo pensamiento pero no actuó de ninguna manera. 

    —  Buenas noches, — dijo dirigiendo una rápida mirada al interior. – serán tan amables de mostrarme su documentación y la del vehículo por favor.

    —  Si, claro. —  dijo Paul mientras buscaba los papeles que localizó en seguida. En pocos segundos el agente comprobó la documentación.

    —  ¿Ocurre algo agente? — preguntó Paul.

    —  ¿ Mucho me temo que . . . —  había comenzado a decir el agente cuando un fuerte  y estridente sonido surgió de la radio del coche patrulla, para volver a silenciarse al cabo de unos segundos después de oírse un sonoro pitido.

    Alison, a pesar de la distancia, distinguió la voz de la que debía ser la operadora.

    — Si me disculpan un momento es una llamada de la central.

    Dicho esto fue hasta el vehículo e introdujo la cabeza por la ventanilla para coger el transmisor.

    Paul y Alison le observaban muy atentos.

    — ¿Crees que le estarán hablando de nosotros? — preguntó Alison sin disimular su nerviosismo.

    —  Espero que no.

    —  Pero, ¿ que ha querido decir con : “ mucho me temo que . . .” ? — preguntó de nuevo Alison.

    El agente se giró repentinamente hacia ellos y siguió hablando.

    —  Esto no me gusta. – comentó Paul.

    —  Tenemos que hacer algo y rápido. – se aventuró a decir Alison.

    —  Pero, ¿ el qué ? – dijo Paul dejándose contagiar por el nerviosismo  de ella.

    — ¡ NO LO SE ! –  contestó gritando.

    Unos golpes en la puerta les alertó de la presencia del agente, que les observaba con una sonrisa que ninguno de los dos se atrevió a catalogar.

    — Maldita sea, — dijo sonriéndose para si.-  . . . después de tanto tiempo y tiene que ocurrir en horas de servicio.

    Suspiró profundamente y miró hacia el suelo.

    —  Disculpen.—dijo por fin, mirando ahora hacia el coche patrulla.

    —  ¿ Ocurre algo agente ? – se atrevió a preguntar Alison.

    —  Si, — respondió.—Acaban de ingresar a mi mujer en el hospital. Acaba de salir de cuentas.

    —  Supongo que ella que usted estuviera a su lado en un momento como este. – dijo Alison con suspicacia.

    El policía la miró con interés.

    —  Si, tiene razón. – dijo intentando convencerse así mismo de que esa era la mejor opción.

   El agente les devolvió la documentación informándoles de que no había sido más que un control rutinario.

     —  ¡Por cierto!, — acabó diciendo el agente. – si no arreglan ese cristal puede que alguien piense que este es un vehículo robado. – sonrió.— Conduzcan con cuidado.

    Unos minutos después el coche patrulla se dirigía a toda velocidad hacia el hospital del condado.

    —  El mundo está loco. – dijo Alison soltando una llave inglesa, que por lo visto había estado agarrando todo el tiempo.

    El sonido de la llave al golpear el suelo del coche hizo que ambos se la quedaran mirando. Luego se miraron y de nuevo empezaron a reír.

3

    Aquel episodio les sirvió no sólo de terapia, pues de alguna forma contribuyó a que se relajaran, sino para darse cuenta de algo muy importante. Necesitaban descansar. Lo que seguramente les ayudaría a enfrentarse de otra manera a los retos que les aguardaban. Decidieron parar en el primer motel que encontraran. 

    Desde hacía unas horas el paisaje había cambiado radicalmente. De un horizonte, que Alison juzgó cercano, continuamente recortado por montañas, valles y algunas casas, habían pasado a un horizonte raso y lejano, y a pesar de ello amenazante, cuyos contornos variaban bruscamente  de vez en cuando ante la presencia de algunas montañas escarpadas.

    Y así llegaron al Motel  “ Le Xenón “, que apareció allí, en mitad de ninguna parte, como por arte de magia. Eran cerca de las cinco de la tarde cuando divisaron un rótulo luminiscente  enclavado en el arcén, a un lado de la carretera, y que avisaba de la proximidad del motel. El nombre del motel aparecía escrito con letras largas e inclinadas a la derecha que hacían recordar la escritura de un colegial. Los fluorescentes del rótulo eran de un color difícil de determinar bajo el cual quedaban los restos de lo que debió ser el rótulo original.

    Poco tiempo después llegaron al motel. La carretera se desdobló   dándoles entrada a una pequeña gasolinera presidida por dos surtidores que, a primera vista, parecían abandonados a su suerte. Avanzaron un poco más hasta llegar frente al motel donde aparcaron el todoterreno. Antes de entrar en él tuvieron tiempo de echar  un vistazo. Apenas dos o tres apartamentos algo deteriorados estaban adosados junto al edificio principal.

    Paul abrió la puerta y entró primero. El sonido de una campanilla cumplió perfectamente su función alertando al encargado ausente de que alguien había llegado. Paul no necesitó más que un vistazo para comprobar que el motel estaba equipado con un bar que disponía además de una pequeña tienda donde podrían abastecerse. Por otro lado el local estaba vacío.

    El sonido de unos pasos acercándose le puso sobre aviso.

    Alison iba a entrar en el motel cuando reparó en una niña india que les había estado observando seguramente desde un principio. Ahora  en cambio tenía la mirada perdida en alguna parte. Alison tuvo la tentación de acercarse pero decidió no hacerlo.

    Abrió la puerta , pero antes de pasar al interior miró de nuevo a la niña a quien sorprendió mirándola de nuevo. Esta vez no apartó la mirada y Alison tuvo la oportunidad de observarla con mayor detenimiento. Calculó que no tendría más de diez años. Sus ojos destacaban especialmente como enormes perlas negras de su joven rostro bronceado por el sol. También llamaba la atención su vestimenta. Vestía un traje tradicional indio que contrastaba con su cabello moreno que caía sobre sus hombros en forma de dos trenzas perfectamente peinadas. Y en su regazo, apretado contra su cuerpo, sujetaba una vieja muñeca de trapo con una llamativa cabellera rubia. Lo que no paso desapercibido a Alison que le pareció algo chocante.

    Un golpe de viento levantó una nube de polvo que fue desplazándose hasta llegar a la entrada del motel. Una puerta golpeó en alguna parte mientras Alison se llevaba instintivamente las manos a la cara para protegerse de la gravilla. Por un momento pareció aumentar la virulencia del viento pero poco después cesó por completo.

    La niña aun permanecía allí de pie, sujetando con fuerza su muñeca. Entonces reparó en que algo se balanceaba de su cuello y vio que se trataba de un collar. Un collar indio del que pedía una piedra negra con forma de disco.

    —  ¡ Alison ! – gritó Paul.

    Reconoció su voz, aunque tenía la confusa sensación de que estaba muy lejos, a mucha distancia de allí.   

    La niña india seguía captando toda su atención. De sus ojos emanaba  tanta serenidad que ni siquiera la llamada de Paul consiguió que desviara su atención. Esos ojos . . . la cautivaban.

    Oyó de nuevo a Paul.

    —  ¡ Alison !

    Esta vez reaccionó moviendo la cabeza en dirección a la abertura de la puerta. Entonces tuvo una ligera sensación de mareo cuando su mente realizó un rápido transito desde aquel estado de sugestión  hasta  volver totalmente en sí. Después sintió un leve dolor de cabeza que apenas duró unos segundos. En ese instante fue consciente de que su mente había desconectado, por expresarlo de alguna manera, de la mente de la niña. 

    Un hombre indio de avanzada edad abrió la puerta del motel antes si quiera de que Alison pudiera dar un paso dentro. Detrás de él apareció Paul algo sonriente.

    —  Pueden instalarse en el primer apartamento, — dijo el indio señalándolo. – y recuerden que deben devolver la llave antes de marcharse. 

    El tono de voz, tan grave y respetuoso, invitaba al silencio. 

    — ¿A qué hora cierra el bar? — preguntó Paul.– La verdad es que nos gustaría comer algo. Tenemos el estómago vacío.

    Ambos miraron al anciano esperando una respuesta. Tenía los ojos ligeramente achinados  y la piel curtida por el sol. Se volvió en dirección al motel y abrió la puerta.

    —  La puerta de mi casa siempre está abierta a todo aquel que lo necesita. – dijo por fin mientras desaparecía en el interior de la casa.

    —  No se que decir. – dijo Paul con cierto tono socarrón buscando la complicidad de Alison..

    —  Mejor que no digas nada. – le dijo Alison.

    Recogieron el equipaje del todoterreno y  fueron a instalarse en el apartamento. Estaba ya atardeciendo cuando se acercaron al bar para cenar.

    Mientras tanto Alison no conseguía quitarse de la cabeza la imagen de la niña india apretando con fuerza su muñeca.

    Una muñeca de pelo rubio.

4

    —  Hasta mañana Edgar. Y por cierto, —  añadió cuando se disponía  a salir de la central. — ¡Enhorabuena¡   

    —  Gracias. – contestó.

    —  ¡Oye!, ¿ que haces aquí ? — le preguntó su compañero. – Deberías estar con tu mujer y tu hijo.

    —  Sólo he venido a recoger unas cosas antes de volver al hospital.

    —  ¿Ha ido todo bien ? — se interesó Neil.

    —  Parece ser que si, aunque el médico le ha aconsejado a Jane que guarde algo de reposo durante unos días. Pero no hay de que preocuparse, según él es normal.

    Neil entendió a que se refería. No era la primera vez que Edgar y su mujer lo intentaban, a pesar de que ella había tenido dos abortos.

    —  ¿ Y el bebe ?

    —  El bebe ha pesado al nacer tres kilos y trescientos gramos. Parece ser que no para de llorar lo que según el médico es buena señal.

    —  Me alegro Edgar. Bueno me voy que tengo prisa.

    —  Hasta luego.

    La central se quedó en completo silencio. Hacía tiempo que había anochecido y la oficina había quedado iluminada por las lámparas de algunas mesas que aun permanecían encendidas. Edgar estaba sentado en una de ellas frente al despacho del jefe de policía. Un despacho que conocía a la perfección

    Muchas veces se había imaginado allí dentro, sentado en el sillón dando órdenes, organizando operaciones, atendiendo a la prensa, mientras la gente le observaba con respeto. Pero la realidad era bien distinta. Desde siempre Rachel había sido un pueblo pequeño y tranquilo de apenas 300 habitantes donde nunca ocurría nada. Y esa era una de sus mejores virtudes, por lo que tampoco era el mejor lugar para las aspiraciones de un policía local. Y Edgar era consciente de ello.

    Por todos era sabido que el actual jefe de policía, Philip, había llegado a la dirección gracias a un formidable golpe de suerte, al detener al secuestrador de la hija de un magnate del petróleo junto con el cuantioso botín del rescate. El caso era que ese día Philip fue testigo de un aparatoso accidente. Un Cadillac se salió de la carretera estrellándose contra un árbol. En principio Philip no sospechó nada hasta que al ir a socorrerlo observó con cierto asombro varios miles de dólares esparcidos en el interior del coche. Posteriormente se supo que el secuestrador era el antiguo profesor de equitación de la niña a quien el padre de la chica había despedido por su especial afición a la bebida. Irónicamente, un posterior análisis clínico confirmó la presencia de altas cantidades de alcohol en su sangre. Seguramente, había comentado un agente del FBI, ni él podía creerse lo que había hecho, y no se le había ocurrido otra manera de celebrarlo que . . . “dándose un homenaje”. Lo que provocó más de una risa.

    Un doble pitido del fax le devolvió a la realidad. Edgar se levantó y fue hasta donde estaba. Cogió los dos folios y les echó un vistazo. Sus ojos se abrieron como platos al comprobar que se trataba de un mensaje de busca y captura. En él aparecían los rostros de dos jóvenes. Una mujer y un hombre, y como coletilla se añadía a pie de página: “ EXTREMADAMENTE PELIGROSOS. “. Tras la nota había anotado un número de teléfono.

    Edgar descolgó el teléfono y marcó el número con rapidez sin pensar siquiera en lo que iba a decir. Su corazón latía con fuerza en su pecho, no tanto por la llamada en si, sino más bien por que, a su entender, había tenido mucha suerte, precisamente en el día del nacimiento de su hijo.

    Tuvo que controlarse mucho para no parecer nervioso cuando una voz  seca y fría le respondió al otro lado del teléfono mientras observaba el despacho del jefe de policía con otros ojos.

5

    Eran cerca de las seis de la mañana cuando Paul y Alison abandonaron el motel. El todoterreno se incorporó a la carretera sin mayores complicaciones, dejando gravada tras de si la huella de los neumáticos. La estela, en forma de media luna, desaparecía al llegar a la carretera.

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