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Emancipación: Una historia de amor de los tiempos venideros » 2

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La mirada del Sagrado Corazón —barba dorada, mejillas de color rosado, ojos muy muy azules— recorría los cuatro metros de espacio habitable, salía por la ventana y acababa clavándose en las perspectivas de ladrillos amarillentos que se iban alejando hasta perderse en la lejanía. Junto a él había un calendario de la Corporación Conservación que alternaba las imágenes del Gran Cañón ANTES con las del Gran Cañón DESPUÉS. Boz giró sobre sí mismo para no tener que contemplar a Jesucristo, pasar al Gran Cañón y terminar volviendo a Jesucristo. El sofá —cama se inclinaba un poco por el lado de babor. La señora Hanson había estado pensando en buscar alguien que lo arreglase (la pata desprendida llevaba una existencia independiente en el armarito que había debajo del fregadero) desde que los de Asistencia Social se lo cargaron aquel día de hacía ya tantos años en que los Hanson se trasladaron al bloque 334. De vez en cuando sacaba a relucir el tema y hablaba de él con su familia o con la señora Miller, aquella mujer tan agradable que trabajaba en las oficinas de MOD, y repasaba los obstáculos con los que estaba sembrado el camino de tal empresa, pero en cuanto empezaba a examinarlos éstos se ramificaban de tal forma y acababan revelando ser tan formidables que conseguían derrotar incluso a sus ataques de esperanza más enérgicos. Aun así, algún día…

Su sobrino —el más pequeño de los hijos de Lottie— estaba viendo la guerra en la televisión. Boz casi nunca dormía hasta tan tarde. Los gorilas de los Estados Unidos estaban incendiando una aldea de pescadores perdida quién sabía dónde. La cámara fue siguiendo el avance de las llamas a lo largo de la hilera de barcas de pesca, se detuvo y permaneció un buen rato inmóvil como fascinada por el vacío azul del agua. Después un lento zoom hacia atrás acabó abarcando de nuevo a todas las barcas. El horizonte se deformó y pareció parpadear a través de una neblina de fuego. Soberbio. ¿Sería una reposición? Boz creía recordar haber visto aquel mismo plano antes.

—Hola, Mickey.

—Hola, tío Boz. La abuela dice que te vas a divorciar. ¿Volverás a vivir con nosotros?

—Tu abuela necesita una dosis urgente de algún descongestionante cerebral. Sólo me quedaré unos cuantos días. Estoy de visita.

El logotipo en forma de pastel de manzana que anunciaba el final de la guerra —durante aquella mañana de miércoles, al menos— invadió la pantalla del televisor y los decibelios se amontonaron para anunciar la llegada de la campaña Ford del mes de abril, «

Ven a por mí, policía».

Ven a por mí, policía,

porque no pienso pararme

delante de tu luz roja.

La cancioncilla no estaba nada mal, pero… ¿cómo podía sentirse feliz cuando sabía que había muchas probabilidades de que Milly también estuviera viendo el anuncio en aquel mismo instante, sabiendo que quizá estaría disfrutando de él en el bar de alguna facultad sin pensar ni un solo instante en Boz, en dónde estaba o en cómo se sentía? Milly se sabía de memoria todos los anuncios, y era capaz de repetírtelos palabra por palabra sin que se le escapara el más mínimo temblor o inflexión de la voz…, y sin añadirles ni un solo miligramo de aportación personal. ¿Creativa? Oh, sí, Milly era tan creativa como un loro.

Bueno, ¿y si se lo soltaba? ¿Y si le decía que jamás conseguiría ser nada más que una monitora de higiene Grado Z que hacía demostraciones prácticas, una más entre los centenares de personas que cobraban un sueldo del Departamento de Educación por hacer ese mismo trabajo? ¿Que eso sería una crueldad? Sí, claro, pero… Milly parecía estar convencida de que Boz era un tipo de lo más cruel, ¿no? Meneó la cabeza acompañando el gesto con un rápido ir y venir de cabellos castaño rojizos.

—Cariño, no tienes ni idea de lo que es la crueldad.

Mickey apagó el televisor.

—Oh, pues si crees que lo de hoy no ha estado mal tendrías que haber visto lo que echaron ayer. Había una escuela, llena de…, creo que eran paquistaníes. Sí, eso, seguro que eran paquistaníes… Tendrías que haberlo visto. Eso sí que fue realmente cruel. Se los cargaron a todos sin dejar ni uno solo.

—¿Quién se los cargó?

—La Compañía A.

Mickey se colocó en posición de firmes y saludó al aire. Los críos de su edad (seis años) siempre querían ser gorilas o bomberos. A los diez querían ser cantantes pop. A los catorce, si eran listos (y aunque nadie sabía muy bien por qué lo cierto es que todos los Hanson lo eran) querían escribir. Boz aún conservaba un cuaderno con los textos de los anuncios que había escrito cuando estaba en la secundaria. Y luego, a los veinte… ¿qué?

No pienses en ello.

—¿Y no te importa? —preguntó Boz.

—¿El qué?

—El que se hayan cargado a los chicos de esa escuela.

—Eran insurgentes —le explicó Mickey—. Ocurrió en Paquistán, ¿sabes?

Incluso Marte era más real que Paquistán, y nadie pierde el sueño por las escuelas llenas de críos que puedan arder en Marte.

Hubo un

flop flop flop de zapatillas y la señora Hanson entró con una taza de Kafé en la mano.

—Política… ¿Cómo se te ocurre discutir de política con un mocoso de seis años? Venga, bébete esto.

Boz tomó un sorbo de Kafé espeso y dulce, y de repente fue como si todos los olores rancios del edificio —la basura que se pudría dentro de los cubos, la grasa pegada a las paredes de las cocinas que se iba poniendo de color amarillo, el humo del tabaco, la cerveza pasada y los caramelos Sintamón, todo lo falso, todas las imitaciones baratas a las que creía haber escapado— invadieran el núcleo de su ser en una ola inmensa que había logrado camuflarse en esa pequeña cantidad de Kafé.

—Se ha vuelto tan fino que le damos asco, Mickey. Mírale.

—No estoy acostumbrado a tomarlo tan dulce, pero por lo demás está muy bueno, mamá.

—Siempre lo tomabas así. Tres tabletas, aún me acuerdo. Me lo beberé yo y te prepararé otro. Has venido a quedarte.

—No. Anoche te dije que…

La señora Hanson le hizo callar con un gesto de la mano.

—¿Adónde vas? —gritó volviendo la cabeza hacia su nieto.

—Abajo, a la calle.

—Antes coge la llave y sube el correo, ¿entendido? Si no…

Mickey ya no estaba allí. La señora Hanson se derrumbó sobre la silla verde aterrizando encima de un montón de ropas y empezó a hablar consigo misma o quizá con Boz —la señora Hanson no tenía muchas manías a la hora de escoger su público—, y Boz no oyó palabras sino el vibrato quebradizo producido por sus flemas, y contempló los dedos manchados de nicotina, el temblequeo de la carne cetrina de la papada, la dentadura MOD. «Es mi madre», pensó.

Boz volvió los ojos hacia la pared escamosa donde el ANTES rosado seguía convirtiéndose implacablemente en un DESPUÉS amarillento y Jesús apretaba un órgano ensangrentado en su mano derecha mientras perdonaba al mundo el que hubiese erigido paredes de ladrillos que se extendían hasta allí donde llegaba la vista.

—Y vuelve a casa cargado con una cantidad de deberes increíble, te juro que hay que verlo para creerlo. Le dije a Lottie que era un crimen, que debería quejarse. ¿Cuántos años tiene? Doce años, sólo doce años. Si se tratara de Gamba o de ti no habría dicho ni una sola palabra, pero esa niña ha sacado la mala salud de su madre. Es muy delicada, ¿sabes? Y los deberes que les ponen, y los ejercicios prácticos… Es una auténtica vergüenza, pobres criaturas. No estoy en contra del sexo, ya lo sabes. Siempre dejé que Milly y tú hicierais lo que os diese la gana. Volvía la cabeza, miraba en otra dirección y se acabó, pero eso es algo de dos y no creo que nadie más deba meter las narices en ello. Lo que ves ahora, y me refiero a la calle, ojo, lo que ves ahora es que ya ni tan siquiera se toman la molestia de meterse en un portal. Intenté que Lottie lo comprendiera, traté de razonar con ella y estuve lo más tranquila posible, no le levanté la voz ni un momento. A Lottie no le hace ninguna gracia, ¿entiendes?, pero la escuela no para de presionarla. ¿Con qué frecuencia podría verla? Los fines de semana y un mes en verano, y todo es obra de Gamba. ¿Sabes qué le dije? Pues le dije que si quería dedicarse al ballet que adelante, pero que dejara en paz a Amparo. El tipo de la escuela era muy educado, oh, sí, y Lottie firmó los papeles. Sentí deseos de llorar, y faltó poco para que me echara a llorar, créeme… Todo estaba arreglado de antemano, naturalmente. Esperaron a que yo saliera de casa, y luego le dije que era su hija y que no me metiera en esto. Si eso es lo que quiere para ella, si es la clase de futuro que cree que se merece… Tendrías que haber oído las historias que contaba al volver. ¡Doce años! Y todo es culpa de Gamba por llevarla a ver esas películas, y al parque. Naturalmente ahora puedes ver todo eso incluso en la televisión, claro, basta con poner el Canal 5, y te aseguro que no entiendo por qué… Pero supongo que no es asunto mío, ¿verdad? A nadie le importa lo que puedan pensar los viejos. Deja que se largue a la Escuela Lowen, te aseguro que eso no me romperá el corazón.

Alzó una mano y se frotó el lado izquierdo del vestido. «Mira, mi corazón sigue tan bien como siempre», decía el gesto.

—Y el espacio extra no nos iría nada mal, desde luego, aunque no me oirás quejarme por eso. La señora Miller dijo que podíamos solicitar un apartamento más grande, somos cinco, y ahora seis contigo, pero si decía que de acuerdo y nos mudábamos y luego Amparo se iba a la escuela tendríamos que volver a trasladarnos aquí, porque las normas dejan bien claro que allí tiene que haber cinco personas, ¿entiendes? Además eso significaría tener que mudarse nada menos que a Queens… Si Lottie tuviera otro crío pero, claro, su salud no lo resistiría, por no hablar de la tensión mental. ¿Y Gamba? Bueno, no hace falta que te hable de eso, ¿verdad?, así que le dije que no, que nos quedábamos. Además, si nos mudábamos y luego teníamos que volver aquí probablemente no tendríamos la suerte de conseguir que nos dieran el mismo apartamento, y no niego que tiene montones de defectos, cierto, pero aun así… Anda, intenta conseguir un poco de agua después de las cuatro. Es como chupar una teta reseca.

Una carcajada gutural, otro cigarrillo. Había interrumpido el discurrir de sus pensamientos y descubrió que estaba perdida en un laberinto. Sus ojos se movieron velozmente recorriendo toda la habitación, dos pequeñas perlas cultivadas que rebotaban en cada esquina.

Boz no había estado escuchando su monólogo, pero aun así fue consciente del pánico que se iba acumulando para llenar aquel repentino y maravilloso silencio. Vivir con Milly le había hecho olvidar aquella faceta de las cosas, todos aquellos terrores incurables precisamente porque carecían de causa. Su madre no era ningún caso especial, claro. Todos los que vivían por debajo de la calle Treinta y cuatro los padecían.

La señora Hanson tomó un sorbo de su Kafé. El sonido (su propio sonido, sí, era ella quien lo había producido) la tranquilizó y la impulsó a seguir hablando y a producir más sonidos propios. El pánico se fue desvaneciendo. Boz cerró los ojos.

—La señora Miller tiene las mejores intenciones del mundo, pero no comprende cuál es mi situación. ¿Qué crees que dijo que debería hacer, eh, qué crees que dijo? ¡Me dijo que debería visitar esa casa de la muerte que hay en la calle Doce! Dijo que sería un ejemplo —no para mí, para ellos— que les animaría. Ver a una persona de mi edad con mis energías y que sigue siendo cabeza de una familia… ¡Mi edad! Cualquiera creería que ya estoy a punto de convertirme en polvo igual que uno de esos como-se-llamen. Nací en 1967, el año en el que el primer hombre pisó la Luna. Mil. Novecientos. Sesenta. Y. Siete. Aún no he cumplido los sesenta, pero suponiendo que llegara a cumplirlos… Bueno, ¿es que hay alguna ley que lo prohíba? Escucha, ¡mientras pueda seguir subiendo esa escalera no tendrán que preocuparse por mí! Esos ascensores… Es un crimen, una auténtica vergüenza. Ya ni me acuerdo de la última vez que… No, espera un momento, sí que me acuerdo. Tú tenías ocho años, y cada vez que te metía en casa empezabas a llorar. Claro que llorabas por todo, pero aun así… Es culpa mía. Te he mimado demasiado, te eché a perder y tus hermanas siguieron el mismo camino. Bueno, pues una vez volví a casa y te encontré vestido con ropa de Lottie, te habías pintado los labios con carmín y todo lo demás, ¡y pensar que ella te había ayudado! ¡Bueno, puedo asegurarte que me encargué de cortar por lo sano! Se acabó, nunca más… Si hubiera sido Gamba habría podido entenderlo. Gamba siempre ha sido así. Cuando vivía la señora Holt yo siempre le decía… la señora Holt tenía ideas muy anticuadas, ya sabes, pues yo le decía que mientras Gamba tuviera lo que quería ni yo ni ella tendríamos que preocupamos por nada. Y, de todas formas, tienes que admitir que era bastante feúcha, mientras que Lottie, oh, mi Lottie era tan hermosa… Cuando estaba en la secundaria ya era una preciosidad. Se pasaba todo el tiempo delante del espejo y la verdad es que no podías culparla por ello, ¿verdad? Igual que una estrella de cine.

Bajó la voz como si quisiera confesar un secreto a la película color verde oliva de aceite extraído de vegetales deshidratados que flotaba dentro de su taza de Kafé.

—Y entonces fue e hizo eso… Cuando le vi no podía creerlo. Si el querer algo mejor para tus hijos es tener prejuicios…, bueno, entonces confieso que soy culpable. Siempre fue guapo, no lo niego 9 y supongo que incluso podría decirse que era inteligente… a su manera, claro, pero inteligente. Le escribía versos. En castellano, para que yo no pudiera leerlos, ¿sabes? Es tu vida, Lottie, le dije yo, adelante, haz lo que te dé la gana con ella, échala al cubo de la basura si te apetece, pero luego no se te ocurra decirme que tengo prejuicios. Nunca me habéis oído utilizar ese tipo de palabras y nunca las oiréis salir de mi boca. De acuerdo, no pude llegar más allá de la secundaria, pero sé reconocer la diferencia que hay entre lo… lo que está bien y lo que está mal, sí, eso es. Cuando se casó llevaba un vestido azul cortísimo, y yo no dije ni una palabra. Estaba tan herniosa… Cuando me acuerdo vuelven a entrarme ganas de llorar —guardó silencio durante unos momentos—. Siempre fue tan educado… —añadió en un tono de voz más enfático, como si aquella frase fuese la conclusión imposible de rebatir implacablemente exigida por la abrumadora cantidad de pruebas que le había ido exponiendo.

Otro silencio más largo.

—Boz, no me estás escuchando.

—Sí, te estoy escuchando. Acabas de decir que siempre fue muy cortés y educado.

—¿Quién?

Boz examinó su álbum familiar mental buscando el rostro de alguien que pudiera haber tratado a su madre de una forma muy cortés y educada.

—¿Mi cuñado?

La señora Hanson asintió.

—Exactamente. Juano… Y ella tampoco comprendía por qué no había probado con la religión.

Meneó la cabeza en una pantomima de asombro ante lo increíble que resultaba el que pudieran ocurrir cosas semejantes.

—¿Ella? ¿Quién?

Los labios marchitos se fruncieron en una mueca de desilusión. La discontinuidad era intencionada y había sido colocada con la intención de que sirviera como trampa, pero Boz había logrado esquivarla. La señora Hanson sabía que no la estaba escuchando, pero no podía probarlo.

—La señora Miller dijo que me iría bien. Yo le dije que ya había más que suficiente con un caso de chifladura religiosa en la familia, y además yo no le llamo religión a eso, ¿entiendes? Oh, soy tan capaz de disfrutar de una barrita de Oralina como cualquiera, desde luego, pero creo que la religión es algo que tiene que salir del corazón.

Volvió a arrugar las llamas color violeta, naranja y oro que cubrían la pechera de su vestido, y lo que estaba oculto debajo de la tela y de la carne se llenó de sangre y la impulsó por las arterias. Su corazón, ahí estaba y ahí seguiría.

—¿Sigues siendo así? —le preguntó.

—¿Religioso? No, se me pasó antes de casarme. Milly está en contra de ese tipo de cosas. Dice que es todo química.

—Intenta convencer de eso a tu hermana.

—Oh, pero en el caso de Gamba es una experiencia que tiene un significado. Ya sabe lo de la química, pero mientras haga efecto… Bueno, no le importa.

Boz era lo suficientemente listo para no tomar partido por ningún bando en una disputa de familia. Ya había tenido que escapar de esos nudos en una ocasión, y sabía lo resistentes que eran.

Mickey regresó con el correo, lo puso encima del televisor y volvió a cruzar el umbral antes de que su abuela pudiera inventar otra misión que encargarle.

Un sobre.

—¿Es para mí? —preguntó la señora Hanson.

Boz no movió ni un músculo. La señora Hanson tragó una sibilante bocanada de aire y se levantó de la silla.

—Es para Lottie —anunció mientras abría el sobre—. Es de la Escuela Alexander Lowen. El sitio al que quiere ir Amparo, ¿sabes?

—¿Y qué dice?

—Que la aceptan. Le han concedido una beca para un año. Seis mil dólares.

—Cristo. Eso es magnífico.

La señora Hanson se dejó caer sobre el sofá aprisionando los tobillos de Boz y se echó a llorar. Estuvo llorando durante más de cinco minutos. El reloj de la cocina interrumpió su llanto para anunciar la llegada de

Y el mundo gira. La señora Hanson llevaba años sin perderse un episodio, al igual que Boz. Dejó de llorar y vieron el episodio del día.

Estar atrapado debajo del peso de su madre notando el calor de su carne era una sensación bastante agradable. Boz podía encogerse hasta alcanzar el tamaño de un sello de correos, una perla, un guisante, una cosita insignificante feliz y desprovista de cerebro, algo que no existía y que se había perdido en el correo.

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