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KIRAN Y SHUKRA

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KIRAN Y SHUKRA

Al cabo de unos días se acercaban a Venus. A Kiran le complació ver que Cisne le acompañaba en el ferry a la superficie; quería hablar con un amigo a quien presentaría a Kiran, antes de proseguir con su travesía.

No había ascensores espaciales en Venus, porque el planeta tenía una rotación muy lenta para que el sistema funcionase. Así que el ferry tenía alas, y mientras atravesaban la atmósfera un fuego amarillo y blanco cubrió el exterior de las ventanillas. Aterrizaron en una pista enorme situada junto a la ciudad cubierta por la cúpula, después accedieron a un vehículo subterráneo y cubrieron el breve trecho que los separaba de la urbe. Fue como si encontrasen a todo el mundo en la calle. Kiran siguió a Cisne entre la multitud, y en una calle lateral subieron una escalera hasta una pequeña Casa de Mercurio que se hallaba sobre una pescadería. Dejaron las bolsas y bajaron de nuevo para sumarse a la multitud.

Los rostros de la ciudad eran en su mayoría asiáticos. La gente gritaba, y en el estruendo no se oía bien, por lo que acababa levantando todavía más la voz. Cisne miró a Kiran y sonrió esquinada al reparar en la expresión de su rostro.

—¡No siempre es así! —gritó.

—¡Lástima! —respondió Kiran.

Por lo visto, dos enormes asteroides de hielo se dirigían hacia la parte superior de la nueva atmósfera venusiana, más o menos por encima del ecuador. Aquella ciudad, Colette, se encontraba a trescientos kilómetros al norte de la colisión, y por tanto no tardaría en verse envuelta por una lluvia que no cesaría en un par de años, dijo Cisne, después de lo cual dejarían pasar un poco de luz a través de la pantalla solar, en cuyo momento empezarían a disfrutar de un tiempo más normal.

Pero primero tenían que sufrir las lluvias torrenciales. La multitud aguardaba el momento, cantando, vitoreando y gritando. Justo a medianoche, el firmamento al sur se iluminó con una luz intensa y blanca que poco después adoptó una tonalidad amarilla e incandescente, seguida por toda la gama de rojos habidos y por haber. Por unos instantes dio la impresión de que veían el interior de la ciudad a través de una mira de infrarrojos. El ruido de los vítores era extraordinario. En algún lugar tocaba una banda de metales. Kiran vio a los músicos, subidos a una especie de estrado al otro lado de la plaza. Varios centenares de trompetas, trombones, tubas, toda la eufonía, todo desde las cornetas hasta las trompas alpinas, interpretando acordes disonantes que reverberaban en el ambiente y derivaban incesantemente hacia armonías que nunca se materializaban. Kiran no supo si llamarlo música o no, porque sonaba como si tocaran sin un plan previo. El efecto consistía en hacer gritar y aullar a la gente, saltar y bailar. Hacían su firmamento.

Al cabo de una hora, la lluvia que caía sin par borró las estrellas y golpeó la cúpula como empeñada en limpiar hasta la última mácula. Era como estar bajo una cascada. Las luces de la ciudad alcanzaban el cristal de la cúpula y volvían como licuadas, así que las sombras cubrieron los rostros de la gente.

Hubo un punto en que Cisne se aferró a la parte superior del brazo de Kiran como él lo hizo la noche que se conocieron. Sintió la presión, supo qué pretendía decirle; la sangre se le agolpó en aquella zona.

—¡Vale, de acuerdo! —gritó—. ¡Gracias!

Ella le soltó con un amago de sonrisa. Permanecieron de pie a la luz, sobre ellos la cúpula de un blanco lechoso. El estruendo de las voces era como cuando rompe el oleaje en una playa de guijarro.

—¿Estarás bien? —preguntó ella.

—¡Estaré bien!

—Me debes una.

—Sí. Pero no sé qué puedo ofrecerte a cambio.

—Ya se me ocurrirá algo —dijo ella—. Por ahora, voy a presentarte a Shukra. Trabajé con él hace mucho tiempo, y ahora se mueve aquí en círculos muy importantes. Por tanto, si trabajas para él y te esfuerzas, si congeniáis, tendrás una oportunidad. Te proporcionaré un traductor para ayudarte.

Tomaron el desayuno de regreso a la Casa de Mercurio de Colette, y después de lo cual Cisne y Kiran cruzaron la ciudad para conocer a Shukra. Resultó ser un hombre de mediana edad, de cara redonda y expresión alegre bajo una mata de pelo blanco.

—Lamento mucho lo de Alex —dijo a Cisne—. Disfrutaba de verdad colaborando con ella.

—Sí —dijo Cisne—. Parece que todos lo hacían. Y se dispuso a presentar a Kiran: —Conocí a este joven cuando salí a dar una vuelta por Jersey y me libró de un buen lío. Buscaba trabajo, y pensé que podía tratarse de alguien de quien podrías servirte.

Shukra la escuchó impasible, pero Kiran reparó en el modo en que había arrugado el entrecejo al principio y pensó que estaba interesado.

—¿Qué sabes hacer? —preguntó a Kiran.

—Construcción, venta, vigilancia, contabilidad —dijo Kiran—. Y aprendo rápido.

—Más te vale —dijo Shukra—. Tengo trabajos que hay que hacer, así que voy a meterte en algo.

—Y necesita documentación —advirtió Cisne.

—Ah.

Cisne le miró a los ojos sin pestañear. Kiran pensó que ahora era ella quien le debería una.

—Sí tú lo dices —dijo Shukra, finalmente—. Eres mi cisne negro. Veré qué puedo hacer.

—Gracias —dijo Cisne.

Después ella tenía que ir al espaciopuerto para tomar su vuelo. Llevó aparte a Kiran y le dio un abrazo fugaz.

—Volveremos a vernos.

—¡Eso espero! —dijo Kiran.

—Sucederá. Tengo que volver. —Esbozó una sonrisa breve—. De cualquier modo siempre nos quedará Nueva Jersey.

—Lima —dijo él—. Siempre nos quedará Lima.

Ella rió.

—Pensaba que era Estocolmo. —Le dio un beso en la mejilla y se marchó.

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