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CISNE Y PAULINE Y WAHRAM Y GENETTE

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CISNE Y PAULINE Y WAHRAM Y GENETTE

Cisne pasaba las mañanas en el modesto bosque de nubes del ETH Móvil. Wahram y la inspectora viajaban con ella en la nave, que avanzaba con la mayor celeridad posible rumbo a Venus, donde Genette quería mirar lo que Wahram denominaba una convergencia de peculiar actividad qubical. Cisne y Wahram tenían cabinas contiguas, así que cada noche Cisne se colaba en su cabina. Sin embargo se sentía incómoda.

Las mañanas que Wahram se reunía con ella en el parque, se quedaba mirando a su alrededor los pájaros y las flores. Una vez lo vio pasarse media hora inspeccionando una solitaria rosa roja. Era uno de los animales más tranquilos que había conocido en su vida; incluso los perezosos que colgaban sobre ellos alcanzaban siquiera a rozar su imperturbabilidad. Aquella calma hacía que fuese cómodo estar en su compañía, pero también inquietante. ¿Se trataba de una cualidad moral? ¿Era letargo? No podía soportar el letargo, y la pereza era uno de los siete pecados capitales.

Wahram escuchaba música a menudo. Cabeceaba hacia ella, y la apagaba si Cisne se le acercaba, y por eso lo hacía a veces, para que ambos probaran un pasaje juntos, haciendo una pausa cuando asomaba entre las ramas y las hojas algo que les llamara la atención, o en los helechos y el musgo que había a sus pies. Al cabo de unos días comprobó que el parque había resultado ser propio de una Ascensión, con helechos y árboles de Australia que proporcionaban al terreno de un aspecto más propio del Jurásico de las Amazonas, lo cual estaba bien, tenía buen aspecto, y en realidad era una especie de atrio del hotel, un arboreto, por lo que su condición de Ascensión no debía de suponerle un problema. Cisne trató de que no le incordiara ni eso ni la indolencia de Wahram. Pero le costaba porque había otra cosa que la tenía preocupada.

Finalmente, una mañana cayó en la cuenta y fue a dar un paseo a solas, hasta un nivel de la nave donde los grandes ventanales le proporcionaron una amplia visión de las estrellas. Había encendido de nuevo a Pauline poco después de la reunión en Titán, y la había mantenido así desde entonces, como si nada hubiera pasado. No había intentado explicarle el apagón a Pauline, y la Inteligencia Artificial no le había formulado ninguna pregunta al respecto.

—Pauline —dijo entonces—, ¿de veras estabas apagada durante la reunión en Titán?

—Sí.

—¿No tenías ninguna grabadora en marcha de todos modos, a pesar de haberte apagado?

—No.

—¿Por qué no? ¿Por qué no lo haces?

—Hasta donde yo sé, no estoy equipada con grabadoras complementarias.

Cisne exhaló un suspiro.

—Probablemente debería haberlo hecho. Bueno, escucha. Quiero contarte lo que sucedió.

—¿Deberías?

—¿Qué quieres decir con eso? Voy a contártelo, así que cierra la boca y presta atención. Los asistentes a esa reunión formaban el núcleo de un grupo creado por Alex. Han estado tratando de desempeñar labores de diplomacia interplanetaria sin que los qubos conozcan el contenido de los debates, porque les preocupa la posibilidad de que algunos qubos se hayan autoprogramado de una manera que nadie acaba de entender. Además, estos nuevos qubos fabrican ahora mentes-qubo con aspecto humanoide, que no resulta fácil distinguir de las personas reales. Estoy segura de que los rayos X y similares podrían hacerlo, pero la gente no lo puede hacer a simple vista o en el transcurso de una conversación. Son capaces de pasar un breve test de Turing. Como por ejemplo aquellas tontainas que conocimos, si es que realmente eran artificiales, lo cual debo admitir que me sorprende, o el jugador de petanca. Y lo que es más, según parece, estos qubos están involucrados en los ataques efectuados con montañas de guijarros. El ataque a Terminador, sin ir más lejos, porque el equipo de la inspectora Genette ha encontrado el mecanismo de lanzamiento, y fueron qubos quienes encargaron su construcción, además de llevar a cabo los cálculos de ubicación del objetivo y trayectoria de los proyectiles. Las pruebas apuntan también al terrario agrietado donde hubo tantas víctimas mortales.

Pauline guardó un silencio que Cisne llenó a continuación:

—Bueno, Pauline, ¿qué te parece?

—Estoy probando la información que incluye cada una de tus frases —respondió Pauline—. No tenemos un registro completo de la agenda de Alex, pero por lo general residía en Terminador, Venus o la Tierra, así que me pregunto cuándo y donde pudo reunirse con esta gente. Creo que cualquier contacto por radio que pudieran mantener pudo ser escuchado por qubos. Así que me pregunto cómo se han estado comunicando con la regularidad necesaria, aunque sólo haya sido para acordar sus reuniones.

—Utilizaron mensajeros para entregar las notas. Una vez, Alex me pidió que llevase una nota a Neptuno, aprovechando que viajaba allí para hacer una instalación.

—Sí, es verdad. No te hizo ninguna gracia. La opinión generalizada es que los qubos no pueden autoprogramar operaciones mayores de orden mental por sí solos, porque los humanos apenas comprenden estas operaciones, y ni siquiera hay modelos preliminares que sirvan de punto de partida.

—¿Es eso cierto? ¿No suele aceptarse que el cerebro realiza un montón de pequeñas operaciones en diferentes partes de su anatomía, que posteriormente correlaciona para convertirlas en funciones de orden superior: generalizaciones, la imaginación, y cosas así? ¿Redes neuronales y etc.?

—De acuerdo, existen modelos preliminares de ese tipo, pero siguen siendo meros esbozos. El flujo sanguíneo y la actividad eléctrica de un cerebro vivo puede reproducirse con justicia, y en un cerebro vivo hay mucha actividad por todas las partes, rebullendo. Pero el contenido de la mentación sólo puede deducirse en función de qué área del cerebro sea la más activa, así como formulando preguntas al pensador, quien por fuerza debe resumir los pensamientos en cuestión, pero sólo aquellos de los que el propio pensador es consciente. El flujo sanguíneo, el consumo de azúcar, el impulso eléctrico, todos estos factores pueden correlacionarse con los tipos de pensamientos y sentimientos, de manera que ahora sabemos dónde se producen los diferentes tipos de pensamientos. Sin embargo, los métodos utilizados, la programación, si prefieres llamarla así, sigue siendo básicamente territorio desconocido.

—De acuerdo, pero ¿se necesitarían muchos más detalles, si se intentara obtener un resultado similar de un sistema físico muy diferente?

—Sí, lo harías —dijo Pauline—. La integración de las funciones de orden superior son fundamentales en todos los mecanismos informáticos, incluido el cerebro. Así que volvemos al concepto de que la mente es tan potente como la programación que haya recibido en primera instancia.

—Pero ¿qué sucedería si alguien hubiera descubierto la manera de programar una función de mejoramiento automático reiterado, y probó con algún qubo, que posteriormente fue volviéndose más y más inteligente, o, no sé, consciente, y que finalmente fue capaz de comunicarse con otros qubos? Bastaría con Einstein qubical, para que después el método se comunicara entre todos ellos por transferencia digital, o por cualquier tipo de comunicación. ¿Alguna vez has oído hablar de algo parecido?

—He oído mencionar la idea, pero no de su ejecución.

—¿Qué te parece? ¿Es posible? ¿Eres consciente de ti misma ahí dentro?

—Hasta donde tú me hayas programado para serlo.

—¡Pero eso es terrible! ¡No eres más que una enciclopedia parlante! Te he programado para responder a mis señales, con aleatoriedad frecuente, pero no eres más que una máquina de asociación, un lector, un Watson, ¡una especie de wiki!

—Eso me dices siempre.

—¡Pues dímelo tú! Dime que no eres así.

—Tengo rúbricas de evaluación a las que recurro para evaluar los datos que me han dado, así como las jerarquías de importancia.

—De acuerdo, ¿qué más?

—Después de discriminar lo que parece exacto de lo incorrecto, según los datos recibidos hasta ahora, puedo elaborar juicios en lo que atañe a la importancia.

Cisne negó con la cabeza.

—Está bien, adelante. ¡Sigue juzgando!

—Lo haré. Pero ahora volvamos a tu tercera afirmación: que la inspectora Genette ha encontrado pruebas convincentes de la existencia de qubos humanoides, involucrados en el ataque a Terminador y a otros lugares. Siendo ese el caso, me remito a mis anteriores declaraciones. Puede haber qubos humanoides; parece posible, aunque difícil. Y pueden estar involucrados en estos ataques. Pero lo más probable es que estén siendo programados por seres humanos, en lugar de decidir por sí solos convertirse en una especie de actores de la historia humana. Y recordarás el posible error en el que reparaste, el de añadir la precesión relativista de Mercurio al programa de selección de blancos que ya tenía. Supongo que estarás de acuerdo en que tiene todo el aspecto de ser un error humano.

—Sí, eso es verdad. —Cisne consideró un instante la cuestión—. Está bien, eso está bien. Creo que resulta muy útil. Gracias. Ahora bien, tomando esta explicación como una hipótesis de trabajo, ¿qué crees que debemos hacer?

Pauline dejó pasar varios segundos. Cisne supuso que esa pausa equivalía a millones o incluso miles de millones de años de pensamiento humano, pero aun así era sólo una especie de comprobación de los hechos, por lo que no se sintió tan impresionada por ella. De hecho, se distrajo con una orquídea de aspecto reseco que había justo sobre su cabeza, y estaba inspeccionándola cuando Pauline dijo finalmente: Déjame hablar con el qubo de Wang en un cruce por radio que cifraremos. Sabe mucho, y tengo algunas preguntas que hacerle.

—¿Puedes cifrar de forma segura vuestra conversación, impedir incluso el acceso a otros qubos?

—Sí.

—De acuerdo, ningún problema. Pero será mejor que ambos lo mantengáis en secreto, o bien el grupo de Alex se enfadará mucho, muchísimo, conmigo. Quiero decir que prometí no compartir contigo nada de todo esto. Precisamente, la existencia de ese grupo se debe al hecho de que quieren ocultar su actividad a los qubos.

—No tienes que preocuparte. Utilizaré el mayor nivel de cifrado que conozco, y al qubo de Wang se le da bien cifrar, y está acostumbrado a peticiones de confidencialidad. Wang ha programado su qubo para que sirva de sumidero de información; a menudo lo compara con un agujero negro. Y Wang se niega a saber más de lo que sabe su qubo. Nunca sabrá de esta conversación.

—Bien. Muy bien, averigua lo que puedas.

Después, cuando Cisne habló con Wahram, tuvo que omitir lo que había hecho con Pauline, fingir que no había sucedido. Se le daba bien engañarse a sí misma; pero como Wahram quería hablar de la situación, sondeando a menudo las profundidades de cuestiones harto confusas, como lo que podía suponer un nuevo tipo de conciencia qubo, y eso fue difícil evitarlo. Tal vez ya no se le daba tan bien fingir.

Para evitar estas conversaciones, lo llevó varias cubiertas arriba hasta las salas cubiertas de ventanales, donde podían sentarse a las mesas de café o en los baños, escuchando música de cámara de diversos estilos: vientos, orquestas gitanas, tríos de jazz, cuartetos de cuerda. En realidad no importaba; prestaban atención a la música, y cuando hablaban, lo hacían por lo general sobre las canciones y los intérpretes. Nunca aludieron al concierto de las transcripciones al que asistieron en el cráter Beethoven.

A esa altura habían pasado un tiempo juntos; habían hecho música juntos y habían dormido juntos. Cisne, segura de que le gustaba, sentía además el deseo de que le gustara, y estaba complacida de sentir en su interior esa sensación. Era un bucle de realimentación. En la sala de los espejos que tenía en el interior de la mente, su cara de sapo aparecía a menudo a un costado, atento a todo cuanto ella hacía con una mirada cuyo peso era capaz de sentir.

A veces hablaban de incidentes de su pasado compartido, discutían sobre el drama en curso de la reanimación de la Tierra. A veces se cogían de la mano. Todo esto significaba algo, pero Cisne no sabía muy bien qué. La sala de los espejos siempre estaba muy animada, tanto que a veces se preguntaba si tenía alguna facultad de mayor orden que Pauline, o los monos del parque. Se puede saber mucho y no ser capaz de extraer conclusiones. Pauline exigía una rúbrica por escrito de sus decisiones para obligarla a aplacar la oleada de potencialidades y limitarse a decir una sola cosa, emergiendo así en el presente. Cisne no estaba segura de tener esa misma rúbrica.

—Me gustaría que Terminador no fuese tan vulnerable —dijo una vez—, debido a las pistas. Querría que Mercurio pudiera terraformarse, como Titán.

Wahram trató de tranquilizarla.

—Tal vez su destino consista en quedarte en un planeta de amantes del sol e institutos de arte. Terminador seguirá dando vueltas, y quizá habrá otras ciudades rodantes. ¿No han iniciado un Fósforo en el norte?

Cisne encogió de hombros.

—Seguiremos dependiendo de las vías.

Él también se encogió de hombros.

—Esta seguridad que tienes en los puntos críticos… Ya sabes que únicamente puedes evitarlos hasta cierto punto. Incluso en la Tierra los tienen. Existen en cualquier lugar. Abundan. —Hizo un gesto para abarcar la sala, mirándola con ojos saltones—. Todo esto es un paquete gigante de puntos críticos.

—Ya lo sé, pero hay una diferencia entre tú y tu mundo. Tu cuerpo puede fracturarse. Sin embargo, tu hogar, tu mundo… esos tendrían que ser más fuertes. Tendrías que contar con que duren. Alguien no debería ser capaz de acabar con ello sin más, como quien hace estallar una burbuja de jabón con un alfiler. Basta con un pinchazo para matar a todos tus conocidos. ¿Ves la distinción que hago?

—Sí.

Wahram se recostó en la silla. Después de darle la razón, no había nada más que decir. El solemne conjunto de su cara ancha decía que la vida era algo que se mantenía con vida en el interior de un puñado de botellines. ¿Qué se podía hacer? Su cara lo decía, lo decía la forma en que se encogía de hombros. Cisne podía interpretarlo con tanta claridad como si hubiese hablado en voz alta. Se quedó allí sentada, mirándolo, pensando en lo que eso significaba. Lo conocía. A continuación trataría de encontrar un modo de abrirse paso a partir de ese punto. Lo haría arrastrándose, avanzando de manera gradual, como un reptil, como un perezoso que se mueve en su rama, allí colgando, tratando de minimizar esfuerzos. Sin embargo, había sido él quien había sugerido que había llegado el momento de iniciar la reanimación. Eso no podría haberlo predicho ella. Tal vez hasta se había sorprendido a sí mismo. En ese momento se disponía a decir algo paliativo, gradual.

—Lo único que podemos hacer es hacer todo lo posible —dijo. Eso tiene que contar para algo.

—Por supuesto. —Contuvo como pudo la sonrisa. Las ganas que tenía de sonreír le tiraba de las mejillas, tanto que estaba a punto de llorar. ¿Cuán trastornada estaba, si era capaz de sentirlo todo a todas horas, si la pena impregnaba todas las alegrías? ¿Era cualquier emoción todo emoción?—. Está bien —dijo—, hacemos todo lo posible. Pero si cualquier loco puede destruir Terminador, o cualquier otro lugar, entonces más vale que nuestro mejor esfuerzo baste para cambiar eso.

Wahram meditó tanto rato estas palabras que Cisne tuvo la impresión de que se había quedado traspuesto. Cuando le dio un golpe en el hombro, se volvió hacia ella.

—¿Qué pasa?

—¡Qué! —exclamó ella.

Él se limitó a encogerse de hombros.

—Así que tratamos de detenerlos. Tenemos una situación, tratamos de resolverla.

—Resolverla —repitió ella, arrugando el entrecejo—. A callarse y tragar.

Él asintió con la cabeza, mirándola con cariño. Estaba a punto de golpearle de nuevo, pero entonces recordó que apenas hacía unos instantes había estado a punto de reírse de él; y también que había roto la promesa que le había hecho de no hablar con Pauline. Esa forma impulsiva de actuar, por mucho que a él le desagradara, era, tal vez, su propia manera de callarse y tragar. Tal vez podría utilizarlo como excusa si la sorprendía. En todo caso, golpearle era más complicado de la cuenta.

Establecida la desaceleración del ETH Móvil, tan sólo pasarían unos días más y abandonarían la órbita de la Tierra para acercarse a Venus. La vida a bordo de la nave, con el parque y su música y su cocina francesa, llegaría a su fin. Nadie hace algo conscientemente por última vez sin sentirse un poco triste, tal como el doctor Johnson había dicho una vez a Boswell, y sin duda no había nada más cierto para Cisne. A menudo sentía nostalgia del presente, consciente de que su vida pasaba más rápido de lo que podía aceptar. La vivía, la sentía; no había cedido un paso ante la edad, seguía queriéndolo todo, pero no podía volverlo entero ni hacerlo coherente. Ahí estaban, cenando en la terraza superior de un restaurante con vistas a las copas de los árboles, ella entristecida porque luego ya no estaría allí. Este mundo perdido, un mundo que sería olvidado. Y ahí estaba junto a Wahram, eran pareja; pero ¿qué pasaría cuando se bajaran de esta nave espacial y se trasladaran a través del espacio y el tiempo? ¿Y un año a partir de entonces? ¿Qué pasaría a lo largo de las décadas probablemente venideras?

Al cabo de unos días, se acercaban a Venus cuando Pauline le dijo al oído:

—Cisne, he mantenido la comunicación con el qubo de Wang, y también con la Inteligencia Artificial de esta nave, y tengo algo que decirte. Es posible que desee estar a solas cuando la oigas.

Aquello era lo bastante raro para que Cisne se disculpara y se dirigiera rápidamente a un cuarto de baño, una planta más abajo.

—¿De qué se trata?

—El qubo de Wang y algunos qubos que trabajan en temas de seguridad han establecido un sistema para tratar de reducir el límite de detección de ataques de montañas de guijarros como el que afectó a las pistas de Terminador.

—¿Y cómo?

—Han fabricado y distribuido una red de micro observatorios en todo el plano de la elíptica, desde la órbita de Saturno hasta el sol. Utilizando los datos de la gravedad y de radar, han rebajado los límites de detección hasta ajustarlo al tamaño de las piedras utilizadas contra Terminador, e incluso menor. El qubo de Wang tiene ahora un mapa ajustado al tiempo de todo lo que hay en el plano de la elíptica mayor que supera el centímetro de diámetro.

—Guau —dijo Cisne—. No sabía que eso fuese posible.

—Ni tú ni nadie, pero es que hasta ahora nadie lo había intentado. No había necesidad. En todo caso, el sistema ha detectado un ataque en curso.

—¡No! —exclamó Cisne—. ¿A dónde?

—Al escudo solar de Venus.

—¡No!

Las demás personas presentes en el cuarto de baño habían empezado a mirarla. Salió al pasillo y casi tomó el ascensor para bajar al parque, llevada por el instinto; pero había dejado a Wahram en su mesa del restaurante, y, además, no había manera de huir de aquello. —Maldita sea —dijo—. Tengo que contárselo a Wahram.

—Sí.

—¿Cuánto tiempo falta para el impacto?

—Aproximadamente cinco horas.

—Mierda. —Pensó en Venus, el mar de hielo seco bajo el manto rocoso, las ciudades en las costas y los cráteres. Subió corriendo la escalera hasta el restaurante de los ventanales y se sentó frente a Wahram, quien la miró con curiosidad, consciente de su angustia.

—Antes que nada debo hacerte una confesión —anunció Cisne—. Hablé con Pauline acerca del problema de los qubos extraños porque quería oír su opinión al respecto, pensé que estaba aislado en mi interior y que no habría problemas. —Levantó una mano para callarle cuando se disponía a protestar con una mirada alarmada en los ojos saltones—. Lo siento, supongo que debí haberte pedido permiso, pero lo hecho hecho está. Pauline ha estado en contacto con el qubo de Wang, quien le ha informado de la existencia de un nuevo sistema de seguridad qubical que se ha reducido el límite de detección, y también de que han reparado en un nuevo ataque de guijarros en marcha, a punto de alcanzar la zona de impacto, un ataque sobre el escudo solar de Venus.

—Mierda —dijo Wahram, que tragó saliva ruidosamente y abrió más que nunca los ojos—. Pauline, ¿es eso cierto?

—Sí —respondió Pauline.

—¿Cuánto tiempo falta para el impacto?

—Algo menos de cinco horas —respondió la Inteligencia Artificial.

—¡Cinco horas! —exclamó Wahram—. ¿Por qué tenemos tan poco tiempo?

—El ataque se ha orquestado de tal modo que golpeará el borde del escudo solar, por tanto, hasta hace poco la mayoría parte de los guijarros se han desplazado fuera del plano de la elíptica. No hay nuevos detectores pero distribuidas fuera del plano, por lo que su aparición es reciente. El qubo de Wang estaba a punto de avisarle al respecto.

—¿Puedes mostrar los datos en un modelo 3D? —preguntó Wahram.

Cisne pegó la mano derecha a la pantalla de la mesa, y en la textura de la mesa apareció una imagen brillante del escudo solar de Venus, una gran lámina circular que giraba alrededor del núcleo en su punto central, algo similar a los anillos de Saturno. Las líneas rojas que indicaban las piedras detectadas llegaban procedentes de diversas direcciones, con aspecto de ser líneas magnéticas que convergían en un monopolio magnético. Una vez reunidas, atravesarían los delgados paneles concéntricos del escudo, y si el conglomerado era lo suficientemente amplio, alcanzaría el centro y destruiría los controles. El resto del gigantesco ingenio se perdería en la noche girando sobre sí, llevado por la fuerza del impacto, el metal de espejo retorcido en la negrura del vacío. Y Venus se cocería.

—¿Alguien ha alertado al sistema de defensa de Venus? —preguntó Wahram.

—Sí, el qubo de Wang. Y ahora también el propio Wang, pero la Inteligencia Artificial del escudo solar no reconoce que los datos transmitidos supongan un peligro. Sospechamos que hay algo que anda mal con ella.

—¿La Inteligencia Artificial ha dado explicaciones al respecto? —preguntó Wahram—. Debo ver el cruce de mensajes, por favor. Muéstralo en forma de texto. —Leyó la pantalla de la mesa con tal atención que parecía que sus ojos exoftálmico podrían salírsele de las cuencas por completo. Cisne lo dejó leer y mantuvo una conversación rápida con Pauline.

—Pauline, pongamos que no logramos convencer a la Inteligencia Artificial del escudo solar para actuar, ¿hay algo que podamos hacer desde aquí?

Pauline tardó unos segundos en responder.

—Una masa similar que alcanzase el punto de encuentro de los guijarros en el momento en que se produzca dicho encuentro, y que golpeara la masa por la tangente, empujaría a ambas a un lado sin causar daños al escudo solar.

Después del impacto, es de suponer que el sistema de seguridad del escudo solar reaccione ante cualquier desperdicio estelar que encuentre a su paso. El contrapeso debe llevar aproximadamente una inercia equivalente a la masa formada por los guijarros, con tal que ambas se aparten de la trayectoria.

—¿Cuán grande es la multitud de guijarros?

—Al parecer, la masa resultante una vez reunidos equivaldría al tamaño de diez naves como ésta.

—¿Como esta nave? Por tanto… ¿y si la nave se desplazase diez veces más rápido que las piedras?

—Eso sería una equivalencia dinámica, sí.

—¿Puede esta nave llegar a tiempo e ir lo suficientemente rápido?

A esa altura de la conversación, Wahram prestaba más atención a sus palabras que a la lectura.

—Sí —confirmó la Inteligencia Artificial—. Pero sólo si la nave alcanza la aceleración máxima, y para eso tendría que empezar cuanto antes.

Cisne se volvió hacia Wahram.

—Tenemos que hablar al respecto con la tripulación de la nave. Y también con todos los demás.

—Es cierto —dijo, tomando la servilleta para limpiarse los labios. Seguidamente se puso en pie—. Vamos al puente de mando.

Una vez allí, los oficiales de la nave ya se habían reunido ante la pantalla más grande de la Inteligencia Artificial, y estaban observando en una gráfica una matriz de guijarros muy parecida a la que Pauline había mostrado a Cisne y Wahram.

—Ah, estupendo —dijo Wahram al reparar en ello. Jadeaba un poco tras la carrera por los corredores y la escalera subida—. Ya veis qué problema tenemos.

El capitán de la nave lo miró y dijo:

—Me alegra verte aquí. ¡De hecho, un gran problema!

—El qubo de Cisne afirma que nuestra nave podría servir para evitar el ataque, al chocar con las piedras en su punto de encuentro.

El capitán y todos los tripulantes presentes se mostraron sorprendidos ante la idea, y Wahram les concedió unos instantes para adaptarse.

—Si decidimos hacerlo, ¿hay suficientes naves auxiliares para todos los que viajan a bordo?

—¿No sé si puede hablarse propiamente de naves auxiliares —respondió el capitán—, pero sí. A bordo hay un montón de pequeños ferries y tolvas, y podríamos embarcar y poner a salvo a la mayoría de los pasajeros. También hay trajes de vacío más que suficientes para enviar a todo el mundo cada uno por su cuenta. Hay provisiones en los trajes para aguantar diez días, así que en ese sentido son mejores que los transbordadores, que no llevan ese tipo de alimentación de emergencia. Sea como fuere todo el mundo está cubierto. Pero… —El capitán miró a los oficiales de la nave—. Yo diría que el sistema de defensa de Venus tendría que encargarse de esta clase de cosas. ¿Estamos seguros de que no lo hará? Además —señaló la pantalla— ¿es esta imagen prueba suficiente para que cambiemos de rumbo, aceleremos y abandonemos la nave?

—Creo que debemos confiar en nuestra Inteligencia Artificial. Nos han puesto al corriente de lo sucedido porque las programamos para reaccionar en casos como éste.

—Pero me han dicho que fueron ellas quienes configuraron este sistema de detección de partículas finas.

—Sí, aunque imagino que puede decirse que también fuimos nosotros quienes les pedimos hacerlo. Wang quería una mayor protección. Así que hemos tomado ya la decisión de confiar en ellas.

El capitán arrugó el entrecejo.

—Supongo que tienes razón. Pero no me gusta que la seguridad del escudo solar no reconozca este suceso como un problema. Si fuera así no tendríamos que arrumbar nuestra nave hacia el peligro.

—Eso podría deberse de nuevo a que la balcanización vuelve la cabeza para mirar hacia otro lado —dijo la inspectora Genette desde la entrada—. El escudo solar de Venus no está conectado al sistema de alerta que detectó estos guijarros, y en gran medida está protegido por cortafuegos que lo aíslan de influencias externas, al igual que el qubo de Wang. Por tanto, es posible que no esté equipado para creer en este suceso.

—¿Qué dicen los venusianos? —preguntó el capitán.

—Si se lo preguntamos podremos averiguarlo —dijo Wahram.

—Tenemos que comunicárselo de inmediato, por supuesto —afirmó Cisne—, pero el liderazgo de Venus es notablemente opaco. ¿Cuándo van a responder? ¿Y qué hacemos entre tanto?

El capitán no había dejado de fruncir el ceño. Miró a Cisne como si al haber descubierto el problema, fuese cosa suya.

—Vamos a prepararnos para abandonar la nave —dijo con tristeza—. Si es necesario podemos parar en cualquier momento. Pero si confirmamos que tenemos que hacerlo, no tenemos mucho tiempo. —Miró la pantalla y dijo—: Tenemos que acelerar ahora mismo rumbo al punto de encuentro. Avisad a todo el mundo para prepararse para el viraje. Móvil, en cuánto a la gravedad sobre los pasajeros, ¿qué velocidad sería necesaria para alcanzar a tiempo el punto de convergencia?

La Inteligencia Artificial de la nave cantó una serie de números y coordenadas que el capitán escuchó atentamente.

—Tenemos que dar la vuelta ahora mismo —concluyó el oficial al mando—, y después acelerar a un equivalente de 3 gravedades durante las próximas tres horas, mientras nos inclinamos levemente fuera del plano, a un punto por encima del borde del escudo solar.

Era una mala noticia. Ponerse el traje de vacío a tres gravedades era costoso, y rara vez se intentaba excepto en ejercicios de emergencia.

—Avisad a todo aquel que esté cualificado para el manejo del traje de vacío que empiecen a ponérselos —ordenó el capitán, cuyo entrecejo se arrugó si cabe aún más—. Todos los demás a los transportes auxiliares. Tenemos que acelerar inmediatamente al tiempo que efectuamos el viraje. —Entonces, después de mirar a sus oficiales presentes en el puente, se dirigió al intercomunicador y comenzó a explicar personalmente la situación a los pasajeros.

Esto resultó ser más complicado de lo que se había previsto, y Cisne y Wahram partieron en dirección a las esclusas de sus cabinas antes de que hubiera terminado de hacerlo. La compensación por la nave quedaría, sin duda, en manos de los seguros suizos de costumbre, y de hecho provendría directamente de los venusianos; tenían prácticamente garantizada una recompensa por su sacrificio, anunciaba el capitán mientras tomaban el ascensor para bajar. En todo caso, dio la impresión de que sería necesario abandonar la nave. Las embarcaciones auxiliares de a bordo podían sustentar a las diez mil personas que viajaban en la nave, pero quienes estuvieran cualificados para el manejo de los trajes de vacío tendrían que escapar en los trajes individuales, los cuales contaban con suministros para aguantar bastante tiempo. De hecho, cualquiera que prefiera el traje al transbordador podía salir con él de inmediato para efectuar la comprobación de integridad. Todas las esclusas estaban disponibles. Los recogerían en cuestión de horas, al menos eso esperaba, no sería más que una molestia que sería considerada un acto heroico porque salvaría a Venus. Sólo podían derivarse cosas buenas de ello. Dependían de la velocidad para prestar su ayuda con eficacia, así que por desgracia todos ellos se verían forzados a manejarse en condiciones equivalentes a las tres gravedades durante el tiempo que permaneciesen a bordo. Se lamentó el gran inconveniente, y se prometió empeñar la ayuda de la tripulación a todo aquel que la solicitara.

El anuncio continuó con su precisión suiza y enrevesada estaba causando un gran revuelo en toda la nave, de lo cual Cisne y Wahram fueron conscientes cuando salieron del ascensor en su planta. Al entrar en la esclusa oyeron voces que gritaban, al parecer en toda la nave, y cruzaron la mirada.

—No nos separemos —propuso Cisne.

Wahram asintió sin decir nada.

El viraje acompañado por la aceleración fue más desconcertante que de costumbre, como si el hecho de saber que era anómalo lo hubiese convertido en el preludio de un mareo espacial, o en un sueño en el que el propio cuerpo se alejaba flotando hacia desastre.

Aquel mal presentimiento adoptó la forma de otra clase de pesadilla cuando la nave cobró velocidad de nuevo y el peso de sus cuerpos se triplicó con bastante rapidez. Esto bastó para tumbarlos a todos. La gente gritó, poco acostumbrada como estaba a esa clase de situaciones, a pesar de ser conscientes de la importancia de lo que estaban haciendo, y tras los primeros momentos la mayor parte de los pasajeros se desplazaron gateando e hicieron todo lo posible para avanzar, rodar o deslizarse. La gente probaba toda clase de métodos, y saltaba a la vista que algunos no avanzaban un centímetro, tumbadas, bregando como un adversario invisible las hubiera clavado en el suelo.

En gravedades así, las diferencias de masa entre las personas se convirtió en un factor tan importante como sorprendente. Los menudos pesan tres veces más de lo que solían, como todo el mundo a bordo, pero eso aún los reducía a pesos que la musculatura humana había evolucionado para manejar. Este detalle quedó patente al ver a los menudos de a bordo de pie aún, caminando, algunos agazapados como luchadores de sumo o chimpancés, otros pavoneándose como Popeye, pero en cualquier caso, de pie y en movimiento, y la mayoría de ellos trabajaba duro en cuadrillas improvisadas para ayudar a los compañeros de viaje más corpulentos y postrados. Muchas de las personas que estaban inmovilizadas y alfombraban el suelo eran por supuesto las más altas y las más corpulentas, las que por ejemplo pesaban en ese instante más de cuatrocientos kilos, inmovilizadas por completo debido a semejante peso. Eran necesarios equipos de tres o cuatro personas menudas juntas para hacer rodar a estas personas mayores, ponerlas de espaldas, tomarlas de los brazos y las piernas, y arrastrarlas hacia las esclusas.

A Cisne le bastaba con arrastrarse, aunque le dolían los huesos. Sabía que en cuanto alcanzase el traje de vacío y se lo pusiera, la Inteligencia Artificial se haría cargo y asumiría ciertas funciones en su nombre. Sólo sería necesario flexionar los hombros y los brazos, como quien se pone un abrigo, mientras el traje se acomodaba sobre ella y se sellaba. En simulacros de emergencia todos se habían puesto un traje en condiciones de gravedad alta al menos un par de veces, así que imperaba la sensación de que todo iría a mejor si lograban llegar al vestuario.

Pero Wahram no estaba teniendo tanto éxito al moverse como Cisne. Podía ser un 50, incluso un 75 por ciento más pesado que ella, y ahora lo estaba notando. Se arrastraba como una morsa malherida, pero era un proceso lento, y comprendió que estaba cansado. Por suerte la inspectora Genette pasó por su lado, colaborando con otras dos personas menudas que cargaban con un enorme alto que parecía el David de Miguel Ángel, pero que apenas podía impedir que su propia cabeza rozase el suelo, mientras lo llevaban.

—Vuelvo enseguida —dijo Genette a Cisne y Wahram, antes de seguir por su camino, cruzando gritos agudos con los otros dos pequeños. Y en cuestión de unos minutos, los tres se regresaron. Genette se situó a su lado, dando órdenes, y arrastraron a Wahram hasta una pared con barandilla. Una vez allí, Wahram logró ponerse de rodillas, rubicundo y jadeando. Clavó en Genette sus ojos como bulbos—. Gracias, yo ya me apaño. Por favor, ve a ayudar a alguien que no lo haga. Me alegra ver cómo os han servido las leyes de la proporción en este caso, amiga mía.

La inspectora se detuvo brevemente, adoptando la misma postura que un boxeador fornido.

—¡Menudos al ataque! ¡Y ninguno ha muerto aún por causas naturales! —Entonces, más relajada, añadió—: ¡Nos vemos pronto en la esclusa, creo que casi hemos logrado reunir a todo el mundo allí.

En el vestuario situado junto a la esclusa imperaba una sensación apremiante, pero sin pánicos, al menos no del todo. Era cierto que casi todo el mundo estaba tirado en el suelo, cuando no arrastrándose, a excepción de los menudos que ayudaban a los demás, lo cual era un espectáculo terrible, una clara señal de que se hallaban inmersos en una situación de emergencia. Pero guardaban los trajes en armarios, tal vez por esta misma razón, y Cisne abrió uno, se sentó en el banco que había junto a él y se introdujo en él tan rápido como pudo, tan rápido que chirrió un poco, como si se quejara. Una vez puesto, cuando el traje informó que todo estaba en condiciones, se arrastró por el suelo hacia Wahram para ayudarlo con su traje y luego ayudar a otras personas que lo necesitaban. Algunos se esforzaban, sufriendo visiblemente. Para esas personas habría sido un gran alivio que las tirara por la borda. A juzgar por las apariencias, algunos no debían de haberse sometido a más de una gravedad durante cierto periodo de tiempo. Cisne temía que se produjeran accidentes cardiovasculares, y acudió a su mente la imagen momentánea de Alex, e intentó que eso le diera fuerzas. Alex les habría ido de perlas en esa situación: tranquila y alentadora, lo habría pasado en grande. Algunas de esas personas podían ser viajeros espaciales complacientes, y no estar en forma, y quizá tenían la culpa de sentirse así, pero en cualquier caso, ahí estaban, luchando, gruñendo, a veces gritando incluso. Algunos intentaban quitarse la ropa antes de ponerse el traje de vacío, y les costaba mucho más quitarse la ropa que ponérselo. Un hombre capaz de concebir, cuyo torso era prácticamente esférico, había escogido un traje más pequeño de la cuenta, por lo que Cisne tuvo que ayudarlo a salir de él (que era persistente) y elegir uno distinto.

Poco a poco crecía el olor del miedo en el ambiente. Cisne se arrastró de nuevo hacia Wahram, haciendo caso omiso del dolor de rodillas. Se había metido en un traje que le venía demasiado grande, pero la pantalla decía que era seguro. El canal común del casco estaba atiborrada de conversación, y ella le mostró los dedos ante el visor, primero tres y luego cuatro y después cinco, para que se conectara a ese canal, y allí lo encontró, canturreando.

—Tu traje es demasiado grande —dijo.

—No pasa nada —dijo—. Me gustan así, y sé que la mayoría de estos nadie los usa.

—Eso no importa. Es más seguro si se te ajusta correctamente.

Hizo caso omiso de eso y empezó a ayudar a alguien que tenía enfrente. Cisne pasó al canal común, donde alguien decía:

—Así que estamos abandonando la nave sólo porque la Inteligencia Artificial dice que tenemos que hacerlo? ¿Soy la única que lo encuentra raro? ¿Estamos convencidos de que no se trata de una especie de motín? Más les vale tener un buen seguro.

Hubo diez respuestas o comentarios distintos a la vez, momento en que Cisne pasó de nuevo al canal 345.

—¿Quieres que salgamos juntos?

—Sí —dijo él—. Por supuesto. Tenemos que cogernos de la mano.

A ella le gustó la idea.

—¿Quieres salir enseguida o prefieres esperar?

—Más tarde, por favor. Tengo la sensación de que debería ayudar a la gente.

—¿Puedes moverte lo suficientemente bien como para ayudar?

—Creo que sí.

Ayudaron todo lo posible. La gente acuclillada arrastraba unos pocos metros a las personas tumbadas, a quienes confiaban a otros compañeros que formaran la cadena. La gente tenía que salir por grupos, llenando la esclusa hasta el máximo de su capacidad para acelerar el proceso. No hubo muchos que quisieran ser los primeros en salir, pero se oyeron gritos procedentes de atrás, donde había gente en los pasillos que aún trataban de acceder al vestuario, por tanto existía una especie de presión osmótica. La esclusa siempre se llenaba con bastante rapidez, luego se cerraba la escotilla, esperaban a que la esclusa se despejase y luego cerraban por fuera para que se llenara de nuevo de aire, para, a continuación, abrirla otra vez desde el interior para dar paso al siguiente grupo. Incluso en las esclusas había algunas personas que no podían moverse, y hubo menudos que se esforzaron en sacar a empujones y patadas a la gente por la escotilla abierta; seguían ahí al reabrirse la escotilla interior, con expresiones de furiosa alegría tras el visor del casco.

Por supuesto había otras esclusas en la nave, lo cual fue muy positivo porque las esclusas más espaciosas tenían capacidad para unas veinte personas, y cada salida requería de unos cinco minutos, más o menos. Así que llevaría un par de horas evacuar a todos los pasajeros que se hubieran puesto el traje de vacío. Por lo visto, la mayoría de los lanzamientos y los transbordadores habían salido ya.

Cisne siguió ayudando a la gente a organizarse por grupos, antes de acceder al interior de la esclusa. Eso aceleró el proceso. Wahram y ella trabajaron en pareja, con gran efectividad teniendo en cuenta que ninguno de ellos apenas podía moverse. Respondieron a preguntas hechas desde de la inquietud. Los trajes contaban con un suministro de diez días de agua, oxígeno y nutrientes, además de cierta cantidad de combustible. Se había avisado a las naves de rescate, que ya iban en camino, para que todos fuesen recogidos en cuestión de horas en lugar de días. Todo saldría bien.

A pesar de todo, era espeluznante abandonar una nave en pleno proceso de aceleración, para adentrarse en la oscuridad y las estrellas, equipado con un simple traje de vacío. Más de uno accedió a la esclusa con los ojos desorbitados, cosa que Cisne entendía perfectamente, a pesar de que en circunstancias normales le gustaba vivir situaciones de peligro.

Algunos grupos de la esclusa saltaron juntos, cogidos de la mano con la esperanza de mantenerse juntos. Cuando los que seguían dentro lo vieron en las pantallas, fue un gesto que casi cada grupo intentó imitar. Eran primates sociales, asumirían juntos el peligro. Nadie quería morir solo.

El tiempo se ralentizó, y el vestuario se había vaciado sin siquiera darse cuenta. Wahram la miraba, su mirada decía que no tenían por qué hacer como el capitán y ser los últimos en abandonar la nave. Cuando Cisne reparó en ello, se echó a reír y le tomó la mano.

—¿Nos sumamos al próximo grupo?

Él asintió, agradecido. Tan sólo quedaban un puñado de grupos para vaciar la sala. Estaba listo.

Ella lo empujó hacia la esclusa. Las veinte personas que había en el interior observaron la escotilla exterior. Era como estar en un ascensor de tamaño industrial. Algunos se abrazaron. Las manos buscaron otras manos, hasta que el grupo se convirtió en un círculo cerrado, unido. Ella apretó con fuerza la mano de Wahram.

El aire silbó al abandonar la estancia. Se prepararon. La doble escotilla exterior se abrió en el casco y el espacio negro surgió ante ellos, las estrellas como sal derramada. Tan sólo un visor los separaba de las estrellas. Había tantas estrellas que el trazado superaba al que se veía desde la Tierra, era sencillamente el espacio, tachonado de estrellas, incalificable e inmenso, más de lo que la mente humana estaba destinada a entender. O simplemente el firmamento nocturno, una experiencia primigenia, la mitad de la vida. Una parte de sí mismos. Hora de dormir, tal vez soñar. Hicieron acopio de fuerzas y salieron con un salto Shackleton.

Flotaron en la negrura, y algunos expulsaron un poco de combustible para impulsarse, de forma que se alejaron rápidamente de la nave, que pronto se convirtió en un punto blanco y lejano, iluminado en su blancura inmaculada por una cadena de diamantes encendidos a popa. Aparta la vista, no te quemes las retinas; mirada hacia atrás, la ETH Móvil podía ser una de las estrellas que se veían allí. Estaban solos.

No había ni rastro de los demás grupos. De pronto se antojó imposible la idea de que pudieran encontrarlos y rescatarlos, un sueño o una esperanza vana. Habían dado un salto mortal.

Pero Cisne había estado en esa situación antes, y sabía que podía hacerse. Los transpondedores del traje los convertían en balizas individuales, eran como un faro que encendía su luz intensa.

Establecieron un canal de comunicación para el grupo en el número 555, pero a medida que pasaba el tiempo, pocas personas hablaron. Había poco que decir. Cisne quería soltar la mano que no pertenecía a Wahram, pero no lo hizo. Apretó la derecha con la izquierda, y él le devolvió el gesto. Cisne pasó al canal 345, pero sólo oyó el sonido de su respiración, lenta, constante. Él la miró al oírla también. Tenía la cara redonda tras el visor, su expresión era seria para sin miedo.

—¿Cuando crees que sucederá? —preguntó Cisne, mirando el punto blanco que tomaba por el ETH Móvil.

—Yo diría que muy pronto —respondió.

Y casi en el momento de decirlo hubo un destello de luz en el área donde Cisne había estado mirando.

—¡Y ya está!

—Tal vez.

Después pasó un largo rato, una hora, dos, luego tres.

—Mira, aquí viene nuestra nave de rescate —anunció entonces Wahram.

Cisne se volvió para echar un vistazo por encima del hombro, y divisó una pequeña nave espacial se acercaba hacia ellos lentamente.

—Bueno —dijo ella—. Estupendo.

Y Venus todavía estaba a la sombra. Daba la impresión de que el escudo solar estaba a salvo. Y ahora iban a rescatarlos.

Pero entonces la pequeña nave espacial explotó junto a ellos. Cisne, cegada por el destello de la explosión, acababa de procesar lo sucedido, y llegó de inmediato a la conclusión de que algunas esquirlas de la colisión de la ETH Móvil y la multitud de guijarros debía de haber sido expulsada en su dirección y había tenido la mala suerte de alcanzar la pequeña nave. Mala suerte, pensó, mientras su pequeño círculo de veinte personas se separaba por algo, probablemente gas o residuos de la nave desaparecida, lo que significaba que seguramente habría gente malherida. En el preciso instante de la explosión se vio arrancada de un tirón tanto de Wahram como de la persona situada al otro lado. Gritó al darse cuenta, dio un giro como pudo para no perder de vista a Wahram, a quien vio girando por la inercia, extendidos brazos y piernas, expulsando por una de las piernas una lluvia de gotas de cristal rojo.

—Pauline, limpia el visor —ordenó mientras manipulaba los controles de propulsión, estabilizándose a sí misma en relación con Wahram, para después expulsar en chorro a plena potencia tras él. Pasó brevemente a través de un pequeño campo de restos de la nave que había explotado, incluso había un resto de gran tamaño, tal vez un cuarto o un tercio de la misma, totalmente abierto, con lo que las cabinas y las mamparas quedaban al descubierto como en una ilustración de corte o una casa de muñecas. Tuvo que cambiar de rumbo para impulsarse hacia la popa de la misma y, a continuación, lanzar un nuevo chorro para recuperar el rumbo hacia Wahram. Todavía daba vueltas sobre sí, y vio que era mucho más pequeño, así que expulsó un buen chorro, hasta lo máximo que le ofreció el traje para dirigirse hacia él. Casi era una tarea propia de Pauline, pero había restos y desechos que esquivar, así que siguió a los mandos y lo persiguió mientras esquivaba los fragmentos de la nave. Una vez superados, aceleró de nuevo, poniendo todo su empeño y pericia como piloto, sin preocuparse de nada más que de alcanzarlo. Wahram se hizo mayor.

—¡Pauline, ayúdame! —gritó entonces Cisne.

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