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16 de DICIEMBRE de 2012 » 26

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Chel estaba sentada bajo los manzanos del jardín sur del Getty, fumando y contemplando el laberinto de azaleas del patio de abajo, sin pensar en nada. Necesitaba un momento de descanso, de distracción, de recargar pilas.

—Chel —llamó alguien desde lejos.

A través de la niebla distinguió a Rolando en lo alto de la escalera que conducía a la plaza central. Detrás de él estaba Stanton. Sorprendida, se preguntó para qué habría venido. ¿Habrían descubierto algo los satélites? Fuera cual fuera el motivo de su visita, le alegraba verle.

Rolando saludó y se fue, dejándolos a solas.

—¿Qué pasa? —preguntó Chel a Stanton al pie de la escalera. Reparó de inmediato en su aspecto agotado. Era la primera vez que estaban físicamente juntos desde la noche en que ella había confesado y habían ido a ver a Gutiérrez. Lo que ella había sufrido en los últimos días no podía compararse con lo que estaba escrito en la cara de Stanton.

Se acercaron a una de las mesas cubiertas de tableros de ajedrez, en los terrenos del pabellón sur. Stanton le contó todo cuanto había conducido a la muerte de Thane, y lo que había ocurrido después.

—Nunca habría debido permitir que corriera ese riesgo —dijo finalmente.

—Intentabas ayudar. Si conseguías que los anticuerpos funcionaran…

—Los anticuerpos no sirven de nada —dijo Stanton en tono amargo—. Las pruebas fracasaron, y aunque hubieran funcionado, los habrían considerado demasiado peligrosos. Thane murió por nada.

Chel comprendía demasiado bien lo que era ser apartado de todo lo que conocías. Pero ella había gozado de una segunda oportunidad, gracias a él, y ahora no sabía cómo podía ayudarlo a conseguir la suya. Tomó su mano y la apretó.

Estuvieron sentados en silencio casi un minuto, hasta que ella abordó el otro tema que ocupaba su mente.

—Supongo que… los satélites no habrán descubierto nada, ¿verdad?

—Ya no estoy en el ajo. Pensé que tal vez habrías recibido información del CDC, pero ya veo que no. ¿Qué tal por aquí?

—Estamos cerca de terminar de descifrar el códice. Puede que en las partes finales encontremos alguna pista, aunque nos enfrentamos a unos cuantos retos importantes.

—Deja que te ayude.

—¿En qué?

—En tu trabajo.

Chel no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Tienes un doctorado en lingüística del que no me habías hablado?

—Lo digo en serio. Nuestros procesos no son tan diferentes. Diagnosticar el problema, buscar analogías y estudiar soluciones a partir de ahí. Además, tal vez una nueva perspectiva pueda ser útil.

Resultaba extraño que, tres días después de que Stanton tuviera su futuro en las manos, la carrera de él hubiera sufrido un destino similar, y que hubiera acudido a pedirle su ayuda. ¿Era ella la mejor opción que le quedaba? ¿Qué sabía en realidad de aquel tipo? No cabía duda de que Gabe Stanton era muy inteligente, extremadamente trabajador, a veces demasiado vehemente. No sabía mucho más. No habían gozado de la oportunidad de relajarse mientras tomaban una copa de vino. Tal vez si se acercaba para ver mejor, no le gustaría lo que vería. No obstante, había sido él quien dejó entrar la luz del día, manteniendo con vida el trabajo que tanto amaba, en un momento en que ella le había dado todo tipo de razones para que reaccionara de forma contraria. De modo que, si quería ayudar, ella no se lo iba a impedir. Tendría que procurar que el CDC no lo averiguara cuando se pusieran en contacto con ella de nuevo.

—De acuerdo, una nueva perspectiva, pues. —Chel se acercó más a él—. El escriba se está refiriendo al colapso de la ciudad. O al menos a su miedo al colapso. Había presagios en la plaza central, en el palacio, en todas partes. Pero no hay nada peor para él que el nuevo dios, Akabalam. Es un dios que no hemos visto antes, un dios de mantis religiosas. Como si este dios hubiera sido creado en ese momento histórico concreto.

—¿Era poco habitual que los mayas crearan… nuevos dioses? —preguntó Stanton.

—Hay docenas en el panteón. Y se inventaban dioses nuevos todo el tiempo. Cuando Paktul oye hablar de Akabalam por primera vez, desea aprender más y adorarle. Pero en esta parte final del manuscrito, es como si hubiera encontrado un motivo para sentir un miedo cerval de esta nueva deidad.

—¿Qué quieres decir con un miedo cerval?

—Utiliza todos los superlativos del idioma maya para describir su miedo, incluyendo palabras sugerentes de que tiene más miedo de este nuevo dios que de morir. Una cosa que hemos podido traducir dice así: Esto era tan aterrador que nadie podría enseñarme jamás a tener miedo.

Stanton se acercó a la barandilla que dominaba el río flanqueado de sicomoros del Getty mientras reflexionaba.

—Tal vez deberíamos buscar un miedo profundamente arraigado. —Se volvió—. Piensa en los ratones.

—¿Ratones?

—Uno de los miedos más intensos de un ratón es a las serpientes. Pero nadie tuvo que enseñar a los ratones a temer a las serpientes. Está codificado en su ADN. Podemos conseguir que el miedo desparezca alterando su estructura genética.

Chel imaginó los años que Stanton había pasado en el laboratorio, unos años no tan diferentes de los suyos. Pensó en costumbres extrañas para ella, utilizar un vocabulario casi desconocido. No obstante, su constante regreso a los procesos científicos subyacentes en juego era similar a la forma en que ella veía el lenguaje y la historia.

—Por lo tanto, la pregunta que debemos formular es: ¿cuál podía ser el mayor miedo de tu escriba?

—¿Temor al colapso definitivo de la ciudad?

—No parece que eso sea una novedad para él.

—No creo que esté hablando de serpientes.

—No, quiero decir, ¿qué miedo tan horrible pudo provocarle esa reacción? Tiene que ser algo más… primario. Algo innato.

—¿Cómo el miedo al incesto?

—Exacto. ¿Podría ser eso?

—El incesto estaba prohibido por los dioses. Por todos. Y tampoco sería lógico. ¿Qué tendría que ver con las mantis religiosas?

Sin embargo, en cuanto las palabras salieron de su boca, se le ocurrió otra posibilidad, una acusación contra su pueblo que había desechado durante toda su carrera.

Desde el principio, Chel había deseado que el códice demostrara que su pueblo no había sido culpable de su propio colapso.

Pero ¿y si no era así?

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