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REDENCIÓN

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REDENCIÓN

1

Alberto Alberto termina el descenso cerca de Dena, en una zona de tierra alejada de la civilización. El hud del helicóptero tiene activa una señal de bajo combustible. Aun así, se quita el cinturón de seguridad y el intercomunicador para despedirse de Eva y Nuria, que ya han bajado y se han colocado alejadas de la corriente de las hélices.

Eva y Alberto se dan un abrazo, sabedores de que puede ser la última vez que se vayan a ver.

—Ha sido todo un gustazo volver a ejercer nuestra profesión al más alto nivel contigo, Eva.

—Estoy de acuerdo. A pesar de los inconvenientes…

Eva mira a Nuria, que se ha apartado a unos metros de ellos para dejarles algo de privacidad en su despedida.

—Haz lo que creas correcto, Eva. No te responsabilices más. Bastante has hecho ya.

Eva le da palmaditas para terminar el abrazo. Alberto se despega de ella.

—Palmaditas… ¡pillado!

—Sí. —Se ríe Eva—. Cuídate mucho, amigo.

—Igualmente. Voy a despedirme de Nuria.

Alberto se acerca hasta Nuria y le tiende la mano fríamente, sin mediar ninguna palabra.

—Siento haberte empujado el otro día…

—Ah… eso… no te preocupes. Era comprensible. Ojalá consigáis vuestro objetivo. Mucha suerte.

Nuria asiente con una sonrisa forzada en sus labios. Alberto se despide finalmente. Se monta en el helicóptero, se coloca de nuevo el cinturón y el intercomunicador para insonorizar el ruido del motor. Se eleva para terminar por alejarse en dirección a Francia.

Eva y Nuria están de nuevo solas, como al inicio, habiendo cumplido el objetivo principal: recuperar el artefacto. Eva siente impotencia y su mente es un caos interno. En sus manos, tenía, literalmente, el poder de cambiar el mundo actual. Hacerlo o no, dependía exclusivamente de ella, pues nunca sabría la verdadera decisión que tomarían las otras especies por Nuria. Siente que alguien le toca el hombro, se gira saliendo de su embelesamiento. Es Nuria.

—Antes de separarnos, me gustaría decirte que te estoy muy agradecida por toda tu ayuda. —Hace una pausa—. Pero, más allá de las formalidades también… también te tengo cierto apego, Eva. Sinceramente, te echaré de menos.

Eva no pronuncia palabra alguna, solo mantiene la mirada fija en Nuria, sin perder detalle, como buscando algo en su interior que le haga pensar que es realmente diferente a ella, pero no encuentra nada. Es tan humana como ella. Nuria vuelve a quedarse cabizbaja.

—¿Sabes cómo volver a Dena?

—Sí… tranquila. No queda muy lejos de aquí. Creo que es mejor que nos separemos ya, Nuria.

—Está bien… supongo que… bueno. Si quieres encontrarme, estaré en una cabaña que hay en el bosque de Dena. No me iré hasta que vengan a por mí. Adiós, Eva.

—Adiós…

Nuria se separa finalmente de Eva, camina durante unos breves metros mientras su cuerpo se hace completamente transparente para camuflarse con el entorno. Eva ni si quiera se da cuenta de esta peculiar particularidad del avanzado cuerpo de Nuria.

2

Eva lleva andando dos horas. Acaba de llegar a una pequeña carretera con algunos coches. En su mochila, lleva el artefacto. Tiene sed, hambre, ganas de pisar su casa y dormir durante tres días seguidos.

En cuanto al artefacto, no sabe qué hacer con él. Lo meditará con el estómago lleno y la cabeza descansada, lo que seguramente hará será escribir una novela sobre todo lo que ha vivido. Nadie creería la historia de Nuria por lo que sería una obra de ficción maravillosa con la que quizá podría vivir el resto de sus días. Por fantasear, todavía no la controlan. Tendrá que marcharse de su preciada casa sobre la cala de Dena, huir del país seguramente. Podría haberse ido con Alberto, pero antes tiene que estar en paz consigo misma para poder marcharse, y debe hacerlo en un tiempo exprés, cuanto antes.

Trata de abrir algunos de los coches, pero sin una palanca. Los cierres de seguridad impiden por completo abrir cualquier puerta y si rompe algún cristal, el ordenador interno impedirá hacer cualquier tipo de puente. Durante los últimos años se ha apostado tanto por las energías limpias como por la seguridad antirrobo de las propiedades.

A pesar de estar prácticamente ya en invierno, el sol, en todo lo alto sin una sola nube, la ciega y la quema la piel. La deshidratación no ayuda y en este momento del día ni si quiera los coches proyectan una sombra. Además, el asfalto está muy caliente.

La temperatura del clima ha aumentado considerablemente, de eso no hay duda y numerosas especies no han conseguido adaptarse al cambio climático; han llegado a estar en estos momentos al borde de la extinción. Otras han migrado a zonas menos cálidas, pero ahora gran parte de la población mundial ocupan las mismas y sus hábitats desaparecerán con mayor velocidad. Es la pescadilla que se muerde la cola.

Eva comprende que el Plan Segundo Renacimiento no ha sido sino un guion magistral para reducir la población mundial, establecer un nuevo orden social y así controlar mejor la natalidad, la economía, la educación y un sinfín de cuestiones políticas y sociales que les permite mantenerse durante más tiempo en el poder. Ella lleva la carga a sus espaldas, la responsabilidad para poder acabar con todo ello. ¿Lo haría?

Sí.

Dará a conocer al mundo la existencia del artefacto y su funcionamiento. Contará al mundo todo por lo que han pasado, maquillando detalles que nadie creerá. La humanidad merece saber, con el tiempo, mientras se prepara para ello, que hubo un ser humano superavanzado que los juzgó durante un periodo tras experimentar con todos y cada uno de ellos y que, si tenían suerte, podrían llegar a conocerlo, pues ella misma los había creado. La tomarán por loca, pero el tiempo le dará la razón, siempre que la decisión de los 7… Los 7… Me gusta ese título, piensa Eva. Siempre que la decisión de los 7 sea favorable a ellos, claramente.

La mente de Eva ha pasado del caos al orden absoluto, a lo que realmente es ella. Conexiones sinápticas que funcionan con toda su potencia mientras traza un plan.

Eva coge su teléfono. Apenas tiene un 17% de batería, suficiente para enviar un mensaje. Su teléfono estará ahora monitorizado por el Gobierno, así que usará un método antiguo, tan simple que un ordenador de finales del siglo XX podría descifrar. Eva reabre su blog y escribe un pequeño párrafo. Esto alertará a sus compañeros y sabrán qué hacer mediante las palabras clave del mismo texto, colocadas estratégicamente a lo largo de tres párrafos que indicarán la posición de su tablet y el teléfono de la persona a la que tendrán que avisar para que siga su plan. Daniel. Es un riesgo necesario. Dejará su tablet con las instrucciones en la pantalla para encontrar el artefacto, el cual estará guardado en un coche concreto y Daniel sabrá diferenciar cuál es entre todos por el estilo clásico que siempre le ha gustado a Eva. El mensaje lo enviará cuando haya dejado todo preparado, para que el Gobierno dé palos de ciego al descubrir su ubicación en otro lugar distinto y así dar tiempo a Daniel para encontrar el artefacto y poder asegurarlo.

Luego está la cuestión de la cura de la bacteria. Eso es más complicado… Aunque quizá pueda hacer algo al respecto. Bastante arriesgado, pero seguramente dé buen resultado una vez finalice su plan principal. Ahora, debe acudir al lugar desde donde realizará una llamada telefónica para ser localizada.

3

Eva va arrestada en un furgón militar. Está esposada. Frente a ella se encuentra Luca, observándola detenidamente con sus gafas de luna. Es escoltada por otros dos soldados que van totalmente cubiertos para evitar ser reconocidos por la periodista. Dentro, apenas entra la luz del exterior por las rejillas de ventilación. Es un furgón usado, alcanza a ver algunos arañazos y golpes en las paredes que indican la cantidad de detenidos que han debido de tratar de escaparse. ¿Tan terrible será? Está a punto de comprobarlo. En tiempos de guerra, todo el sistema judicial y penitenciario se endurece el triple. Seguramente, traten de retenerla hasta que encuentren a Nuria, algo realmente imposible.

—Eh, Salazar. —Eva sale de su abstracción. Es Luca quien habla—. ¿Quieres agua? Debes de tener sed.

—Estoy bien, gracias. —Eva es muy seca, pero no deja de ser educada.

—Podrías haberte marchado. Ahora no puedo ayudarte, ya no depende de mí. En cuanto lleguemos, no volverás a verme.

—¿Debería preocuparme por algo?

—Quizá. Pero si colaboras tendrás un contrato con el Gobierno un tiempo, después quedarás totalmente libre.

—Igual que tú ¿no?

Se produce un largo silencio cuando el furgón pasa a una carretera mal asfaltada.

Los baches son constantes durante unos minutos, hasta que el furgón se detiene por completo. Eva se altera levemente mientras escucha la puerta derecha del copiloto cerrarse fuertemente. Los pasos recorren el furgón hasta que abren las puertas traseras y la luz ciega a todos los integrantes del interior.

—Vamos —ordena Luca.

Coge a Eva por el brazo, sin hacerle daño. Eva no opone ningún tipo de resistencia, pero se adelanta a Luca para que no la siga tocando. Baja del furgón y al girar por la esquina del vehículo ve el cuartel general del ejército del norte de Iberia. Un gran edificio de hormigón, con todas las banderas de los aliados occidentales y orientales que ondean en lo alto. Está rodeado por otros furgones, coches militares y oficiales que se mueven de un lado a otro, con soldados, científicos y personas trajeadas que caminan también por todo el recinto. En su inmenso ventanal de cristal, Eva advierte la cantidad de trabajadores que hay en las instalaciones.

Acompañada por Luca y los demás soldados, Eva entra en el edificio por otra puerta que no es la principal. Recorre unos pasillos sombríos por los que circulan otros soldados hasta que llegan a un ascensor. Solamente entran ella y Luca. Él usa su tarjeta de identificación por un sensor magnético. Las puertas se cierran y el ascensor comienza a descender. El silencio entre los dos para Eva se vuelve incómodo. Siente la necesidad de preguntar a dónde la llevan, pero por otro lado le parece demasiado evidente que van a interrogarla y después a retenerla en una celda.

Cuando el ascensor termina de descender, se escucha una breve señal de alarma. La luz principal del ascensor se apaga y enseguida las luces de emergencia rojizas se encienden a los laterales. A Eva se le acelera el pulso.

—Es un pequeño corte de energía. Todos los días tenemos alguno, estamos a más de doscientos metros bajo tierra y son instalaciones nuevas.

—Ya…

A Eva le extraña que tanto dinero destinado al sector militar implique que aún existan estas chapuzas de principios de siglo. Se supone que son unas instalaciones de máxima seguridad donde nada, al menos a nivel técnico, debe fallar.

La luz vuelve y el ascensor abre sus puertas. Luca vuelve a coger a Eva del brazo para continuar. Esta vez a Eva sí le molesta y se aparta bruscamente.

—Te sigo. No voy a irme a ningún lado. —Y levanta sus manos con las esposas.

Luca la mira fijamente y le hace un gesto con la cabeza para indicarle que continúe. Se pone delante y Eva va tras él.

Las oficinas subterráneas por las que transitan hasta su destino se componen de diversos departamentos con trabajadores que parecen analistas. Al fondo, hay una pizarra digital con tres militares repasando una ofensiva, el mapa es de Dena. Dejan de hablar cuando ven a Eva.

Luca llega hasta una sala que desde el exterior se ve completamente pintada de negro. Abre la puerta y desde fuera la sujeta para dejar pasar a Eva. Cierra la puerta. En su interior, la esperan Asier y Elisa, sentados con los brazos apoyados sobre una mesa de acero. Encima hay una grabadora y tres botellas pequeñas de agua. Un guardia obliga a Eva a sentarse en la silla que hay frente a los dos mandatarios.

—Buenos días, señorita Salazar. Soy Asier Jaure…

—Asier Jáuregui y Elisa Ulloa —Eva lo corta—. Máximos responsables de inteligencia en Iberia. Veteranos de la guerra de Iraq en operaciones encubiertas con los Estados Unidos, contra líderes terroristas islámicos. Sí, sé quiénes sois y casi todo sobre vuestro pasado. Me gusta estar informada sobre las personas que son responsables de nuestra seguridad —dice Eva, con su sarcasmo habitual.

—Salazar, ¿puedo… podemos tutearla? —pregunta Elisa, más imponente con su fría mirada azul que Asier.

—No veo inconveniente.

—Bien, Eva, supongo que te imaginas que hemos incautado tu servidor principal. —Elisa contextualiza la situación en la que Eva se encuentra ahora mismo.

—Suponéis bien.

—Todos esos datos que has adquirido ilegalmente nos dan argumentos suficientes para meterte en la cárcel de por vida, sin juicio, las leyes son claras y hacemos demasiado la vista gorda con los periodistas de medio pelo como tú. —Elisa mira inquisitivamente a Asier—. Así que te proponemos un trato: tú nos dices qué habéis descubierto en el búnker, dónde podemos encontrar al Sujeto 0 y su preciado artefacto. Después, nos cuentas quién es tu proveedor ilegal de internet. Y así serás libre, sin cargos, pero con la inhabilitación de ejercer tu profesión como periodista.

—Es un buen trato —sentencia Asier. Eva suspira.

—Supongo que no tengo muchas más opciones ¿no?

Elisa y Asier asienten. Evidentemente a Eva no le gusta la opción, pero debe ganar algo de tiempo para pensar cómo salir de ahí, mientras Daniel recupera el artefacto. A estas alturas, debería estar ya de camino, pero con el Gobierno rodeando la zona en la que la han detenido puede ser algo más complicado. Ojalá tenga algo de suerte.

—Pues ya que respetan tanto la ley como para no ofrecerme un juicio justo…

—Durante la guerra todo funciona diferente —aclara Asier cortando a Eva.

—Lo sé, pero como decía, siguiendo la ley, incluso en estado de guerra, puedo acogerme a mi derecho a no prestar declaración.

—Salazar, no tienes nada que declarar. Tus delitos están ahí, registrados y a la espera de que un juez los revise para dictar una sentencia firme. Lo que te pedimos es una colaboración y el juez no sabrá nada. —Asier ataja rápidamente la situación de bloqueo que Eva ha creado.

—¿Con qué garantías? ¿Su palabra?

Asier pierde la paciencia. Se levanta y da media vuelta llevándose una mano a la cabeza. Se quita su chaqueta, la deja sobre la silla y comienza a remangarse. Respira hondo mientras Elisa no deja de mirar fijamente a Eva. Sus ojos se clavan como puñales en el interior de Eva, que se vuelve incapaz de sostenerle la mirada. Han encontrado una debilidad suya. En ese momento, Asier la coge del pelo violentamente.

—¡Escúchame bien Salazar! Hemos derribado el helicóptero en el que iba tu amiguito, no queda nada de él, se ha quedado toda la información en su cabeza calcinada. Pero nos da igual, si habéis aterrizado es porque nosotros lo hemos permitido. ¡Así que o nos dices dónde cojones encontrar al Sujeto 0 y su mierda de artefacto o te juro por mis santísimos huevos que te vas a pasar toda tu puta vida encerrada en una celda de aislamiento, con comida para ratas!

Asier la suelta del pelo. Le ha hecho sangre en la oreja. Al haberla apretado tan fuerte, sus uñas han arrancado su piel. No sabe si realmente es un farol lo que acaban de decirle sobre la muerte de Alberto. Elisa le enseña su smartphone. Sabe cómo piensa Eva, le enseña fotos del helicóptero en el que iban. Las va pasando con su mano ante la mirada atónita de Eva, que ahora sí cree lo que ha pasado, hasta que llega a la foto de un cuerpo totalmente negro, calcinado y tan caliente que la cámara ha captado el humo que desprende. Eva aparta la mirada rápidamente.

—Sois unos hijos de la grandísima puta. —Eva sabe que el enfrentamiento verbal no le sirve de mucho, pero la alivia ligeramente. Su corazón va a mil pulsaciones por la ira.

Elisa se ríe con crueldad, mientras guarda su smartphone. Asier vuelve a sentarse.

—Tendrás que conformarte con nuestra palabra, Eva. Después de todo, la palabra es lo que te ha dado de comer hasta ahora ¿verdad? —Elisa sienta sus condiciones definitivamente.

—No voy a deciros una mierda. ¡Ni la hora! Pero si me dais una celda de lujo, quizá hasta me lo piense.

—El cachondeo te servirá de poco. Encerradla. —Elisa mira directamente al guardia.

El guardia, con decisión, vuelve a coger a Eva, levantándola de la silla. La puerta se abre magnéticamente desde fuera y salen. Se llevan a Eva mientras intenta soltarse, pero el guardia no cede igual que Luca y Eva se rinde y se deja llevar. Vuelven al ascensor y descienden un par de plantas más, directos a la zona de aislamiento. Las puertas son de un acero grueso, con la rejilla estrecha para ver a los presos. Intuye que para la comida le abrirán la puerta directamente.

—Permanecerá retenida hasta que el estado de alerta pase al escenario 2 —el guardia informa a Eva—. Será llamada a prestar declaración cada vez que se la requiera. Una vez se cierre la puerta, no intente tocarla, está electrificada y podría suponer su muerte. Si permanece en silencio, se respetarán los horarios de las comidas.

—Estupendo… —Eva ni si quiera mira al guardia. Su celda es la 12.

El guardia abre la puerta, le quita las esposas a Eva y la introduce de un empujón en la celda. Cierra la puerta y se escucha el mecanismo magnético de cierre.

La celda está completamente oscura, no se ve absolutamente nada. Eva se sienta como puede en el suelo. Está frío y es de piedra, irregular, nada cómodo. Suspira. Escucha el sonido de un fluorescente. La celda se ilumina ligeramente por una sola bombilla que cuelga del techo a tres metros de altura. La puerta vuelve a abrirse.

—Menú de bienvenida. —Es otro guardia con un uniforme completamente gris.

Deja la bandeja y cierra la puerta. Eva se acerca. Parece un puré de patatas y zanahoria con gachas y una botella de agua de medio litro. No huele demasiado bien, pero tiene hambre y se lo come sin rechistar. Dura poco. Bebe agua. Se detiene, si le han dado medio litro puede que no le den más hasta el día siguiente. Se trata de buscar su desesperación así que debe de racionar el agua.

4

Han pasado algunas horas desde que Eva ha sido encerrada en la celda de aislamiento. Sin embargo, ha perdido la noción del tiempo, puesto que no conserva ni el reloj ni el teléfono. Tampoco quiere decir una sola palabra, así no la sancionarán y sabrá cuando será la hora de cenar aproximadamente cuando le traigan la comida.

En su mente, recorre rápidamente todas las vivencias hasta este mismo instante en el que se encuentra, para poder buscar y analizar una posible vía de escape. Solo de ella depende que la cura de la bacteria fuese revelada. Está claro que Luca no va a desvelar todo lo que hay en el interior del búnker con tal de no delatarse él. Además, estaba dispuesto a ayudarla hasta que Eva se había entregado voluntariamente.

Luca juega con otros intereses en el mismo tablero de juego, como un mero peón. Eva podía ser el alfil que arrasase con todo, pero debía hacerlo con sutileza. Escapar en el momento en que abrieran la puerta sería inútil y solo tendría consecuencias negativas. Pero ¿cómo comunicarse con el exterior? Podría esperar al cambio de guardia y ver de qué pie cojean los otros funcionarios, quizá sean manipulables, si les cuenta parte de la verdad y busca sus puntos débiles desde el lado personal… Son todo hipótesis que suenan en su mente.

Eva se para a observar su celda, con el fin de acallar sus pensamientos puesto que están a punto hacerle estallar su cabeza. ¿Cuántas personas han pasado antes por aquí?, piensa Eva. Hay varias marcas de uñas en los muros de piedra, incluso cavidades que parecen el inicio de un presunto túnel. Escapar a la antigua. No estaría mal. Eva se ríe, le haría bastante ilusión poder decir que cavó un túnel en una celda de aislamiento. La puerta se abre. Este guardia es distinto.

—Cuando acabe avíseme y recogeré las dos bandejas.

Cierra la puerta y vuelve a sonar el cierre magnético. Eva se acerca a gatas a por la bandeja. Solamente es un plato, en este caso de verduras con algunos trozos pequeños de carne muy pasados. Desde luego, si solo comiera por los ojos se lo habría tirado a la cara del guardia, pero debe de comérselo para mantenerse cuerda y descansar. El sabor es horrible, así que traga rápido y pasa los trozos de carne con un poco de agua a sorbos. Lo acaba en menos de cinco minutos.

—¡Ya está! ¡Me lo he comido todo!

Vuelve a dejar el plato sobre la bandeja. Al levantarla para acercarse a la puerta nota que hay un papel pegado debajo de la bandeja. Deja el plato en el suelo y da la vuelta a la bandeja. Es una nota: «Sigue al guardia», dice. La puerta se vuelve a abrir. El guardia entra. Eva rápidamente pone el plato sobre la bandeja y con la otra en la mano se las entrega al guardia. El guardia se marcha, pero se detiene a la salida, se da la vuelta y mira a Eva. Al cruzar las miradas su corazón se acelera. El guardia sale de la celda sin cerrar la puerta. Y será cierto, piensa Eva.

Eva sale con cautela y mira el exterior de la celda. En el corredor, no hay más guardias y no se escuchan a más presos. Al mirar a su izquierda, al fondo, ve al guardia, que la espera sin moverse, sin mirarla. Eva sale de la celda finalmente, sin fiarse demasiado. El guardia prosigue su camino al escucharla por un pasillo contiguo. Eva se apresura para seguirlo. Cuando gira hacia el pasillo, el corredor se extiende con más celdas. Eva busca las cámaras de seguridad. Todas están fijas, no hacen panorámicas para cubrir sus ángulos. Están manipuladas. El guardia se detiene en una celda y abre la puerta. Se queda quieto y espera a Eva, que se apresura hasta que llega a la misma.

En su interior, hay cuatro militares: tres son los hombres que repasaban el mapa de Dena sobre la pizarra cuando llegó a las instalaciones. El cuarto es Ángel.

El guardia cierra la puerta. Los cuatro van armados y con mochilas cargadas de comida y munición. Ángel lleva un uniforme militar. Están preparándose para salir.

—Buenas noches, Eva —le dice Ángel—. Uno nunca se acostumbra a estas celdas. Pero tú llevas aquí poco tiempo. Tranquila, el guardia es de fiar, es de los nuestros. Realmente muchos son de los nuestros, pero las familias van por encima de todo, ya sabes. Así que, simplemente, hacen la vista gorda cuando no resulta demasiado evidente.

—¿Qué es todo esto? —pregunta Eva, alterada.

—Qué maleducado soy. Perdóname. Estos hombres son Tecla, Rojo y Sombra. No puedo darte sus verdaderos nombres por seguridad.

—¿Y el tuyo?

—Cé. —Refiriéndose a la letra C.

—¿De capullo? —Ángel se ríe ante la reacción de Eva.

—Nuria está a salvo ¿verdad? —Ángel va al grano. Eva asiente—. Tienes que decirme dónde encontrar la cura, Eva.

—¿Y por qué debería decírtelo?

—Porque todo ha pasado tal y como Nuria había predicho.

A Eva definitivamente se le cortocircuita el cerebro.

—No tengo demasiado tiempo para explicártelo, pero Nuria puede prever con muy poco margen de error varios futuros posibles en función del golpe de realidad que dé. Es una ingeniería social que han desarrollado los humanos del futuro con los que ella trabaja. Impresionante, ¿eh? Aun así, tiene que comprobar el resultado, por eso seguimos aquí, supongo.

—Eva no reacciona—. Asúmelo, Eva. No hay tiempo. Dinos dónde está la cura y se la enseñaremos al mundo. Antes podemos hacer una parada en tu casa.

—¿Cuánto llevas aquí?

—Una semana.

—¿Y cuándo te han liberado?

—Ahora. Igual que a ti, teníamos todo pensado.

—¿Y por qué no antes? —Eva pierde los nervios.

—Porque tenían que detenerte para que Nuria pudiese tomar su decisión sabiendo que estarías a salvo. Solo así sabríamos cuándo podía salir. Ella… Nuria no sabía quién serías ni cómo te llamarías por entonces, pero entendía que una mujer sería la única que la ayudaría.

—¿Y por qué yo y no otra?

—Y a mí qué me cuentas. No lo sé. Pero así son las cosas. ¿Vas a decirnos dónde está la cura o no?

Eva tarda en reaccionar. Traga saliva. Sombra le lanza una botella de agua que gracias a sus reflejos coge al vuelo. La abre y se la bebe entera.

—¿Sabéis llegar a la Bola del Mundo? En la sierra de Madrid.

Los soldados asienten.

—Ahí hay un búnker. Tendréis que activar el generador para abrir la puerta y tener acceso de alto rango para los escáneres biométricos. Cuando lo hagáis, en el último nivel, la cura está en un sistema de contención. Tiene unas baterías que deberían estar totalmente cargadas para que lo podáis traer de vuelta.

—No volveremos —dice Rojo.

—Cruzaremos a África, donde la guerra no ha llegado y ahí comenzaremos a expandir la vacuna —cuenta Ángel a Eva.

—No es un virus, Ángel. Es una bacteria. Lo que hay ahí es un antibiótico muy potente.

—Qué sorpresa… Entonces tendremos que aislar a la gente y hacer pruebas.

—Eso es —afirma Eva—. ¿Sabes si han recuperado el artefacto?

Ángel niega saberlo y mira a Tecla.

—¿Te refieres a tu colega Dani? Me han dicho que esta mañana ha pasado a recoger algo, pero no he vuelto a saber nada de él. Toma, pregúntaselo tú misma. —Tecla le da un teléfono a Eva—. Tienes un nuevo número, pero he recuperado algunos contactos de tu servidor particular privado. El móvil funciona con un operador pirata, del mismo traficante de redes.

—Ilocalizable. Gracias. —Eva se dispone a llamar.

—Eh, eh, espera. —Ángel la para—. Primero vámonos de aquí. Fuera ya podrás llamar.

Los cuatro cargan sus mochilas a sus espaldas. Tecla abre la puerta desde dentro y salen de uno en uno.

—Ángel.

—A partir de ahora me llamas Cé.

—Perdón, Cé —prosigue Eva—. ¿Sabías que Nuria ya no puede tomar la decisión?

—Sí que puede, Eva. Su sistema emocional sigue enviando datos y eso lo van a tener en cuenta. Espero que le hayas dejado buen sabor de boca, si no ya puedes ir corriendo en cuanto llegues a donde quiera que esté para pedirle disculpas. Vámonos ya.

Eva los sigue por el corredor. Las cámaras que en ese momento estaban realizando una panorámica vuelven a quedarse congeladas en un punto muerto. El ascensor baja solo y las puertas se abren. Los están ayudando desde todos los lados posibles para salir de ahí. Eva vuelve a sentir esperanza.

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