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ACUSACIÓN

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ACUSACIÓN

1

Son las 8:30 de la mañana. Un furgón militar y dos coches de policía aparcan a la entrada de la casa de Eva. Del furgón bajan ocho hombres uniformados y esperan a que la policía abra la puerta de la vivienda. Entre todos ellos, están Daniel y Luca. Los agentes abren la puerta con facilidad y los militares acceden los primeros a la casa, seguidos de Daniel y Luca.

—Esperad aquí fuera —les dice Daniel a sus compañeros, que obedecen y se colocan a unos metros de la entrada.

Los militares, en perfecta coordinación revisan toda la casa de Eva. Dos de ellos introducen en una caja todos los discos duros externos. Otros revisan las películas en busca de copias de seguridad camufladas entre los discos ópticos. Otros son los encargados de desencriptar las claves del ordenador principal de Eva. La seguridad es altísima y les llevará unos minutos conseguirlo.

Daniel observa como los dos portátiles conectados siguen ahí, Eva no los recogió. No puede avisarla. Seguramente tenga el teléfono pinchado para rastrear las llamadas que reciba o haga. Sabe de sobra que Eva se las apaña perfectamente sola, no obstante, es su amigo y no deja de preocuparle lo que le pueda ocurrir, y más en un momento delicado como en el que se encuentran.

—Señor. Hemos accedido a su sistema —se dirige el soldado a Luca.

Luca se acerca hasta el ordenador.

—Quiero ver las grabaciones de la caja negra. Saber cuánto conoce sobre el Sujeto 0. Y usted no ha oído nada de lo que he dicho, ¿entendido? —le dice a Daniel.

Daniel asiente. ¿Sujeto 0? Eva, en qué te has metido, piensa.

El asistente muestra a Luca las grabaciones en las que se ve como Ángel libera a Nuria de la cámara acorazada y cómo previamente ha saboteado la sala de máquinas.

—¿No hay grabaciones del interior de la cámara?

—No señor. Las imágenes grabadas en la cámara pertenecían a la documentación sobre la naturaleza del Sujeto 0 y los experimentos que realizaban con ella. Se perdieron en el naufragio y los buzos aún no han rescatado todo el material.

—De acuerdo. Gracias.

Luca se queda pensativo, piensa en cómo dirigir la investigación. No tienen nada con lo que rastrear a Eva. En ese momento se acuerda de lo que Elisa y Asier le dijeron sobre los mensajes cifrados.

—¿Existe algún correo cifrado en la deep web? —pregunta Luca a sus subordinados.

—Efectivamente señor.

—¿Salazar tiene alguno?

—Déjeme ver…

El militar se conecta a la red de internet profunda. Daniel siente más curiosidad y se acerca hasta la pantalla del ordenador, guardando las distancias con Luca. En la pantalla, consigue acceder al correo encriptado y abre el último envío.

Luca se aparta y coge el teléfono. Marca un número. Espera pacientemente.

—Sí. —Se escucha la voz de Asier al otro lado.

—Van a Madrid.

—Mierda. —Se oye un golpe con fuerza en la mesa—. Ven inmediatamente, hay que salir ya.

—Enseguida. —Luca cuelga—. Recojan todo lo que les quede y llévenlo a la base. Nos vamos a Madrid. —Se dirige ahora a Daniel—. Precinten esta casa y que nadie entre hasta que volvamos con Eva Salazar. ¿Está claro?

Daniel asiente. Tampoco puede decirle mucho más. Luca y sus hombres, perfectamente organizados, terminan de empaquetar todo y se marchan. Daniel sale de la casa y ve cómo se suben a sus furgones y se van. Llama a sus compañeros para explicarles lo que tienen que hacer.

2

A lo lejos se ven los pilares que sostienen la hiperautopista y como esta se pierde entre las montañas de la cordillera, atravesándola. La carretera ya está más despejada y han podido aumentar la velocidad.

Nuria sigue contemplando el paisaje, que ha cambiado conforme se han alejado de la valla. Hay vegetación y ven bastantes manadas de ciervos a su paso. Eva también se ha percatado y se pregunta si será así también en Madrid puesto que aún están en el norte de la península. Nuria busca algo en su mochila, encuentra unas barritas energéticas. Quita el envoltorio y le da una a Eva.

—Vaya, gracias. —Eva coge la barrita y le da un bocado—. ¿De dónde las sacaste?

—Estaban en la guantera del otro coche.

—Oye Nuria. —Eva aún mastica y no le importa hablar con la boca llena—. ¿Tú ayudabas a tu padre o te dedicabas a otra cosa?

—Pues… es algo complicado de explicar.

—Inténtalo, que tenemos mucho tiempo hasta llegar a Madrid —la anima Eva.

—Siempre he ido por libre, un trabajo aquí, otro allá. Nunca me ha gustado atarme a nada…

—¿Por ejemplo?

—No sé, Eva, he sido camarera, repartidora, emprendedora… pero antes de todo esto trabajaba en una iglesia.

—¿De verdad? No te pega nada.

—Muchas veces basta simplemente con estar tranquilo con uno mismo. Ahí ayudaba a preparar los servicios, limpiaba y recibía a los feligreses en las horas de culto. Todo a cambio de un techo, comida y un coche con el que poder desplazarme.

—¿Y a tu padre no le daba pena que no pudieras trabajar con él?

—¿Por qué iba a darle pena?

La pregunta de Nuria responde a Eva directamente; Nuria no es una persona de prejuicios y viene de una familia en la que ha podido elegir libremente lo que quería hacer. Se alegra por ella. No tiene envidia, ella también ha podido, pero está claro que Nuria se conforma con una vida mucho más sencilla sin necesidad de bienes materiales que la rodeen.

—¿Y tú?

—¿Qué quieres decir? —La pregunta pilla por sorpresa a Eva.

—Sobre tu familia. Tú eres periodista por vocación. ¿Pero ellos?

—Los dos eran empresarios. Cuando se conocieron fundaron una empresa dedicada a exportaciones de azulejos. Al parecer, muchas empresas quisieron expandirse fuera de Iberia y consiguieron hacer un buen negocio.

—Y… ¿qué pasó después?

Eva suspira. No le duele pensar en ello porque ya lo ha superado, pero no es fácil tratar de bloquear la oleada de recuerdos que le vienen. La nostalgia se apodera de ella sin poder revivirla. Echa mucho de menos a su familia.

—Cuando estalló la guerra y nos mandaron a todos al norte, fue un «sálvese quien pueda», como sabrás. —Nuria asiente—. He dicho «nos mandaron», pero realmente fue una elección nuestra. El agua escaseaba y una vez llegó el virus desde África la huida fue masiva. Al llegar al norte, la valla ya estaba creada. No fue de la noche a la mañana, llevaban tiempo levantándo varias de ellas por todo el país mientras el virus ganaba terreno. Habían comenzado las políticas de racionamiento y no podían acoger a todas las personas. Ni siquiera les daban alternativas en otros países, en calidad de refugiados. Así que la forma más justa fue hacer un sorteo. Yo salí elegida, pero ellos no.

Se hace un silencio inmenso, apenas dura unos segundos, pero es un instante tan intenso que Nuria espera a que Eva vuelva a arrancar con nuevas palabras, respetando sus tiempos.

—No quise hacerlo, pero si no lo hacía otra persona lo haría y los dos me obligaron a irme para ponerme a salvo. Me dijeron que estarían bien y se quedarían cerca. Empezarían una nueva vida mucho más sencilla, la que siempre quisieron: su huerto, su casa, su jardín… y así fue. Me hicieron una transferencia del 70% de su fortuna, para que no tuviera problemas. Mantuve con ellos el contacto hasta hace un año, cuando dejaron de responder a mis correos.

Detienen el coche, han llegado a la hiperautopista, pero tienen que bajarse para abrir las barreras. Antes de salir, Eva prosigue con su relato.

—Investigué un poco con algunos colegas y descubrí que en las zonas de mayor intensidad del virus lanzaron bombas. Parece que tuvieron simplemente mala suerte, pero lo que yo creo es que no discriminaron zonas. Bombardearon núcleos urbanos con gran intensidad y las ondas expansivas llegaron hasta la periferia. Ellos estaban cerca de ciudades grandes, a pesar de vivir en el campo por si tenían que coger suministros urgentemente. Y eso fue lo que pasó. No supe más de ellos. —Eva mira a Nuria al decirle eso último.

Nuria tiene lágrimas en los ojos, está conmovida. Eva esboza una media sonrisa y mira hacia abajo.

—Pero aquí me ves, estoy bien. —Le toca el hombro para calmarla—. Tenemos que abrir las barreras. ¡Quiero ir a toda velocidad ya! ¿Tú no?

—Sí. —Nuria se ríe secándose las lágrimas.

Eva se baja antes. Nuria termina de recuperarse y aspira rápido por la nariz. Vuelve a respirar hondo para calmarse y baja del coche.

Eva se dirige a la caseta de control. Nuria contempla la rampa de entrada. Es una carretera que se alza en más de diez carriles casi en vertical. De frente parece una inmensa pirámide invertida. ¿Cómo vamos a subir hasta ahí? Nuria se acerca hasta la caseta y entra. Eva está buscando el botón que permite subir la barrera. Nuria lo encuentra antes y lo pulsa.

—Vaya. Gracias. —Sonríe Eva a Nuria.

Las barreras se levantan.

—¿Cómo vamos a subir todo eso? Nunca he ido por una hiperautopista.

—¿La pista de ascenso? Si tenemos suerte aún deben de funcionar los enganches. Fíjate que los carriles tienen unos raíles. Desde ahí mediante aceleración magnética el coche puede ascender sin problemas y sin usar el motor. Arriba, la propia carretera nos impulsará durante el primer kilómetro. Te va a encantar.

Nuria no alcanza a imaginarse cómo funciona el sistema que le ha dicho Eva. Ella parece muy concentrada en activar lo que sea que les impulsa por la pista de ascenso.

—Sé que tengo que pulsar aquí. —Señala un botón verde en el que pone «ascenso carril 3»—. No hace falta ser muy listo. Lo que quiero saber es si hay energía para ello. Pusieron este sistema para que los listos no pudieran colarse. Vamos, que alguien con menos luces lo encuentra antes. En condiciones normales, no hay motor que suba esta inmensa rampa. Tendría que tener la aceleración de un avión para poder hacerlo. ¡Aquí está!

Eva pulsa un interruptor y la pantalla se enciende. Pide una identificación, así que empieza a hacer lo que mejor se le da, piratear el acceso. En pocos segundos, accede al sistema desde su tablet y comienza a controlarlo en remoto.

—Vamos al coche. Conduces tú.

—¿Por qué?

—Porque tengo que subirnos hasta ahí arriba usando el control remoto. No me puedo quedar aquí abajo. ¿Ni siquiera viste en la tele cómo funcionaba?

—La verdad es que no.

—Te lo digo otra vez: vas a flipar.

Eva y Nuria salen de la caseta rápidamente. Nuria arranca el coche. Se coloca en el carril 3 y se detiene. Debajo de ellas no hay asfalto, sino varios cuadrados hechos de cristal unidos por metal. Eva toquetea la tablet y el suelo comienza a vibrar. Se escucha un sonido grave y metálico. Nuria jamás ha oído nada parecido y se agarra con fuerza al volante. Eva está emocionada, está claro que le gusta la velocidad. Debajo de ellas, notan como las piezas del suelo del coche giran.

—Todos los coches están preparados para circular por hiperautopistas —explica Eva a Nuria—. Lo que escuchas son cuatro piezas que rotan sobre si mismas para activar los imanes. Si sacas la cabeza por el coche vas a ver cómo flotamos.

Nuria siente curiosidad, baja la ventanilla y saca la cabeza. Efectivamente flotan a unos pocos centímetros sobre el suelo. Está sorprendida. Pisa el acelerador y las ruedas delanteras de tracción se mueven, pero se deslizan en el aire. Delante de ellas, todo el carril se ilumina de luz azul blanquecina, compuesto también por los cuadrantes de cristal unidos por metal. Eva inicia la secuencia de ascenso desde la tablet.

—Ahí abajo tienen una palanca para hacerlo más progresivo. Yo lo hago con el dedo así que lo haré lo más suave que pueda. Lo prometo —dice Eva con una sonrisa de locura en su cara.

Nuria siente una adrenalina inmensa que recorre su cuerpo, tiene muchas ganas de saber cómo funciona finalmente. Le sorprende cómo Eva está tremendamente feliz.

El coche comienza a moverse lentamente. Nota un pequeño acelerón brusco.

—Perdón —dice Eva.

Comienzan a ascender mientras poco a poco el coche coge velocidad y se coloca prácticamente en vertical, como si subiesen por una montaña rusa. En el panel digital del coche, se enciende una pantalla.

—Bienvenidos a la hiperautopista Cantabria-León. Por favor, seleccione su destino final. —Es la voz masculina del robot de la pantalla.

—Si quieres podemos poner una voz de chica —bromea Eva ante la sorpresa de Nuria. En el fondo, le hace mucha gracia.

—No, está bien así. —Nuria no sabe ya qué pensar. Con tal de que se acabe ya el ascenso le vale cualquier cosa.

El coche da otro tirón y comienzan a ascender mucho más rápido.

—Esta vez no he sido yo. ¡Ahora nos movemos sin ayuda!

Eva baja la ventana y grita de júbilo. Nuria mira por el retrovisor y calcula que, fácilmente, estarán a más de doscientos metros de altura y continúan ascendiendo. Mira la tablet de Eva y todo parece que funciona con normalidad. Según llegan al final, el coche decelera y se coloca finalmente en horizontal. El corazón de Nuria va muy deprisa. Respirando mira a su alrededor y contempla las montañas y el paisaje a lo lejos. La vista es muy distinta desde esa posición, es casi mágica. La hiperautopista se pierde en el horizonte. Hay unas barreras de cristal que se dividen en dos para dar paso al coche y que circule por su carril designado. En los laterales, hay más cristal grueso y blindado para garantizar la seguridad de los pasajeros y permitir las vistas. Al fin y al cabo, las hiperautopistas son una experiencia turística.

—Así es imposible que nos salgamos del carril. Si hay cualquier accidente el coche no se precipitará, y si por algún casual nos cruzamos con alguien no podremos ni tocarnos. ¿Preparada?

—Más o menos.

—Por favor, especifique su destino final —habla la voz del coche.

—¡Madrid! —Grita Eva.

El coche comienza a acelerar a la par que se encienden más cuadrantes a lo largo del carril. El sonido que proviene desde abajo se hace más intenso. En diez segundos, el coche comienza a circular entre las barreras a doscientos cincuenta kilómetros por hora y continúa aumentando. La aceleración es tal que la fuerza de la inercia las ha pegado contra el asiento. Poco a poco, el coche deja de acelerar y sus cuerpos regresan a su posición normal.

Nuria respira agitada y Eva se muere de la risa por la cara que ha puesto. Nuria la mira jadeante y empieza a reírse con ella también. Es el inicio de una amistad a trescientos cincuenta kilómetros por hora.

3

Ángel está sentado en una sala de interrogatorios del cuartel. La sala es gris y poco luminosa, con un enorme cristal sobre el que se ve reflejado. Sabe que sus superiores lo han estado observando los últimos dos días. Está esposado y tiene moratones en la cara por varios golpes.

Merece estar donde está por haber liberado al Sujeto 0. Él siempre ha creído una causa noble poder ayudar a Nuria a escapar y que ella logre cumplir su objetivo. Incluso ha tenido compañeros que lo han apoyado.

Espera otra vez más a que sus interrogadores se dignen a aparecer, sin dejarlo dormir apenas dos horas al día, con el único fin de desestabilizarle para encontrar a sus cómplices. Pero Ángel es un hombre leal y de honor. Nunca va a revelar la identidad de sus amigos. Los protegerá hasta la tumba.

Lo consideran un traidor a su país. País al que decidió servir, ante todo. País que decidió participar abiertamente en una guerra que nadie quiso, llevando al frente a los más jóvenes para cubrir las bajas del ejército. País que se beneficia de las exportaciones de recursos y que raciona la comida a sus ciudadanos. Un país dividido entre los que defienden la guerra y el aislamiento y los que quieren acabar con ella y ayudar a los que han quedado atrapados al otro lado. Un país roto que considera traidores a aquellos que tratan de arreglarlo.

En la sala, entran dos hombres trajeados con carteras y un agente de la policía militar. Ambos hombres, altos, pelo perfectamente cortado y de mediana edad; cogen cada uno una silla, se toman su tiempo, sin mencionar palabra alguna. Se sientan frente a Ángel y abren sus carteras. El más alto de los dos es un abogado, el otro, un juez. El primero saca de su cartera un informe y se lo entrega al juez. Está repleto de imágenes acompañadas de texto que describe la secuencia de sucesos de todos los contactos de Ángel con Nuria en la cámara acorazada.

—Es usted responsable de la muerte de sesenta y tres personas, compañeros suyos y sujetos experimentales voluntarios —comienza a hablar uno de ellos—. Ha admitido haber mantenido contacto con el Sujeto 0, sabiendo que no estaba autorizado a ello. Ha implicado a otras personas, con menos honor que usted, a la liberación de este sujeto. Estos dos últimos días ha decidido no cooperar con su Gobierno y con sus superiores. Por lo que hemos dictado una sentencia firme.

—¡Esto es absurdo! ¡Tengo derecho a un juicio! —protesta Ángel con rabia, sabedor de su condena por traición.

—Cadena perpetua. Además de realizar trabajos forzosos donde nunca recuperará la vergüenza de haber traicionado a su país. Será aislado del resto de presos, sin posibilidad de contacto físico, solamente visual durante las jornadas de trabajo. Cuando acabe la guerra, será juzgado por un tribunal competente.

—No tienen ni idea de a quién se están enfrentando. No saben absolutamente nada.

—Por supuesto que lo sabemos —suena la voz de Elisa por megafonía, al otro lado del cristal.

En la sala de observación, se encuentran Elisa y Asier, acompañados de un alto mando militar. La sala está oscura. Solamente la luz del botón que permite comunicarse con el otro lado ilumina los rostros de los presentes.

—¡Entonces dejen que cumpla su objetivo! —dice Ángel mirando hacia el espejo.

Ni Elisa ni Asier se sienten intimidados. Para ellos Ángel solo es un peón más que ha salido defectuoso y es fácil deshacerse de él. Pero el protocolo los obliga a estar presentes ante la sentencia preventiva que han aplicado los jueces. Llaman a la puerta. Un cabo abre la puerta desde fuera y Luca entra con fuerza.

—¿Saben qué es lo que hay en Madrid? —pregunta Luca con visible prisa por actuar cuanto antes.

—Tranquilo, Luca. —Asier impone calma con sus palabras y su presencia—. Coge a tu equipo y salís a Madrid por la subautopista. Os dirigís a la sierra de Guadarrama en cuanto salgáis. En la ciudad, no queda nada; ahí existe un búnker que se creó para cuando estallase la guerra, hasta tener una situación controlada y poder trasladar a los líderes y sus familias. Fue alto secreto, tanto, que olvidaron ir a por ellos. Quizá sigan ahí.

—Sea como sea —continúa Elisa—, debemos dejar que averigüen dónde está el artefacto antes de capturarlas.

—Saldré en una hora. Nos vemos en un par de días. —Afirma Luca. Asier y Elisa asienten.

Luca sale de la sala. Los jueces se levantan de sus sillas y salen también de la sala de interrogatorios. Ángel cabizbajo se siente más impotente que nunca. Realmente creía que iba a poder salirse con la suya, pero no dejó ningún cabo suelto; siempre ha sabido todas las posibilidades que podrían ocurrir. Sólo así su equipo permanecería oculto hasta que fuera necesario actuar. Ojalá no llegue ese momento, piensa Ángel.

Una hora más tarde, dos furgones blindados salen a toda velocidad, seguidos por Luca en su moto. Uno de los furgones lleva a ocho militares pertenecientes al cuerpo especial de operaciones encubiertas. El otro, armas, munición y provisiones para varias semanas, en caso de que la misión se alargue más de lo habitual. En pocos minutos, cruzan el paso fronterizo con la gran valla y se dirigen hacia la hiperautopista por la que Eva y Nuria salieron hace un par de horas.

Al llegar, dos soldados bajan del furgón y se dirigen hasta la caseta de control. Ponen en marcha el protocolo de subautopista. La pista de ascenso abre unas compuertas situadas al inicio de los carriles. Las subautopistas son el mismo concepto que las hiperautopistas, pero creadas en secreto para uso militar y político bajo tierra.

Abren el furgón donde están las fuerzas especiales y Luca entra con la moto, la ancla al suelo del furgón y se sienta con sus compañeros en el lateral. Cierran las puertas. Los furgones se colocan en el inicio de la pista de descenso y el proceso es idéntico. Comienzan a acelerar a una mayor velocidad al ser hacia abajo y desaparecen. Las compuertas vuelven a cerrarse.

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