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NO-HUMANO

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NO-HUMANO

Son las tres de la madrugada. Nuria no ha pegado ojo desde las 19:30 y en un par de horas Eva y Alberto se despertarán para terminar de prepararse e ir al búnker.

La madera del refugio es vieja. Se acaba de dar cuenta de ello a pesar de llevar varias horas con la mirada perdida en el techo. Posiblemente sea de finales del siglo XX, pero está bien conservada. Cruje cada vez que el viento sopla ligeramente más fuerte y su color marrón grisáceo hace que Nuria tenga un vago recuerdo de la cabaña de Dena. Apenas han pasado cuatro días desde el naufragio y la pequeña cabaña que encontró ha quedado arraigada a ella profundamente. Un pequeño hogar durante un breve instante en el que refugiarse.

Echa de menos a Ángel. Está preocupada por saber qué hará o qué le harán. Antes de liberarla le dijo que no le importaba si era juzgado. Nunca ha considerado que la vida de un ser humano valiera lo suficiente para salvar a todos los demás. Valores atípicos en tiempos complicados. Ella sí consideraba prescindible una vida con tal de salvar a todos. O no… realmente no lo sabe. ¿Debía de salvarlos ella a todos? ¿O simplemente dejar que se salvaran? No es tiempo de héroes ni de heroínas. Es tiempo de tomar decisiones. Decisiones que no gustarán a todos y que quebrarán amistades, parejas, familias, pero que al fin y al cabo podrían permitir un pequeño halo de esperanza. Eso es… esperanza… piensa Nuria, exhalando aire.

El libro que ha cogido es tan breve que ya lo ha terminado. Está apartado en su mesilla.

Se levanta de la cama. Su habitación tiene una ventana por la que puede ver el monte que los rodea. Están cercados por pinos, pero se pueden ver algunos tejos secos a lo lejos. Devorados por los hongos y los insectos seguramente, aportan cierto ambiente fantasmagórico a esa noche iluminada por media luna.

Nuria mira al cielo y a pesar de la luz que refleja la luna, algunas estrellas son visibles. El magnetismo del cielo estrellado es para ella una de las sensaciones más especiales que puede tener como ser humano. ¿Serían el resto de los animales conscientes de la magnitud de lo que les rodea?

Decide salir de la habitación y camina lentamente para evitar que los crujidos de la madera despierten a Eva y Alberto. Siente necesidad de investigar el búnker. Su padre le dijo que podía disponer de energía solar, pero tiene que comprobar que los paneles sigan en pie y sean funcionales.

Coge la tablet de Eva. Por primera vez en todo el viaje se ha despegado de ella. Está claro que Eva se siente segura en este sitio, piensa. La desbloquea, no le es difícil. Eva no usa pin, usa un patrón bastante sencillo uniendo siete puntos. La ha desbloqueado tantas veces que se lo ha aprendido de memoria. Accede a la aplicación de mapas y escribe «bola del mundo». El mapa se transporta a escasos seis kilómetros. Nuria sale a mirar por las ventanas, pero no la ve. La enorme altura de los árboles hace que sus copas tapen las cimas desde su punto de vista, tendría que salir de la cabaña y Alberto lo ha prohibido expresamente. Vuelve a la tablet y amplía el mapa. No encuentra los paneles solares, quizá sean desplegables desde el interior, automatizados en caso de emergencia. Eso no tiene sentido, son enormes y no se pueden ocultar tan fácilmente. Pero si la luz está completamente cortada, ¿habrá un generador? Por eso Alberto ha llenado los bidones de gasolina… él ya ha estado allí, lo dijo en el coche cuando veníamos. Nuria piensa casi en voz alta y baja la voz al darse cuenta.

Escucha un ruido. Un golpe sordo. Viene desde las escaleras del sótano. Nuria recuerda que esa misma tarde al final del pasillo le había parecido escuchar algo también en la puerta del fondo que Alberto no les enseñó. Otro golpe. Se levanta y camina lentamente hacia las escaleras.

Desciende mientras las escaleras de madera crujen aún más que el suelo y parece que se van a romper en cualquier momento así que salva sus pasos con más cuidado de lo normal.

Cuando llega al final del sótano, al fondo del pasillo ve la puerta. Parece un camino inmenso de recorrer. Nuria avanza muy lentamente, con cierta curiosidad y a la vez con temor sobre qué habrá detrás de la puerta. Vuelve a sonar otro golpe sordo más fuerte. Quizá tenga algún animal vivo desorientado. Pero no, haría ruido. Nuria se teme lo peor.

Llega a la puerta y pega la oreja. Otro golpe. Sea lo que sea no sigue un patrón de tiempo, de vez en cuando choca con la madera, por lo que no es un objeto. Nuria intenta empujar la puerta, pero es imposible, está completamente cerrada. Ni si quiera cede ligeramente. Otro golpe. Vuelve sobre sus pasos, con más confianza y sin tener en cuenta si despierta a sus compañeros. Sube las escaleras y comienza a buscar unas llaves. No hay llaves colgadas por ninguna parte y tampoco en ninguna mesa. Vuelve a bajar, no puede esperar más.

Los golpes han aumentado de ritmo y frecuencia, así como de volumen e intensidad. Nuria camina rápido y de una patada abre la puerta. Los golpes continúan, ahora más rápidos y fuertes. Cruza la puerta y descubre lo que Alberto tenía oculto: un No-Humano.

Casi sin pelo, con los ojos completamente rojos, atado con cadenas a la pared y la boca cubierta con cinta americana. Los golpes resultan cuando choca su cabeza contra una columna de madera, que parece que va a resquebrajarse. Está completamente desnudo, su piel está desgarrada con heridas infectadas. Algunas mal cicatrizadas. El horror paraliza a Nuria. Al No-Humano parece importarle poco su presencia.

Nuria reacciona y se acerca con cautela. A los dos pasos, el No-Humano la ve y se dirige hacia ella. Las cadenas le sujetan las manos, pero el hambre es tan fuerte que de la fuerza se disloca los dos hombros y grita de dolor. Se cae rendido ante el dolor y el hambre, y mira a Nuria, con lágrimas en los ojos. El corazón de Nuria se estremece. Es una imagen macabra, más de lo que ya conoce por haber visto en el buque. Todos esos presos con los que experimentaban estaban aterrorizados y desesperados por los efectos del virus. Una desesperación que curiosamente no provocaba en ellos ganas de quitarse la vida. El suicidio nunca es una opción para los No-Humanos, el Virus G acrecienta su instinto de supervivencia hasta el último aliento.

Se escuchan pasos por todo el refugio desde arriba a toda velocidad. Enseguida aparecen por la puerta Eva y Alberto. Eva da un grito que amortigua con sus manos en la boca al ver la escena. Alberto entra después.

—Mierda… ¿por qué cojones has entrado?

Nuria, presa de su propia ira corre contra Alberto y con una fuerza sobrenatural lo estampa contra la pared. Le sujeta del cuello, lo levanta sobre el suelo y Alberto le agarra las muñecas intentando soltarse. Nuria lo está ahogando. Eva mira entre sorpresa y terror a Nuria. No esperaba esa reacción y mucho menos ese poderío físico.

—Nuria… suéltalo. Por favor —pide Eva, manteniendo la calma. Pero Nuria no se mueve y Alberto se está ahogando—. Nuria, por favor.

Nuria reacciona a las palabras de Eva y suelta a Alberto, que cae al suelo de rodillas. Respira hondo y tose varias veces.

—¡Se te va la olla o qué! —exclama Eva, mientras ayuda a Alberto a levantarse.

Nuria poco a poco comienza a calmarse. Observa al No-Humano; se retuerce de dolor.

—Vas a soltar a este hombre antes de que nos vayamos. —Nuria es imperativa y seca.

—No puedo hacerlo, nos atacaría, —Alberto habla aún con dificultad y carraspera.

—Lo sedas o lo calmas con lo que sea que tengas para hacerlo. Pero lo sueltas antes de irnos o te prometo que esta vez no tendré compasión contigo.

—¡Nuria! —Eva está horrorizada ante la actitud de su amiga.

Nuria sin mirar a ninguno de los dos sale de la habitación.

—¿Estás bien? —pregunta Eva a Alberto.

—Sí, tranquila. Ve a hablar con ella.

Eva asiente y sale de la habitación. Alberto le dirige la mirada al No-Humano. Se ha quedado hecho un ovillo entre sollozos. Alberto niega con la cabeza.

Nuria ha salido del refugio y la puerta la ha dejado abierta. Eva llega por detrás calmada y se coloca a su lado.

—Lo que Alberto ha hecho a ese… —Se detiene a cambiar lo que iba a decir—… A esa persona… es una crueldad. Lo admito. Pero sin él tardaremos más en encontrar la entrada al búnker y solo quedan tres días para localizar el artefacto de tu padre.

Nuria no contesta.

—¿De dónde coño has sacado tanta fuerza?

—No es mi padre—. Nuria la corta. Eva se sorprende aún más y espera callada, con la boca abierta para recibir más explicaciones—. Los dos desarrollamos el artefacto. Trabajaba con él y fue un proyecto en secreto, sin financiación. El resto de la historia que conoces es verdad. —Se gira a Eva—. Y sí, solo quedan tres días y tenemos que fiarnos de un torturador mentiroso que no ves desde hace más de cinco años.

—Tú tampoco cuentas toda la verdad al parecer —sentencia Eva.

—Eva, y si a esa persona que está ahí dentro lo ha infectado él. ¿Sabes lo fácil que es contagiar el Virus G?

—Pues no, no lo sé, Nuria, pero lo que sí sé es que no puedes ir amenazando por ahí a toda persona de la que no te fías. No seas tan paranoica.

—¿Paranoica? Lo dice la mujer que se comunica con mensajes cifrados sin poder hacer una sola llamada de teléfono porque cree que la espían veinticuatro horas al día. La mujer que cree tener controlada a la policía, que piratea cajas negras de buques militares y vive aislada en medio de la costa para que nadie sepa que está ahí. Sí, llámame paranoica, pero tú no te has pasado los últimos siete meses encerrada en una cámara acorazada de un barco de guerra de aquí para allá, sin posibilidad alguna de hacer algo por salvar tu vida y viendo cómo infectan a otras personas con un virus letal mientras te sacan sangre cada día para ver si los puedes curar. Y no, no puedes ayudarlos porque simplemente tu sangre no funciona. ¿No me fio de nadie después de todo eso? No y tampoco me fio completamente de ti, mercenaria.

Eva le da una bofetada a Nuria. Nuria se queda quieta con la cara girada. Mira a Eva con una mirada tan fría que Eva se intimida, aunque mantiene una coraza exterior para que no se le note. Sus ojos azules se clavan en los de Eva con una intensidad pasmosa.

—¡Eh! —Alberto está en la puerta del refugio—. ¿Por qué no entráis y nos calmamos todos charlando un momento?

Dentro del refugio, con la puerta cerrada y sentados en los sofás magullados, Alberto está tomando un café. El reloj de agujas marca las 4:00 de la madrugada. Tendrían que haberse despertado dentro de una hora, pero ya ninguno de los tres va a conciliar el sueño, así que para ahorrar tiempo ha hecho otros dos cafés que, por el momento, se están enfriando sobre la mesa.

—Quiero que quede claro una cosa. Encontré a ese tío ya infectado. —Da un sorbo al café—. Me pidió ayuda cuando aún estaba cuerdo. Tuvo que matar a su hijo, que le había atacado y mordido previamente. —Nuria siente algo de vergüenza, pero sigue claramente enfadada—. No me ha agradado, los últimos tres meses, tener que escuchar lamentos constantes por la noche, por eso le puse la mordaza. Lo de las cadenas es una obviedad.

—¿Tres meses? Joder, Alberto. —Eva se lleva las manos a la cabeza.

—Antes de eso, le dije que andaba estudiando el comportamiento de los infectados y que, si él accedía, literalmente, a pasarlo un poco mal, quizá podría terminar por ayudarle.

—¿Y qué has averiguado? —Despierta la curiosidad de Nuria.

—La comida los calma, lógicamente. Ese cerdo que habéis visto, con el que hemos cenado, solo hemos sacado media pata para poder hacer la carne. El resto es para él. Cuando se sacian, los síntomas disminuyen y puedes hablar con ellos, pero poco tiempo, apenas treinta minutos. Y cada vez va a más, cada vez necesita más comida. No le sedo con nada, por cierto. Se queda dormido de puro agotamiento. No es un virus que los mantenga constantemente en vigilia.

—Estás escribiendo sobre ello, ¿verdad? —pregunta Eva, mientras coge su taza de café, finalmente.

—Fotografías. Y sí, algunas notas sobre ellos. Podéis leerlas y verlas en mi ordenador. —Eva se levanta a consultarlo—. La contraseña es 2699.

Alberto mira fijamente a Nuria que está cabizbaja, aparentemente con la vista fija en el café, puesto que realmente no mira a ninguna parte. Su mirada azul de cristal se ha perdido. Decide mirar a la cara a Alberto.

—Lo siento.

—No pasa nada, Nuria. En parte entiendo tu reacción. Por mi parte, no hay rencor.

—Gracias. —Sonríe Nuria tímidamente.

Nuria espera una intervención de Eva, pero está ensimismada consultando las fotografías y notas de Alberto sobre los No-Humanos. Ni si quiera ha escuchado la disculpa de Nuria.

Eva contempla enormes hordas de grupos en movimiento en una fotografía. En otra, justamente captada en el momento en que rodean a un grupo de personas mientras se ve que a otro le han arrancado el brazo. Son horribles. Todas están tomadas con teleobjetivos, los fondos no se aprecian al estar tan difuminados. Parecen todas tomadas en los bosques.

—¿Qué os parece si cargamos el coche con los bidones de gasolina? —pregunta Alberto para romper no el hielo sino el iceberg que se ha formado entre las dos.

Nuria realmente lamenta lo que le ha dicho a Eva, pero no cambia ni una sola palabra de lo que le ha dicho. Por supuesto, no le tiene en cuenta la bofetada, pero sí espera una disculpa por su parte en algún momento. No tiene que ser un «lo siento», le vale con intentar normalizar la situación.

Eva, por el contrario, tarda bastante en descargar sus cabreos. Son como un búfer que se llena cargando un vídeo en internet. Normalmente, cuando duerme se le pasa, pero sabe que el día que la espera es largo y es probable que no duerma en más de cuarenta y ocho horas, por la urgencia de la situación.

Nuria se levanta y sigue a Alberto; comienzan a sacar los bidones y los hacen rodar. Eva se une más tarde, una vez ha revisado todas las fotografías. Cuando empieza algo, lo acaba, por pequeño que sea el tiempo que tenga que invertir.

Terminan de cargar los bidones. Es momento de coger algunas provisiones. Alberto tiene una pequeña bolsa llena de conservas que ha encontrado en un supermercado abandonado. Aún aguantan y les permitirá alimentarse.

Los tres bajan hasta la habitación del infectado. Se ha quedado completamente dormido.

—No podemos hacer mucho más por él —susurra para no despertarlo—. Ahora desatornillo los enganches de las cadenas, pero no puedo colocarle los hombros y es demasiado arriesgado despertarlo. Tendrá que escapar él mismo.

Eva y Nuria asienten. Ven cómo Alberto comienza a desatornillar los enganches.

—Oye Eva… —Comienza a hablar Nuria.

—Dame un par de horas, Nuria. Son demasiadas cosas en muy poco tiempo. —Eva sale de la habitación.

Al terminar de aflojar las cadenas, Alberto sale con Nuria hacia el salón. Se reúnen con Eva.

—Seguidme —les pide. Ambas van con él hasta su habitación donde hay un baúl con un candado grueso. Alberto introduce una combinación y lo abre.

—Coged un par de ellas cada una. Solo por si acaso.

Eva y Nuria se acercan. El baúl está lleno de munición de pistolas, perdigones de escopetas, siete pistolas de nueve milímetros y dos escopetas de doble cañón. Eva opta por una de las pistolas y Alberto por una escopeta.

—No usaré ningún arma contra nadie —dice Nuria—. Vámonos, estamos perdiendo mucho tiempo.

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