21

21


EL BÚNKER

Página 13 de 23

EL BÚNKER

1

El día ha comenzado nublado. Se respira algo de humedad en el ambiente seco que rodea la sierra de Guadarrama. Los bosques cubiertos de un verde grisáceo, desde una vista general, muestran la escasez de lluvias en el último año. Así son los días ahora. El clima ha aumentado casi dos grados en los últimos quince años. La mayoría de las especies se han adaptado y otras tantas han emigrado hasta zonas de temperatura más baja y muchas otras hace tiempo que no son vistas en la península.

El verano ha sido caluroso, como siempre, y cada año más. En el norte, antes, los veranos eran frescos. Hoy son similares a la antigua ciudad de Córdoba. En el centro, especialmente en Madrid, las temperaturas medias del año se han acentuado en sus dos extremos, frío y calor, con inviernos largos y secos por las masas de aire caliente que empujan el aire frío desde los polos.

Eva observa todo el paisaje que la rodea a medida que ascienden por el camino de piedra, hay en un desvío desde el puerto de Navacerrada. Es estrecho y el coche se balancea de un lado a otro. Tienen que ir más lentos de lo normal por el peso que llevan con los bidones de gasolina en el maletero y en los asientos traseros.

La mirada de Nuria está perdida. Han llegado al ecuador de su viaje y van a contrarreloj. Hoy es 18 de diciembre y el artefacto podría estar en cualquier parte de la península.

Mira a Eva unos instantes. Está muy concentrada mirando el paisaje desolador. Vacía la cabeza de toda la tensión de estos días. Alberto va callado, sin dejar de respetar en todo momento el silencio. La pantalla digital del coche marca la altitud mientras ascienden, pero la brújula no es del todo precisa y la flecha que indica su posición a veces gira sin sentido. Realmente Alberto podría quitar el servicio de navegación gps, pero no es un incordio para ninguno de ellos.

Comienza a llover ligeramente. Lluvia muy fina que cae rápido y empapa por completo el cristal con gotas pequeñas. Alberto pone en marcha el limpiaparabrisas. Nuria contempla la lluvia como si fuera la primera vez que la hubiera visto. Para ella, al contrario que para el común de los mortales, no tiene un significado negativo. La lluvia significa para ella la máxima expresión de vida del planeta: limpia el aire, la tierra y recarga sus ríos y lagos de agua. Baja ligeramente la ventanilla y el olor de la humedad la relaja ante el agotador traqueteo del camino de ascenso.

Apenas quedan unos metros y ya se ve el edificio. En lo alto, la lluvia es más intensa y no deja ver bien el horizonte. Se ha levantado una bruma. Cuando llegan, Alberto echa el freno de mano y se detiene a observar el edificio.

—¿Por qué no bajamos, cogemos los bidones y nos metemos dentro rápido? —Eva está visiblemente impaciente.

Los tres abren sus puertas y salen. La lluvia se pega en el pelo, arrastra contaminación. Entre Eva y Alberto descargan rápido los bidones mientras Nuria lleva el primero que ha tocado el suelo y lo hace girar. Alberto cierra el coche y arrastra otro bidón. Eva le ha cogido ventaja y lo espera junto a Nuria al lado de una puerta grande.

La puerta está cerrada y la única manera de entrar es embistiéndola. Entre Alberto y Nuria empujan con fuerza varias veces. Alberto se hace daño y Eva prueba junto a Nuria. Se miran. Vuelve a tocarles ser un equipo. Cuentan hasta tres y esprintan hacia la puerta. Con sus hombros consiguen romper la madera del marco que sujeta la cerradura.

El interior está oscuro y lleno de polvo. Hay humedades en los techos y algunas grietas. Es un sitio muy sombrío, y se percibe en el ambiente, a nivel sensorial, algo que les inquieta. Ninguno de los tres quiere estar ahí dentro, por lo que se ponen manos a la obra para buscar la entrada al búnker cuanto antes. Excepto Eva, cuya insaciable curiosidad le hace recorrer con la vista el entorno que la rodea.

Antaño, fue un centro de comunicaciones donde se distribuían las señales de televisión y radio a todo el país. Tiene en el centro del recibidor una mesa de mezclas antigua, a modo de exposición y bienvenida a los trabajadores.

El espacio es bastante amplio, la parte central está sustentada por cuatro anchas columnas de ladrillo. Han soportado, por las grietas que hay a su alrededor, el peso del tejado y de toneladas de nieve. La madera de las paredes está reforzada por una pared de ladrillo exterior. Debieron de intentar hacer un sitio acogedor. Quizá pasaron varias noches aquí, piensa Eva. Se gira hacia sus compañeros, buscando a Nuria.

—Nuria. ¿Te dijo algo…?

—Sergio. Se llamaba Sergio —completa Nuria la frase refiriéndose a su ex compañero de trabajo—. Al saber del posible peligro de ser interrogada no me dio excesiva información. Pero se me ocurre dónde puede estar la entrada.

—¿Dónde? —interviene Alberto, algo más nervioso de lo normal.

—¿A ti qué te pasa ahora? —pregunta Eva a Alberto.

—No me gusta este sitio. Y tengo la sensación de que no estamos solos. Hay huellas recientes húmedas por los pasillos. Fijaos.

Eva y Nuria observan los dos pasillos que comunican con otras dos alas. En el de la derecha, efectivamente, hay unas huellas, muy leves que se pueden ver con el reflejo de la ligera luz que entra por las ventanas mugrientas. Nuria se apresura y va al centro del recibidor, donde hay una gran alfombra circular con dos sofás de piel llenos de polvo.

—Ayudadme a mover esto, por favor.

Alberto y Eva ayudan a Nuria a mover uno de los sofás, de tal forma que queda fuera de la alfombra. Nuria retira la alfombra, bastante pesada y mugrienta. A medida que la retira, en el suelo de madera se descubre un tirador. Nuria tira de él con todas sus fuerzas y levanta la madera del suelo. Eva y Alberto se han acercado y ven que debajo de la madera hay una compuerta de acero con un sensor biométrico.

—Si quieres ocultar algo déjalo a simple vista. Creo que puedo abrirlo —reconoce Nuria—. Pero necesitamos energía.

—Los bidones —recuerda Alberto—. Me encargo de traerlos. Buscad el generador.

Eva y Nuria se dedican a buscar el generador. Pero no parece que esté en este edificio principal. Van a tener que salir.

La lluvia ha cesado y hay algunos claros en el cielo, pero se ha levantado viento y les impide caminar fácilmente. Ven como el coche se tambalea ligeramente por las rachas de aire. Alberto vuelve a sacar los bidones mientras ellas encuentran el cuarto del generador.

Hallan una pequeña caseta con el símbolo de un triángulo que indica peligro. Tiene que estar ahí, piensa Nuria. La puerta está oxidada. Eva le hace un gesto a Nuria para que se aparte. Saca la pistola, dispara a la cerradura y se rompe. De una patada la puerta se abre de golpe. El generador está ahí. Hacen señas a Alberto y comienza a rodar los bidones de gasolina por la superficie.

2

Luca vigila a lo lejos con unos prismáticos todo el periplo de Eva, Nuria y Alberto. Llevan abrigos largos y verdes grisáceos para camuflarse entre los árboles. Detrás de él, cinco hombres armados esperan instrucciones, igualmente uniformados. Los dos furgones se han colocado en la base para salir directos a la carretera. Luca hace un gesto al teniente para que vaya junto a él.

—Han encontrado el generador. En cuanto vuelvan a entrar a la estación, nos moveremos tranquilamente hasta su posición. Dejemos que entren en el búnker y encuentren todo lo que busquen. Solamente tomaremos posiciones y esperaremos a que salgan. ¿Entendido?

—Sí, señor. Quedamos a la espera.

—No esperéis mucho. —Luca observa como salen de la sala del generador—. Nos vamos ya.

El teniente asiente y se gira a sus hombres.

—¡Nos vamos!

3

Eva cierra la puerta. Ha sobrado medio bidón de gasolina y lo han dejado dentro del cuarto eléctrico. Caminan difícilmente, el viento les hace saltar las lágrimas. Cuando llegan cierran la puerta con dificultad entre Eva y Alberto.

Nuria se apresura para llegar hasta la compuerta de acero. El panel biométrico está encendido, aunque su luz parpadea ligeramente. Eva y Alberto se acercan.

—Podemos intentar abrirlo nosotros, Nuria —recuerda Eva.

—No será necesario. Mi huella está registrada en el sistema y este escáner es relativamente reciente. Debería funcionar…

Nuria pone la mano en el escáner sin muchas esperanzas ni seguridad por el parpadeo. Siente una leve punzada en la mano y una quemazón. El sistema reconoce su huella, pero no ocurre nada. Repite el procedimiento y vuelve a ocurrir lo mismo. Nuria se queda quieta y se le ocurre que quizá tenga que usar su otra mano.

La compuerta, mediante un sistema hidráulico, se abre. Se levanta lentamente. Eva está nerviosa, no puede esperar más a acceder al ordenador principal. Unas escaleras metálicas y rígidas llegan hasta el fondo del búnker. Aparentemente sombrío también. Nuria decide bajar primero, la sigue Eva varios metros de distancia. Alberto sigue a las dos. Se da cuenta de que ha dejado la escopeta en el coche. No quiere salir por si se encuentra a alguien, así que sigue descendiendo por la escalera.

Apenas se ve nada. Eva utiliza la linterna de su móvil para iluminar el camino. Encuentran el cuadro de luz y suben el botón general. Cada uno de ellos marcado con diferentes nombres. Ve que hay uno que indica «Servidores» y lo suben. Las luces interiores del búnker se encienden progresivamente. La sala queda totalmente iluminada. La entrada del búnker tiene una estructura semiesférica, similar a un iglú y da pie a un pasillo central con dieciséis puertas en total a los dos lados del pasillo. Al fondo, el espacio se hace más amplio. Eva mira a la puerta del búnker, que se cierra automáticamente de forma muy lenta. Advierte unas marcas en el acero, son arañazos de uñas. Muy suaves, pero ahí están.

Atraviesan el pasillo, algunas de las puertas están abiertas, pero no todas tienen la luz encendida. En una de ellas, las bombillas parpadean. Alberto repara en su interior desde fuera. Todo está desordenado, parece que se fueron rápidamente y dejaron todo tal cual está. Aunque no todo el mundo pudo escapar aparentemente.

Eva da un pequeño grito. Nuria y Alberto van con ella. Echa un vistazo al interior de otra habitación que sí está iluminada. Hay dos cadáveres totalmente consumidos, en los huesos, que se han quedado de un tono grisáceo. Es una vista inquietante, puesto que aún llevan puestas las ropas, pero están en posición fetal, como si se protegieran de algo. ¿Qué habrá pasado aquí?, se pregunta Nuria, que cierra lentamente la puerta mientras Alberto aparta a Eva de la horrible visión.

—Es posible que haya más —especula Alberto.

—¿Cuándo fue construido este búnker? —pregunta Eva horrorizada aún.

—Según lo que he podido averiguar, fue en la segunda década del siglo XX. Un búnker político en caso de catástrofe —contesta Alberto a Eva.

—¿Sabían lo que iba a ocurrir entonces? ¿Estaba planeado? —Eva mira a Nuria con esa última palabra.

—No lo sé, Eva. Estoy igual de sorprendida que tú.

Nuria ha notado perfectamente cómo Eva ha perdido prácticamente toda la confianza en ella. No le gusta, no cree que sea justo y le parece una actitud desmesurada. Está claro que Eva se ha lanzado a la aventura sin conocerla de nada, y Nuria simplemente dijo una excusa para no decirle a una periodista mercenaria, que formaba parte de la estructura científica del Gobierno. Quería ganar su confianza rápidamente y fue la única manera que vio posible. Pero Eva no le permite explicarse y la situación y el entorno no ayudan.

Llegan a la zona más amplia. Vuelve a tener una estructura semiesférica y en el centro de la sala hay unas escaleras que descienden. Las baldosas del suelo están rotas, de varios golpes fuertes. Hay algunos rastros de sangre en la pared, como si de una obra de arte abstracto se tratase. A la derecha, hay una cocina y dos grandes mesas con bancos. Es el comedor. A la izquierda, varias estanterías, prácticamente vacías con algunas latas de conserva y bandejas de carne podrida envuelta en plástico transparente. No se habían percatado, pero el olor es bastante fuerte. Sus cerebros han reaccionado al olor al ver la carne.

—Lo que debió pasar aquí fue un auténtico infierno —comenta Eva—. Parece que no pudieron salir. ¿Os habéis fijado en las marcas de la puerta de entrada?

—Esto es de locos. —Alberto sigue observando el entorno.

—No deberíamos perder más el tiempo —interrumpe Nuria—. Bajemos por estas escaleras, seguramente estén los servidores.

—¿Cómo estás tan segura? —interroga Eva.

—Las demás puertas ya habéis visto lo que son, las habitaciones de los que estuvieron aquí. ¿Vas a volver a confiar en mí o no, Eva? —Nuria es tajante.

Eva se queda cortada y se da cuenta de que ha exagarado. Baja la mirada, pero es tan orgullosa que decide no pedir perdón. Nuria espera que lo diga.

—Vamos ahí abajo —rompe Eva su silencio.

Eva es la primera en tomar la iniciativa y cruza a Nuria por su izquierda. Nuria la sigue con la mirada y va tras ella. Alberto las sigue. Comienzan a descender por las escaleras.

La estructura giratoria de las escaleras, unida a sus estrechas paredes les hacen sentir un poco de claustrofobia. Eva aumenta el ritmo para bajar más rápido. Al final, la pared se abre en otra sin vértices y una estructura de toroide se abre ante ellos, con la escalera situada en el centro.

Están en la sala de los servidores. Un inmenso equipo informático rodea todo el espacio. En el centro, varios puestos de trabajo con ordenadores. Todos desordenados. Pero los separa, entre las escaleras y la sala, un cristal circular con otro lector de huellas biométrico. Nuria pone la mano en el mismo y la entrada le es denegada. Utiliza la otra mano y ocurre lo mismo. Mira a Eva, que asiente. Saca su tablet de la mochila y se acerca hasta el lector biométrico.

Abre una aplicación y empareja la tablet con el lector y la apoya directamente sobre la superficie lectora. Mediante conexión NFC el aparato se sincroniza con la tablet de Eva. En la pantalla, comienzan a aparecer numerosos códigos que se escriben rápidamente. Es un sistema de hace varios años, seguramente de los primeros y el dispositivo de Eva tiene que hacer diferentes procesos para emular una máquina capaz de reconfigurarlo.

—Siento haberte pegado, Nuria —Eva se disculpa sin mirarla, mientras el dispositivo sigue trabajando.

—Eva… entiendo que te haya molestado que te ocultase parte de la verdad. Más allá de la bofetada, cuando te dije que era mi padre, era porque tenía miedo de que pensases que estaba ahí para venderte a los militares. Necesitaba ayuda desesperadamente y mira donde estamos. Casi lo hemos logrado. —Nuria hace una pausa—. Gracias por disculparte, siento también haberte mentido.

—No pasa nada. Te entiendo. —Eva la mira de refilón—. Te daría un abrazo, pero estoy algo ocupada. —Se ríe.

Nuria camina hacia ella y la abraza desde atrás. Ambas se reconfortan. Eva vuelve a recuperar la confianza en Nuria, es su mayor aliada, incluso más que Alberto.

El proceso termina. La tablet indica que pueden usar cualquier huella para que quede registrada en el sistema. Cada uno utiliza su mano para lo mismo y las puertas se abren definitivamente. El olor de la sala es peor. Se llevan las manos a la nariz. Alberto usa el cuello de su camiseta para cubrirse media cara. Hay más cadáveres en el suelo aun descomponiéndose. Esta imagen es aún más terrorífica. Conservan el cuerpo prácticamente intacto, con un tono de piel verde amarillento, pero a la cara solamente le quedan huesos y músculos. El proceso ha sido más lento en esta parte del búnker, quizá por la falta de oxígeno y el ambiente seco.

—Voy a ver si puedo activar la ventilación aquí abajo —dice Alberto, que sale rápidamente de la sala.

Eva y Nuria, aguantan el olor algo más, pero con caras desagradables se preguntan por dónde empezar. Las luces de los servidores están activas. Arriba, en el techo, hay un proyector enfocado directamente hacia una de las paredes. Encienden un ordenador para acceder al sistema. Una vez arranca, ni siquiera hay un login y el ordenador carga directamente el escritorio. Eva se sorprende de la chapucera seguridad, una vez más, del sistema informático de la administración gubernamental.

—¿Te apañas sola? Voy a ver si arriba queda algo comestible —le dice Eva.

—Sí. Puedo con ello. —Sonríe Nuria a Eva.

Eva se marcha de la sala. Las puertas de cristal se abren ante ella y vuelven a cerrarse. Nuria se ha quedado sola en la sala. Ahora puede averiguar dónde se encuentra el artefacto.

Los servidores aún estaban actualizándose, recopilando datos del resto de servidores gubernamentales. Lo ha visto en la barra de tareas, un pequeño icono en el que al pasar el ratón indicaba el estado de actualización del servidor.

Recuerda lo que le dijo Sergio. Primero debía acceder a la intranet. Lo hace sin ningún problema. Utiliza el usuario de Sergio para acceder y su contraseña para los permisos más elevados, ya que él perteneció a los altos estándares de la comunidad científica del Gobierno. El usuario sigue activo, por fortuna. Dentro de sus archivos, va a descargar un programa automático camuflado en forma de imagen. Una foto de su verdadera hija, Adriana. Una joven de pelo castaño que fue infectada por el virus G a los pocos días de estallar la guerra. Sergio no pudo hacer nada por salvarla. Nuria descarga la foto.

Los servidores ya están completamente actualizados. Ahora puede llevar a cabo la acción. Nuria busca algún dispositivo móvil que pueda coger para sincronizarlo con el servidor. En la pared, hay un estante con diferentes smartphones. Están completamente cargados, debieron de ser los últimos que fabricaron.

Coge uno, lo enciende y el sistema operativo carga rápidamente. Una vez dentro, hay una aplicación del Gobierno donde Nuria accede y selecciona «Sincronizar con el servidor». Deja la pantalla desbloqueada y abre la fotografía que ha descargado. Pulsa las teclas Alt+R+N+W. La fotografía se descompone en píxeles y comienzan a hacerse operaciones automatizadas en una ventana en negro. Arriba marca el porcentaje. Va rápido, pero Nuria tiene prisa.

Rememora por todo lo que ha pasado hasta llegar a este punto. Puede ponerle punto final a la guerra y devolver la estabilidad entera al planeta. Pero lo hará sola.

Se pregunta por su verdadera identidad, recuerda perfectamente su misión, pero hace tiempo que ha dejado de ser quien era realmente, con un único objetivo en la cabeza. Decidir qué hacer con el artefacto: usarlo y darlo a conocer o destruirlo. ¿Merece la pena tanto esfuerzo? Al cabo de los años estallará un nuevo conflicto, como siempre y seguramente más amenazante que el actual.

La cura para el Virus G no está desarrollada aún y quizá no era el momento. Podría consultar en los servidores si hay algo relacionado con una vacuna, pero no tiene tiempo. Debe que salir cuanto antes sin ser vista. No quiere dejar tirados del todo a Eva y a Alberto, así que coge un papel y un bolígrafo que tiene cerca y escribe una nota en él.

El porcentaje se ha completado. La pantalla en negro desaparece. Se abre otra pantalla en blanco. Una barra de progreso se llena de color amarillo rápidamente. Es un mapa y marca un punto. El artefacto está dentro de un faro, cerca de una cala en el cabo de Gata, la cala del Barronal. No es casualidad que esté allí. Sergio, había ido hasta su tierra. Si podía recuperar algo con su artefacto, egoístamente que fuera primero la tierra que lo vio nacer… y también morir.

Nuria sincroniza el servidor y el mapa aparece en la pantalla de su teléfono. Ahora consulta una ruta. Existe una hiperautopista que la llevará hasta Almería, ahí se desviará e irá directa. No tiene tiempo que perder.

Ir a la siguiente página

Report Page