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PASADO

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PASADO

1

Te habrás dado cuenta de que he vuelto a traicionar la confianza de Eva.

Ahora mismo acabo de pasar de largo ante ellos dos, y cuando he salido he visto a los militares escondidos. No me han disparado ni han hecho ademán de ir a detenerme. Van a seguirme y no sé qué les va a pasar a Eva y Alberto por mi culpa. Me estoy subiendo al coche entre lágrimas. Arranco para irme sin saber si voy a volver a verlos, al menos una última vez y que sea diferente a esta, porque los estoy viendo por el retrovisor, inmóviles e impotentes al ver que me voy sin ellos.

Llegar hasta este punto ha sido necesario para poder contarte primero a ti la verdad, mi verdad. Antes que seguir engañándote, no estoy aquí solo por el artefacto que ideó Sergio. Estoy por una razón mucho más importante.

2

Era de noche. El mar estaba embravecido y los destellos de las estrellas en el cielo se hacían notar en el cabo de Gata, sin luna que las ocultase. Una noche fría con fuertes vientos. Alrededor, todo era naturaleza virgen. Los humanos apenas habían interferido en esta zona, solamente la carretera que estaba a más de medio kilómetro de la costa.

El mar arrastró un cuerpo desnudo de una mujer hasta la orilla. La arena se había pegado a su piel por todas partes tras haber llegado arrastrada por la marea. Nuria estaba consciente, pero por dentro sentía que podía romperse en cualquier momento.

Cogió confianza y comenzó a mover los brazos para incorporarse. Consiguió girar sobre sí misma para después contemplar el cielo estrellado. Hizo otro esfuerzo y la energía del entorno, poco a poco, volvió a fluir en ella. Las fuerzas regresaban lentamente y se puso en pie. Miró hacia el mar y respiró hondo. Nuria volvía a sentir dolores musculares, las contusiones eran múltiples y tenía varios hematomas. Su misión acababa de comenzar.

El estómago le rugía con fuerza, tenía que alimentarse y además la piel comenzó a erizársele por el frío. Tenía que encontrar dónde poder pasar la noche y hacerse con ropa.

Nuria caminó durante dos largas horas, hasta que a lo lejos vio las luces de un pequeño pueblo. No podía ver nada a su alrededor. El asfalto descuidado le hacía daño en los pies, pero caminar por tierra no era ni mucho menos mejor opción.

Lo cierto es que hacía muchísimo tiempo que no se sentía tan sola. Pero en ese momento lo primordial era encontrar algo de ropa, no llevaba nada de dinero así que tendría que robarla en la primera tienda que viese y pasar la noche en cualquier sitio. Pero las fuerzas volvían a fallarle.

Nuria se tropezó en el asfalto. Respiró hondo y trató de aguantar las lágrimas, era demasiado pronto aún para sentirse sin fuerzas. La rodilla comenzó a dolerle, e instintivamente se llevó la mano a ella. Se había hecho una herida y su mano quedó ensangrentada. Ahora también debía curarse para evitar una infección. Su sistema inmunológico aún no estaba a punto, debían pasar unos días más para que se adaptara por completo a su entorno y poder funcionar con normalidad.

Fue entonces cuando escuchó el sonido de un motor de coche a lo lejos. Tendida en el suelo, con hambre y las fuerzas flaqueándole, Nuria se vio obligada a pedir ayuda al conductor que iba en el coche. Era un pequeño coche negro de tres puertas, con un diseño bastante cuadrado y antiguo. Se detuvo unos metros por delante de ella. Cuando el conductor se bajó, Nuria se fijó en que iba completamente de negro y llevaba un alzacuellos. Era un sacerdote. Las costumbres no habían cambiado mucho desde la última vez que volvió a materializarse.

El sacerdote se apresuró rápidamente a socorrer a Nuria. Nuria no alcanzó a entender lo que le decía el hombre mientras se quitaba su chaqueta y cubría a Nuria con ella. Parecía buena persona a su juicio, pero el hambre era tan extrema que Nuria comenzó a perder el conocimiento mientras el sacerdote la sostenía en brazos y la llevaba hasta el coche.

3

Nuria se despertó cuando el coche comenzó a decelerar. Estaba cubierta por unas mantas blancas de tela gruesa que el sacerdote llevaba en el maletero. Era un hombre mayor, de unos sesenta y tres años, con claras arrugas en su rostro. Iba con una boina negra que le cubría la cabeza del frío. Sus manos estaban magulladas por el paso del tiempo. Respiraba con algo de dificultad, por eso lo hacía con la boca la mayor parte del tiempo. Parecía bastante preocupado.

—Hola, ¿te encuentras mejor?

Nuria reconoció el idioma, era castellano. Enseguida su mente se amoldó al lenguaje. La voz del sacerdote era rasgada, pero cálida y agradable.

—Sí. Gracias por ayudarme.

—Por favor, no me des las gracias. En cuanto lleguemos a mi casa llamaré a la policía para que puedan ayudarte.

—No. Por favor no la llame —insistió Nuria, con urgencia.

El sacerdote la miró con desconfianza y nerviosismo.

—Mire, no soy una criminal ni nada por el estilo. No le daré problemas, solamente le pido algo de comer y ropa. Después me iré y no lo molestaré más.

—No es molestia… —Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, esperando a conocer el nombre.

—Nuria.

—No es molestia, Nuria. Pero ¿puedo preguntarte qué te ha ocurrido?

—Padre… —Pronunciar esa palabra le resultó muy raro—. De verdad, solamente busco un poco de su ayuda. Le estoy eternamente agradecida por ello.

—De acuerdo, de acuerdo. Mi nombre es Andrés. —Nuria asintió—. Ya hemos llegado.

Cuando Nuria se bajó del coche, contempló la fachada de la pequeña iglesia que regentaba el padre Andrés. Parecía de varios siglos de antigüedad. Todos los ladrillos que la componían estaban algo deteriorados por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.

—Sígueme. Vivo en esta casita de al lado.

Andrés señaló una vieja casa de pueblo, totalmente blanca y con unos pequeños muros que se completaban con una valla de metal por encima del ladrillo para evitar que entrasen a robarle. Tenía el suelo encharcado por el riego automático. El pequeño patio que rodeaba la casa estaba lleno de macetas con diferentes plantas, algo marchitadas por el frío.

Andrés abrió la puerta. Su casa parecía más acogedora y cuidada que el exterior. Las paredes también totalmente blancas habían sido pintadas hacía poco. Nuria lo notó por la ausencia de manchas y el blanco total de las mismas. El recibidor estaba conectado al salón donde había dos pequeños sofás orejeros, junto a una televisión y un calefactor que Andrés encendió al instante. Ofreció a Nuria sentarse en uno de los sillones.

—Voy a conseguirte algo de ropa. Es de hombre, pero servirá. Mañana puedo comprarte algo.

—Muchísimas gracias. Pero no es necesario, mañana la compraré yo misma.

—¿Con qué dinero? No parece que tengas mucho encima. —Nuria le pidió un poco de espacio con un gesto—. Cómo quieras. Quédate ahí, te calentarás enseguida. Te prestaré algo mío.

—Gracias.

Nuria estaba abrumada ante tanta hospitalidad de un hombre que no la conocía absolutamente de nada. Por el momento, las sensaciones eran buenas. Una amabilidad impropia de muchas personas que había conocido tiempo atrás.

Andrés se marchó en busca de ropa. Nuria oía el chirrido de las puertas que abría el sacerdote. No era una casa muy grande, pero parecía que había muchas habitaciones. El calor del calefactor comenzó a ser agradable y su piel dejó de estar erizada por el frío. Poco a poco Nuria volvía a sentirse bien.

Andrés trajo unos vaqueros, una camiseta gris y un jersey azul. Nuria había estado todo este tiempo completamente desnuda, cubierta por la chaqueta de Andrés y su manta. Andrés se marchó enseguida a lo que parecía la cocina. Todo le quedaba enorme, pero el jersey era caliente y reconfortante. Era como un niño pequeño, necesitaba dormir profundamente para recuperarse por completo. Levantó sus pies y se acurrucó sobre el sillón.

—Tenía un caldo con fideos que te he calentado en el microondas. Espero que no seas alérgica a nada.

Nuria estaba completamente dormida sobre el sofá. Andrés sonrió levemente y dejó el plato con el caldo en una pequeña cómoda de madera que tenía a su lado. Fue de nuevo hasta su habitación. Abrió su armario y cogió un par de mantas de lana más gruesas que las del coche. Cuando volvió al salón se las echó por encima a Nuria y con mucha delicadeza y suavidad, reclinó el sillón para que estuviera tumbada.

Andrés tragó saliva, era la primera vez que acogía a un desconocido en su casa para pasar la noche. Abrió un cajón de la cómoda y cogió un pequeño candado. A pesar de todo, no podía fiarse de una persona que no quería ayuda de la policía. En su habitación, al cerrar la puerta colocó el candado. Además, era una medida de seguridad que había tomado hacía tiempo por precauciones en caso de robo. Ya no era joven, ágil y fuerte como para poder enfrentarse a un posible ladrón, así que prefería que le robasen sin él enterarse.

Se sentó en su cama sin quitarse aún la sotana. Estaba también agotado, venía de visitar a unos familiares durante todo el fin de semana pasado. Sus sobrinos podían ser de lo más agotador si realmente se lo proponían. Los quería demasiado y a su hermana le venía bien un pequeño respiro mientras él jugaba con ellos.

Realmente, no eran sus sobrinos biológicos. Sus verdaderos sobrinos ya eran adultos con sus trabajos, y de vez en cuando iban a reunirse con toda la familia. Su hermana y su cuñado tenían ganas de poder criar a dos niños otra vez, una forma como otra cualquiera de devolver la vida a la casa en la que estaban. Adoptaron a dos hermanos hace cuatro años para darles una vida digna y evitarles el abandono.

Andrés se quitó los zapatos y sin desvestirse para ponerse el pijama cayó rendido, con la sotana puesta. Volvió a abrir los ojos y cogió su teléfono móvil. Eran las once y media de la noche. Pleno 21 de diciembre de 2022 y aún no había preparado las actividades de Navidad que tenía en su iglesia para los niños. Programó una alarma a las 7:00 de la mañana. Iría a comprar ropa para Nuria.

4

Eran las once y cuarto de la mañana y Andrés entró de nuevo a su casa. Nuria estaba ya despierta, de pie en el salón mientras esperaba al sacerdote para agradecerle ue le haya dejado pasar la noche.

—A pesar de que no estabas interesada, te he traído algo de ropa de una tiendecita de aquí. No tengo muy buen ojo para la moda, pero creo que te servirá —dijo Andrés, con una sonrisa leve, ya característica de él.

—Muchas gracias padre. Voy a cambiarme entonces y a devolverle su ropa.

—¿Quieres un café? ¿Desayunar algo?

—No, gracias. Ya es demasiado. Me cambio y me voy.

Nuria cogió la bolsa de ropa que había traído Andrés y se desplazó hasta el servicio. Había tenido tiempo para recorrerse la casa y curiosear algunos detalles. Al sacerdote le gustaban las novelas de misterio del siglo XX. Tenía varias colecciones. También parecía ser un fanático de los aviones, por todas las revistas que tenía acumuladas en otra estantería. Parecía un hombre muy práctico. En la cocina, Nuria se sorprendió de la exquisitez para colocar los cubiertos en el cajón. Perfectamente apilados, ni un solo centímetro fuera. También tenía varios relojes de agujas por la casa, todos iguales, circulares, de madera y con unas agujas finas de diseño sencillo.

Nuria sale del baño ya cambiada. Andrés había sido discreto y se aseguró de no comprar nada que llamase la atención. Unos vaqueros que le encajaban perfectamente con unos calcetines y unas deportivas blancas. Encima llevaba una camiseta de tirantes blanca y un jersey gris de lana. Además, le había comprado un abrigo largo beige y una mochila de piel para llevar cosas. Pasaba perfectamente por una persona normal.

Andrés preparó un pequeño desayuno, café y dos tostadas con mermelada. Demostró que no hacía mucho caso a Nuria cuando se trataba de modestia. Nuria se sintió abrumada de nuevo.

—Tienes que comer algo, Nuria. Ayer te desmayaste.

—Gracias.

Nuria, agradecida, se sentó junto a la mesita que había en el salón. La mermelada era de fresa y comenzó a untársela con el cuchillo en las tostadas. Andrés recogía la cocina. Había un periódico sobre la mesa y Nuria lo cogió para ojear e informarse de la actualidad.

El primer titular hablaba de un nuevo ataque terrorista en Bruselas. Se trataba de un grupo que se hacía llamar EES o Ejército Europeo Separatista. Su objetivo primordial era controlar las principales potencias europeas para hacer frente a las supuestas amenazas asiáticas. Habían matado a tres eurodiputados y secuestrado al ministro de Interior belga, además de dejar por el camino diecisiete heridos en su huida en furgoneta. Sin embargo, cada vez surgían más.

—Es terrible ¿eh? —Andrés se sentó junto a Nuria en otra silla—. Apenas llevan tres años en activo y han puesto en jaque a occidente.

—¿A qué se refiere?

—Hombre, han asesinado a más de veinte personas, todas ellas cargos políticos, intentan que no haya víctimas civiles, pero siempre hay daños colaterales. Es de lo único que se habla hoy en día en la televisión. ¿No lo sabías?

Nuria negó con la cabeza. En parte, se sentía algo avergonzada ante la mirada de incredulidad del sacerdote.

—Los mercados asiáticos se aprovechan esta inestabilidad en occidente e instauran políticas de precios muy agresivas dentro de los países occidentales. La gente está obligada a trabajar prácticamente sin descanso para poder competir contra ellos, que dedican horas y horas con la cantidad ingente de población que tienen.

»Cada vez hay menos dinero público y más paro, porque las empresas privadas son incapaces de dar trabajo a tanta gente y la vivienda no ha bajado su precio. Tengo la suerte de que mi cuñado tiene mucho dinero ahorrado y me presta algo cuando lo necesito realmente. Los sacerdotes, la Iglesia, ganamos dinero cuando los ayuntamientos contratan nuestros servicios, si son requeridos por los ciudadanos en una votación. Hay lugares en los que la palabra de Dios es desconocida ya. Así funciona el mundo ahora. ¿De qué planeta eres?

Nuria no sabía si la pregunta iba en serio o en su sentido figurado, pero Andrés empezó a reírse rápidamente, puesto que la había formulado en su sentido literal. Su risa era muy contagiosa, la de una persona alegre a pesar de las circunstancias, que se conformaba con lo suficiente. Nuria también se rio.

—Hace tiempo que no estoy… actualizada.

—Me he dado cuenta. —Hizo una breve pausa y respiró para decir algo más—. Nuria, vas a tener que decirme por qué andabas a esas horas caminando desnuda o tendré que llamar a la policía. No puedo confiar en ti si no me cuentas nada.

—Creo que es el momento de marcharme.

Nuria se levantó rápido de la mesa, dejó una tostada sin acabar y el café sin beber. Andrés la sigue con la mirada, no puede evitar que se marche, pero aún no ha dicho todo.

—Cuando estabas desmayada y te llevaba en el coche, me fijé en que te habías hecho una herida muy fea en la pierna. —Nuria se queda quieta—. Esa herida cicatrizó en cuestión de minutos delante de mis ojos. —Nuria se giró hacia Andrés—. No soy tu enemigo y quiero ayudarte, pero tendrás que confiar en mí como yo lo he hecho esta noche en ti.

Nuria dudó lo que para ella fue una auténtica eternidad. Su misión mantenía unas reglas y era no establecer vínculos emocionales fuertes con ninguna persona. Pero quizá ese hombre podía ayudarla a salir adelante y ponerse al día.

—Si le cuento de dónde vengo no habrá vuelta atrás. Si se va de la lengua desapareceré y dará igual que avise al mismísimo presidente del Gobierno. Nunca me encontrará —dijo Nuria, formulando un contrato verbal.

—Bien, trato hecho. No diré nada. Pero yo pondré mi única norma: tutéame.

—Es usted… Eres un hombre de Dios, ¿verdad, padre Andrés?

—Así es.

Andrés no mostró ninguna prisa por escucharla. Esperó a que continuase Nuria.

—Pues ten fe para todo lo que te voy a contar y mostrar.

5

A partir de ese momento, el padre Andrés, ese hombre de Dios en el que confié ciegamente, hizo un pacto de silencio para ayudarme en mi causa. Tenía la esperanza de que fuera capaz de tomar la decisión correcta.

Durante el mes siguiente, en enero, lo ayudé con el pequeño huerto que tenía detrás de su casa. Las verduras y las frutas tenían un sabor increíble que jamás volví a experimentar. También hicimos unas pequeñas mejoras dentro de la iglesia, pintar, muebles nuevos, figuras santas nuevas y desarrollamos varias actividades para los niños del pueblo.

Mientras tanto, cada mañana madrugaba para ir a la biblioteca e informarme de cómo funcionaba el mundo actual en todos sus aspectos. Había habido grandes avances científicos que me sorprendieron, pero no por su innovación, sino por la doble moral que se generaban en torno a ellos. Los seres humanos y su dualidad natural estaban presentes en cada elemento de este mundo.

Parecía que a lo largo de los siglos sus costumbres sociales se habían configurado de tal manera que acabaron por asemejarse más a autómatas que a seres propiamente vivos y conscientes.

Y ese patrón se repetía en todos los lugares que visité. En marzo, me despedí de Andrés para seguir poniéndome al día sobre el mundo actual. Hablase con quien hablase, en occidente y oriente siempre ocurría lo mismo. ¿Eso era lo que buscaban y querían? Había personas con las que hablaba que decían que no. Buscaban ser emprendedores y desarrollar nuevas vías de negocio, hasta que se daban cuenta de todas las dificultades por las que tenían que atravesar y, entonces, abandonaban sus ideas. Otros decían que sí, que con tal de poder alimentar a los suyos les bastaba con esclavizarse. Era como si no se dieran cuenta de que el verdadero poder de cambiar la situación lo tenían ellos si se organizaban y se hacían notar.

Pero yo no debía interferir. Al menos, por el momento. Y lo más probable, es que durante todo este tiempo te hayas estado preguntando qué demonios es «mi misión». Es algo complicado… supongo que podré contártelo mejor si volvemos al presente.

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