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El artefacto

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EL ARTEFACTO

1

Nuria llega al faro. Ha reducido la velocidad considerablemente con el fin de no llamar demasiado la atención puesto que no sabe lo que se va a encontrar. Apaga el motor y contempla el mar que la vio nacer, de nuevo, a lo lejos. Los tonos anaranjados de este lugar son para ella inigualables a ningún otro sitio del mundo.

Sale del vehículo. Recorre el camino de piedra que hay hasta el faro mientras observa la cala a su izquierda. Tan solitaria y misteriosa como cuando llegó, el sonido de las olas retumba en sus oídos y le transmite tanto paz como inquietud.

El tiempo se acaba. Al llegar, la entrada al faro está cerrada y al lado está la casa de los fareros, de estructura similar a la de Andrés. Tienen la puerta abierta y su cerradura choca constantemente con el marco de la puerta por las corrientes de viento que se forman desde el interior de la casa. Nuria se adentra en ella.

La luz que entra es mínima. Hay una pequeña mesa a la entrada, con unas figuras de metal viejas. Una de ellas está rota. El suelo es de piedra y se siente el frío a través de las botas. Escucha a alguien respirar fuertemente a su izquierda. Se gira y Nuria ve una habitación de la que sale algo de luz anaranjada. Se acerca muy lentamente mientras la respiración se hace más fuerte y entrecortada. Se parece más a un jadeo por ansiedad.

«Están muy enfermos», le había dicho Andrés, «ayúdalos, por favor».

Nuria entra en la habitación y ve a una mujer atada a la pared con cadenas y dos niños dormidos en un extremo de la habitación, también encadenados, separados un metro de distancia y sin posibilidad alguna de moverse al estar sus brazos completamente pegados a la pared por las cadenas. Están así para evitar que se coman entre ellos. Los ojos de la mujer están inyectados en sangre, sus venas están completamente ennegrecidas y a flor de piel. Las ojeras son fruto de cientos de horas sin dormir. Los niños huelen a Nuria y se despiertan con el mismo aspecto en sus ojos. Uno de ellos es un adolescente, el otro, no debe de llegar a los diez años. Todos están vestidos con ropas viejas y mugrientas. La mujer al ver a Nuria se altera más y trata de soltarse de sus ataduras sin ningún éxito y haciendo mucho ruido.

—Quién eres.

Nuria se da cuenta de que tiene el cañón frío de un revolver apoyado en su cabeza con consistencia. La voz es la de un hombre que estaba escondido.

—Me llamo Nuria, vengo de parte del padre Andrés.

—¿Eres militar?

—No, lo juro. Viví durante dos años con el padre Andrés.

—Pero él no puede probarlo ya porque está muerto en tu maletero ¿verdad?

—Sé que puede parecer otra cosa, pero me pidió en su último aliento que ayudase a una familia que vivía en el faro. Te digo la verdad.

—¿Cómo puedo fiarme de ti? ¡Dame buenas razones!

—Puedo curarlos. Son tu mujer y tus hijos ¿verdad?

—¡Demuéstralo!

Nuria se acerca, con los nervios a flor de piel y sin dejar de sentir el revolver sobre su cabeza. La mujer se mueve mucho más, sus ataduras están menos fuertes en comparación con las de los niños, que están completamente inmóviles. Sin embargo, los brazos están parcialmente fijos a la pared y no puede alcanzar a Nuria.

Se coloca a una distancia de seguridad con respecto a la mujer. Nuria alza los brazos lentamente para que el hombre que la apunta pueda ver que no hace nada malo. Él la observa con impaciencia y desconfianza. Nuria coloca las manos en la cabeza de la mujer mientras trata de detener su locura por comerla. Mueve la mandíbula y el cuello intentando morderla, pero Nuria aplica la suficiente fuerza para inmovilizarla. Los gritos de la mujer aumentan. Los niños se alteran, hambrientos.

—¡Vamos! —dice el hombre, cuya paciencia se agota.

Nuria respira profundamente y sus pulsaciones, que estaban disparadas, bajan ligeramente. Se concentra y cierra los ojos. Su piel se vuelve translúcida y una energía anaranjada y amarillenta recorre sus brazos hasta sus manos. La mujer cesa en sus gritos y pone los ojos en blanco.

El hombre no puede creer lo que ve. Las venas vuelven a su color normal paulatinamente, su piel deja de estar completamente demacrada y sus ojos vuelven a ser normales. Su iris se vuelve verde, tiene unos ojos increíbles y una lágrima cae a medida que Nuria elimina cualquier vestigio del Virus G en su cuerpo. Nuria abre la boca para coger aire, su piel envejece ligeramente y su pelo pierde su color anaranjado, volviéndose canoso en algunas capas.

Nuria acaba y la mujer respira aliviada y empieza a llorar. Nuria se aparta y da dos pasos hacia atrás.

—¡Óscar! —dice la mujer a su marido.

Óscar deja de apuntar a Nuria y va hacia su mujer. Ambos lloran, se besan.

—Es… es un milagro.

Ambos se funden en un abrazo. Pero Óscar mira a sus hijos aún infectados tratando de soltarse. Se gira hacia Nuria.

—¿Puedes ayudarlos a ellos también?

—Sí. —Nuria aún se recupera—. Incluso, será más fácil. —Les sonríe.

Nuria se acerca al mayor. Tiene magulladuras en el cuello y sangre coagulada en la cabeza, posiblemente de darse golpes contra la pared al haber marcas en la misma. El más pequeño, apenas a un metro, parece que lleva menos tiempo infectado. Óscar quita las cadenas a su mujer.

—Paula, siento mucho haberos encadenado. Era la única manera.

—Tranquilo. Todo está bien.

Nuria se arrodilla y coloca sus manos en los dos chicos, cada una en uno distinto. Paula, esta vez, puede ver con claridad como de los brazos de Nuria se desprende una energía que llega hasta los niños. El proceso es el mismo, desaparecen sus venas negras, sus ojos vuelven a ser normales con el mismo iris de su madre y, cuando Nuria acaba, vuelven a recuperar la conciencia de sí mismos. Nuria se aparta completamente agotada, se deja caer al suelo y se arrastra hasta la pared perpendicular para apoyarse y descansar. Ha vuelto a envejecer y su pelo es más grisáceo.

—¡Papa! ¡Mama! —El mayor de ellos está completamente recuperado.

El más pequeño mira a los lados desconcertado. Óscar, lleno de alegría besa a cada uno y rápidamente les suelta las cadenas. Los cuatro se juntan en un abrazo. A Nuria toda esa felicidad le compensa el cansancio que arrastra por lo que acaba de hacer. Ha usado parte de su energía vital para curarlos por completo. Todos se giran hacia ella. Nuria vuelve a recuperar su aspecto normal poco a poco y ahora tiene fuerzas para sonreírles.

—Mamá ¿es un ángel? —dice el más pequeño. A Nuria le provoca una sonrisa.

Óscar y Paula le sonríen. Él le besa la cabeza.

—Gracias —le dicen ambos.

2

Alberto y Eva sobrevuelan ya la ciudad de Almería. Hay rachas de viento fuertes, pero el helicóptero resiste las embestidas de las corrientes.

—Nuria se ha desplazado hasta una cala. Hacia nuestro Oeste.

—Enséñame el mapa —le pide Alberto.

Eva le pasa la tablet. Con una mano Alberto sujeta el timón de la máquina perfectamente.

—¿Puedes poner la vista del relieve por favor?

Eva recupera el dispositivo y carga la vista. Vuelve a dársela a Alberto.

—Lo más seguro es que aterricemos en la playa, pero con este viento y la marea empezando a subir puede que no sea del todo seguro.

—¿Qué propones entonces?

—Si no recuerdo mal, hay un aeródromo pequeño cerca. He estado otras veces por aquí. Pero debería ser nuestra última opción.

Eva vuelve a coger la tablet. Reactiva la vista normal y vuelve a ver el punto de Nuria.

—Lleva ya un rato quieta en el faro. —Eva mira los marcadores de los militares—. Mierda, están ahí.

Se da cuenta de que pueden verse los convoyes desde donde están. Es fácil distinguirlos al ser los únicos puntos negros móviles sobre una carretera.

—Déjame a mí en tierra en una zona segura y cercana. Iré con Nuria en el coche hasta el aeródromo.

—Ni hablar. ¿Cómo piensas ir hasta allí?

—Ya me las apañaré, Alberto.

—De eso nada. Antes estrello el helicóptero.

Eva lo mira porque no sabe si es una de sus bromas sin ninguna gracia.

—Yo te recordaba con más sentido del humor, Eva.

—¡Es que no es el momento para hacer bromas, Alberto! ¡Joder!

La reacción de Eva se debe a que el viento ha movido el helicóptero fuertemente. Alberto recupera el control rápidamente con un sobreesfuerzo sobre el timón. Eva se recupera del susto.

—Me apunté a toda esta movida por las ganas que tenía de jugármela a todo o nada en una aventura. Y sin riesgo, no hay aventura, compañera. ¿Por los viejos tiempos?

Eva sigue con cara de incredulidad.

—Cuando te pones peliculero das pena, compañero. —Eva sonríe al final con ironía.

—Creo que es lo más cariñoso que me has dicho nunca. Pero lo tomaré como un sí.

El helicóptero acelera la marcha ligeramente rumbo a la posición de Nuria.

3

Óscar y Paula ayudan a Nuria a volver a ponerse en pie.

—Perdona que te haya apuntado con el revolver. No puedo fiarme mucho de quien no conozco últimamente.

—No te preocupes —lo calma Nuria.

Nuria respira hondo. Por fuera ha recuperado su aspecto natural, pero por dentro sigue débil. Paula y Óscar la llevan hasta un pequeño salón y la sientan en el sofá. No está excesivamente decorado, pero es acogedor. Tiene una chimenea, un cesto con mantas y lámparas encendidas para iluminar la estancia, que también tiene ventanas pequeñas.

—¿Cómo podemos ayudarte? —pregunta Paula.

—Para seros sincera… de varias maneras.

—Adelante, dinos.

—No sé qué relación teníais con el padre Andrés.

—Estos últimos años me ha ayudado mucho. —Dice Óscar—. Hemos mantenido muchas charlas y nos hemos ayudado mutuamente a buscar comida para nosotros mientras ellos han estado enfermos.

—Está bien. —Nuria comprende que hay cierto aprecio.

—Creo que fui yo la que le mordió. Lo siento mucho —Paula pide disculpas a Óscar y a Nuria.

—Paula, tú no eras consciente de tus actos. No tienes culpa de nada —Óscar consuela a su mujer, también con un beso en la mejilla.

—Necesito despedirlo. Eso es lo primero que os pediría, poder incinerarle para que no se coman un cadáver enterrado. En la playa, podría ser. Le encantaba el mar. Os pido que lo hagáis por mí, puesto que no podré quedarme aquí mucho más tiempo.

—Cuenta con ello —le dice Óscar.

—Voy a preparar algo caliente, la casa está fría. —Paula se levanta y se va.

—Perdonad que sea tan directa, pero tengo mucha prisa. El padre Andrés me habló de un artefacto que habéis encontrado. Vengo desde el norte de Iberia para recuperarlo.

—Me habías dicho que no eras militar.

—Y no lo soy, pero si no lo recupero yo antes, serán ellos los que lo hagan. Para resumírtelo mucho, ayudé a crearlo y con él podemos hacer descender la temperatura media del planeta en pocos años.

—Suena a ciencia ficción. —Óscar se ríe.

—Desde luego. Necesito cargarlo en el mar, las baterías se están agotando.

—¿En el mar?

—¿Puedo explicártelo de camino? No nos queda tiempo.

Óscar asiente y ayuda a Nuria a levantarse. Paula aparece con la taza de té. Óscar le hace un gesto para que los siga.

—Javier —dice Óscar a su hijo mayor—, quédate en casa cuidando de tu hermano. Enseguida volvemos. No salgáis de aquí. —Javier asiente.

Óscar deja a Nuria con su mujer, y va hacia una habitación. Cuando vuelve lo hace con el artefacto en sus manos. Tiene forma cilíndrica y es robusto. Sus paredes de vidrio y acero están algo dañadas con diversos arañazos y golpes. Se lo entrega a Nuria. No recordaba que fuera tan pesado. Al fin, lo tiene en sus manos.

Óscar, Paula y Nuria salen de la casa del faro y caminan hacia la playa. La noche ha caído prácticamente ya, y el cielo se ve estrellado. El viento ha despejado las nubes de tormenta.

—La máquina… —Nuria está visiblemente débil y le cuesta tenerse en pie—. La máquina puede cargarse con cualquier tipo de energía. Podríamos cargarla con el viento, pero es intermitente. El oleaje es más constante y lo cargará antes.

—Ya entiendo.

—Perdona —interrumpe Paula. ¿Tienes nombre?

—Nuria. Lo siento, no me había presentado.

Cuando llegan a la playa Nuria se cae al suelo. Le cuesta respirar.

—¿Qué te ocurre? —Óscar intenta volver a ponerla en pie.

—Llevadme…

—¿Nuria? ¡Cómo te ayudamos! —dice Paula agitada.

—Llevadme a mí primero al agua —dice Nuria finalmente con respiraciones cortas.

La marea está subiendo. El camino al agua se le hace eterno. Su visión es borrosa por momentos y camina con una sola pierna.

—Tengo que… —Nuria da una bocanada fuerte de aire—. Tengo que quitarme la ropa.

Óscar y Paula ayudan a Nuria a desvestirse. Los dos ven un cuerpo joven con una piel translúcida en su espalda y algunas manchas negras en diferentes partes de su cuerpo. Una luz anaranjada intermitente se deja ver a través de su epidermis. Están sorprendidos a pesar de lo que han visto antes.

Con la ropa quitada, la ayudan, apoyada sobre sus hombros, a caminar hasta la orilla. Cuando Nuria entra en contacto en el agua les hace un gesto para indicar que ella puede seguir sola. Con dificultad, se mete poco a poco en el agua cojeando, hasta que queda completamente cubierta.

Óscar y Paula se alejan del agua. El viento comienza a ser más fuerte.

Dentro del agua del mar, Nuria flota en postura fetal con los ojos cerrados. Su cabello se mueve lentamente con las corrientes. Dentro de ella, pasan por su cabeza los últimos días con Eva. Por fin tenía una amiga, y lo había echado a perder. Se acuerda de Sergio y Andrés, los dos hombres que la han ayudado estos años a los que jamás podrá devolverles el favor que le han hecho a ella. Se acuerda de Ángel, la única persona de la que se ha enamorado en toda su existencia y posiblemente, haya sido el mayor error de su vida.

Comienzan a surgir burbujas por todo su cuerpo. Se forma una corriente a su alrededor que aumenta poco a poco su intensidad. Su piel absorbe el agua directamente y todas las manchas negras desaparecen. La luz anaranjada intermitente también se ve en su pecho y acelera el ritmo de pulsaciones, hasta que queda completamente cubierta por su piel de nuevo. Vuelve a recuperar el color de su pelo, y su piel vuelve a mostrarse joven. En su interior, sus músculos recuperan el tono. Vuelve a tener fuerzas. Nuria abre los ojos de golpe. Está recuperada y acaba de tomar su decisión.

En la superficie, la marea retrocede como si de un tsunami se tratase. Óscar y Paula se asustan, pero los dos esperan a ver qué ocurre. El agua se divide en dos y forma unas paredes de líquido que dejan ver a Nuria sobre un camino directo a la orilla. Se cogen de la mano. Nuria camina hasta ellos, con una sonrisa de tranquilidad en la cara.

Al llegar a la orilla coge su ropa y se viste. Cuando acaba, ve que Óscar y Paula están arrodillados ante ella. Nuria no puede evitar la risa.

—Levantad por favor. —Nuria los coge por los brazos para hacerles el gesto de ponerlos en pie. Ellos obedecen.

—¿Quién eres? —pregunta Paula, fascinada. Óscar está sin habla.

—Soy igual de humana que vosotros. Pero… es mejor que no os cuente más. —Óscar y Paula asienten aún atónitos—. Vamos a cargar el artefacto.

—¡Si! Enseguida. —Óscar se gira rápidamente a por el objeto.

Óscar trae el artefacto y se lo da Nuria. Vuelve a la orilla, y lo sumerge parcialmente. En la parte superior, se ve la cuenta atrás en una pequeña pantalla LCD. Nuria coloca su dedo índice. Es un sensor de huellas dactilares. El aparato se desbloquea y la cuenta atrás cesa. Aparece un mensaje: «Hola de nuevo, Nuria».

Luego aparecen tres iconos, uno para apagarlo, otro para iniciar la congelación y otro para recargarlo. Al ser un prototipo, su interfaz es bastante simple, tan solo para hacer muestras. Pulsa el icono de recarga. En la pantalla aparece: «Detectando fuente de energía…». «Fuente de energía detectada: mareomotriz».

El artefacto despliega tres patas puntiagudas de sus laterales que se anclan en la arena. «Cargando… Carga completa en 10 minutos».

«¿Iniciar prueba tras terminar carga?». «Sí». «No».

Nuria selecciona la opción «Sí». Se aleja de la orilla y se reúne de nuevo con Óscar y Paula.

—En unos minutos podremos ver si aún funciona. ¿Puedo preguntaros dónde lo encontrasteis?

—Fui con mi hijo mayor en busca de comida. Había demasiados infectados y tuvimos que escondernos y pasar la noche en el monte —relata Paula—. Entonces, escuchamos el sonido de un coche y después una horda entera de infectados. Decidimos seguir el sonido. Hubo una explosión, el coche era de gasolina. No vimos a la persona que lo transportaba porque los infectados se lo estaban… —Hace una pausa—… comiendo. Otros tantos estaban congelados, la carretera era hielo… Lo siento, supongo que conocías a esa persona.

—Si, pero no te preocupes, hace tiempo que acepté que ya no estaba entre nosotros. —Nuria sonríe y Paula le devuelve la sonrisa.

—Si estáis de acuerdo, voy sacando el cuerpo del padre del maletero. —Nuria y Paula asienten. Óscar se aleja.

—Cuando los infectados se dispersaron por la autopista. Javier vio el artefacto a lo lejos y fue a cogerlo, con la mala suerte de que aún quedaba un infectado que lo mordió. Usé el revolver para matarlo y atraje a todos los demás. Javier cogió el artefacto aun con la herida en su brazo y lo trajo hasta casa. Ni siquiera intentamos usarlo porque me mordió a mí al intentar curarle la herida. Aguanté más tiempo que él sin cambiar mi ser, pero desde que me transformé definitivamente no recuerdo nada. Supongo que Óscar, en ese momento, nos encerró e hizo lo que pudo. No sé si fui yo o fue Javier quien mordió a mi hijo pequeño. Pero gracias a ti ya estamos bien.

Nuria vuelve a sonreír. Se fija que hay un pequeño velero a lo lejos a su derecha.

—Si las cosas se ponen demasiado feas podremos irnos bordeando la costa hasta encontrar un lugar seguro. El pueblo se vació rápidamente y los infectados no frecuentaban esta zona, parece que el agua no les gusta demasiado.

—¿Por qué todo el mundo se fue?

—Buscaron ir al norte. El Gobierno llegó al principio y dio la opción de marcharse a unos pocos, seleccionaron a los que tenían estudios y aptitudes profesionales útiles. Otros podían elegir ir a la guerra. Otros decidimos quedarnos. Pero algunos enfermaron y el miedo hizo que la mayoría abandonase, incluso, a sus propios familiares.

—Fue terrible —recuerda Óscar, que llega con el cuerpo del sacerdote envuelto sobre su hombro izquierdo.

—Nosotros nos quedamos, podíamos autoabastecernos, tenemos un pequeño huerto.

—Sois muy valientes. —Nuria aprecia todo lo que le acaban de contar.

Se escucha un bip a lo lejos.

—El artefacto está listo. No os acerquéis más a la orilla.

—¿Cómo funciona exactamente?

El artefacto emite otro bip y muestra una luz azul. Otro bip y la luz cambia a blanco. El artefacto se divide en tres partes por la separación magnética de sus anillos. Tres… dos… uno…

Un estruendoso estallido libera una onda expansiva que congela el agua del mar en un radio de treinta metros. La arena también se congela. El hielo del agua es fino, empieza a escucharse cómo se resquebraja. Otro bip. La luz cambia a verde. Otro estallido. El agua se congela por completo, el hielo es totalmente blanquecino tras haberse formado cristales de agua.

—En resumen, ha creado un bloque de hielo de unos treinta metros. Pero solo es un prototipo y empezará a derretirse pronto. La idea es crear una máquina mucho más grande, y producir otras tantas iguales una vez perfeccionemos la tecnología. De esta forma, podemos situarlas por diferentes regiones a lo largo del planeta, enfriando los océanos y las corrientes de aire. Poco a poco, la temperatura del clima teóricamente descendería 5ºC. Sería ideal ahora que hemos cambiado nuestras fuentes de energía y son más sostenibles en el tiempo.

—Aun así, quedaría la guerra —se lamenta Paula.

—Sí, pero esa parte de la historia no depende de nosotros.

Nuria se queda cabizbaja. Óscar y Paula se miran y él asiente.

—Nuria, si crees que ahora es el momento… despidamos al padre Andrés.

—Está bien —confirma Nuria.

Óscar saca una caja de cerillas que ha cogido antes de sacar el cuerpo del maletero. Directamente, con el cuerpo situado de cara al mar y sobre la misma arena, enciende varias cerillas sobre el cadáver envuelto en matas. Comienza a arder. Óscar se coloca al lado de su mujer, con su brazo izquierdo por encima del hombro para abrazarla. Nuria se cruza de brazos y, en su interior, despide a su amigo para siempre.

Comienza a levantarse aire y el fuego se vuelve más violento. Algunas cenizas comienzan a volar. Nuria respira profundamente.

Se escucha un helicóptero y se giran rápidamente. A lo lejos lo ven en el cielo.

—¡Se me había olvidado!

Nuria coge su mochila y saca su dispositivo. Lo desbloquea y tiene un mensaje de Eva: «Te vemos, quédate donde estás. ¿Quiénes son esas personas? ¿Y ese humo?».

«Son buena gente. Ellos tenían el artefacto. Estamos despidiendo a un viejo amigo. Os espero aquí abajo». Responde rápidamente Nuria.

Desde el cielo, Alberto comienza a descender el helicóptero al otro extremo de la playa. Es la zona más segura al estar las rocas más alejadas. Eva ve a Nuria recoger el artefacto en el hielo, que ha empezado a romperse. Alberto desciende con dificultad y Eva se quita el cinturón de seguridad para saltar cuando queden pocos metros e ir a por Nuria. Sin embargo, cuando alza la vista tras desabrocharse, ve los convoyes a lo lejos. Esta vez, Luca no les dará otra oportunidad. Eva coge su tablet y escribe rápidamente: «Diles que se escondan en el faro. Rápido».

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