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El Plan

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EL PLAN

1

La lluvia es fuerte. Nuria está dentro de un coche que ha robado hace unas horas. Acaba de salir de la plaza del centro del pueblo. Está escondida en una calle por la que nadie circula. Tiene una luz encendida que se ve desde fuera. Es azulada y muy leve. Proviene de una lámpara pequeña de camping que puede comprimirse y que ha utilizado para iluminar un mapa del pueblo de Dena. Con su dedo, recorre todas las posibles salidas hacia el sur de la península para poder salir del pueblo sin ser vista. Parece que la más rápida será la que da a una carretera secundaria y tras cruzar la frontera dará con la autovía. Es arriesgado, pero tiene que hacerlo esa misma noche, cuanto antes.

Sale del coche. Abre el maletero y revisa que lleva todas las provisiones posibles. Agua, bolsas de patatas, frutos secos, varias latas de conserva. Está todo. Entra en el coche, y nada más arrancar, la radio suena. Se ha quedado encendida de antes. Pulsa en el botón de la pantalla táctil para apagarla, pero cuando suena la cortinilla del informativo local decide escucharlo. Al parecer, hay un toque de queda que comienza a las 22:00. Son las 21:00, por lo que si quiere salir de Dena debe ser ahora mismo. Se pone en marcha.

2

No tarda demasiado en llegar a la salida y como cabía esperar por el toque de queda, hay bastantes coches que tratan de hacer los últimos recados antes de volver a sus casas. Nuria se coloca en la fila a esperar. Demasiada gente, piensa. Quiere dar marcha atrás para buscar otra salida donde haya menos coches, pero no puede. Ya tiene unos cuantos detrás de ella. La carretera, al ser secundaria, es solo de dos carriles y por el sentido contrario están circulando sin parar.

Avanza un poco en el atasco y advierte las luces de la policía a lo lejos. Están buscándola. Mira a los lados para escapar. La cola comienza a avanzar. Ve que hay una persona a lo lejos con una linterna comprobando documentaciones. No es un policía, es un militar, escoltado además por otros dos soldados armados con sus fusiles de asalto. La lluvia se pone más intensa y los sensores del coche hacen que los limpiaparabrisas giren más rápido. Están acelerando la búsqueda. Quedan pocos coches para que lleguen hasta ella y tiene que encontrar una solución rápida.

Mira a los laterales, tienen muros de hormigón para evitar salidas de la calzada, pero unos metros más adelante se acaban. Quizá podría salir con un acelerón, pero siguen pasando coches en el sentido contrario. Es más fácil entrar al centro de Dena que salir. Su plan consiste en circular por los alrededores del municipio, bastante grande en términos de terreno y de ahí, encontrar una brecha de seguridad donde la vigilancia por la cuarentena no sea tan fuerte. Pero para eso, antes ha tenido que bordear el centro del pueblo para tomar la única salida posible.

La hilera de tráfico se mueve y Nuria se queda a escasos metros del final de los muros, pero los tres soldados se acercan hacia ella. El primero toca su ventanilla, pero no la baja. Le apunta con la linterna y le dice que baje la ventanilla, pero Nuria sigue sin hacer caso y escucha al otro militar levantar el fusil. El corazón le va a estallar y no sabe qué hacer.

Pasa el último coche del lado contrario, el otro está a más de trescientos metros. El soldado que revisa el interior de los coches consulta en un dispositivo la fotografía del Sujeto 0. Vuelve a mirar al coche.

—¡Es ella! —grita el militar.

El hombre rápidamente se lleva la mano a la pistola, Nuria lo ve, mientras en una fracción de segundo, que se hace eterna, el otro soldado quita el seguro del fusil. El coche es automático y tiene un buen motor eléctrico. Pisa a fondo el acelerador. Una ráfaga de disparos atraviesa el coche por su parte trasera. Nuria está intacta, la radio no. Cruza el carril contrario, esquiva a un par de coches y obliga a frenar bruscamente a otros. Se mete a través del campo por un sendero. Los militares dan el aviso por sus intercomunicadores. Los coches del control son todoterreno y los soldados arrancan para ir tras ella.

El bosque de Dena no está demasiado lejos, puede verlo cerca. Las luces de los coches de policía se hacen más grandes y el sonido de sus sirenas cada vez más alto. El sendero por el que circula está bastante embarrado, pero gracias a la velocidad que lleva la tracción delantera del coche puede avanzar sin estancarse.

Un soldado sale por el lateral trasero de uno de los todoterrenos y apunta. Dispara. No acierta. Vuelve a intentarlo y las balas rozan el capó del coche. Comienza a haber más vegetación y la conducción se hace más complicada. Los limpiaparabrisas se mueven a toda velocidad por el torrente de lluvia que cae. Los amortiguadores del coche de Nuria aguantan bien. El sendero se parte en dos y gira bruscamente a la izquierda. El camino es mucho más estrecho ahora por las ramas de los árboles, que rozan la chapa del coche. Ha conseguido dejar a los todoterrenos militares algo más alejados.

Sale del sendero estrecho y se encuentra en una explanada de campo. El bosque está cerca, así que vuelve a reorientar la dirección del vehículo y va directa. Por el retrovisor ve a los todoterrenos salir del sendero estrecho derrapando sobre la tierra del campo. Vuelven a disparar sin acertar.

Nuria se sumerge en la oscuridad del bosque. Les lleva bastante ventaja, así que decide adentrarse un poco más. Frena en seco y sale del coche. Huye dejando todas las provisiones en el maletero. Corre a toda velocidad esquivando los árboles, pero no puede volver a la cabaña, es demasiado arriesgado. Tiene que buscar otra forma de escapar mientras pasa la noche. Mañana volverá a intentarlo.

3

Suena el teléfono de Daniel, que se despierta sobresaltado. Se habían quedado completamente dormidos. Eva remolonea en la cama, odiando a toda la familia de Daniel hasta cuatro generaciones atrás.

—Diga. —Escucha y resopla—. Ahora mismo voy. —Cuelga—. Tengo que salir, siento haberte despertado.

—¿Qué pasa?

—Alguien que no ha cumplido el toque de queda. Te llamo mañana.

Daniel se levanta, se pone su camisa y sale de la habitación. Eva escucha como sale intentando no hacer ruido, pero esa no es su especialidad. No se ganaría la vida como espía. Ahora escucha la lluvia y un relámpago ilumina el interior de la habitación. Se ha desvelado.

Se levanta y corre las cortinas para ver la lluvia. Abre ligeramente la ventana para que entre el olor a humedad. Hace tiempo que no llueve por la zona. En general, hace bastante tiempo que no llueve con frecuencia y cada vez que pasa, Eva disfruta del olor de la lluvia y del sonido de las gotas que chocan con el suelo combinado con el oleaje. Lo extraño es que no se quede dormida ante tal sinfonía de la naturaleza.

Escucha un golpe fuerte fuera de su habitación. Proviene del exterior. Cree que es un pájaro que por el viento se ha podido confundir. Sale a mirar y escucha otros golpes. Eso no es un pájaro. Cruza el pasillo y al llegar, fuera hay una sombra dando golpes contra el ventanal de su terraza. Busca en un mueble una pistola y apunta a la sombra. Se dirige a mover las cortinas del ventanal. Cuando lo hace, descubre que es la mujer del hospital completamente calada la que está llamando. Eva la reconoce, tiene demasiadas preguntas que hacerle así que no duda en abrir, pero sin bajar la guardia.

—Gracias —le dice Nuria a Eva, entre jadeos.

—Ven, el baño está aquí. Ahora te doy toallas y ropa seca. No hagas nada raro o te meto un tiro. Aquí es fácil esconder cadáveres.

Nuria tiene tanto frío y está tan calada que simplemente asiente a lo que ha dicho Eva.

—Muchas gracias, de verdad.

Eva la acompaña al baño sin dejar de apuntar, Nuria se mete y cierra la puerta. Eva camina hasta su habitación, abre el armario y saca un juego de toallas. Coge un pijama, algo rápido. Vuelve al baño para darle todo a Nuria. En el fondo, la curiosidad la puede y ella parece totalmente inofensiva. Guarda la pistola. Decide jugársela y ganarse su confianza.

Más tranquila, Eva va a preparar un té. Cuando empieza a hervir, Nuria sale del baño cambiada. No la había podido distinguir bien del todo, salvo por su gran pelo rojizo. Su piel es extremadamente blanca, llena de pecas y ojos claros. Un azul profundo que solo había visto en una ocasión, esa misma mañana, en el hospital. No es muy alta y el pijama de Eva le queda fatal. Además, con el frío que tiene dentro del cuerpo las mangas cubren sus puños. Sus manos son algo huesudas, a Eva le llama la atención con lo joven que parece. Le da la taza de té, que está caliente y Nuria lo agradece. Da un pequeño sorbo.

—Cuidado, que quema. —Nuria asiente. Las dos se miran una a otra sin saber qué decir—. ¡Ay! Perdona, siéntate por favor. Perdona que te haya apuntado con la pistola, es por seguridad.

—No pasa nada, lo entiendo.

Nuria hace caso a Eva, asiente de nuevo y se sienta en el sofá. Un sinfín de emociones le recorren el cuerpo. Llevaba meses sin poder sentarse en un sitio cómodo. No puede controlarlo y comienza a llorar. Eva siente pena y se acerca a ella.

—Ey, ey. Tranquila. Puedes quedarte toda la noche, aquí estarás segura.

—Perdóname. Abres a una desconocida que te inunda la casa, le das toallas, ropa seca y encima un té caliente para que se lo beba en el sofá más cómodo que he estado en mucho tiempo. Me iré mañana, no quiero molestar.

—De verdad, no me importa que te quedes aquí… —Eva la mira sin poder continuar porque no sabe su nombre.

—Nuria. Me llamo Nuria.

—Eva. Encantada. Siento que el pijama te quede enorme. —Las dos se ríen. Eva es discreta y Nuria lo nota. Está más recuperada.

—Supongo que tienes muchas preguntas para mí.

—Unas cuantas, para serte sincera, pero no quería molestarte.

—No pasa nada. Cuando quieras. —Nuria da otro sorbo largo al té.

—Para empezar, ¿por qué te siguen los militares? Eras la mujer que se metió en el bosque ¿verdad? Ayer quise ayudarte después del naufragio y te escondiste rápido.

—¿Y tú por qué te colabas en la planta de militares del hospital? —Salta Nuria a la defensiva. Eva intenta tomar otra actitud, se ha pasado.

—Perdona, soy periodista y voy muy al grano. Hacemos una cosa, te digo qué hago en mi día a día y luego me cuentas tú.

Nuria no asiente, pero Eva sabe que la única forma de ganarse su confianza empieza por ese punto.

—Me dedico a robar información encriptada del Gobierno y se la vendo al medio que mejor me pague… Pero Eva, si los medios están controladísimos por el Gobierno. —Se dice Eva a si misma con una voz burlona—. No me refiero a los medios convencionales, hay blogs, páginas webs fuera de Europa y de países neutrales en esta guerra que pagan una verdadera pasta por esta información. Por eso vivo aquí, alejada del mundo. Pero si eres tú la que ha provocado que la policía esté buscando a «una persona que se ha saltado el toque de queda» y se ha escapado por el bosque, no tardarán en venir. Y eso supondrá que tenga que eliminar al menos el setenta por ciento de mi información en todos esos discos duros que ves, básicamente para que no me metan en la cárcel de por vida. Pero no solo me acusarían de eso, sino que también por encubrir a una mujer que ha salido desnuda del mar tras la explosión de un buque militar, por el que han puesto todo el municipio en cuarentena y que además se ha colado en la planta de militares del hospital. Así que, si no nos ayudamos, ninguna ganamos.

Nuria esboza una pequeña sonrisa ante el sermón de Eva, que se mantiene seria mirándola. Nuria entiende que Eva sería capaz de desvelar su paradero con tal de proteger su integridad. Está claro que no se está tirando un farol, piensa Nuria mientras da otro sorbo a su taza de té, que sorprendentemente sigue caliente. Pero no puedo fiarme de ella. Es una mercenaria de la información.

Eva se levanta hacia el escritorio y coge su portátil. Se sienta al lado de Nuria, que ahora está algo incómoda al carecer de espacio vital. Tarda un rato en abrir el programa de edición. Cuando lo hace en la línea de tiempo busca rápidamente la parte en la que Ángel saca a Nuria de la cámara acorazada. Nuria lo ve y se queda cabizbaja.

—¿Y bien?

La pregunta de Eva ha sonado para Nuria como si su respuesta fuera la última antes de ser ejecutada. Como si Eva fuera una inquisidora que da una última oportunidad a una pecadora.

—Me buscan por mi padre. —Comienza a explicar Nuria con cierta dificultad al hablar—. Él es… él era un científico militar que había desarrollado un artefacto capaz de reducir la temperatura de una zona concreta. Creía que utilizando su invento a gran escala podría hacer que disminuyera la temperatura global de la Tierra a medio plazo.

—¿Y qué pasó?

—Fue a probarlo al sur de Iberia por su cuenta. Nadie quiso financiarlo, pero tampoco apartarlo del mapa. Era un científico brillante según me han contado y valía más vivo que muerto. Pero por el momento no interesaba que su invento saliera a la luz. Me dejó un implante subcutáneo que me avisaría si él ya no estaba en algún momento. —Nuria enseña a Eva una cicatriz grande en su brazo izquierdo—. Pude quitármelo y descargar la información antes de que yo fuera detenida.

—Pero no tiene sentido, si tu padre murió… —Esa última palabra de Eva hirió a Nuria—. Perdón. Si tu padre ya no estaba ¿qué más les daba a ellos?

—El artefacto sigue intacto. Y solo yo sé dónde puede estar.

—Aun así, ¿por qué te encerraron en una cámara acorazada? ¿Tan valiosa es tu información como para no encerrarte entre rejas como a los delincuentes normales?

—Cuando me capturaron me amenazaron con inocularme una cepa del Virus G si no les daba la información. Nunca se la di y acabaron por inyectarme el virus.

—Y déjame adivinar, resulta que eres inmune. Todos los que iban en ese barco… estaban haciendo pruebas con ellos. ¿No?

Nuria asiente. Se hace un largo silencio incómodo. Eva cierra el portátil y lo coloca en la mesa. Se levanta, se estira y camina hacia el ventanal. La lluvia sigue cayendo y por primera vez, se convierte en una metáfora de su vida. Eva sabe que todo lo que va a venir a partir de ahora va a cambiarle la vida.

—Si quieres salir de Dena vas a necesitar mi ayuda. ¿Cómo encontramos el artefacto?

Nuria, por primera vez en mucho tiempo, puede confiar ligeramente en alguien que no sea Ángel. Siente que Eva puede realmente ayudarla a encontrar el artefacto. El corazón se le ha acelerado gracias a la esperanza de esas últimas palabras de Eva.

—Lleva un geolocalizador. Solo puedo asegurarte de que está en el sur de Iberia, en la costa mediterránea. Lleva un sistema de cifrado que solo puede desencriptarse desde Madrid.

—Si me dices dónde están los servidores puedo intentar acceder desde aquí.

—Olvídalo. Mi padre lo dejó todo listo para que solo pueda accederse desde el búnker.

—¿Búnker? ¿Sabía que no conseguiría regresar?

—Era una posibilidad, así que se aseguró de no dejar cabos sueltos. Los servidores no están en la ciudad. Están en un edificio abandonado en la sierra madrileña.

—¿La Bola del Mundo?

—No sé su nombre. Antes era un edificio de comunicaciones.

—La Bola del Mundo… —confirma Eva—. Siempre me había fascinado ese lugar de niña. Y de adulta quise saber qué había ahí dentro, pero nunca conseguí un permiso para entrar, ni información relevante. Sabía que algo escondían… —Deja de hablar para sí misma y retoma la conversación—. Podemos salir en un par de días. Planificarlo bien. No cagarla…

—Hay una cosa más. —Nuria corta a Eva—. Tenemos que recuperarlo antes del 21 de diciembre, el artefacto tiene un sistema de autodestrucción y solamente con mi ADN puedo reactivarlo para que no suceda. Mi padre no dejó planos, es el único que existe, así que no hay forma de reconstruirlo.

—Y hoy es… 16. Está bien, saldremos en unas horas.

—¿Cómo estás tan segura de que podremos escapar del cordón militar sin ser vistas?

—No lo estoy, pero estoy dispuesta a jugármela. Siempre hay una salida.

Durante todo este tiempo, Eva ha aparentado normalidad, pero realmente es un auténtico volcán emocional. La sola idea de salir de Dena, recorrer la península a por algo que no sabe muy bien cómo funciona y que parece sacado de una película de ciencia ficción de principios de siglo, la pone a mil revoluciones por minuto. Como periodista, puede tener la mejor historia jamás contada. Como ser humano, tiene una razón más para levantarse cada día, aunque puede que sea lo último que haga.

Nuria, por el contrario, preferiría no tener que pasar por estas circunstancias a pesar de sentir algo de esperanza. No controla la situación. Se detiene a observar lentamente la casa de Eva. No había reparado en ello. Le llama la atención la mesa de cristal en la que ha dejado su taza de té, que tiene una forma orgánica extraña. La ausencia de cuadros es otro punto que le produce curiosidad, pero entiende que Eva no tiene recuerdos o por lo menos no quiere tenerlos.

—Eh, Nuria. Mira aquí. —Eva ha notado que Nuria estaba inmersa en sus pensamientos. Señala sobre una aplicación de mapas en su tablet—. Por la mañana iremos a esta estación de carga. Me llevo bien con los dueños, no harán preguntas. Aun así, te quedas en el coche con la capucha puesta. Cojo algunas provisiones. Podemos tomar la salida de la hiperautopista 5 hacia Madrid.

Las hiperautopistas fueron la última forma de comunicación para turismos en la península. La red consiste en diez autopistas de siete carriles, elevadas entre cien y trescientos metros sobre el suelo. Los vehículos, son propulsados por magnetismo, así reducen el tiempo entre las diferentes ciudades. Todas salen de Madrid. Antes solo eran para los más adinerados puesto que estaban gestionadas por empresas privadas y su peaje no era precisamente barato. Ahora podrían usarla sin ningún problema, al estar seguramente vacías de vehículos y llegarían a Madrid en apenas dos horas y media.

—Mandaré un correo encriptado para un viejo amigo que sé que se mueve por ahí. Podrá echarnos un cable si te parece bien.

—No hay problema.

—Además, nos buscará un refugio lejos de los No-Humanos para estar más seguras.

—¿Así llamáis a los afectados por el virus G? —Nuria siente cierto desprecio.

—¿Tú no?

—Nunca los he llamado de ninguna manera…

—Vamos a descansar. Te traeré mantas. —Corta Eva antes de dar pie a otro tema de conversación.

Eva se levanta y sale del salón. Nuria entiende que está soltera y que solo tiene una cama. Le pica la curiosidad, pero no es momento para preguntas, está agotada. Eva vuelve con varias mantas y se las deja a Nuria. Le da las buenas noches y se vuelve a su habitación.

Nuria se tumba en el sofá y mira al vacío. Escucha de fondo un reloj que la relaja. Son sonidos familiares y de alguna manera se siente como en su casa.

4

A la mañana siguiente Eva se despierta pronto. Prepara un desayuno suculento porque es posible que no coman hasta la noche. Después, en su habitación coge una maleta y vuelve a la cocina. Abre la nevera y mete todo lo que encuentra. La maleta está forrada por dentro con aluminio, por lo que conservará bastante tiempo la temperatura en frío. Hace tiempo que incluyó este accesorio para viajar y llevarse gran parte de la comida que tuviera guardada en el momento. Cuando Eva pasa una temporada lejos de su casa le gusta tener todo controlado en cuanto a alimentación se refiere.

Entra al salón y Nuria sigue durmiendo. Aún hay tiempo, piensa Eva. Enciende la tablet y el teclado holográfico se proyecta sobre la mesa.

Desde que Nuria le contó lo del artefacto tiene la ligera sospecha de que algo intuían sus colegas de profesión por la información que habían estado compartiendo últimamente. Por lo que comienza a revisar los correos cifrados y efectivamente algunos dicen que creen que se ha conseguido crear un aparato que reduce la temperatura, pero no hay datos muy coherentes sobre el tema. Parece como si no fuera interesante o conveniente investigar sobre ello, porque son demasiadas líneas que cruzar y mucho que perder.

Ahora ella irá directa a la fuente. No obstante, parece que otros cuantos han perdido la cabeza con demasiadas teorías de la conspiración sin ningún fundamento. Además, lo incluían explícitamente en sus entradas de blog personales. Quizá por eso han dejado de trabajar en los semanales.

—¿Nos vamos ya? —Nuria está completamente despierta y Eva se lleva un buen susto.

—¡Sí! Puedes ducharte si quieres, te he dejado ropa en mi habitación también.

—Gracias…

—Mi compañero de Madrid me ha enviado directamente un mensaje de texto por una red privada. Nos esperará allí. Sabe cómo llegar al búnker rápido.

Nuria sonríe ligeramente, se levanta y se va a la habitación de Eva. Es de pocas palabras por la mañana, se dice a sí misma Eva.

En la tablet Eva abre la web de la Policía. Mediante un programa puede acceder a la intranet. Después, aprovecha otra brecha de seguridad y accede a sus servidores internos donde encuentra el sistema de geolocalización de vehículos de la policía. Es la primera vez que lo hace y le ha resultado excesivamente fácil. Aún se sorprende de lo patético que es el sistema de seguridad informático de toda la infraestructura del país. La guerra no ha permitido el desarrollo que el blockchain prometía.

Todos los coches de policía llevan un sistema de GPS con el que se les puede localizar fácilmente en caso de emergencia. Lo podrían aprovechar para escapar con éxito, aunque estando Dena en cuarentena, todas las salidas estarán vigiladas y tendrá que conseguir un pase de salida que certifique que no está infectada. No es ningún problema.

Con el mismo programa accede a la administración del Ayuntamiento de Dena y genera un permiso en apenas un minuto donde, por razones de trabajo, debe abandonar el pueblo y un certificado médico de que no es portadora del virus. Lo imprime en su vieja impresora de principios de siglo. Prefiere no enseñar su tablet a la policía para no tener que hacer todos los trámites para comprobar que no ha sido falsificado. En la era digital es todavía el país más burocrático en el que ha estado nunca, así que encontrar papel de impresión aún no supone una tarea difícil.

Nuria sale de la ducha cambiada y lista para irse. Eva se levanta y mete la tablet con una botella de agua en una mochila pequeña que coge para el camino. Abre la puerta y deja pasar a Nuria la primera. Eva antes de salir se gira y mira a su casa. No cojas demasiado polvo, anda, piensa Eva, con cierta ironía.

Cierra la puerta y echa la llave. Dentro los servidores pasan a un estado de reposo y el sonido de los discos duros pasa a ser leve. Las luces de discoteca se apagan por completo. Eva ha dejado activada una secuencia de bajo consumo con intermitencias, para no dar a entender que la casa está vacía y que intenten entrar con cualquier excusa.

—Vas a tener que viajar en el maletero. Lo he pensado mejor hace un rato.

—Es más seguro que solo llevar una capucha puesta, desde luego. —Nuria no está sorprendida del todo. Durante la noche se ha mentalizado de esta posibilidad.

Eva abre el maletero y Nuria se mete dentro de él.

Es imposible que se mueva con los baches al ir tan encajada entre botellas de agua y una maleta entera llena de comida. Cuando Eva arranca, Nuria escucha el motor eléctrico con más claridad que en los asientos y enseguida siente el traqueteo de las ruedas por la tierra. Pero es agradable. Como mucho estará una hora metida dentro.

Camino a la estación de carga Nuria nota como una parte del coche está más inclinada. De nuevo el traqueteo por tierra tras un periodo de tranquilidad por el asfalto.

—¡Mierda! —Escucha a Eva desde el maletero, sorprendentemente insonorizado, aunque su grito se ha debido de oír más allá del cantábrico—. Hemos pinchado, Nuria. ¡Joder! —Silencio—. Perdón, ya te saco de ahí.

Eva abre el maletero, visiblemente enfadada. Nuria estaba muy bien con el calor del maletero y su propio calor corporal. Una ola de aire frío la eriza la piel, pero se reincorpora sin problema.

—¿Ves eso de ahí? —Eva le señala a Nuria hacia el oeste a quinientos metros un pequeño edificio—. Es una estación de carga con taller. No es la de mis amigos, pero nos puede valer igual y pedir ayuda para cambiar la rueda sin problemas. Vamos.

Nuria obedece, prefiere no participar en avivar el fuego del cabreo que tiene Eva por intentar calmarla. Al fin y al cabo, la ha conocido ayer.

Durante los cinco minutos que han tardado en recorrer el camino en línea recta, Eva se ha tranquilizado y parece de mejor humor. Ve que hay una moto de policía. Nuria se ha dado cuenta también y con la capucha puesta se coloca donde el agente no pueda verla. Eva entra en la gasolinera y coge algunas bolsas de patatas. El policía sale y no le aparta la mirada en su recorrido hasta su moto. Eva lo ignora. Se acerca al mostrador. El dependiente es un hombre muy flaco, pálido con muchas ojeras. Parece sacado de una película de zombis.

—¿Está el taller abierto? Hemos pinchado cerca de aquí.

—Hoy está cerrado por descanso. ¿No tiene rueda de repuesto?

—No…

—Pregúntele al agente si puede echarles un cable.

—Gracias.

Eva sale de la gasolinera sin saber muy bien qué hacer, no pueden quedarse en medio de la nada hasta llegar a las salidas de Dena. El policía está mandando un mensaje por su teléfono, lleva el casco puesto y usa sus guantes táctiles para escribir. Puede esperar a que se vaya…

En ese momento, aparece un coche todoterreno de alta gama. Es una mujer de clase alta que comienza a cargar el coche. Eva ve en el panel del cargador que en dos minutos estará completamente cargado. La mujer se dirige al interior de la tienda y Eva se da cuenta de que no lo ha cerrado. A Eva se le ilumina la bombilla, es arriesgado y seguramente no haya vuelta atrás desde ese momento. Camina rápidamente hacia detrás de la tienda donde está Nuria apoyada en la pared, esperando pacientemente.

—Sígueme. —La orden hace que Nuria se espabile rápidamente. Intuye que no ha habido demasiada suerte. Eva camina tan rápido que Nuria tiene que ponerse a su nivel y a su lado izquierdo para que no la vea el policía.

—Conduces tú —le dice Eva a Nuria.

—¿Se te ha ido la olla? —Nuria está asustada. Pero su cuerpo se llena de adrenalina en cuestión de milisegundos.

Sin decir nada más, Eva entra en la parte del copiloto. La mujer en la tienda está pagando y no se ha enterado. Nuria quita el enchufe del surtidor de la toma de corriente del coche y se apresura a entrar por la puerta del piloto.

—No tenemos demasiado tiempo así que acelera y te voy guiando por dónde ir. En mi coche podía verlo en la pantalla sincronizada con mi tablet. Dame un segundo.

—¿Y las provisiones?

—Habrá que llegar a Madrid cuanto antes.

La mujer termina de pagar y al girarse ve a las dos en el coche. Corre rápida y torpemente con sus tacones hacia la salida.

—¡Eh! ¡Policía! ¡Me están robando el coche!

El policía se gira y ve a la mujer corriendo. Él, que aún no se ha subido corre hacia el vehículo. Eva con el móvil piratea el arranque del coche.

—¿Cómo lo has hecho? —pregunta Nuria con una curiosidad inoportuna.

—¡Tú acelera!

Nuria acelera y sale disparada. Eva se agarra fuerte y se sorprende de la potencia del vehículo y de la firmeza con la que Nuria conduce. Tanta testosterona le empieza a producir una risa nerviosa, a lo que Nuria se gira para reparar en la reacción de Eva. Mira por el retrovisor y ve a lo lejos las señales luminosas de la moto tras ellas.

—Rápido Eva, dame alternativas.

Eva, que termina de reírse, abre su tablet. Abre el programa y ve como están montando un bloqueo a cinco kilómetros. El policía de la moto ha debido de dar el aviso con el número de matrícula. Están en un todoterreno, así que la opción de ir por campo es viable.

—Cuando te diga, giras a la izquierda y atraviesas el campo. Tres… dos… uno… ¡Ahora!

Nuria gira bruscamente y la inercia las empuja en el sentido contrario, pero el coche utiliza la estabilización de su chasis para compensar la inercia. Enseguida, Nuria endereza el volante y están en el campo. Sin reducir la velocidad, lo atraviesan sin problemas.

—Sigue recto y llegaremos a una carretera a la que no les dará tiempo a llegar.

—¿Y los militares? ¿No puedes verlos?

—No, así que cruza los dedos.

Durante el trayecto a través del campo, a Eva le da tiempo a darse cuenta que el coche en el que van tiene tal potencia, que le recuerda a la aceleración de un avión. El cuentakilómetros llega hasta doscientos noventa. Además, tiene un montón de accesorios que siempre le han gustado.

Siguen por el campo, rodeadas de montañas, pero con escasa vegetación hasta que llegan a la carretera señalada. Nuria se detiene para no atravesarla de golpe.

—A la derecha —le indica Eva. Nuria acelera. Eva revisa el mapa y aparentemente no hay policías en su búsqueda. Se están dispersando. Están algo lejos de la salida de la hiperautopista, pero una vez crucen podrán ir fácilmente.

—¿Cómo piensas cruzar los controles? —le pregunta Nuria a Eva.

—Ahora se me ocurrirá algo. De momento párate en cuanto puedas para meterte en el maletero otra vez.

—No.

—¿Por qué? Oye me estoy metiendo en un lío enorme por ti.

—Porque tenemos un convoy militar delante.

Eva mira al frente de la carretera y el corazón le da un vuelco. Las estaban esperando. Nuria se frena en seco y la tensión aumenta cuando ven como alzan los fusiles de asalto. No les creen capaces de disparar hasta que abren fuego. Nuria da marcha atrás. Pisa a fondo el acelerador y el motor eléctrico parece que va a estallar. Agachan la cabeza y algunas balas atraviesan el coche. Eva mira la tablet y amplía el mapa como puede. Por detrás de ellas, aparecen patrullas de policía. Los militares han dejado de disparar y van tras ellas.

—¡Vuelve hacia adelante y cuando los tengamos pegados te metes a la izquierda, cruzas la carretera y por el campo otra vez!

—¡Espero que tengas razón!

Les va a estallar el corazón. Nuria acelera hacia adelante otra vez. Los militares llevan una avanzadilla en coches 4×4 y un motorista por delante de otros dos camiones. Eva se pregunta de nuevo cuán valiosa es Nuria como para semejante despliegue. Nuria, a escasos treinta metros gira a su izquierda y entra en el campo de un salto, volando sobre el asfalto. El motorista militar en ese instante saca su pistola y apunta. Rompe el cristal de la ventana, pero por suerte no da a ninguna de las dos. Nuria atraviesa el campo y reza por no pinchar las ruedas. El motorista y los 4×4 las siguen.

—¡Eva! ¿Dónde vamos?

—¡Hay una valla que rodea todo el paso fronterizo más allá de Cantabria! ¡Si llegamos hasta allí podemos atravesarla fácilmente con el coche!

Continúan a toda velocidad. Algunos militares salen por las ventanas de los 4×4 y disparan a las ruedas. Nuria comienza a zigzaguear para evitar los disparos sin perder velocidad gracias a la estabilización del coche.

Comienzan a ver la valla a lo lejos. No lo van a conseguir. Nuria se sorprende por su inmensidad. Debe medir fácilmente treinta metros de alto y se pierde en los extremos en el horizonte. Jamás se habría imaginado algo así. Resta una marcha del coche con las levas que hay en el volante para revolucionar más el vehículo y pasan inmediatamente de campo a tierra levantando una gran cantidad de polvo. Van a más de ciento cincuenta kilómetros por hora sobre tierra. Un fallo y morirán. Les han conseguido sacar bastante ventaja, pero siguen disparando.

Los 4×4 se frenan en seco, pero el motorista sigue tras ellas. Nuria va directa a la valla. Se van a estrellar.

—¡Cuidado, Nuria!

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