1969

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Richard

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Richard

Un día después de que el hombre pusiera pie en la Luna, Richard Black recibió un paquete en su despacho de la Embajada de Estados Unidos en Madrid. Al principio no supo qué hacer con él: las normas de seguridad desaconsejaban abrir paquetes sin remite, aunque al menos se observaba que llevaba matasellos de París. Después de sopesarlo, y carcomido por la curiosidad, el agente de la CIA terminó por abrirlo: en su interior, una cámara fotográfica con el compartimento para el carrete abierto. No llevaba película. Aquello le extrañó, la verdad: tenía visos de ser una broma estúpida de algún imbécil. Apenas una hora más tarde, llegó un telegrama a su nombre. Después de quedarse a solas y con la cámara sobre la mesa de su despacho, abrió el sobre con cierta ansiedad y leyó el texto en voz alta:

—«Como puede comprobar, olvidé poner el carrete. Stop. No había fotos. Stop. Recuerdos del aficionado que le ganó la partida. Stop. Posdata. He enviado un mensaje igual a sus superiores, que depurarán sus responsabilidades. Stop. Julio Alsina. Stop».

Richard arrojó con furia al otro extremo del cuarto la cámara, que se desintegró en mil añicos, y gritó como si le hubieran arrancado el corazón. Maldijo a Alsina. Aquél maldito malnacido se había escapado con el secreto. Había jugado con ellos.

Cuando el supervisor, acompañado de dos marines, llegó a la puerta del despacho de Richard Black, comprobó que se hallaba atrancada. Entonces sonó un disparo y tuvieron que precipitarse para derribarla a patadas. Hallaron a Richard sobre su mesa, con el cráneo reventado, los sesos esparcidos por el cuarto, el arma aún humeante en la mano derecha y el papel de un telegrama en la izquierda.

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