1948

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Hayim y Medio entró a decir que la chica del Leji había desaparecido. Llegó un oficial que no conocíamos haciendo preguntas y nosotros preguntamos por ella y, de pronto, con aspecto cansado y triste, dijo que ya no regresaría. Cerca de una hora más tarde salió de la tienda del grupo de veteranos su líder, Zeevik. Alto, ojos negros, pelo castaño y músculos que movía como un yoyó. Siempre estaba enfadado. Se levantó y se quedó firme frente a la pequeña tienda de la chica del Leji, parecía cubierto de una terrible congoja. Todos se acercaron, se pusieron a su alrededor, también yo, en aquel momento había allí una especie de sacralidad, y se asustaron. Él siguió de pie sin moverse. Pasado un tiempo los muchachos se cansaron y se fueron a dormir, los gamberros del grupo de veteranos no dormían en barracas como nosotros, sino en una gran tienda, y yo me quedé junto a él. No se movió de allí en toda la noche. Clavó en la tienda vacía una mirada penetrante y, sin apartar los ojos de ella, permaneció firme e inmóvil en recuerdo de quien ya decían que había sido su gran amor sin que ella lo supiera.

Amós el Bobo salió de la tienda y se rio al verlo. Zeevik lo golpeó pero ni así dejó su posición firme como el plomo. Al amanecer me quedé dormido. Hacía frío y me tapé con un abrigo apestoso, entonces estalló una tormenta, se oyeron pitidos de silbatos, nos quitamos la ropa, corrimos hacia el mar medio desnudos y congelados y arrastramos las barcas hacia la arena dando gritos contra el asqueroso de Bevin. Luego subimos las barcas a la playa y corrimos a secarnos y a dormir un poco.

Unos días después, Alias-Ari y yo fuimos a hacer nuestras necesidades, por separado porque no me gustaba desnudarme delante de los demás como hacían todos, que solían mear en círculo y apagar también así las hogueras. Yo siempre me quedaba a un lado, aturdido.

Ya era mediodía y brillaba el sol. Alias-Ari escarbó en la arena y de pronto gritó. Pensé que le había picado un escorpión. Me acerqué a él, me dijo: rápido, límpiate con una piedra, y dije que ya me había limpiado con una piedra que raspaba. Me quedé allí parado. Alias-Ari abrió las dos manos y empezó a caer arena entre sus dedos y, cuando dejó de caer, vi unas monedas verdes. Luego Alias-Ari me enseñó cómo se les quitaba el óxido de dos mil años para obtener unas monedas romanas lisas y preciosas.

Por la tarde, cuando fuimos a dar una vuelta por la playa, Alias-Ari dijo que no había nada más bonito que una guerra. Mira cómo gané en la apuesta y mira esto, voy a hacerme rico con estas monedas. Entonces informó de que tenía unos terribles dolores, estaba tiritando y había vomitado, Hannah se sorprendió y él pidió permiso para ir al médico de Hadera. Hannah dijo que mentía igual de bien que Jascha Heifetz tocaba el violín, pero, debido a la fiebre alta que le había dado de pronto, no quedó más remedio y lo llevaron a Hadera. Cuando sus acompañantes desaparecieron del centro médico, salió y se agenció —no robó, en el Palmaj no se robaba— un coche que ya había sido agenciado antes en Tel Aviv por algún oficial, y entonces condujo hasta Tel Aviv y lo aparcó en el sitio donde aquel oficial lo había encontrado anteriormente, en la calle Ahad Haam, junto a la gran sinagoga, pues allí había una tienda de antigüedades y recuerdos donde compraba mi padre.

Alias-Ari enseñó las monedas al hombre de la tienda y luego me contó que los ojos del vendedor brillaron y se llenaron de lágrimas, que parecía como loco y que había dicho que había monedas romanas muy raras y que una de ellas incluso era una moneda hebrea de la época de la rebelión de Bar Kojba con un relieve de un candelabro de siete brazos, y entonces preguntó de dónde procedían. Alias-Ari le dijo que si no hacía demasiadas preguntas, si confiaba en que no habían sido robadas y no causaba problemas, le llevaría más. Recibió veinte libras.

Al día siguiente nos mandaron a casa de fin de semana. Me quedé en casa angustiado, pero mi madre dijo que no tenía mal aspecto. Luego fui a dar una vuelta. La Casa Roja se había convertido en el cuartel general del Palmaj. Al lado vi a dos jóvenes que tal vez estuvieran vigilando aquella casa. Parecían ingenuas. Guapas. Me acerqué a ellas. Quise decir algo y ellas me miraron y dijeron: qué te pasa, amigo, y dije: me parecéis como la luz de una sombra, entonces se rieron y dijeron: eres uno de esos raros, ¿qué es la luz de la sombra? Dije: lo contrario de lo contrario. Es lo que dijeron una vez de uno que tenía tres perros y los llamó y uno acudió, otro no acudió y otro acudió o no acudió. Una de las jóvenes, que parecía la esencia de la mujer que sería algún día, dijo: ¿tú entiendes algo de lo que dices? La magia de su belleza se esfumó de repente. Ya se habían convertido en lo que serían sus madres diez años más tarde, y dije que no, que no entendía nada.

Me marché de allí. Anocheció. Fui a un club de la playa, al lado del café Piltz, para ver al gran Simón Rudi. Había allí una chica que saltaba a través de una rueda ardiendo y todos se excitaban porque querían verla quemarse. Me gustaba cómo Simón Rudi hacía su juego de músculos, su movimiento de músculos y su lanzamiento de chicas por los aires, y entonces pensé que era un sabio que se alejaba del resto del mundo. Un hombre que moraba aparte dentro de sus músculos. Me daba igual que el tío Alex me hubiera explicado que todo era una ilusión. Para mí era real aunque fuese mentira. Como también me daba igual lo que decían mis amigos, que Zalman y Kalman no estaban realmente locos y que solo querían ganar dinero sin trabajar. También eso significaba algo para mí. Tumbarse así en la calle Ben Yehuda con un calor sofocante y hacer muecas de memos para recibir unos céntimos. Para mí eso era una acción tan propia de pioneros como la del movimiento sionista Gdud Haavodá del bruto de Natán, el gran amor de mi madre, que extraía las piedras de la carretera de Tzemaj.

Por la mañana me estaba esperando Alias-Ari junto a la fábrica de silicato de calcio. Fuimos a la calle Bugrasov, él se agenció un coche y nos dirigimos a Hadera. Lo dejamos en el descampado de siempre y regresamos a Sdot Yam y, mientras nos estábamos vistiendo, nos llamaron para una nueva operación.

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