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22. Un buen novio para la chica correcta

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Un buen novio para la chica correcta

DRAKE

31 de julio de 2016

La suave voz de Alaska hace una pausa después de leer que la mano de nuestro querido protagonista Bruce se deslizaba por el abdomen de la querida Mía. Porque ha llegado el momento de la primera escena subida de tono.

El mismo día que compré el libro, Alaska y yo comenzamos a leerlo sentados en el jardín que separa nuestras casas. Sorprendentemente su comienzo no fue abrupto, de hecho, la manera en la que empezó fue muy interesante y hasta divertida: Mía era un ama de casa, sí, muy casada, que era perfectamente consciente de que su esposo le ponía los cuernos. Una pareja joven casada a los veinticuatro años.

Ella es dulce, bonita y sufre por un esposo infiel que, con sinceridad, le habla de una manera que dan ganas de entrar en el libro y golpearlo en nombre de la pobre Mía. Ahora, Bruce no es mujeriego ni ligón, solo es un tipo muy serio que a veces hasta tildaría de malhumorado; él conoce a Mía debido a que el esposo infiel —llamémoslo el idiota— está durmiendo con su hermana y Bruce sospechaba que algo no estaba bien en la extraña relación que llevaba su hermana con el idiota. Sí, resulta que es una historia bastante interesante del hermano del amante del idiota infiel con la esposa engañada. Medio confuso, ¿verdad? Pero funciona, porque los primeros capítulos te dan sustancia. Te dan a un tipo serio que no acaba de creerse que esta mujer acepte la infidelidad de su esposo como un castigo que mereciera —necesitaría un spoiler para saber por qué y de qué se siente tan culpable— y él toma como misión personal convencer a esta mujer, Mía, de que hable con su hermana (la amante de su marido) y le diga que el idiota es su esposo, además, le dice que se valore —admitiremos en este punto que Bruce es un bastardo brusco cuando lo pide—, pero ya sabes, el tipo es un héroe porque le dice lo que ella no quiere oír. Después de ahí las cosas sí se aceleran un poco y da la impresión de que Bruce está enseñando a Mía a decir no a los engaños del esposo y a que sea más que un ama de casa.

Los primeros ocho capítulos te atrapan, son divertidos y bastante buenos. Luego vino el beso, el cual estaba en el capítulo que yo leí. Alaska no hizo ni un solo sonido mientras yo lo leía y, cuando terminé, estuvo unos largos segundos solo parpadeando antes de trepar sobre mí y besarme. Ese día no pudimos leer ningún otro capítulo porque estábamos muy ocupados protagonizando nuestra propia escena de besos. Y ahora, en el capítulo doce, las cosas parecen estar deslizándose un poco más allá después de que Mía se rindiera a la atracción, dejara de ser fiel al idiota y se dejara hacer por Bruce. Lo que nos lleva a la larga pausa que está haciendo Alaska en su lectura. Estamos en su habitación, de noche, y todos duermen.

—¿Y bien, Aska? ¿Qué sigue?

—Su mano viaja como un sendero caliente por su vientre…

La observo mover sus labios mientras lee, sorprendentemente escucho todo con claridad, no me pierdo nada. Es una escena muy gráfica que hace que sus mejillas se sonrojen, que tropiece con un par de palabras y que en ocasiones haga pausas. Pensarías que la escena se acabaría en una sólida agarrada de miembro y dedos para la mujer, pero no. Los pantalones de la mujer volaron y la voz de Alaska se vuelve algo ronca cuando tiene que leer una escena de sexo oral tan explícita que si fuera una canción solo se escucharía un pitido cuando la pasaran por la radio en horario apto para público menor de dieciséis años. Ella se remueve algo incómoda con su cuerpo o quizá con lo que experimenta en sus bragas, estoy igual de afectado.

Esto de leernos es algo muy íntimo, además el tipo de libro que hemos elegido hace que la tensión sea más palpable. El capítulo termina con Mía estremeciéndose con un orgasmo arrollador, porque el idiota de su esposo hacía meses que no le daba uno y cuando intimaban solo él conseguía placer. ¿Por qué esa pobre mujer seguía con él? Tengo que recordarme que solo es un personaje y que no puedo sacudirla hasta hacerla entrar en razón.

Le quito el libro a Alaska marcando el capítulo en el que nos hemos quedado, lo dejo sobre la mesita de noche y vuelvo a la cama frente a ella. Está sonrojada, pero no de vergüenza, la manera en la que su frente brilla con un poco de transpiración mientras su respiración es agitada deja claro que es un sonrojo de excitación.

—Fue una descripción muy gráfica y buena, pero te diré algo para que no lo hagas en el futuro con tu nuevo libro, que por cierto está muy bien.

—Gracias.

No miento, todos sus lectores sabemos que este libro de Alaska tendrá sexo caliente, solo esperamos cuándo sucederá, por ahora todo marcha con una tensión muy notable, pero es una historia con un buen argumento que poco a poco está volviéndose tan grande como Caída apasionada, y eso que todavía no ha llegado el sexo.

—Eso fue muy exagerado en ciertos momentos e incoherente en otros. Claro, es una buena estimulación visual para imaginar, pero ¿quieres saber la experiencia real de lo que se siente y sucede con el sexo oral?

—¡Jesús cachondo! Quiero saber.

Sonrío ya acostumbrado a que vista, desvista, baile, salte y haga lo que quiera con el pobre Jesús en sus exclamaciones. Inclinándome, le doy un suave empujón que hace que pierda el equilibrio y acabe acostada sobre la cama. La veo desde arriba, sus están ojos muy abiertos.

—Sabes lo que voy a hacer, ¿verdad? —pregunto.

—Sí…

—¿Y quieres que lo haga, Aska?

—Afirmativo. —Río viéndola darme una sonrisa tímida—. Te dije que quería conocer muchas cosas antes de llegar a lo otro.

Bajo el rostro besándola con la intención de dejarla relajada y muy receptiva, pero por supuesto que también consigo empeorar la situación dentro de mi pantalón holgado y el pobre bóxer, sacrificios que valen la pena. Mis besos van a su cuello y mis manos viajan también a esa área de su cuerpo descendiendo hasta llegar a sus pechos y confirmar que lleva un sujetador de tela muy fina a través del cual puedo sentir sus pezones. Mis besos junto a mis manos van bajando por su cuerpo y una de estas últimas se desliza por su abdomen desnudo. Alaska comienza a removerse en el momento en el que con los labios acaricio la piel de sus costillas y siento cómo me hace espacio entre sus piernas, abriéndolas para mí. Mordisqueo por debajo de su ombligo y, cuando rozo su entrepierna con los dedos a través del short, se estremece y suspira. Incorporándome lo suficiente, tomo la cinturilla del short junto con la de sus bragas.

—¿Puedo? —Es una pregunta importante y trascendental.

—Sí…

Me incorporo lo suficiente para besarla a medida que voy deslizando las prendas, dejándola desnuda de cintura para abajo; esta será una primera vez para nosotros, para ella. Mordisqueándole el labio primero, me tomo unos segundos valiosos para alejarme y descubrir ante mis ojos las nuevas porciones de piel, automáticamente ella cierra las piernas. Me siento sobre los talones de los pies sin dejar de mirarla y siendo paciente, esperando a que ella misma decida por su cuerpo y voluntariamente quiera hacer esto.

No sé si pasan segundos o minutos, pero con lentitud, en confianza con su cuerpo y conmigo, por su propia decisión, Alaska abre sus piernas. Le sonrío y me devuelve el gesto con timidez. De nuevo hago un camino de besos desde su abdomen, quejándome cuando llego a mi destino final y ella por instinto una vez más cierra las piernas, esta vez golpeándome en la cabeza.

—Lo siento, lo siento. Solo estoy nerviosa.

—No me causes una conmoción cerebral, por favor —intento bromear.

Escucharla reír me hace sentirme bien porque finalmente se relaja. Presionando una mano contra su abdomen, acerco el rostro y le doy el primer beso en el lugar más íntimo de su cuerpo. No perderé tiempo pensando o alabando si su sexo es hermoso o no, no es lo que me importa en este momento, y sinceramente no me dedicaré a hacerle poemas en este instante en el que solo quiero devorarla y demostrarle cuánto placer puede obtener. Así que, como no soy la superescritora del libro caliente que leemos, no seré muy gráfico, pero diré que beso, lamo, chupo y en ocasiones incluso muerdo con suavidad. Hay mucha humedad y receptividad por parte de Alaska, ella se cubre la boca con una mano y la otra está en mi cabello.

Atrás quedó lo de cerrar las piernas, ahora sin ningún tipo de vergüenza o inhibiciones, se retuerce y las abre lo suficiente mientras me pide más.

Su humedad me empapa la boca y pronto comienza a mojarme la barbilla, me gusta su sabor y la manera en la que se estremece cuando mi lengua juega con su entrada o cuando chupo el pequeño nudo de placer. Mi lengua se sumerge en su entrada, follándola con ella antes de retirarla para chupar de nuevo más arriba en tanto uno de mis dedos hace inmersión en su cuerpo y, aunque al principio se queja y comenta que resulta un poco incómodo, mis atenciones en el nudo de nervios la tienen olvidándolo todo y abriéndome más las piernas para que la devore a mi antojo. Un dedo se convierte en dos y aunque no los llevo tan profundo como quisiera, entran lo suficiente para hacerla retorcerse, ocasionar el sonido húmedo de golpeteo y para que sienta cuán apretada se encuentra.

Ella es receptiva, apasionada, frenética, y esta primera vez acaba bastante rápido. No me quejo, tiene un orgasmo con rapidez y eso me alucina porque aprovecho todo el asunto para ir por un segundo, porque soy así de ambicioso y quiero hacerla sentir bien con mi boca.

Así que de manera implacable la lamo, mi lengua presiona una y otra vez el pequeño botón entre sus piernas antes de follarla de nuevo con ella en la entrada mientras hago círculos sobre su clítoris, que la tiene diciendo que se va a morir.

Cuesta que consiga el segundo orgasmo, no me haré el supermacho diciendo que en esta primera vez la hice correrse mil veces con la velocidad de un cohete. No. El segundo orgasmo lleva más trabajo, más esmero, pero cuando los minutos pasan y lo consigo, estoy satisfecho. Sí, mi frente suda, mi mandíbula está cansada y posiblemente luzco como si me hubiese babeado, pero ¡maldita sea! Alaska tiene una sonrisa tonta y sus ojos están a medio cerrar. Parece como si hubiera sacudido su mundo y eso hace que mi esfuerzo y dedicación hayan valido la pena.

Pasándome una mano por el cabello húmedo, me limpio la barbilla porque no quiero parecer alguien que durmió con la boca abierta y babeó toda la noche. Cuando finalmente Alaska abre los ojos, le sonrío.

—Eso me ha gustado mucho —confiesa. Mi sonrisa crece.

—Mi boca y yo lo notamos.

Ríe tapándose el rostro con las manos, las cuales retiro para dejar besos por su rostro. Cuando me abraza, mi entusiasta erección cree que nos está sacando de fiesta, después de todo, estoy muy excitado, pero le hago saber que no hay grandes planes porque creo que esta primera vez he noqueado a Alaska, porque lo próximo que sé es que se queda dormida y que probablemente está muy cansada, ya que unos ronquidos leves salen de sus labios.

Sonriendo por la peculiaridad de mi novia, busco sus bragas y se las pongo nuevamente, olvido el short mientras la acomodo sobre un lado de la cama.

Tiento a mi suerte jugando al espía cuando salgo de la habitación al baño que comparte con Alice. Cierro la puerta con seguro y lavo mi rostro. Vuelvo a tentar mi suerte cuando decido que me será imposible dormir con esa tremenda erección y trato de no sentir que profano el baño de los Hans cuando tomo mi erección imposiblemente dura en mi mano tras escupir en ella para evitar incomodidad.

Y pensando en la escena de hace unos minutos, me aprieto con fuerza deslizando la mano arriba y abajo y haciendo pequeños círculos con el pulgar en la punta húmeda. Me muerdo el labio con fuerza mientras mi mano cada vez se mueve con mayor rapidez recordando sus piernas abiertas, lo mojada que estaba, sus gemidos y cómo apretaba mis dedos. Imagino que es mi miembro en el que se encuentra dentro de ella y pronto me encuentro corriéndome con fuerza, pero sabiendo que hacerlo con ella será infinitamente mejor.

Me limpio y me lavo las manos tratando de no sentirme culpable por no estar arrepentido de acabar de masturbarme aquí. Gracias al cielo llevo mi pantalón de pijama y mi camisa, porque me encuentro con una adormilada y despeinada Alice en cuanto abro la puerta.

Por un momento parece que no me reconoce, luego abre los ojos con sorpresa. Tras la sorpresa inicial, me encargo de señalarle la barbilla.

—Tienes baba seca. —Me río. Ella pasa su brazo por la zona y parpadea.

—Eres muy arriesgado.

—Y tú solo estás soñando.

—Buen intento, pero sé que estoy despierta. Ahora, sal del baño, me hago pis y no quieres que te encuentren en el pasillo. Vuelve de donde vengas y dile a Aska que me debe una.

No espera a que me mueva, toma mi brazo y tira con fuerza haciéndome salir, luego entra y cierra la puerta, me quedo unos segundos, pero huyo en cuanto se oye cómo comienza a orinar. Cierro la puerta de la habitación de Alaska con seguro, me acuesto a su lado después de apagar las luces y la abrazo bastante rato antes de que se me entumezca el brazo y me disculpe en silencio porque prefiero dormir más cómodo boca abajo y en mi espacio. El amor lo puede todo, pero para quererla y ser un novio con buenos huesos, necesito dormir cómodo.

No me cuesta quedarme dormido y al despertar estoy rodeando a Alaska con mi cuerpo en un cálido abrazo. Sonrío, puede que no sea cómodo dormirme abrazado a ella, pero eso no implica que no disfrute al despertar de esa forma. Me doy cuenta de que me desperté porque mi alarma del teléfono lo hace vibrar sobre la mesita de noche. Por supuesto, como siempre, Alaska murmura incoherencias sin darse cuenta de que me voy.

Beso su mejilla y susurro que nos vemos dentro de unas horas, contesta con un «sí» y manotea como si intentara alejarme. Hago mi escapada perfecta. Entro en mi casa en silencio, me desvisto hasta quedar en bóxer y me dispongo a dormir un poco más en mi cama.

¿Y saben qué? Que descubro que estaba equivocado. Yo sí puedo ser un buen novio con la chica correcta. Con Alaska Hans.

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