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Miércoles » Capítulo 37

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Anderson repasó rápidamente sus catorce años de experiencia como inspector de Homicidios en Nueva York y fue al grano.

—En este trabajo se ven muchas cosas. Después de un tiempo, eres capaz de leer un asesinato por la escena del crimen. Mi experiencia me dijo que esto era algo personal.

A mí, mi experiencia me decía que Anderson era un mentiroso. Tenía al tipo que quería para endosarle el crimen e iba a hacer que todo lo demás encajase. Si había pruebas que no cuadraban con la autoría de Solomon, se perdían o no se consideraban importantes.

—Inspector Anderson, ¿por qué era personal? —preguntó Pryor.

—En mi opinión, el asesinato en su cama de una mujer joven y su amante parece bastante personal. No hace falta ser inspector de policía para pensar en el marido como un sospechoso probable. Sí, creemos que tenemos a nuestro hombre ahí. Es el acusado, Robert Solomon.

Pryor esperó un instante, se volvió a mirar a Bobby, asegurándose de que el jurado seguía sus ojos. Luego retomó el interrogatorio.

—Inspector, voy a poner una fotografía en la pantalla. Es una imagen cenital de Ariella Bloom y de Carl Tozer tomada en el dormitorio de ella por un fotógrafo de la Policía Científica. Creo que estas fotos pueden admitirse sin discusión como prueba número uno. Eso sí, quiero advertir al jurado y a los miembros del público de la dureza de la imagen.

Ya había acordado que podíamos ahorrarnos al fotógrafo como testigo. Las fotos no mentían, así que no había motivo para perder el tiempo haciéndole subir al estrado para dar validez oficial a la prueba.

Cuando Pryor puso la foto en la pantalla que había junto al estrado, yo no la estaba mirando. Mi atención estaba centrada en Bobby. Tenía los ojos cerrados y la cabeza agachada hacia la mesa. Los gritos ahogados del público me dijeron que la foto ya era visible. Oí a Harry pidiendo silencio.

Estaban prohibidos los teléfonos con cámara en la sala. Aquella imagen no saldría en los telediarios. De cualquier modo, era demasiado gráfica.

Bobby miró la pantalla, una vez; se cubrió la cara con las manos.

Arnold se encogió de hombros, asintió mirando a Bobby y luego al jurado. Sabía lo que intentaba decirme. Yo había pensado lo mismo. Esto sería duro para Bobby, pero era por su propio interés.

—Bobby, tienes que mirar a la pantalla —le susurré.

—No puedo. Y no tengo por qué hacerlo. Ya se me ha metido la imagen en la cabeza y no puedo quitármela —contestó.

—Tienes que mirarla. Sé que es difícil. Por eso tienes que hacerlo. Sé que no quieres ver lo que le hicieron a tu mujer. Necesito que el jurado vea eso en tus ojos —dije.

Negó con la cabeza.

—Bobby, Eddie te está dando a elegir —dijo Arnold—. ¿Prefieres mirar esta foto ahora o quedarte mirando el techo de una celda cada noche durante los próximos treinta y cinco años? Hazlo —añadió.

Nunca creí que pensaría tal cosa, pero agradecí que Arnold estuviera allí.

Bobby se sorbió la nariz, respiró hondo y nos hizo caso.

No sé si el jurado lo vio, pero yo sí. Las lágrimas inundaron su rostro y su mirada se llenó de una sensación de pérdida, no de culpa.

Asentí hacia Arnold, dándole las gracias. Me miró de reojo y devolvió el gesto con la cabeza.

—Inspector Anderson, basándonos en esta fotografía y en las heridas de la víctima, ¿podría explicar al jurado qué cree que ocurrió en este dormitorio? —preguntó Pryor, llanamente, como si le estuviera preguntando a Anderson si hacía frío en la calle.

Yo tampoco quería mirar la foto, pero, al igual que Bobby, no tenía elección. Debía seguir el testimonio de Anderson.

Dios, era brutal.

Anderson y Pryor miraron la pantalla. Era la escena de dos seres humanos destruidos en un torrente de violencia, casi con indiferencia. Y ellos hablaban de la muerte de aquellos jóvenes de un modo pragmático.

—Verá, la cabeza del señor Tozer mira hacia abajo y tiene las rodillas flexionadas. Según el informe de la autopsia, el señor Tozer murió por una herida masiva en la cabeza. Tenía el cráneo fracturado y daños catastróficos en el cerebro. Aunque no muriera al instante, aquel golpe le habría dejado incapacitado. En mi opinión, el asesino veía al señor Tozer como una amenaza. Tozer era experto en seguridad. Tiene sentido que se deshiciera de él primero. Un único golpe contundente en la parte de atrás de la cabeza causaría una lesión así y explicaría la ausencia de heridas defensivas —dijo Anderson.

—¿Han podido identificar el arma utilizada con el señor Tozer? —preguntó Pryor.

—Sí. Encontré un bate de béisbol en el rincón del dormitorio. Tenía rastros de sangre que encajaban con la hipótesis de que se había utilizado para golpear a alguien. Posteriormente, el laboratorio confirmó que la sangre encontrada en el bate pertenecía al señor Tozer. Parece probable que esta fuera el arma del crimen. Y antes de que me lo pregunte, sí: las huellas del acusado estaban sobre el bate.

Al escuchar la respuesta, Pryor puso una sonrisa hollywoodiense que me produjo náuseas. El jurado no la vio, estaba demasiado concentrado en Anderson.

El fiscal cogió el bate, que estaba envuelto en una bolsa de pruebas transparente. Lo levantó por encima de su cabeza.

—¿Es este el bate? —preguntó.

—Sí, ese es —contestó Anderson.

El bate quedó registrado como prueba y Pryor se lo entregó al oficial.

—Entonces, si, como usted dice, el señor Tozer fue golpeado con este bate, ¿qué ocurrió después?

—Ariella Bloom fue apuñalada cinco veces en el pecho y en la zona del abdomen. Una de las heridas le perforó el corazón. Debió de morir muy deprisa.

Pryor tuvo el buen juicio de hacer una pausa para que el jurado mirase la foto de Ariella en la pantalla. Dejó que todo el mundo se tomara un instante para pensar en cómo había muerto. Sabía que un jurado indignado daba veredictos de culpabilidad en nueve de cada diez casos.

—Las víctimas fueron examinadas por la forense Sharon Morgan, tanto en la escena de crimen como, posteriormente, en la morgue. ¿Le informaron de los resultados de dichos exámenes?

—Sí, la forense me llamó para que fuese allí después de encontrar algo en el fondo de la boca de Carl Tozer.

—¿Qué era?

—Un billete de dólar. Lo habían doblado. Primero, en forma de mariposa. Luego, otra vez por la mitad, a la altura de las alas. Estaba dentro de la boca de Carl Tozer.

El ayudante del fiscal estuvo rápido con el mando a distancia. Puso una foto del dólar en la pantalla. Se oyeron murmullos entre el público. Todo aquello era nuevo para ellos.

Los medios no habían sacado nada. El extraño insecto de papiroflexia estaba sobre una mesa de acero. Se veían sombras bajo sus alas. Las esquinas del billete estaban manchadas, tal vez de saliva o de sangre.

El hecho de saber que había estado dentro de la boca de un cadáver le daba un toque sobrenatural. Un insecto macabro, hermoso y de mal agüero, que solo rompía su cascarón dentro de los muertos.

—¿Se examinó la mariposa, inspector?

—Sí, la Brigada Científica del Departamento de Policía de Nueva York hizo un estudio completo. Encontramos dos ADN distintos sobre el billete. El primer perfil pertenecía a otro individuo, pero creemos que no guarda relación alguna con el crimen. Que fue una anomalía sin importancia. Lo importante es que encontraron las huellas dactilares del acusado sobre el billete: la del pulgar en la cara del billete y una huella parcial del dedo índice en el dorso. En la misma zona donde estaba la huella del pulgar, el equipo de la Científica encontró material genético. ADN de contacto, del sudor y células epiteliales. El ADN coincidía con el del acusado.

Su última frase golpeó a la sala como una onda sísmica. La gente no habló ni exclamó. Se hizo un silencio profundo y absoluto en la sala. Nadie movió los pies, ni agitó el abrigo, ni tosió, ni hizo ninguno de los ruidos que se podía esperar en una multitud estática.

El silencio se rompió cuando una mujer se echó a llorar tapándose con las manos. Una familiar, sin duda. Probablemente, la madre de Ariella. No me volví a mirar. Es mejor que ciertos momentos se vivan con intimidad.

Art Pryor lo hizo a la perfección. Se quedó inmóvil y dejó que el sonido del dolor de una madre resonara en la mente de todos los presentes. Al mirar a mi alrededor, vi que la mayoría de la gente estaba aturdida. Todos salvo una persona. El periodista del New York Star, Paul Benettio. Estaba sentado con los brazos cruzados en primera fila justo detrás de la mesa de la acusación. No reaccionó ante el testimonio de Anderson. Supuse que ya lo conocía. Cuando el silencio empezó a hacerse incómodo y había esperado lo suficiente, Pryor retomó la palabra.

—Señoría, a su debido tiempo, llamaremos a declarar a la forense que llevó a cabo estos exámenes.

Harry asintió y Pryor volvió al grano.

—Inspector, usted habló con el acusado en la escena del crimen, ¿correcto?

—Sí. Tenía manchas de sangre en la sudadera, en los pantalones de chándal y en las manos. Me dijo que había llegado a casa hacia las doce de la medianoche, que había subido a su dormitorio y que había encontrado muertos a su mujer y al jefe de seguridad. Dijo que había intentado reanimar a Ariella y que después llamó al 911.

Pryor se volvió para señalar a uno de sus ayudantes, que levantó un mando a distancia y apretó un botón.

—Vamos a reproducir la llamada al 911. Me gustaría que lo escucharan, por favor —dijo Pryor.

Yo ya la había oído. Para el jurado era la primera vez. En mi opinión, la llamada favorecía a la defensa de Bobby. Sonaba como un hombre que acababa de encontrar asesinada a su mujer. Su voz lo tenía todo: pánico, incredulidad, miedo, dolor, todo. Encontré la transcripción en el portátil y la leí según se escuchaba la grabación.

Operadora: Emergencias, ¿con quién le conecto: bomberos, policía o ambulancia?

Solomon: Ayuda… ¡Por Dios!… Estoy en el 275 de la calle 88 Oeste. Mi mujer… Creo que está muerta. Alguien… ¡Ay, Dios!… Alguien los ha matado.

Operadora: Voy a mandar a la policía y una ambulancia. Cálmese, señor. ¿Está usted en peligro?

Solomon: No… No lo sé.

Operadora: ¿Está usted en el inmueble ahora mismo?

Solomon: Sí… Eh…, acabo de encontrarlos. Están en el dormitorio. Muertos.

[Sonido de lloro].

Operadora: ¿Oiga? ¿Señor? Respire, necesito que me diga si hay alguien más en el inmueble ahora mismo.

[Ruido de cristales rompiéndose y alguien tropezando].

Solomon: Estoy aquí. Ah, no he revisado la casa… Mierda… Por favor, manden una ambulancia ahora mismo. No respira…

[Solomon suelta el teléfono].

Operadora: ¿Oiga? Por favor, coja el teléfono. ¿Oiga? ¿Oiga?

—La llamada dura solamente unos segundos. Inspector, cuando llegó usted a la escena del crimen, ¿había escuchado ya esta llamada al 911? —preguntó Pryor.

No me gustaba el rumbo que estaba tomando el interrogatorio.

—No, no la había escuchado —dijo Anderson.

Cogí a Bobby del brazo.

—Bobby, cuando llamaste al 911, te caíste o se cayó o rompió algo. ¿Qué era? —susurré.

—Eh, estoy intentando acordarme. No estoy seguro. Es posible que tirara algo de la mesilla de noche. No me fijé —respondió, y sus palabras quedaron suspendidas mientras revivía aquel momento en el dormitorio, con los cadáveres.

Abrí las fotos de la escena del crimen en el portátil y empecé a revisarlas, buscando la mesilla de noche. En una imagen, se veía casi entera. Había un marco de fotos en el suelo, roto. Es posible que lo tirara sin darse cuenta, dadas las circunstancias. Presentía que Pryor tenía una hipótesis distinta sobre el origen del ruido.

—Inspector Anderson, explique al jurado la fotografía EZ17 —dijo, mientras su ayudante la subía a la pantalla de la sala.

Era una imagen del rellano del segundo piso, con la mesa volcada y el jarrón roto bajo la ventana trasera. No tenía ni idea de adónde se dirigía con aquella línea de preguntas, pero parecía como si estuviera cogiendo carrerilla para asestar el golpe definitivo.

—Claro, cuando llegué al domicilio, vi esta mesa volcada en el rellano. El jarrón estaba roto —dijo Anderson.

—¿Dónde está esa mesa ahora? —preguntó Pryor.

—Está en el laboratorio de Criminalística. La habían volcado de alguna manera, antes o después de los asesinatos. Cuando tomé declaración al acusado, en el mismo domicilio, le pregunté si él había tirado la mesa. Dijo que no se acordaba. Afirmaba que había encontrado los cuerpos y que alguien había matado a su mujer y a su jefe de seguridad. En ese punto de la investigación, el acusado se consideraba un sospechoso, pero no descartábamos la posibilidad de que estuviera diciendo la verdad. Si él no volcó la mesa, tal vez lo hiciese otra persona. Nos la llevamos para analizarla junto con los cristales rotos del jarrón.

—¿Y qué descubrieron? —dijo Pryor.

Revisé el inventario en el expediente del caso Solomon. No había ningún informe de la Científica sobre la mesa antigua. Estaba a punto de protestar cuando Anderson dijo:

—Nada. Al principio.

—Prosiga —dijo Pryor.

—Ayer fui al laboratorio y estuvimos examinando la mesa. Verá, la única prueba que nos faltaba era el cuchillo utilizado con Ariella Bloom. La casa y sus alrededores habían sido registrados exhaustivamente. La mesa es vieja, una antigüedad. Pensé que tal vez tuviera algún cajón secreto.

—¿Y lo tenía?

—No. Pero volví a mirar las huellas. Nos habían llegado resultados algo inusuales. El laboratorio buscaba huellas sobre la mesa. No encontraron nada extraordinario en ese sentido, pero sí un patrón de marcas poco habitual. Pedí que se analizaran las marcas. Esta mañana hemos recibido el informe.

Un ayudante del fiscal se acercó a la mesa de la defensa con un informe encuadernado. Lo cogí. Lo abrí y le eché un vistazo.

Podía ser peor. Aunque no mucho. Le pasé el informe a Bobby. Pruebas nuevas, de última hora. Podía cabrearme, ponerme a gritar y preparar una moción para excluirla. Pero sabía que no tenía sentido. Harry dejaría que se admitiese la prueba.

Las cosas se acababan de poner un poco más difíciles para Bobby.

Cambió la imagen en la pantalla y vimos lo que parecían dos series de tres líneas paralelas en una parte de la mesa. Como si alguien hubiese cogido tres pinceles con la mano y los hubiera arrastrado sobre la mesa dos veces.

Ojalá fueran pinceles, pensé.

—¿Qué es esto, inspector?

—Huellas de pisada —respondió Anderson—. Las pisadas encajan con las zapatillas Adidas que el acusado llevaba aquella noche. Da la impresión de que el acusado se subió a la mesa y esta se volcó, haciéndole resbalar.

Bobby saltó.

—Está mintiendo. No me subí a esa mesa en ningún momento. —Lo dijo lo bastante alto como para que Harry lo oyera. El juez le lanzó una mirada elocuente para que se callara.

Anderson continuó:

—Así que esta mañana fui a la escena del crimen. A poca distancia de la mesa está el aplique del rellano. Es una bombilla que cuelga del techo con una pantalla de vidrio policromado en forma de cuenco. Me subí a una escalera de mano y encontré un cuchillo que alguien había dejado en la pantalla de la lámpara.

Las manos de Bobby empezaron a temblar.

—¿Es este el cuchillo? —preguntó Pryor, haciendo una señal para que mostraran una foto nueva en la pantalla.

Alcé la vista y vi la misma imagen que acababa de ver en el informe. Una navaja con mango negro y un remate de marfil. Estaba manchada de sangre. Y de polvo.

Lo único que nos salvaba era que no había ninguna huella sobre ella.

—¿Es este el cuchillo que mató a Ariella Bloom? —preguntó Pryor.

Toda la sala sabía la respuesta a aquella pregunta.

Bobby hundió la barbilla en el pecho.

Aquel cuchillo acababa de cortar los hilos que sostenían su defensa.

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