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Miércoles » Capítulo 38

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Anderson confirmó que la sangre hallada en la navaja coincidía con el grupo sanguíneo de la víctima y que estaban elaborando un perfil de ADN para corroborarlo. Susurré a Bobby que mantuviera la cabeza alta. No quería que pareciera derrotado.

Todavía no.

Pryor disparó otra pregunta al policía.

—Inspector Anderson, ¿cree que es habitual que un intruso utilice un cuchillo para matar a puñaladas a alguien y luego esconda el arma del crimen en casa de la víctima?

Me levanté rápido. Demasiado. Sentí una ola de dolor en el costado y me costó encontrar la respiración.

—Protesto, señoría. El señor Pryor está testificando, no haciendo las preguntas.

—Aceptada —dijo Harry.

Me senté lentamente. No tenía mucho sentido protestar. Aunque Pryor formulase la pregunta de manera distinta, Anderson sabía perfectamente la respuesta que debía dar al jurado.

—Inspector, en todos sus años dentro del cuerpo de policía, ¿se ha encontrado alguna vez alguna escena doméstica de apuñalamiento en la que el autor escondiera el arma del delito en la escena del crimen? —preguntó Pryor.

—No, nunca lo he visto. En toda mi carrera. Normalmente, se llevan el cuchillo. Luego lo guardan o se deshacen de él. No tiene sentido esconderlo en la casa. La única razón para esconderlo sería para dar la impresión a la policía de que el asesino salió del domicilio llevándose el arma consigo. Escuchando esa llamada al 911, parecería que el acusado estaba de pie sobre la mesa cuando la hizo. Se oyen pisadas rápidas y pesadas, como si alguien se cayera. Luego parece que algo se rompe. Me da la impresión de que la mesa se volcó mientras el acusado estaba encima y el jarrón se rompió.

—Gracias, inspector Anderson. No hay más preguntas de momento. Ahora, creo que mi compañero de la defensa está a punto de quejarse sobre su labor policial e intentar que se excluya de la consideración del jurado. De hecho, me sorprende que no haya protestado ya al oír su testimonio sobre el cuchillo —dijo Pryor.

Susurré una indicación a Arnold. Salió de la sala. Me puse en pie y fui hacia Pryor. Si lo hacía con calma, el dolor era soportable. Pryor se apoyó en la mesa de la acusación, con la mano izquierda en la cadera y una expresión de satisfacción.

—No tenemos ninguna objeción, señoría —dije—. De hecho, esta prueba ayudará al jurado.

Harry me miró como si me hubiera vuelto loco. La expresión satisfecha de Pryor desapareció más rápido que un chivato de la mafia por el hueco de un ascensor.

La sala se quedó muda. Ahí estábamos. Solo Anderson y yo. No importaba nada más. Nadie nos miraba. Me olvidé del público, del fiscal, del juez y del jurado. Solos él y yo. Dejé que aumentara la expectación. Anderson bebió un poco de agua y esperó.

Yo también me quedé esperando. No quería empezar mi contrainterrogatorio hasta que Arnold volviese. Llegaría en cualquier momento, no tardarían mucho en traer las cosas de la tienda.

—Inspector, quería preguntarle cómo se rompió el brazo —dije.

Tenía las mandíbulas como el tornillo de un banco de trabajo. Y a ambos lados de la cara se veían los enormes músculos trabajando, doblándose al apretar los dientes con fuerza.

—Me caí —dijo.

—¿Se cayó? —le pregunté.

Duda. Su nuez subía y bajaba por el cuello.

—Sí, resbalé sobre el hielo. Se lo contaré todo cuando acabemos con esto —contestó con la boca seca.

Dio otro sorbo al vaso de agua. Había visto a muchos testigos nerviosos en el estrado. Algunos tiemblan. Otros contestan demasiado rápido. Algunos responden con monosílabos. A otros se les seca la boca. No esperaba que me dijera la verdad. Y no mencioné lo que realmente pasó, pero quería que él creyera que podía hacerlo. Solo para crisparle. Y, como respuesta, él me había amenazado.

Se abrieron las puertas traseras de la sala y Arnold entró con varios empleados de seguridad del juzgado. Unos cinco. Formaban un cortejo poco probable; llevaban bolsas, cajas y un colchón pesado entre dos de ellos. Interrumpí las preguntas para esperar mientras la fila avanzaba hacia mí por el pasillo central. La procesión de objetos extraños despertó miradas de perplejidad entre el público.

Oí cómo Pryor intentaba apuntarse el tanto.

—¿Hay una banda detrás acompañando a la procesión? —preguntó.

Me incliné sobre la mesa de la acusación y dije:

—Sí, la hay. Y va tocando su marcha funeraria.

Antes de que Pryor y yo nos engancháramos, solicité a Harry una moción formal para que se permitiese realizar una reconstrucción durante el contrainterrogatorio a Anderson. Harry ordenó salir al jurado. Pryor y yo nos acercamos al estrado.

—¿Hasta qué punto es científica esta reconstrucción? —preguntó Harry.

—No soy científico, señoría, pero tengo un testigo experto. El resto es todo física —contesté.

—Señoría, no se le ha comunicado esta moción a la acusación. No sabemos lo que pretende el señor Flynn. Por ello pedimos que la moción sea denegada. Es una emboscada.

—La moción se acepta —dijo Harry—. Y antes de que se le ocurra alguna idea para detener este juicio y apelar mi decisión, recuerde una cosa: he visto su truquito con el arma del crimen. Si el señor Flynn hubiera solicitado tiempo para discutir la prueba, se lo hubiera concedido. Me da que la ha tenido guardada algún tiempo en la manga. Si hace que se retrase el juicio, puede que dedique ese tiempo a tomar declaración al analista del laboratorio criminalístico de la policía sobre cuándo se encontraron realmente las marcas en esa mesa.

Pryor reculó con las manos en alto y dijo:

—Como desee su señoría. No tengo ninguna intención de retrasar este juicio.

Harry asintió, me miró y dijo:

—Les estoy dando un poco de manga ancha. Pero, a partir de ahora, si cualquiera de los dos tiene pruebas que quiera presentar, arréglenlo entre ustedes.

—De hecho, necesito usar varias fotografías. Se tomaron ayer en la escena del crimen —dije.

—Inclúyalas ahora —dijo Harry.

Saqué mi teléfono, busqué las fotos que Harper había hecho la mañana anterior y las envié a la oficina del fiscal. Luego me llevé a Pryor aparte y se las enseñé en el móvil. No puso problema en que las utilizara. Probablemente, porque no sabía la que se le venía encima. Si hubiera intuido un poco lo que me disponía a hacer, habría armado un escándalo. Albergaba la esperanza de que acabara arrepintiéndose de su decisión.

CARP LAW

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Comunicación abogado-cliente sujeta a secreto profesional

Estrictamente confidencial

Memorando sobre jurado

El pueblo vs. Robert Solomon

Tribunal de lo Penal de Nueva York

 

 

Rita Veste

Edad: 33

Psicóloga infantil en sanidad privada. Casada. Su esposo es jefe ejecutivo de Maroni’s. Ambos padres están jubilados; viven en Florida. Demócrata, pero no votó en las últimas elecciones. No está presente en las redes sociales. Aficionada al buen vino. Nunca ha sido llamada a declarar como testigo experto. Buena situación económica.

 

Probabilidad de voto NO CULPABLE: 65%

 

ARNOLD L. NOVOSELIC

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