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Miércoles » Capítulo 45

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No era la primera vez que Kane se subía a un coche de policía. Habían sacado al jurado por la puerta lateral de la sala. Una hilera de Ford Crown Victoria los esperaba en la acera. No podían salir por la puerta principal. La dirección de tráfico había tenido que cerrar media Center Street debido a la multitud reunida a las puertas de los juzgados.

El agente que le llevó a su apartamento no decía nada. Subieron los tres pisos de escaleras hasta su casa. El agente Locke esperó silenciosamente en el atestado recibidor del apartamento mientras Kane hacía la maleta en su dormitorio.

Pantalones, ropa interior, calcetines, dos camisas y dos pares de calzoncillos en una bolsa. Era una bolsa especial. Kane se la había hecho a medida en Las Vegas, hacía muchos años. Estaba cosida a mano y hecha de grueso cuero italiano; parecía tan nueva como el día en que la recogió de la tienda. También metió una cuchilla de afeitar, cepillo de dientes y sus pastillas. Antibióticos. Cogió el termómetro digital, no sin antes comprobar que no tenía fiebre.

Palpó las costuras interiores de la bolsa. Encontró la lengüeta en forma de pulgar y tiró. Era un bolsillo oculto forrado de papel de aluminio para despistar a los detectores de metal. Estaba en el lado opuesto a la placa de metal que indicaba el fabricante de la bolsa. La policía asumiría que sus detectores saltaban por el metal del logo.

Kane cogió lo imprescindible. Los pequeños artículos que componían un «kit básico de asesinato». Los metió en el bolsillo oculto, cerró la cremallera de la bolsa y volvió al recibidor con el agente. Locke estaba hojeando una de las revistas que había sobre la mesa.

—¿Pesca? —preguntó el agente.

—Sí, cuando puedo —contestó Kane.

—Yo voy con dos colegas al río Oswego un par de veces al año. Allí hay buena pesca.

—Eso he oído. Me acercaré cuando empiece la temporada —dijo Kane.

Se pasaron todo el trayecto de regreso a Center Street intercambiando anécdotas de pesca. Los dos hablaron sobre las grandes piezas que se les habían escapado. Todas las historias sobre pesca eran iguales. Locke llevó a Kane hasta el juzgado por la entrada trasera. Y se marchó. Kane se quedó solo en la sala. Era el primer jurado en volver. En teoría, el juicio no debía ser demasiado difícil. Sabía que tenía que calibrar a sus compañeros. Sus pensamientos fueron más allá de la vista. Llevaba meses diseñando la siguiente jugada. Pero el juicio le había hecho plantearse si debería cambiar sus planes.

Puso una moneda de diez céntimos sobre la mesa.

Cara: seguir con el mismo plan.

Cruz: plan nuevo.

Tiró la moneda al aire.

La vida y la muerte giraron en el aire. El destino mismo, decidido al azar. Cayera del lado que cayera, Kane tendría cuidado. La incertidumbre le excitaba. La sentía en la parte baja del estómago.

La moneda rebotó en la mesa y se quedó quieta.

Cruz.

Guardó la moneda y empezó a comer un sándwich. Mientras masticaba, pensó en el hombre que podría vivir sus días, ahora que la moneda de diez céntimos le había salvado. Nunca sabría el horror del que se había librado. De hecho, Rudy Carp nunca sabría que había estado en peligro.

Evidentemente, eso significaba que otro tendría que pagar el pato.

Kane cogió su bolsa y salió de la sala, fue por el pasillo hasta el baño y comprobó que estaba vacío. Cerró el cubículo con pestillo, sacó el teléfono desechable del bolsillo oculto de la bolsa e hizo una llamada. Contestaron casi inmediatamente.

—Cambio de planes para Rhode Island —dijo Kane.

—Uno de estos días, esa monedita tuya te va a meter en un lío. Deja que adivine, Carp se salva —respondió la voz.

—La moneda ha elegido sabiamente. Mañana por la mañana, Flynn estará en todos los periódicos y redes sociales de Estados Unidos. Es perfecto. Ahora, ¿puedes conseguirme lo que necesito? —preguntó Kane.

—Pensé que tal vez lo harías así. Estaba claro que Flynn iba a acaparar los titulares. Creo que te gustará. He dejado lo que necesitas dentro de tu coche, al lado del JFK —dijo la voz.

—¿Ya lo tienes?

—Vi una oportunidad. Y la aproveché. De todos modos, Flynn está haciendo demasiadas preguntas. En el estrado, Anderson casi mete la pata un par de veces. Tenemos que protegerle.

—Por supuesto, para eso están los compañeros. Creo que a Anderson le va a gustar esto —dijo Kane—. Odia a Flynn.

—Lo sé. Ese Flynn casi me da lástima. No tiene ni idea de lo que le espera.

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