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11: Temporal muy duro » Capítulo 3

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Aunque uno de los policías me hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza al pasar por mi lado camino del Salón Azul, ninguno pareció reconocerme. Cuando los vi, dos hombres de treinta y tantos años de la policía de Bergen y un hombre mayor de KRIPOS, la Brigada Central de la Policía Judicial, me dio un vuelco el corazón. Me recordaron que en otros tiempos yo había formado parte de algo mucho más grande y diferente de mi actual vida en la calle Kruse, con Nefis, Ida y Marry. Durante mucho tiempo había tenido la sensación de que aquella noche fría y dramática de las navidades de 2002 no solo era el fin de una época, sino que esa ruptura con la policía señalaba el principio de algo nuevo. Algo deseado. La lesión me permitió crearme una nueva vida para la que tenía fuerzas suficientes, una vida en la que raramente estaba asustada y nunca agotada.

Cuando vi a esos tres policías hablar entre ellos en voz baja, en un lenguaje breve y conciso que habían aprendido a interpretar, y con miradas que solo ellos entendían, me pregunté si me había engañado a mí misma. Esos años de silencio, esos días que se hacían mucho más largos de lo que jamás habría imaginado que podían ser los días, las noches solitarias ante la pantalla del televisor, todos esos meses que se iban amontonado uno sobre otro, lentamente y sin roces, cuando los únicos recordatorios del paso del tiempo eran la celebración de la Navidad y los maravillosos cumpleaños de Ida, ¿era eso lo que deseaba?

Había pensado que cambiaba una vida por otra. Después de los días en Finse, advertí que en realidad había cambiado una vida activa, laboriosa, por una existencia de continua espera.

Pasaba las noches esperando a que las demás se despertaran. Durante el día esperaba a Nefis, y a que Ida volviera de la guardería. Esperaba en compañía de libros, películas y periódicos, y dejaba que el tiempo transcurriera sin preocuparme realmente de nada más que de una niña que pronto necesitaría mucho, mucho más que esa infinidad de tiempo que yo podía ofrecerle en nuestro pequeño universo cerrado.

Geir se me acercó por detrás y me puso una mano en el hombro.

—Tendremos que acabar nuestra conversación más tarde —dijo en voz baja.

Noté el calor de su mano a través del jersey. Cerré los ojos y todo me dio vueltas de puro cansancio, de abatimiento, de tanto añorar a Ida y a Nefis, pero también —tuve que reconocer con desgana— una vida diferente.

Los policías sabían quién era yo.

No me conocían, pero sabían quién era.

Uno de ellos apenas había echado una mirada en mi dirección, pero en esa mirada había una especie de respeto. Reconocimiento, tal vez. En ese momento se volvió el mayor de los tres. Berit me había dicho que pertenecía a KRIPOS. Me escrutó un instante sin cambiar de expresión, antes de llevarse dos dedos a la frente con un leve movimiento de la cabeza.

Iban a reunirse en el edificio anexo.

Yo también.

No estaba del todo segura de quién había matado a Cato Hammer y a Roar Hanson. Pero imaginaba de quién había sospechado el propio Roar Hanson. Cuando por fin caí en la cuenta, no me resultó difícil encontrar indicios que apoyaban la teoría del clérigo asesinado. Y ya poseía muchas pruebas de que él tenía razón.

Pero no suficientes.

Podría compartir mis ideas con la policía. Eso era lo que debería hacer. Podrían usar mi testimonio tal como debe tratarse un testimonio, como parte de un proceso sistemático, analizando hechos y especulaciones, pruebas técnicas y deliberaciones tácticas, rumores, cotilleos y observaciones precisas.

Llevaría su tiempo.

Un tiempo difícil para todos los que se hospedaban en el hotel y para los que trabajaban en él, para Berit y su gente. Y para mí. Quería irme a casa.

Tal vez debería dejar a Roar Hanson intentar solucionar su propio asesinato.

—¿Podrías ir a buscarme una taza de café? —le pedí a Geir—. La taza más grande que encuentres.

—Es tarde. ¿No deberías…?

—Café —repetí con una sonrisa—. Tengo que aguzar mi materia gris.

—Como quieras —dijo, y en sus labios agrietados por el frío y con las comisuras manchadas de rapé no se dibujó ni la más leve sonrisa.

A lo mejor no había sido tan graciosa como había pretendido.

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