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Sábado a la noche. Lara está llegando tarde a la cita con Orlando. Esperó hasta el último momento posible, cuando su padre se había encerrado en el estudio a hablar por teléfono y recién entonces salió de su habitación. Gritó que iba al cine con amigas, que estaba apurada, y apenas saludó con la mano a su madre, que, enfrascada en un libro, no alcanzó a vislumbrar de ella más que una sombra fugaz. Eso era lo que Lara quería: evitar que la vieran arreglada.

Quizá exageró, piensa ahora mientras baja del colectivo y camina, o más bien corre, la última cuadra. El pantalón negro es un poco ajustado, pero está bien. La camisa, en cambio, probablemente sea demasiado escotada. Tiene un pañuelo en la cartera: podría ponérselo para tapar parcialmente la visión de su escote. Pero no resuelve nada sobre el asunto, porque en ese momento llega al cine y Orlando está en la puerta, mirando el reloj con expresión preocupada. Ahora levanta los ojos y la ve. En su cara se mezclan el alivio y la alegría.

—Vamos —la apura—, la película está empezando.

Le toma la mano y corren hacia la sala. Mientras él entrega las entradas y la acomodadora ilumina sus asientos con la linterna, Lara se pregunta qué debe hacer con su mano. Sigue entrelazada a la de Orlando, que no parece decidido a soltarla. ¿No es acaso muy pronto? Recién está comenzando su primera cita, no parece ser aún el momento de tomarse las manos. Pero no la libera. Ahora Orlando se inclina hacia ella y le susurra que solo han perdido la primera escena y que ese que está en la pantalla es obviamente el protagonista, un ladrón de bancos. Lara asiente. La mano de él es grande y alcanza a envolver bien la suya. Ojalá no sienta la humedad, piensa, porque con el apuro y los nervios sus manos están levemente transpiradas.

Orlando se ríe de una escena cuya comicidad a ella se le ha escapado totalmente, pero también ríe, por las dudas. No va a sacarle la mano, decide, y se relaja en el asiento. Quizá él percibe el cambio de actitud, porque ahora su dedo pulgar acaricia suavemente la palma de ella.

En los noventa minutos siguientes, Lara reflexiona a fondo sobre su situación y su futuro. Cuando termina la película, sabe varias cosas. Sabe que esa noche Orlando se convertirá en su novio. También sabe que no va a contárselo a sus padres. No, al menos, por ahora. Sabe que probablemente no emprenda el tan planeado viaje ni escriba la carta, pero que de todas formas pronto dejará de trabajar en la tienda. Sabe que Orlando usa una agradable colonia y que la sombra de barba que le ha dejado la afeitadora produce un roce áspero en su mejilla. Sabe que él le gusta: de eso no tiene ninguna duda.

Lo que no sabe es de qué diablos trata la película que acaban de ver.

Fast tomará diez años.

Diciembre en la playa de las Gaviotas. Aún no ha empezado la temporada y hay poca gente caminando en la arena. Orlando termina de colgar el cartel junto a la puerta y toma distancia para mirarlo.

—¡Lara! —grita—. Vení a ver.

Lara sale con un pincel manchado de verde en la mano.

—Perfecto —sonríe—. Me gusta como quedó.

—¿No está torcido hacia la derecha?

—¿Mmm?

Vuelve a observar el letrero que dice: La Soñada. Restaurante de mar, y sacude la cabeza.

—No, yo lo veo bien.

—¿Vamos a tener todo listo mañana?

—Sí, dejá de preocuparte. Igual mañana no va a venir mucha gente.

Hasta la semana que viene todo va a estar muy tranquilo.

Él la rodea con un brazo.

—¿Nos irá bien?

Lara sonríe y apoya la cabeza en el hombro de Orlando. Le llega el aroma de su colonia, la misma que usa desde que lo conoció.

—Claro. Hace diez años que planeás cada detalle de este lugar. No nos puede ir mal.

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