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Lo que Orlando más odia es la gorra. También le desagradan la chaqueta y el pantalón, pero al menos son soportables. En cambio, esa gorra con el logo rojo de Toby’s le molesta, le da calor y lo hace sentir irremediablemente estúpido.

Al dueño del negocio, sin embargo, le parece fundamental. Considera que una persona con semejante uniforme transmite seguridad y respeto a la clientela. Orlando cree exactamente lo contrario, pero a nadie le importa lo que él cree.

Mientras lo piensa se acerca a la puerta, porque la alarma acaba de sonar. Una mujer con varios paquetes envueltos para regalo mira a todos lados, obviamente incómoda. La gente suele interpretar el sonido de la alarma como una acusación directa y se manifiesta ofendida. Orlando observa discretamente las bolsas. Todo está en orden.

—Las chicas deben haberse olvidado de sacar alguna etiqueta —le explica—. Hoy tenemos mucha gente. Disculpe.

Y sonríe, tal como le han enseñado, para mostrar amabilidad y al mismo tiempo firmeza. La mujer lo mira con odio.

Mientras circula por la tienda observando a la gente, Orlando vuelve a pensar en la renuncia. Lleva más de dos años pensándolo, pero no se decide a dar ese paso. No solo odia el uniforme. También odia hacer de vigilante, controlar las puertas, intervenir en disputas. Odia a su jefe. Odia el salario, muy escaso para las largas horas de trabajo. ¿Qué hace entonces ahí? Bueno, hasta hace poco no lo tenía claro. Pero ahora hay un motivo.

Cuando pasa cerca de la zona de empaque, mira con discreción. Allí está su motivo. Se llama Lara. Tiene dieciocho años, pelo castaño y enormes ojos claros. Llegó un día sin aviso previo y la pusieron a hacer paquetes de regalo para las fiestas. Lo hace con delicadeza y concentración, plegando papeles y moños con sus dedos largos y finos y apartando cada tanto un mechón de pelo que insiste en nublarle la vista.

Una tarde, uno de los vendedores lo ve mirándola extasiado y se le acerca.

—Ni lo pienses —le susurra al oído—. Es la hija del jefe.

Pero él ya lo pensó. Y lo sigue pensando en los días sucesivos, cuando cruza con ella una mirada. Cuando le saca una sonrisa. Y más aún cuando intercambian unas pocas palabras junto a la máquina del café. Lo pensó y ya no puede sacárselo de la cabeza.

Para entender exactamente qué pasa en su cabeza, habría que ir más atrás todavía. Rebobinar unos tres años, hasta el momento en que Orlando entra por primera vez a Toby’s (en ese entonces Los Tobías) y se entrevista con el dueño para ofrecerse como cadete.

—Seis horas diarias —le dice el viejo Tobías, acariciándose la barba desde detrás del enorme escritorio de madera—. Básicamente haciendo trámites, aunque podemos necesitarte para ayudar con las ventas.

Él asiente. El sueldo no es gran cosa, pero Orlando está convencido de que solo será un empleo temporal, por el verano. Acaba de terminar Secundaria y su plan es inscribirse en un curso de chef para perfeccionar sus ya notables dotes como cocinero. Y al mismo tiempo conectarse con el mundo de la alta cocina, quizá conseguir luego un empleo en un restaurante de nivel y sembrar la semilla de lo que en el futuro será su propio negocio.

(Paréntesis para un pequeño fast forward, ese sueño queda suspendido. Durante el verano surgen problemas económicos en su familia y el salario que Orlando obtiene en la tienda se vuelve indispensable).

Pero al principio las cosas no son malas. Orlando se lleva bien con el viejo Tobías y también con su hija, la amable e introvertida Bety, que se dedica a la contabilidad de la tienda y prácticamente no habla con nadie. En cambio Toby, el hijo, le resulta un trago difícil de pasar. Arrogante y autoritario, cree que todo el mundo tiene que bailar según sus deseos. Y si no todo el mundo, al menos los empleados de la tienda.

Ahora hay que avanzar rápidamente dos años, hasta el momento en que Toby asume el mando. Orlando piensa en renunciar, pero duda: no es buena época para conseguir trabajo. Días después, lo promocionan a encargado de seguridad. Le dan gorra, uniforme y la orden de controlar todo lo que hacen los clientes. Su horario y sus responsabilidades aumentan bastante más que su salario. Vuelve a pensar en renunciar. Por las noches sueña con su futuro restaurante y diseña sus especialidades: conejo estofado con especias del Oriente, trucha con almendras saladas… Pero por las mañanas sigue dudando.

Aún duda la tarde en que aparece ella. Para Orlando es como si alguien hubiera dejado abierta la ventana y una ráfaga de viento se llevara el olor a podrido que había invadido el negocio.

Durante días enteros, Lara se convierte en el centro de sus pensamientos y sueños. Y entonces se entera de que es la hija de Toby y eso la vuelve inalcanzable. Pero no consigue que sus sueños renuncien a ella.

Eso es lo que ocupa su cabeza el día en que ve a Ana entrar en el negocio.

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