Zero

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Segunda parte » Capítulo 46

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CAPÍTULO 46

Entró en la iglesia y, durante unos instantes, le perdí de vista. Sus pasos quedaron silenciados por las paredes de la capilla y en la quietud de la noche solo quedó mi agitado resuello y mis pies golpeando la hierba. Bajé el ritmo y me detuve junto a la entrada.

No sabía qué me iba a encontrar al otro lado o si el ladrón me habría tendido una trampa así que pegué la espalda contra el muro exterior y esperé, con el oído atento.

Nada. Ni un solo ruido.

Decidí arriesgarme y me asomé por la puerta entreabierta. Por fuera la iglesia parecía más grande. En realidad, podías abarcar casi todo el interior de una simple ojeada. Una nave central que terminaba en un viejo altar y otra más pequeña que cruzaba la principal hasta conformar una planta en forma cruz. Los extremos de las naves laterales eran lo único que quedaba fuera de mi alcance.

No se veía a Zero por ningún lado.

Avancé por el pasillo central sin dejar de mirar a izquierda y derecha. Los bancos de madera habían sido arrancados de su sitio y dos de ellos tenían garabatos en el respaldo. La vidriera que adornaba el frontal había perdido varios cristales y el silbido del viento sonaba desfigurado, como si un espectro soplara a través de ellos. La pintura que antaño decoraba el retablo había sufrido los estragos de las humedades hasta quedar reducida a manchones deformes.

A pesar de ello, la estructura estaba casi intacta. No había ninguna pared agrietada y en una de ellas en la que se había abierto una oquedad, alguien la había arreglado con emplaste. Tampoco hacía mucho que se habían cambiado las vigas que sujetaban el techo. Curioso… ¿Por qué Lawrence se tomaba la molestia de arreglar la estructura y no se preocupaba de limpiar, aunque solo fuera un poco, el interior?

Por el rabillo del ojo capté una silueta moviéndose. Me volví de inmediato. Una sombra de rostro plateado salió de detrás de una estatua y giró a la izquierda por uno de los extremos de la nave lateral, desapareciendo como un espectro antes de que tuviera oportunidad de lanzarme sobre él.

Me puse alerta y recorrí lo que me quedaba del pasillo central. No era necesario apresurarse. Sabía hacia dónde había ido Zero y la capilla era pequeña. No había sitios donde esconderse y aún menos por donde huir. Sería fácil dar con él.

Encaré el lugar por el que le había visto escabullirse. Era un callejón sin salida que terminaba en una pared de ladrillo. En su día, debió estar decorada con alguna imagen religiosa. Ahora tenía como únicos habitantes varios enjambres de arañas que se agolpaban en las esquinas. A ambos lados había dos tapices, raídos y descoloridos. Uno que representaba a un ángel empuñando una espada y el otro a un demonio montado a caballo.

Lo que me dejó sin habla, implantado al suelo, no fue eso sino Zero. O, mejor dicho, no encontrar a Zero. Porque delante de mí no había nadie. Tan solo aquel muro desnudo. Ni rastro del ladrón.

—¿Cómo…?

Me di la vuelta sobre mí mismo varias veces. ¿Cómo era posible? ¿¡Cómo diantres era posible!? Le había visto girar a la izquierda, le había visto internarse en aquel rincón. Y ahora no estaba.

¡Tranquilízate, Kyle!

Nadie podía desvanecerse así como así. Ni siquiera Zero. Tenía que estar escondido en algún sitio. Seguía en la iglesia aunque yo no pudiera verle.

¿Tal vez hubiera alguna trampilla en el suelo? Me agaché y aporreé la superficie entarimada para localizar cualquier sonido hueco. Por más golpes que daba, aquello sonaba tan sólido como una piedra. Me puse de nuevo en pie.

Vale, nada de trampillas.

Los tapices llegaban hasta el suelo y ocupaban varios metros de ancho. Podían ocultar una puerta, perfectamente. Miré detrás en busca de algún gozne, una abertura, ¡algo! Lo poco que encontré fue un murciélago muerto y un par de bichos tan grandes como mi puño.

Toqueteé las paredes. Revisé el techo. Examiné el resto de la capilla. Cada centímetro. Detrás del altar. Debajo de los bancos destrozados. Las pilastras que sostenían la techumbre.

No encontré nada.

Zero había desaparecido.

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