Yo

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Seis » DESASTRES NATURALES

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EL PAPEL DE MI VIDA

ME IMAGINO QUE NO SOY EL ÚNICO, PERO PASO MUCHO tiempo buscando cuál es mi misión en esta vida. Claro, quiero tener un trabajo que me apasione, una familia que me quiera, unos amigos que me apoyen… pero en el fondo, sepultado bajo todas esas cosas que son más necesidades que otra cosa, está mi deseo de contribuir al mundo de una manera más profunda y duradera. Al fin y al cabo mi paso por la tierra durará poco tiempo y querer dejar una huella es algo muy natural.

Durante mucho tiempo pensé que mi manera de contribuir al mundo, de dar las gracias por todos los milagros y favores recibidos, era a través de la música. Cuando me paro a cantar en un escenario frente a cientos de miles de personas, siento una vibración humana muy poderosa. La música me permite conectar con el público a un nivel muy visceral y siento que a través de ella transmito toda mi esencia, todo mi ser. Es un privilegio único poder sentir lo que yo siento cuando estoy allá arriba y en ese sentido siempre he creído que ésa es mi misión: dar alegría, ritmo y movimiento a los demás.

Pero después de mi último viaje a la India comencé a darme cuenta de que eso no era suficiente. Aunque estar en el escenario me daba una satisfacción inmensa, es una satisfacción más que nada para mí mismo. Las niñas y mis experiencias allá en ese país, me enseñaron lo que me faltaba.

ENCONTRAR MI CAUSA

ESTABA EN UN punto de mi vida en el que me estaba cuestionando todo. La sensación de ayudar a las niñas había sido tan fuerte que ya no sabía si la música era realmente mi misión o si era sólo una herramienta que me ayudó a encontrar el camino a la filantropía y a la protección de los más indefensos. Regresé de la India pensando en lo que había dicho mi amigo y cómo esas tres niñas fácilmente podrían haber sido víctimas de la trata humana. Al volver a mi casa me pasé tres días durmiendo por lo agotado que estaba después de todo lo que había visto. La experiencia con las tres niñas me había sacudido de manera muy profunda y yo todavía no sabía cómo iba a encajar ese nuevo conocimiento que había adquirido con el resto de mi vida. Sabía que no quería seguir con mi vida como antes y que tenía que hacer algo, pero todavía no sabía qué.

Cuando por fin me levanté de la cama, después de descansar lo que pareció ser una eternidad, me puse a investigar. Me metí a internet y comencé a leer todo lo que pude encontrar acerca de la trata humana. Descubrí que éste no es un problema que sólo sucede en la India sino que es una epidemia que ocurre en cualquier país del mundo. Me di cuenta de que en realidad no es un problema de riqueza o de pobreza, sino que es un problema de valores, un problema de derechos humanos, lo cual lo hace aún más trágico. Siempre y cuando haya gente que siga creyendo que puede explotar a un niño o una niña por el simple hecho de que es joven e indefenso, existirá este tipo de crimen.

Mis lecturas despertaron mucho coraje, rabia y frustración en mí, y fue a raíz de eso que empecé a educarme sobre la trata humana. Investigando descubrí que cada año más de un millón de niños son víctimas de los traficantes. ¿Sabes lo que significa eso? Más de un millón de niños, ¡todos los años! Eso quiere decir que cada día, casi 3000 niños son secuestrados, vendidos, abusados y sabe Dios qué más. Y en medio de todo eso, las más afectadas son las niñas. Hay hombres que pagan 15.000 dólares por la virginidad de una niña de ocho años. Que haya hombres que piensan así para mí es insólito y, en mi opinión, todo el que permita que eso suceda y siga sucediendo merece ir a la cárcel.

Después de haber hecho todo este estudio y de haber comprendido realmente qué está en juego y qué se puede hacer, me fui a Washington D. C., donde conocí a quienes hasta el día de hoy han sido mis mentores en el tema de la trata humana. Ellos me enseñaron todo lo que necesitaba saber para colaborar eficazmente con esta causa de manera real y me han guiado para que yo los pueda apoyar de la mejor manera posible.

Así fue que empecé a trabajar por la causa. Yo siento que al comienzo también había un poco de egoísmo en mi gesto de querer ayudar, pues lo hacía en gran parte porque necesitaba desahogarme del dolor que yo sentía al enterarme de esta tragedia. Estaba necesitando una catarsis, una manera de deshacerme de esa angustia, del coraje, de la frustración que sentí al ver lo que podía haberles pasado a mis tres niñas y a los miles de millones de niños que todos los días sufren a manos de adultos abusivos. Es que es una situación que da mucha rabia. Uno se enoja porque la sensación es como de ir en contra de la corriente. Hay tanto, tanto trabajo por hacer que yo sentía que cualquier cosa que hiciera no era más que una gota en el mar. Ese niño que salvas es uno, pero todos los días hay miles más que siguen siendo forzados a entrar en el mundo de la prostitución o que son convertidos en esclavos sexuales, porque ésta es la esclavitud moderna, y lo más triste es que existe en todos los pueblos de todos los países.

Entonces, ¿qué se puede hacer?

Cuando yo me interesé por esta causa, sabía que no iba a ser fácil. No era que la situación estuviera siendo ignorada por completo, porque sí se ha hablado y se ha escrito mucho del tema desde hace años. Sin embargo no existe mucha conciencia sobre la gravedad de lo que está sucediendo. El crimen sucede de muchas formas: el término «trata humana» incluye las fábricas que explotan a los obreros, la prostitución, el trabajo forzado, la explotación sexual de menores, la servidumbre y el tráfico de órganos. Dentro de la prostitución está la prostitución de los niños y la pornografía infantil. Es una pirámide que tiene muchos niveles.

Mientras más estudiaba, más encontraba. Me informé hasta de los detalles más pequeños, y de ahí fue que nació el proyecto de People for Children, a través del cual nos dedicamos a defender a los niños que están siendo explotados o que están en riesgo de serlo. Este proyecto, que ya lleva varios años en funcionamiento, nació del coraje que me dio lo que vi y de la inspiración que recibí de la gente que conocí. Es mi manera de aportar a la causa, aunque sé que el trabajo que hacemos nunca es suficiente. Quisiera poder hacer mucho más.

NACE MI FUNDACIÓN

PEOPLE FOR CHILDREN nació en 2002 como parte de una fundación que ya existía, la Ricky Martin Foundation (Fundación Ricky Martin). Esa organización se fundó para ayudar a niños discapacitados en Puerto Rico. Ese fue un proyecto en el que colaboramos con la organización Easter Seals/SER de Puerto Rico a través de la cual se creó un centro de rehabilitación para niños. Lo que pasaba era que Easter Seals/SER ya tenía un centro de rehabilitación en la capital. Pero hay niños que están en el interior de la isla que no podían llegar a ese centro por la distancia. Entonces creamos un centro de rehabilitación en Aibonito, un pueblo que queda en el medio de la isla a donde pudieran llegar las personas de las zonas más retiradas. Desde que abrió sus puertas ha hecho posible que muchos niños puedan recibir tratamiento que antes no les era posible conseguir.

Poco después, cuando la fundación ya estaba andando, decidimos ampliar el espectro de sus funciones para traerles nada más y nada menos que música a los niños de Puerto Rico. Y como tantas cosas en mi vida, el proyecto nació de una casualidad. ¿O sería una causalidad?

Mi sobrina, que en esa época estaba en una escuela de artes, es flautista y me estaba enseñando la flauta que le había comprado su papá. Pero mientras estábamos hablando, también me comentó algo que me sorprendió: me dijo que a veces tenía que prestarle su flauta a sus compañeros de la escuela porque muchos de ellos no tenían. ¡¿Cómo?!, pensé yo. Una isla como Puerto Rico, con la tradición musical tan bella que tiene, ¡y los niños no tienen instrumentos! Entonces investigué un poco el tema, me informé de lo que es la educación musical en las escuelas de la isla y me di cuenta de que simplemente no existía. Llamé varias veces al Departamento de Educación de Puerto Rico y descubrí que en aquel momento no había un departamento de música, y si lo había, pues simplemente no me contestaron la llamada. No sé si las cosas han cambiado desde ese entonces, en todo caso así lo espero. Investigando un poco más descubrimos que algunas escuelas, por su lado, sí tenían su departamento de música con clases y algunos instrumentos, pero por lo general los instrumentos eran viejos o estaban en mal estado y casi nunca había suficientes. Como en muchas partes del mundo, los fondos destinados a la educación nunca son suficientes, y mucho menos para la música. Y así fue que nació la Fundación Ricky Martin. Lo primero que hicimos fue formar una alianza con Yamaha y FedEx para recaudar un millón de dólares en instrumentos musicales para las escuelas de Puerto Rico. Y así fue. Desafortunadamente no pude asistir a la entrega de los instrumentos, pero mi hermano y una amiga, Mireille Bravo, que fueron quienes se encargaron de todo el programa, organizaron para que pusieran todas las cajas de los instrumentos en medio de la cancha de basquet. Fue todo un éxito porque llegaban todos los estudiantes y decían ¡wow! al ver todas las cajas. Hasta los estudiantes que no estaban inscritos en clases de música se inscribieron para poder utilizar los instrumentos nuevos. Los maestros no podían creerlo cuando vieron todo lo que llegaba y, a nivel personal, yo quedé muy satisfecho de ver que estábamos haciendo algo por los futuros músicos de mi isla.

Así fue como con la Ricky Martin Foundation empecé con mi trabajo filantrópico, que hasta el día de hoy juega un papel esencial en mi vida. Hoy en día la fundación abarca muchas áreas; no podemos hacerlo todo, pero hacemos lo que podemos. Uno de los proyectos que estamos desarrollando en Puerto Rico es el de construir un centro holístico en Loíza, un pueblo de la costa norte de la isla en donde hay muchos conflictos entre pandillas rivales. La idea es que se construya un lugar donde podamos mantener a estos muchachos ocupados para que no se metan en problemas. El centro va a tener salones de clase pero a la misma vez va a ser un lugar donde les vamos a enseñar meditación, yoga, artes plásticas y todo tipo de actividades que los mantenga ocupados. Yo considero que uno de los problemas más graves para los jóvenes de nuestra sociedad es el ocio. Cuando tienen demasiado tiempo libre, tienen tiempo para meterse en problemas, entonces lo que nosotros queremos es crear un lugar que los mantenga ocupados, un lugar que sea como un parque de diversiones para niños y jóvenes de cero a dieciocho años. Queremos dar apoyo a las chicas jóvenes que están embarazadas para que tengan sus hijos en un ambiente sano. La idea es comenzar a sanar esas heridas que se han abierto en la sociedad y que los chicos de las pandillas que se están matando entre ellos comiencen a darse cuenta de que sus supuestos enemigos no son sino chicos igual que ellos. En junio de 2009 la Fundación RTL de Alemania seleccionó nuestra propuesta para la construcción del centro como el proyecto internacional (junto con otros cuatro proyectos europeos) que apoyarán con los fondos recaudados a través de su renombrada telemaratón. Es un proyecto a muy largo plazo que nos tomará mucho tiempo implementar, pero lo estamos haciendo con mucho amor.

Hay tanto por hacer que hay que empezar por algún lado. Desde el momento en que empezamos la fundación era como si le hubiera lanzado al universo el mensaje de que yo quería hacer algo, entonces se me fueron apareciendo diferentes maneras en que podía ayudar. Uno sólo tiene que decir: «Quiero hacer algo», y ¡pum!, te empiezan a aparecer las oportunidades. Luego es cuestión de elegir cuáles son las cosas que más te importan a ti, porque es que hay tanto por hacer. Yo empecé con la música y un centro de rehabilitación para niños discapacitados. Eso ya era educación y salud, dos causas que para mí son muy importantes. Más adelante vino la justicia social.

Sólo sé que el hecho de dar me hacía sentía maravillosamente bien. Me daba más satisfacción que cualquier otra cosa que yo hubiera hecho hasta entonces. Y sé que se podía hacer mucho más, pero con lo poquito que habíamos hecho, ya había visto tantos resultados que eso me llenaba de alegría. Hacía bien, y me hacía bien hacerlo.

A pesar de que yo dedico todo el tiempo posible a trabajar con la fundación y logramos muchos resultados, todavía no siento que sea suficiente y siempre estoy buscando la manera de hacer más. Pero de momento pasan cosas como, por ejemplo, recibir una llamada de un colega en la India y así enterarte de lo que es la trata humana. Y el coraje que te da te empuja, y sabes que tienes que hacer más. No importa cuál sea la causa que te interese o te inspire a aprender más, ojalá el hecho de saber que estos problemas son tan difíciles de erradicar sea suficiente inspiración para que todos hagamos todo lo posible y un poco más.

LOS HORRORES DE LA TRATA HUMANA

CUANDO COMENZAMOS A trabajar con el tema de la trata, uno de los obstáculos que tuvimos que afrontar es que la trata es un problema tan grande y tan feo, que muchas veces es difícil hacer que la gente se fije en lo que está sucediendo. Es como mirar a un campo de batalla. Es tan doloroso que la gente aparta la mirada. A mí me pasó lo mismo la primera vez que lo vi; me dije: «¿Qué es esto? ¿Hay gente que compra y vende el sexo de un niño de cuatro años? Esto no puede ser». Pero así es. Y no por ser un tema tan horrible debemos dejarlo a un lado. Es exactamente por eso que lo debemos atacar de frente, a conciencia y con los ojos bien abiertos.

A mí, como a muchas otras personas, a menudo me pasa que cuando me entero de las cosas tan atroces que existen en este mundo, me dan ganas de salir corriendo. No quiero saber qué es lo que está sucediendo porque no estoy preparado para escuchar. Como todos, yo también tengo mis propios problemas, y puede llegar a ser difícil pensar en qué puedo hacer al respecto. Pero he descubierto que mientras más leo y más me informo, mejor preparado me siento para afrontar la realidad y contribuir a encontrar una solución al problema.

Entonces, cuando estoy buscando el apoyo de los demás, lo que he descubierto que tengo que hacer es irles pintando la historia poco a poco: voy contando los hechos, añadiendo detalles, explicando, hasta que por fin pueden ver la realidad de la situación y la comprenden. Aunque por un lado soy bien crudo a la hora de describir y plantear el problema, tengo que tener cuidado porque sé que hay mucha información y no quiero que la gente se intimide. Al contrario, yo lo que quiero es que el mundo se interese. No voy a pintar el problema color de rosa sólo para que me presten atención, pero sí lo voy a presentar de la mejor manera posible para que comprendan la realidad del problema, tal como es. Yo sé que no puedo perseguir a los políticos y ciudadanos del mundo y forzarlos a escucharme, pero hay que saber llegarles para que escuchen y para lograr convencerlos de que todos unidos podemos cambiar la situación.

Quiero que el mundo entienda que existe la explotación, que hay hombres y mujeres que van en busca de los servicios sexuales de un niño y están dispuestos a pagar por ello. En Camboya conocí a una muchacha de catorce años que había sido violada y traficada. Era una niña hermosa. Le habían dicho: «Si vienes conmigo te vamos hacer modelo y el dinero que ganarás se lo vamos a mandar a tu abuelita para que ella pueda conseguir la medicina y la terapia que ella necesita para su enfermedad». Ante esa alternativa, sobra decir que la niña no dudó en aceptar su propuesta. Le estaban ofreciendo un destino soñado y, además de eso, una solución para la enfermedad de su abuelita. ¿Cómo decir que no? Pero la realidad, claro, fue otra. Se la llevaron y la metieron a un prostíbulo donde llegó un tipo asqueroso que la violó y la embarazó, y la contagió con VIH (el virus de la inmunodeficiencia humana). Si no la hubieran encontrado y llevado a un orfanato donde la cuiden a ella y a su bebé, ¿qué sería de su vida?

Lo peor es que ella no es la única. Hay muchos casos de chicas y chicos como ella. Me encontré con una que fue vendida a los traficantes por su propio papá para darle de comer a los demás hijos, y a los veintidós años ya estaba infectada con el virus del sida y era madre de una hija de tres meses. Cuando la conocí, todavía no se sabía si la bebé estaba infectada, porque en esos tiempos se demoraba unos meses para poder determinar si los bebés habían nacido con VIH o no.

Hay miles de casos similares. Los gobiernos están tratando de combatirlos, pero es como arar el mar. La demanda es demasiado grande. Hay demasiados hombres en el mundo que disfrutan convirtiendo a los niños en esclavos sexuales.

Una vez fui a la ciudad de Phnom Penh, la capital de Camboya, en una misión de investigación para mi fundación. Allí hay un paseo marítimo donde van los turistas y ahí se encuentran decenas de pervertidos seduciendo a los niños. Muchos de los bares tienen un segundo piso donde tienen las camas. Vi allí a hombres pagando para acostarse con niñas de ocho años o con niños de seis años, y se me revolcaron las entrañas. Veo que esto sigue y sigue sucediendo y me digo: «¿Qué puedo hacer yo? Me he estado quemando las cejas en contra de todo esto y es como si no hubiese hecho nada».

Me da un coraje tremendo. Eso es lo que siento cuando veo a un hombre pagar 300 dólares por la virginidad de una muchachita de once años. Eso es algo que no puedo entender y que simplemente no puedo aceptar. Un hombre que es capaz de hacer eso es un criminal que debería ser enterrado vivo para que se lo coman los gusanos. ¿Y por qué me causa tanta rabia? No porque lo haya vivido, sino porque lo he visto con mis propios ojos. He visto la degradación de estos niños capturada en imágenes y he visto videos de niñas de cinco años donde se les ve el terror en los ojos cuando les preguntan:

—¿Haces el pum, pum? ¿O el ñum, ñum?

Ellas, horrorizadas, responden:

—Ñum, ñum, sí. No el pum, pum.

El ñum ñum es el sexo oral y el pum pum es todo lo demás. Luego se le escucha decir al criminal que está enseñando las muchacha como si fueran mercancía:

—Aquí están las más caras… las vírgenes.

Y cuando abre la puerta, se ven allí cinco niñas, aguantadas de las manos, temblando. Y entonces en el video aparece el tipo asqueroso que se lame los labios y dice:

—Tal vez esa, la tercera.

Por lo general las niñas vienen de familias pobres. Un día a sus casas llega un traficante y les dice a sus padres que si lo dejan llevarse a su hija, les enviarán 1000 dólares al mes. ¿Cómo van a decir que no? Mil dólares son el equivalente de cinco años de trabajo. Los padres lo ven como una oportunidad para poder comprar comida y medicina, y entonces le dicen a su hija que es hora de ir a trabajar.

Y así es como empieza todo.

También existe otro tipo de traficantes que vienen con cuentos y dicen que son representantes de una agencia de modelos. Y eso, por supuesto, les causa ilusión a las niñas y a las madres. De pequeña, ¿qué niña no ha soñado con ser modelo? Entonces les dicen que en la capital hay una agencia europea que está buscando niñas que tengan el cabello y los ojos como ella, para salir en televisión y hacer desfiles de moda. Ilusionadas, tanto las madres como las hijas aceptan. Pero una vez que se van con ellos a las niñas las meten en un burdel.

Cada vez que pienso que lo he oído todo, que no puede haber una historia más horrible que la que acabo de escuchar, aparece una peor. Yo voy a congresos en todas partes del mundo —en Nueva York, en Viena, donde sea que se esté hablando de la trata humana— y allí siempre me entero de nuevos casos que han salido a la luz. Y lo más estremecedor es que me doy cuenta de que no sé nada de la malicia humana. Yo siempre he querido creer que el ser humano es por naturaleza bueno, pero cuando veo estas historias me doy cuenta de que no es verdad: así como en este mundo hay seres de luz que son increíblemente buenos y generosos, también hay almas asquerosamente malas. Son tales las atrocidades, que llega un momento en que siento que es mejor tirar la toalla e irme para mi casa porque no importa lo que haga, la trata humana es muy difícil de combatir. Es un monstruo tan grande y tan poderoso.

No importa cuántas regulaciones haya en contra de la trata humana, hay muchos países en los que simplemente no se cumple la ley. En otros, las leyes son anticuadas. Por ejemplo, hay países muy poderosos en Latinoamérica donde la prostitución es tolerada, y la constitución dice que un niño es hombre a los dieciséis años y una niña es adulta a los doce. Por tanto, si ves a una niña de doce años parada en una esquina vendiendo su cuerpo, pues técnicamente —y según la constitución— ella ya es mayor de edad y tiene todo el derecho a ser prostituta. ¿Es inmoral? Creo que cualquiera diría que sí. Sin embargo, ¿es ilegal? No. Y he ahí la tragedia.

Eso me frustra. Me tengo que preguntar si los mismos gobiernos de algunos países están dejando que esto suceda, si no se dan cuenta de que están exponiendo a sus propias niñas, a sus propias ciudadanas a un peligro semejante, ¿entonces qué es lo que yo estoy haciendo? ¿Estoy tratando de abolir la esclavitud del siglo XXI?

Pero en el fondo sé que no importa lo difícil que sea o lo imposible que parezca, yo tengo que seguir hacia delante con esta lucha. Es una de esas pruebas de la vida a la que todos nos tenemos que enfrentar. Las cosas importantes no siempre son fáciles de lograr, y mientras más importante sea la causa, más hay que luchar. Subir una montaña no se hace de un brinco.

Una de las cosas que me ayudó a seguir adelante fue conocer a un activista escocés cuando estuve en Camboya. Le conté que a veces me siento como que quiero abandonar la lucha porque es una batalla que me da tantas decepciones. Parece que no importa lo que hago o con quién hablo, todos los días oigo de más niñas prostituidas, de más niños violados. Me frustra mucho porque es como que doy un paso para adelante y veinte pasos para atrás.

Él me escuchó atentamente y luego me dijo algo que nunca olvidaré:

—Enfócate en la persona que ayudaste. Una vida que salvas es nada más y nada menos que una vida. Es una vida menos dentro de la esclavitud. No te enfoques en lo que no has podido lograr o en lo que queda por hacer. Enfócate en lo que sí has podido lograr. Rescataste tres niñas de la calle. Y a lo mejor mañana tienes la oportunidad de rescatar a otra. Eso es lo que tenemos que celebrar.

Tiene razón. Para seguir en esta lucha, como en cualquier batalla, hay que enfocarse en el trabajo hecho y en los resultados que se van alcanzando. No los que quedan por alcanzar. Cada vida salvada es una victoria en esta batalla.

Hay un cuento que me encanta y que ilustra perfectamente lo que decía aquel activista escocés. Había una vez un hombre que estaba caminando por la playa a la orilla del mar y encontró un lugar en donde había miles de peces tirados en la arena, asfixiándose por falta de agua. El hombre, viendo lo que sucedía, agarró y empezó a tirar peces al mar. Al ver lo que hacía, otro hombre que pasaba por ahí le dijo:

—¿Pero qué haces? Sabes que no los puedes salvar todos.

—Todos, no —respondió el primero. Y lanzando un pescado hacia el mar dijo—: Pero éste, sí.

La moraleja del cuento es obvia: cada paso que se da es importante. Cada esfuerzo que se hace tiene un efecto positivo, por pequeño que sea. Y eso es lo que importa.

Para mí ahora eso significa dedicarle más tiempo a mi trabajo como vocero, ayudando a crear conciencia acerca de lo que está sucediendo. A nivel personal, creo que preferiría estar en la calle luchando en las trincheras y rescatando niños todos los días. Pero sé que fortalezco el movimiento, la causa y el activismo si me pongo una corbata y voy a hablar ante el Congreso de los Estados Unidos acerca de las cosas horribles que están sucediendo. Por esto tengo que ir a hablar con los cabilderos, con los congresistas, con todas las personas influyentes que pueden llegar a contribuir a mi causa, porque hay que crear leyes y hacer que esas leyes se cumplan con vigor.

A veces se me hace difícil porque yo no entré al mundo de la filantropía para andar por ahí de traje y corbata con los zapatos brillados. Yo entré al mundo de la filantropía porque mi primer contacto fue directamente con los niños. Fue a través del contacto con ellos que comprendí la urgencia de la situación. Ver esa sonrisa de felicidad en el rostro de un niño que ha pasado por los horrores por los que han pasado estos niños es uno de los regalos más bonitos que te pueda dar la vida. Pero parte de lo que he aprendido en este proceso es que cada cual tiene que ayudar con las herramientas que se le han dado. Y sí aunque yo podría pasarme los días caminando por las calles de Calcuta buscando niñas para rescatar, el hecho de ser una figura pública hace que haya muchas otras cosas que puedo hacer para ayudar, que no todo el mundo puede hacer.

HACIENDO BULLA

POR LO GENERAL siempre he intentado vivir mi vida de la manera más sencilla posible; no me gusta ser el centro de atención cuando estoy fuera del escenario. De hecho, cuando comencé con la fundación, yo lo quería hacer sin que nadie lo supiera porque lo estaba haciendo como un deseo personal de ayudar a los niños, no para mostrarle al mundo lo que hago o para hacerme lucir bien. Mucha gente me incitaba a que se lo anunciara al mundo para que todos se enteraran, pero yo lo último que quería era que la gente pensara que lo estaba haciendo por conseguir atención o publicidad. Lo que me importaba era ayudar a los niños de la mejor manera posible, no que la gente se enterara de que «Ricky Martin hace esto» o «Ricky Martin hace aquello». Pero unos activistas con los que trabajé hace unos años me hicieron ver que yo estaba equivocado.

—¿Cómo que no quieres que nadie lo sepa? —me dijeron—. ¡Eso es tontería! Necesitamos tu voz. Nosotros llevamos años y años haciendo esto, y la gran mayoría de la gente nos ignora. Pero si alguien como tú, un artista reconocido y admirado por el público, se pone a gritar nuestro mensaje a los cuatro vientos, ¿no crees que tendrá un mayor efecto? La gente te prestará atención. Tal vez no te hagan caso, pero por lo menos sí te prestarán atención, y eso de por sí ya es un adelanto.

El hecho de que como artista yo tenga ese poder de convocatoria y pueda crear algún tipo de conciencia es maravilloso. Desmond Child una vez me dijo: «Ricky, no te avergüences de tener ese poder. ¡Úsalo! No todo el mundo lo tiene. Cada cual viene al mundo con su misión y por eso Mahatma Gandhi fue y sigue siendo Mahatma Gandhi, por eso Martin Luther King Jr., fue Martin Luther King Jr., y el Dalai Lama es el Dalai Lama. No estoy diciendo que tengas que ser como ellos, pero, hombre, cuando tú hablas, la gente escucha».

Pero el que lo va a hacer sólo para llamar la atención de los medios es mejor que no lo haga. Que lo haga porque le sale del corazón. Sin embargo, yo no puedo culpar a la persona que no lo hace. A lo mejor hay algunos de mis colegas que no prestan su voz a una causa porque aún no han encontrado la que de verdad los mueve y los motiva. Puede ser que hasta el momento no se han encontrado frente a frente con ese problema que los obligue a ponerse de pie y decir, «¡basta ya!» Yo trabajé como loco durante casi trece años antes de tener este despertar y esta necesidad de hablar de esto. Y aunque es tentador pensar en todo lo que habría podido hacer si hubiera comenzado antes, la verdad es que no habría podido porque en la vida todo llega en su momento y no antes o después. Yo me encontré con esas niñas en el momento exacto en que debía encontrármelas, porque ese era el momento en que yo estaba listo para dar algo más.

Hay gente que me pregunta si decidí luchar contra la explotación de los niños porque yo de niño me sentí explotado cuando estaba en Menudo, ¡y el hecho es que no puede haber nada más lejano a la realidad! Yo trabajé desde muy chico en algo que me fascinaba, la música. Y lo hacía porque yo quería hacerlo, no porque era obligado. Tuve una infancia maravillosa, única y extraordinaria. Si yo elegí esta causa es porque fue la que apareció en mi camino y me removió las entrañas. Me conmovió. Y considero que si veo lo que está sucediendo y no hago nada al respecto, entonces yo lo estoy permitiendo, estoy siendo cómplice. Si nosotros, que estamos todos juntos aquí en la tierra, no nos cuidamos entre unos y otros, ¿entonces quién va a hacerlo? Es nuestro deber. Todos tenemos una responsabilidad en el camino espiritual. Puede ser combatir la trata humana, puede ser ayudar a los ancianos, puede ser asistir a los desamparados, luchar por los derechos de la igualdad para la comunidad lgbt (lesbiana, gay, bisexual y transgénero) o darle de comer a los hambrientos, pero todos tenemos la obligación de amparar a los menos afortunados y cuidar de los más necesitados.

Así que comenzamos a hacer bulla. Empecé a hacer más y más cosas porque quería crear conciencia: quería que todo el mundo escuchara lo que tengo que decir y que juntos luchemos contra esta epidemia. Y la bulla funcionó porque al cabo de un tiempo varias organizaciones de mucha credibilidad se interesaron en crear alianzas con la Fundación Ricky Martin. Estas alianzas fueron muy importantes porque yo sabía que no podía hacer mucho si lo hacía todo solo. En el mundo de la filantropía, las alianzas son esenciales. Aunque tenga una idea muy clara de lo que quiero hacer, eso no quiere decir que sepa cómo hacerlo. Una cosa es decir: «Quiero ayudar a las niñas», y otra es salir al terreno a ayudarlas. Por eso yo tenía que encontrar otras organizaciones que tuvieran experiencia trabajando por las causas que más me importan. A partir de ese momento comenzamos a trabajar con instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo, UNICEF, Save the Children, ATEST (siglas en inglés de la Alianza contra la Esclavitud y la Trata), Johns Hopkins University, OIM (Organización Internacional para las Migraciones), la Universidad de Puerto Rico, la Florida Coalition Against Human Trafficking (la Coalición de la Florida contra la Trata Humana) e incluso Microsoft.

Uno de los programas que desarrollamos con Microsoft nos llevó a combatir un problema en particular. Desafortunadamente hoy en día una de las formas más fáciles de traficar niños es a través de internet. Los traficantes se meten a los foros de discusión de los niños y empiezan a chatear con ellos, a hacerse amigos mientras que los niños, por supuesto, no saben que están conversando con un adulto. Y mientras que los padres piensan que sus hijos están chateando con los amigos, en realidad están hablando con un traficante desde la sala de su propia casa. Es algo alarmante. Para crear conciencia acerca de este problema, unimos fuerzas con Microsoft para crear el programa Navega Protegido, una iniciativa para cuidar a los niños en el ciberespacio. Navega Protegido es una campaña que educa tanto a los niños, como a los padres y a los maestros —es muy importante que se eduquen los padres y los maestros— acerca de los riesgos que existen cuando se navega en internet.

Aunque no podamos impedir por completo que este tipo de acoso siga sucediendo, por lo menos podemos crear conciencia, y eso no tiene precio. Pusimos anuncios en el transporte público que decían: «¿Sabe con quién está chateando su hija?» Y en los aeropuertos, que son el lugar donde agarran a los niños secuestrados y los montan en un avión para llevárselos a otros países. Allí por lo menos podemos poner una advertencia: «¿Sabes a dónde estás viajando? ¿Conociste esta persona en internet?»

Después de eso, lanzamos el proyecto Llama y Vive, en el que establecimos un teléfono gratuito al que pueden llamar las víctimas para encontrar ayuda. Hicimos campañas publicitarias para dar a conocer los números y recibimos una reacción increíble. Un día a una estación de radio en donde salió el anuncio llegó una mujer y dijo: «Hola, es que escuché la campaña de Llama y Vive, y yo no tengo teléfono. Pero yo soy víctima». Por supuesto, la gente de la radio llamó de inmediato a las autoridades, y las autoridades se comunicaron con nosotros para que ayudáramos a esta mujer con su rehabilitación. Y así, rescatamos una más.

Los esfuerzos de la Fundación Ricky Martin continúan extendiéndose y siempre estamos buscando nuevas maneras de combatir la trata humana. A comienzos de 2010, en colaboración con la corporación financiera Doral, lanzamos un nuevo programa comunitario para movilizar la conciencia social. Yo creo y estoy convencido de que éste es un problema que sí podemos acabar. Por más inmenso que sea, por más extendido que esté en todos los países del mundo, yo sé que si logramos crear más conciencia, y si hacemos que vean con sus propios ojos los peligros que corren los niños del mundo, podemos cambiar la situación.

DESASTRES NATURALES

UNA DE LAS cosas que muy poca gente sabe de la trata humana es que los traficantes muchas veces se aprovechan de situaciones extremas como terremotos, inundaciones o guerras para llevarse a niños que están en situaciones de mucha vulnerabilidad. Algunas de las experiencias más intensas que yo haya vivido desde que comencé a luchar en contra de la trata han sido cuando he ido a visitar lugares afectados por desastres naturales, como lo fueron el tsunami de 2004 y el terremoto de Haití en 2010. Nunca jamás podré borrar esas imágenes de mi mente y la verdad es que no quiero: no quiero olvidarme de toda la destrucción, el dolor y la desolación que vi porque no quiero olvidarme que todos los días tengo que seguir luchando por mi causa.

El tsunami azotó a las 9:33 de la mañana del 26 de diciembre, 2004, en la playa de Patong, Tailandia. Según los testigos, la primera ola medía unos 10 metros de altura. Arrasó con todo en su paso. Volcó carros, derribó edificios, tumbó árboles y machacó los escombros con sus turbulentas aguas. Las olas causaron daños masivos y miles de muertes en Indonesia, Tailandia, Sri Lanka, India, Somalia y las Islas Maldivas. Dejó un saldo de casi 287.000 muertos y más de 50.000 desaparecidos. Un tercio de los muertos eran niños.

Aunque la noticia corrió de inmediato por todos los medios, yo no me enteré. Yo estaba en una isla privada en Puerto Rico celebrando mi cumpleaños con un grupo de amistades. Estaba completamente incomunicado del mundo en una isla en donde a pesar de tener todos los medios de comunicación, yo quería estar desconectado, y la verdad es que fue una semana en la que ni siquiera miré el móvil. No sabía lo que estaba pasando en Puerto Rico, mucho menos al otro lado del mundo. Sólo me estaba divirtiendo, bañándome en el mar, descansando en la arena, cantando y tocando música.

Así que no fue hasta el día 2 o 3 de enero, cuando volví a San Juan, que me enteré del tsunami. Mi primera reacción fue de total angustia. Pensé que si el tsunami hubiera sido en el Atlántico en lugar del otro lado del mundo, yo quizás habría desaparecido de la faz de la Tierra porque estaba en una isla tan plana que no habría tenido a donde correr. Creo que porque venía de haber pasado tantos días tranquilos, relajándome en el mar, me impactó aún más el hecho de que ese mismo mar en el que yo me había estado bañando, al otro lado del planeta de un instante a otro se había convertido en un monstruo.

Se me estremeció todo. En la televisión vi el caos que existía, la devastación, los miles de muertos y desaparecidos, los niños que andaban perdidos buscando a sus padres y a sus madres que sabe Dios qué les había pasado. Y, de repente, caí en cuenta de que era un escenario perfecto para los traficantes: había miles de niños traumatizados, huérfanos, perdidos, desamparados, que estaban listos a aceptar el socorro de quien fuera que se los ofreciera. Una vez que ese pensamiento me pasó por la cabeza, no hubo quién me lo borrara. Sabía que esos niños corrían peligro y tenía que hacer algo. Rápido.

Llamé al director ejecutivo de la fundación en aquel entonces y le dije:

—Hombre, tenemos que ir a Tailandia ahora mismo.

—Está bien —me dijo—. ¿Y qué vamos a hacer ahí?

—¡No sé! —le respondí—. Sólo sé que tenemos que ir y tenemos que hacer bulla para que la gente preste atención a lo que está sucediendo.

Sabía que era uno de esos momentos en los que sería importante utilizar mi poder de convocatoria. Estaba listo para pararme en el techo de cualquier edificio y gritar: «¡Ojo! Ahora mismo pueden estar traficando a los niños. Ahora mismo los pueden estar secuestrando».

Y eso fue más o menos lo que hicimos. Invitamos a una escritora puertorriqueña que había viajado mucho con nosotros. Cada vez que íbamos a una misión para los niños en Jordania, o Calcuta, ella nos había acompañado para documentar todo lo que pasaba. Mientras nos alistábamos para partir, llamó también una productora del programa de Oprah Winfrey para preguntar si íbamos a hacer algo. Entonces la invitamos a que se uniera a nosotros, y así fue que terminamos en compañía de las cámaras de uno de los programas más vistos en el mundo. Era imposible pensar en un equipo más perfecto. Todavía no habíamos llegado, ¡pero ya sabíamos que bulla sí íbamos a hacer!

Salimos en avión de San Juan a Nueva York, de Nueva York a Londres y luego de Londres a Bangkok. Cuando estábamos en la etapa de Nueva York a Londres, con la prensa y las cámaras montadas en el avión, todavía no teníamos itinerario. Es decir, el viaje se había armado tan rápido que ni siquiera habíamos tenido tiempo de planear lo que íbamos a hacer. Tal como iban las cosas, cuando aterrizáramos en Bangkok íbamos a tener que decirle a todo el mundo: «Esperen un momento, por favor, mientras vamos a alquilar un carro…» Lo digo hoy y me río, pero la verdad es que en ese momento mi mente y la de todo mi equipo iba a mil por hora porque no existía una logística detallada de lo que íbamos a hacer, que no es como yo estoy acostumbrado a trabajar, y seguro que la gente de Oprah tampoco. Pero ésta era una misión dictada por el corazón y dentro de todo el caos yo decretaba y repetía constantemente en forma de mantra: «Todo va a salir bien, todo va a salir bien».

Así que, estando en Nueva York, el que era en esa época director ejecutivo de la fundación estaba en el teléfono con la embajada tailandesa en Washington, D. C., diciéndoles a ellos que Ricky Martin estaba en camino para su país y que quería ayudar de cualquier manera que fuera posible. Estaba siguiendo los consejos de los activistas que me decían que no tuviera miedo de prestar mi nombre a una causa en la que creo.

Llegamos al aeropuerto de Heathrow y mi director ejecutivo volvió a comunicarse con la embajada de Tailandia en Washington y nos enteramos de que el embajador estaba muy contento de que quisiéramos ayudar y nos ofrecería todo su apoyo. Una vez más el cosmos había conspirado para que todo se diera de una manera muy mágica… O tal vez es que el poder de la mente es maravilloso. En esas horas de estrés, mi mantra ayudó mucho, de eso no tengo la menor duda.

Cuando llegamos a Bangkok ya todo estaba resuelto. Nos fueron a recoger al aeropuerto y tuvimos una reunión con el primer ministro Thaksin Shinawatra, donde nos enteramos de más detalles de lo que estaba sucediendo y cómo se estaba manejando la situación. Entonces nos llevaron a las áreas más afectadas.

Era increíble. El terremoto que causó el tsunami sacudió las calles en la isla de Phuket a las 7:58 a.m., hora local, tumbando peatones y motociclistas, y haciendo que los conductores perdieran control de los carros. La magnitud del terremoto, 9,1 en la escala de Richter, se considera la tercera más alta desde la existencia del sismógrafo; fue tan fuerte que causó que el planeta entero temblara y se moviera de su eje casi un grado. El epicentro principal fue a casi 500 kilómetros de Phuket, al oeste de Sumatra, en el fondo del mar. (La magnitud más grande que jamás se haya registrado fue durante el gran terremoto de Chile de 1960, también conocido como el Terremoto de Valdivia, que causó un tsunami que devastó a Hilo, Hawai, a más de 10.000 kilómetros del epicentro.)

El primer temblor duró más de ocho minutos. Cuando terminó, lo peor todavía estaba por venir. Aproximadamente una hora y media después del terremoto, la gente que se estaba bañando en las playas de Phuket notó que el mar retrocedió ligeramente. Unos salieron a investigar y a recoger los peces que se quedaron varados por el retiro del agua. Los que estaban en la playa de Maikhao en el norte de la isla, tuvieron mucha suerte porque una niña inglesa de diez años había estudiado tsunamis en una clase de geografía en su escuela primaria y reconoció los indicios de un tsunami inminente. Se lo explicó a su mamá y a su papá y la familia alertó a los demás en la playa y todos pudieron escapar. No muy lejos de ahí, un maestro escocés también reconoció las señales de lo que venía y pudo llevar un autobús lleno de turistas y residentes locales a un lugar seguro.

Desafortunadamente en otras zonas no sucedió lo mismo. Muchos salieron a investigar, o se quedaron ahí tranquilos sin siquiera darse cuenta. Minutos después llegó la primera marejada y el impacto tiró botes y carros, destrozó casas y arrancó árboles.

Unos treinta minutos después llegó la segunda ola y treinta minutos más tarde la más fuerte de todas, que se estima alcanzó unos 30 metros de altura, o casi 100 pies. Ésa convirtió las calles en un río violento y turbio, lleno de escombros, que llegó al segundo piso de los edificios y causó daños a 4 kilómetros de la playa.

Por todo el océano Índico se desplegaron tsunamis de similar magnitud, chocando contra las costas de Bangladesh, Indonesia, Sri Lanka y, siete horas después del terremoto inicial, Somalia. El tsunami fue el más mortífero de la historia y dejó devastada a toda una región que hasta el día de hoy está luchando por reconstruirse.

Cuando llegué a Tailandia unos diez días después de que ocurriera el terremoto, me llevaron a una de las zonas más afectadas, pero me dicen que otras partes eran cinco veces peor de lo que vi. Me cuesta mucho trabajo imaginarlo porque donde yo estaba, las cosas pintaban muy mal. La escuela se había convertido en un hospital, un hogar se había convertido en escuela y el templo budista se había convertido en una morgue. Así que el templo, aquel lugar donde normalmente uno va a encontrar la vida espiritual, se encontraba, en ese momento, poblado de la muerte física. Imagina eso.

Pero en medio de tanta destrucción, también había esperanza. Muchos niños quedaron huérfanos y yo sentía que por ellos yo todavía podía hacer algo. Todavía los podía ayudar. Lo que sucede es que los traficantes se aprovechan durante los desastres naturales. Se aprovechan de la desesperación y salen a las calles a pescar. Saben que habrá niños perdidos, sin familia y asustados. Cuando encuentran a un niño llorando por su madre, saben que ese niño va a creerle a cualquiera que les diga: «Yo sé donde están tus padres. Ven conmigo».

Así se los llevan. Y por eso es que yo quise ir allí. Donde haya un desastre natural, donde sea que haya caos, allí esta la oportunidad que busca el traficante para aprovecharse de los más débiles y robarles sus derechos más básicos.

En un hospital donde se alojaba a los huérfanos conocí el más joven sobreviviente del tsunami al que le pusieron Baby Wave, que quiere decir «Niño Ola». Baby Wave apareció en el centro de la ciudad flotando encima de un colchón y era bebé con tan sólo unos días de nacido. Le habían pegado una nota a la ropa que decía: «Encontré este niño en la zona de la playa, pero no tengo para darle de comer. No tengo nada para él. Por favor, cuídenlo».

Era un milagro dentro de toda la destrucción, y las enfermeras lo estaban protegiendo como si fuera una joya. Pero tenían que esconderlo en una oficina y vigilarlo día y noche, porque en cuanto salió en la prensa que se había encontrado el más joven sobreviviente del tsunami, empezaron a aparecer personas de todos lados que decían que eran su mamá y su papá, o que eran un tío. Pero cuando las enfermeras les decían que estarían encantadas de hacerles una prueba de ADN, todos desaparecían.

Hubo personas que hasta llegaron a hacerse pasar por médicos, diciendo que se lo tenían que llevar a otro hospital a hacerle tal o tal prueba. Era todo mentira. Eran traficantes que querían llevárselo para venderlo o sabe Dios qué. El amor del que dieron prueba las enfermeras que cuidaban de Baby Wave es inspirador y jamás olvidaré el momento en que lo alcé en mis brazos. Representaba la esperanza.

En medio de tanta muerte y tanto dolor, también vi cosas preciosas. Conocí, por ejemplo, a una mujer que convirtió su casa en una escuela porque pensaba que era importante que los niños sobrevivientes no se quedaran sin un lugar donde estudiar. Era una casa muy humilde, con un piso de tierra, y quedaba en un pequeño pueblo pesquero de Tailandia. Todas las mañanas le llegaban sesenta niños y ella los ponía en un espacio pequeño en el interior de la casa donde puso un pizarrón para que ellos leyeran y escribieran cosas. Eran de todas las edades. Tenían unas sillitas y unas tablas de madera. Para nosotros tal vez no es mucho, pero en verdad no les hacía falta nada. Tenían comida y agua, una casa tranquila y limpia en donde estudiar y tenían quien los cuidara.

La mujer que les abrió la casa era muy inteligente porque ella reconoció que no sólo se trataba de que esos niños siguieran con sus estudios, lo que más necesitaban era estar ocupados. Era importante que mantuvieran sus mentes ocupadas para que no tuvieran tiempo de pensar demasiado en la tragedia que estaban viviendo. También, el hecho de estar ahí con ella a todas horas del día los mantenía protegidos porque si esos niños no estuviesen en una escuela o en un sitio donde alguien los cuidara, serían presa fácil para los traficantes.

Esa mujer vio la necesidad que tenían esos niños e hizo lo que pudo para ayudar. Y el que se haya dedicado a cuidar de esos sesenta niños en aquel momento de tragedia tuvo un impacto enorme en sus vidas.

Después de pasar unos días visitando las diferentes zonas damnificadas, volví a Puerto Rico e hice una recaudación de fondos. Fue un desayuno en San Juan, donde invité a empresarios, banqueros y otras personas destacadas de la isla. Allí en ese desayuno les hablé y di testimonio de lo que había visto. Les hablé del dolor que había sentido al ver tanta destrucción y del coraje que me daba ver lo que estaba sucediendo, y los invité a que se unieran a mí para enviar ayuda a las zonas damnificadas. Al igual que los suecos, los noruegos, los finlandeses, los rusos, los chinos y los hindúes estaban todos trabajando para dar una mano, yo necesitaba que en Puerto Rico nosotros también hiciéramos algo. Algo.

Estas personas y muchas otras contribuyeron para construir casas para algunos de los damnificados en Tailandia. Pero como yo no tengo el conocimiento y la experiencia que se requiere para un proyecto así, nos asociamos con Habitat for Humanity (Hábitat para la Humanidad), una organización sin fines de lucro que se dedica a construir casas para gente necesitada en noventa países en todo el mundo. Hablé con el primer ministro de Tailandia y él fue muy amable y me ayudó a encontrar un terreno en donde se pudieran construir. La mayor parte del dinero para la construcción se recaudó mediante diversos esfuerzos y nosotros en la fundación donamos una cifra igual a lo recaudado. Junto con las conexiones de Habitat for Humanity y todo el trabajo voluntario que existía, pudimos hacer muchísimo. Algunas personas de la zona donaron los materiales de construcción. Gracias a todo ese trabajo y toda esa ayuda, en total pudimos construir 224 casas.

Me dio una satisfacción tremenda. Todos agarramos martillos y le metimos mano. Yo también puse cemento y ladrillo. La verdad es que soy malísimo para construir, pero había tanta gente que en su vida no habían puesto ladrillo, que yo era sólo uno entre muchos. Nos divertimos bastante. No llegué a construir una casa entera, pero sí creo que terminé una pared… ¡espero que no se les haya caído!

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