Voces de Chernóbil

Voces de Chernóbil


Primera parte. La tierra de los muertos » Monólogo acerca de que el hombre solo se esmera en la maldad y de qué sencillo y abierto está a las palabras simples del amor

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MONÓLOGO ACERCA DE QUE EL HOMBRE SOLO SE ESMERA EN LA MALDAD Y DE QUÉ SENCILLO Y ABIERTO ESTÁ A LAS PALABRAS SIMPLES DEL AMOR

He huido… He huido del mundo. Durante un tiempo vagabundeé por las estaciones; las estaciones me gustan, porque hay mucha gente y uno está solo. Luego me vine aquí. Aquí estoy a mis anchas.

Mi propia vida la he olvidado. No me pregunte por ella. Lo que he leído en los libros lo recuerdo, también lo que me ha contado otra gente; pero mi vida la he olvidado. Era muy joven. Y llevo un gran pecado… No hay pecado que el Señor no llegue a perdonar si es sincero el arrepentimiento que uno muestra.

Así son las cosas. La gente es injusta, solo el Señor es infinitamente paciente y caritativo.

Pero… ¿Por qué? No hay respuesta. El hombre no puede ser feliz. No debe serlo. Vio el Señor que Adán estaba solo y le dio a Eva. Para que fuera feliz y no para que pecara.

El hombre, en cambio, no consigue eso de ser feliz. Yo, por ejemplo, no puedo con los atardeceres. La oscuridad. Este tránsito… Como el de ahora mismo. El paso del día a la noche. Me paro a pensar y no logro comprender dónde he estado antes. ¿Dónde está mi vida? Ya ve…

Y me da igual: puedo vivir y puedo no vivir. La vida del hombre es como la hierba, que crece, se seca y se arroja al fuego.

Me ha entrado el gusto de pensar. Aquí puedes morir igual de una fiera que por culpa del frío. Y de tus pensamientos. En decenas de kilómetros no hay ni un alma.

Los demonios se expulsan con el ayuno y la oración. El ayuno es para la carne y la oración para el alma. Pero nunca estoy solo, el creyente nunca puede estar solo. Así son las cosas. Voy de aldea en aldea.

Antes encontraba macarrones, harina… Aceite… Conservas… Ahora consigo algo junto a las tumbas. Lo que les dejan a los difuntos: comida, bebida. A ellos no les hace falta. Y no se enfadan conmigo.

En el campo recojo algún cereal silvestre. En el bosque, setas, bayas. Aquí estoy a mis anchas. Leo mucho.

Abramos las páginas sagradas. El Apocalipsis de San Juan: «Y cayó del cielo una estrella que ardía como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos y de las fuentes del agua. Y el nombre de esta estrella es “ajenjo”. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo y un sinnúmero de hombres perecieron por las aguas, porque estas se tornaron amargas».

Y descubro la verdad de esta profecía. Todo está escrito, anunciado en los libros sagrados, pero no sabemos leer. Nos cuesta entender. El ajenjo en ucraniano se llama «chernóbil». Y en las palabras se nos manda una señal. Pero el hombre es vanidoso, ruin… y pequeño.

En el padre Serguéi Bulgákov he leído lo siguiente: «Dios, sin duda, ha creado el mundo, o sea que el mundo en modo alguno puede no salir bien», y es necesario «soportar con valor y hasta el final la historia». Ya ve.

Y otro dice… No recuerdo el nombre… Me acuerdo de la idea: «El mal no es en esencia una sustancia, sino la ausencia del bien; del mismo modo que las tinieblas no son más que la ausencia de luz».

Aquí es sencillo dar con libros; es fácil encontrarlos. Un botijo de barro vacío no lo encuentras, como tampoco darás con cucharas o tenedores, pero los libros siguen ahí. No hace mucho me encontré un librito de Pushkin… «La idea de la muerte, mi alma acaricia». Esto recuerdo. Ya ve qué cosas… «La idea de la muerte».

Aquí estoy solo. Pensando en la muerte.

Me he aficionado a pensar. El silencio ayuda a prepararte. El hombre vive entre la muerte, pero no comprende qué es.

Estoy solo… Ayer eché a una loba y sus lobeznos de la escuela; allí se habían instalado.

¿Es verdadero el mundo grabado en la palabra? Esta es la pregunta. La palabra se halla en medio entre el hombre y el alma. Ya ve…

Y le diré más: las aves, los árboles, las hormigas… ahora me resultan más cercanos que antes. Antes no me conocía sentimientos parecidos. Ni me los suponía. También he leído en alguien: «Un universo sobre nuestras cabezas y un universo a nuestros pies». Pienso en todos ellos. El hombre da pavor. Y es extraño… Pero aquí uno no tiene ganas de matar a nadie. Pesco, tengo una caña. Ya ve. Pero a los animales no les disparo. Ni pongo trampas.

Mi personaje preferido, el príncipe Mishkin[20], decía: «¿Acaso puede alguien ver un árbol y no ser feliz?». Pues eso… Me gusta pensar. En cambio, el hombre acostumbra más a quejarse, pero no piensa.

¿Para qué observar el mal? Que te solivianta, está claro… El pecado tampoco es algo físico. Es necesario reconocer lo no existente. Ya lo dice la Biblia: «Para el iniciado será otra cosa, para los demás es parábola». Tomemos un ave… U otro ser vivo… No podemos entenderlos, porque ellos viven para sí y no para los demás. Ya ve. Dicho en una palabra, a nuestro alrededor todo es pasajero.

Todo lo vivo anda sobre cuatro patas, mira a la tierra y a la tierra tiende. Solo el hombre se yergue sobre el suelo y alza manos y cabeza hacia el cielo. Hacia la oración. Hacia Dios. La anciana reza en la iglesia: «Señor, perdona nuestros pecados». Pero ni el científico, ni el ingeniero ni el militar se reconocen pecadores. Pues piensan: «No tengo nada de que arrepentirme. ¿Por qué debo arrepentirme?». Ya ve…

Mis oraciones son sencillas. Rezo en silencio. ¡Señor, llévame a tu lado! ¡Escúchame! ¡El hombre solo se esmera en la maldad. Pero qué sencillo y abierto se muestra a las palabras sencillas del amor!

Hasta en los filósofos la palabra es algo aproximado respecto a la idea que han captado. La palabra solo responde de modo absoluto a lo que llevamos en el alma en la oración, en la idea hecha plegaria. Es algo que noto físicamente. Señor, llévame a tu lado. ¡Escúchame!

Y el hombre también…

Yo temo al hombre. Y, a la vez, siempre quiero encontrarlo. A un buen hombre. Ya ve…

Pero aquí viven solo o bandidos o gentes como yo. Mártires.

¿El apellido? No tengo papeles. Se los quedó la milicia. Me pegaron:

—¿Qué andas dando tumbos por ahí?

—Yo no voy dando tumbos, sino que purgo mi pena.

A lo que ellos me respondían con más golpes. Golpes en la cabeza…

De manera que escriba usted: Nikolái, siervo de Dios. Ahora ya un hombre libre.

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