Voces de Chernóbil
Segunda parte. La corona de la creación » Monólogo acerca del paisaje lunar
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MONÓLOGO ACERCA DEL PAISAJE LUNAR
De pronto empecé a dudar, ¿qué es mejor, recordar u olvidar? Pregunté a los amigos. Unos lo han olvidado, otros no quieren recordar, porque nosotros no podemos cambiar nada, ni siquiera podemos marcharnos de aquí. Ni siquiera eso.
¿Qué es lo que recuerdo? Durante los primeros días después del accidente, desaparecieron de las bibliotecas los libros sobre radiaciones, sobre Hiroshima y Nagasaki, hasta los que trataban de los rayos X. Corrió el rumor de que había sido una orden de arriba, para no sembrar el pánico. Para nuestra tranquilidad. Hasta contaban una broma así: Si Chernóbil hubiera saltado por los aires en tierras de los papúas, todo el mundo se habría dado un gran susto, menos los propios papúas. Ni una sola recomendación médica, ninguna información. Quien pudo se consiguió pastillas de yoduro sódico (en las farmacias de nuestra ciudad no estaban a la venta, era imposible conseguirlas si no era bajo mano y por una fortuna). Sucedía que alguna gente se tragaba un puñado de estas pastillas y luego se bebía un vaso de alcohol. Para acabar en una ambulancia camino de urgencias.
Llegaron los primeros periodistas extranjeros. El primer grupo de filmación. Llevaban unos monos de plástico, con cascos y con botas y guantes de goma; hasta la cámara iba en una funda especial. Los acompañaba una de nuestras muchachas, la traductora. Ella iba con traje de verano y zapatillas.
La gente se creía cualquier texto impreso, aunque nadie escribía la verdad. Ni la decía. Por un lado, la escondían; por otro, no todos comprendían. Desde el secretario general hasta el barrendero. Luego empezaron a aparecer ciertos indicios claros; todos estaban atentos a aquellas señales: mientras en la ciudad o en el pueblo hubiera gorriones o palomas, en aquel lugar se podía vivir. Si las abejas volaban es que el aire estaba limpio. Un día, un taxista me comentaba perplejo: ¿Por qué los pájaros caían como ciegos contra el cristal delantero? ¿O es que se habían vuelto locos? Aquello era lo más parecido a un suicidio. Acabado su turno de trabajo, para olvidarse de aquello, se fue de copas con sus compañeros.
Recuerdo un día que regresaba de un viaje de trabajo. Era la visión de un auténtico paisaje lunar. A ambos lados de la carretera, hasta tocar el horizonte, se extendían los campos cubiertos de dolomita blanca. Habían arrancado y enterrado la capa superior contaminada de la tierra, y en su lugar lo habían cubierto todo con arena de dolomita. No parecía la Tierra. No era la Tierra. Esta visión me persiguió durante largo tiempo. Quise incluso escribir un relato. Me imaginé lo que pasaría aquí, qué habría dentro de cien años: algo parecido a un hombre o a alguna cosa que avanzaba a saltos con sus cuatro patas, lanzando hacia atrás sus largos cuartos traseros y levantando las rodillas; una criatura que por la noche lo veía todo con su tercer ojo, y que, con su única oreja, clavada en la cresta de la cabeza, oía incluso el correr de una hormiga. Solo habían quedado las hormigas, todos los demás habitantes del cielo y de la tierra habían muerto.
Mandé el relato a una revista. Me respondieron que no se trataba de una obra literaria, sino de la descripción de una pesadilla. Me había faltado talento, por supuesto. Pero en aquella respuesta tengo la impresión de que había otra razón. Se me ocurrió pensar: ¿Por qué no se escribe nada sobre Chernóbil? ¿Por qué nuestros escritores tratan tan poco el tema de Chernóbil?; siguen escribiendo sobre la guerra, sobre los campos de trabajo, pero de esto nada. Habrá uno o dos libros y se acabó. ¿Cree usted que es una casualidad? El acontecimiento aún se encuentra al margen de la cultura. Es un trauma de la cultura. Y nuestra única respuesta es el silencio. Cerramos los ojos como niños pequeños y creemos habernos escondido y que el horror no nos encontrará. Hay algo que se asoma del futuro, pero es algo que no sintoniza con nuestros sentimientos. Ni con nuestra capacidad de experimentar. Pegas la hebra con una persona, esta se te pone a contar y luego te agradece que lo hayas escuchado. No te habrá entendido, pero al menos te ha escuchado. Porque tampoco él lo ha entendido. Como tampoco tú… Ya no me gusta leer ciencia ficción.
Así pues, ¿qué es mejor? ¿Recordar u olvidar?
YEVGUENI ALEXÁNDROVICH BROVKIN, profesor de la Universidad Estatal de Gómel