Veo una voz

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Notas

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Notas

[1] Aunque el método de Ponce de León nunca se publicó, sus contemporáneos españoles lo conocieron bien y lo difundieron, sobre todo Juan Pablo Bonet (que en 1620 publicó el primer libro del mundo sobre la enseñanza de los sordos). Todo esto se olvidó en gran parte en las últimas décadas del siglo XVIII, cuando Europa centró su atención en el abate De l'Epée y su método de enseñanza para sordos, que empleaba el lenguaje de señas. Los escritores españoles (en especial Juan Andrés Morrell) lo lamentaron, criticaron al abate «advenedizo» y se esforzaron por recordar a sus lectores que la enseñanza de los sordos era «un arte totalmente español» (Morrell, 1794). <<

[2] En 1792 se creó un aula para estudiantes sordos en San Fernando, y en 1800 un colegio para sordos en Barcelona; pero ninguno de los dos sobrevivió más allá de 1802. El colegio de Madrid, por el contrario, aún sigue funcionando, aunque con un método exclusivamente oral que habría indignado a sus fundadores. <<

[3] Uno de los hijos de don Jaime, don Alfonso, sería posteriormente presidente honorífico de la Confederación Nacional de Sordos de España. <<

[4] Esta enseñanza bilingüe y bicultural de los niños sordos es todavía cosa excepcional, pero se ha implantado en Suecia y Dinamarca (donde se admite oficialmente la Seña como idioma natural de los sordos), y en Venezuela y Uruguay. De hecho es notable que el ensayo innovador sobre este tema (de Johnson, Liddell y Erting, 1989) se haya traducido al español, con lo que los educadores españoles tienen libre acceso a esta obra tan reciente. <<

[5] Este artista, Gregorio J. Arrabal, presentó un informe detallado y conmovedor sobre su infancia como sordo y su vida posterior como artista sordo cada vez más prestigioso en España. Su ponencia se publicará, junto con otras muchas presentadas en Deaf Way, en un volumen que prepara la Gallaudet University Press de Washington, D.C. <<

[6] Aunque el término «seña» se utiliza habitualmente para indicar el Lenguaje de Señas Estadounidense o ameslán (American Sign Language), yo lo utilizo en este libro para referirme a todos los lenguajes de señas naturales, actuales y antiguos (por ejemplo el ameslán, el lenguaje de señas francés, el lenguaje de señas chino, el lenguaje de señas yiddish). Pero no incluye las versiones por señas de lenguajes hablados (por ejemplo, el inglés por señas), que son meras transliteraciones y carecen de la estructura de los lenguajes de señas auténticos. <<

[7] En la comunidad sorda hay quien establece esta distinción asignando a la sordera audiológica una «s» minúscula, para distinguirla de la Sordera con «s» mayúscula como entidad lingüística y cultural. <<

[8] Las notas, numerosas y a veces extensas, deben considerarse excursiones mentales o imaginativas que el viajero-lector puede emprender o evitar a su arbitrio. <<

[9] Esta colega, Lucy K., habla y lee los labios tan bien que yo no me di cuenta al principio de que era sorda. Hasta que giré un día la cabeza a un lado por casualidad cuando estábamos hablando, cortando así la comunicación instantáneamente sin saberlo, no advertí que no me oía sino que me leía los labios (lo de «leer los labios» es una expresión bastante impropia para designar ese arte complejo de observación, deducción e inspirada conjetura). Cuando a los doce meses le diagnosticaron sordera, sus padres mostraron enseguida un deseo ferviente de que su hija hablase y formase parte del mundo oyente y su madre consagró muchas horas diarias a una enseñanza individual e intensiva del habla, esfuerzo abrumador que duró doce años. Lucy no aprendió a hablar por señas hasta después, a los catorce años; la seña siempre ha sido para ella una segunda lengua que no le brota de forma «natural». Asistió a clases «normales» (para oyentes) en el instituto y en la universidad, gracias a su pericia en la lectura de los labios y a unos potentes audífonos, y ahora trabaja en nuestro hospital con pacientes oyentes. Tiene sentimientos contradictorios respecto a su situación: «A veces siento —dijo una vez— que estoy entre dos mundos, y no encajo del todo en ninguno.» <<

[10] Antes de leer el libro de Lane había abordado a los pocos pacientes sordos que había tenido a mi cuidado con criterios puramente médicos, como «ontológicamente lisiados» o «enfermos del oído». Después de leerlo empecé a mirarlos con otra perspectiva, sobre todo después de observar a tres o cuatro de ellos hablando por señas con una vivacidad y una animación que antes no había sabido ver. Sólo a partir de entonces empecé a considerarles Sordos con mayúscula, miembros de una comunidad lingüística distinta. <<

[11] Ha habido en Inglaterra desde «Voices from Silent Hands» (Horizon, 1980) media docena de programas importantes como mínimo. En Estados Unidos ha habido varios (sobre todo algunos excelentes de la Universidad Gallaudet, como «Hands Full of Words»). El más importante y reciente de ellos es el extenso documental en cuatro partes de Frederick Wiseman titulado Deaf and Blind, que emitió la televisión pública en 1988. Ha habido también en televisión un número creciente de obras de ficción sobre la sordera. Por ejemplo, en un episodio de enero de 1989 de la nueva «Star Trek», titulado «Louder than a Whisper», el actor sordo Howie Seago interpretaba a un embajador de otro planeta que era sordo y hablaba por señas. <<

[12] Wright, 1969, pp. 200-201. <<

[13] Así era en realidad en 1969, cuando se publicó el libro de Wright. Desde entonces ha habido un verdadero aluvión de trabajos sobre la sordera escritos por sordos, el más notable de los cuales es Deaf in América: Voices from a Culture, de los lingüistas sordos Carol Padden y Tom Humphries. Se han publicado también novelas sobre sordos escritas por sordos, por ejemplo Islay, de Douglas Bullard, que intenta reflejar las percepciones características, el flujo de conciencia, el diálogo interior de quienes hablan por señas. Para otros libros de escritores sordos, véase la bibliografía fascinante que incluye Wright en Deafness. <<

[14] Wright, 1969, p. 25. <<

[15] Wright utiliza la expresión de Wordsworth «música ocular» para esas experiencias, incluso cuando no van acompañadas de fantasma auditivo, expresión que utilizan varios escritores sordos como metáfora de su percepción de la belleza y de las pautas visuales. Se usa sobre todo en los motivos repetidos (las «rimas», las «consonancias», etc.) de la poesía en lenguaje de señas. <<

[16] Wright, 1969, p. 22. <<

[17] Hay, desde luego, un «consenso» de los sentidos: los objetos se oyen, se ven, se tocan, se huelen, a la vez, de modo simultáneo; su sonido, visión, olor y textura se presentan juntos. La experiencia y la asociación son las que establecen esta correspondencia. No es, en general, una cosa de la que tengamos conciencia, aunque nos sorprenderíamos mucho si algo no sonara según su apariencia, si uno de nuestros sentidos diese una impresión discrepante. Pero se nos puede hacer cobrar conciencia de la correspondencia de los sentidos, de un modo bastante súbito y sorprendente, si se nos priva de pronto de uno de ellos, o si recuperamos uno. Así, David Wright «oía» el habla cuando se quedó sordo; un paciente mío anósmico «olía» las flores siempre que las veía; y Richard Gregory (en su artículo «Recovery from early blindness: a case study», reeditado en Gregory, 1974) explica el caso de un paciente que supo leer la hora que marcaba el reloj en cuanto recuperó la vista tras una operación (era ciego de nacimiento); antes tocaba las manecillas de un reloj sin cristal, pero pudo hacer una transferencia «transmodal» instantánea de esta información táctil a lo visual en cuanto empezó a ver. <<

[18] El que se oigan (es decir, se imaginen) «voces fantasmas» cuando se leen los labios es muy característico de los sordos postlingüísticos, para los que el habla (y el «diálogo interior») ha sido antes una experiencia auditiva. No se trata de «imaginar» en el sentido ordinario, sino más bien de una «traducción» instantánea y automática de la experiencia visual a una percepción auditiva correspondiente (basada en la experiencia y en la asociación), traducción que es probable que tenga una base neurológica (de conexiones audiovisuales sedimentadas por la experiencia). Esto no sucede, como es natural, en el caso de los sordos prelingüísticos, que no tienen ni experiencia ni imaginación auditivas a las que recurrir. Para ellos leer los labios (y también la lectura ordinaria) es una experiencia exclusivamente visual; ven, pero no oyen, la voz. Es tan difícil para nosotros, como hablantes-oyentes, concebir incluso esa «voz» visual como para los que nunca han oído concebir una voz auditiva.

Habría que añadir que los sordos congénitos pueden apreciar plenamente, por ejemplo, el inglés escrito, a Shakespeare, aunque no les «hable» del modo auditivo. Les habla, hemos de suponer, de un modo completamente visual, no oyen sino que ven la «voz» de las palabras.

Cuando leemos, o imaginamos a alguien hablando, «oímos» una voz en el oído interior. ¿Y los que nacen sordos? ¿Cómo se imaginan ellos las voces? Clayton Valli, un poeta por señas sordo, cuando le llega un poema siente que su cuerpo hace pequeñas señas… está, como si dijésemos, hablando consigo mismo, con su propia voz. Los locos suelen padecer «audición de voces»; voces ajenas, con frecuencia acusatorias, que les regañan, o que les halagan. ¿Padecen también «visión de voces» los sordos cuando se vuelven locos? Y si es así, ¿cómo las ven? ¿Como manos haciendo señas en el aire, o como apariciones visuales de cuerpo entero que nacen señas? Me ha sido extrañamente difícil obtener una respuesta clara…, lo mismo que puede resultar difícil, a veces, conseguir que el que ha soñado te explique cómo sueña. Puede captar algo en el curso del sueño pero es incapaz de decir cómo, si con la vista o con el sonido. Hay aún muy pocos estudios sobre las alucinaciones, el sueño y las fantasías lingüísticas en los sordos.

El problema de cuánto siguen «oyendo» los sordos poslingüísticos muestra analogías con la manera de seguir «viendo» de los que se quedan ciegos en una etapa tardía de la vida, que continúan viviendo en un mundo visual de un modo u otro, despiertos y en sueños. La crónica autobiográfica más extraordinaria de esta experiencia acaba de proporcionárnosla John Hull (1990). «Durante el primer par de años de ceguera —escribe—, cuando pensaba en personas a las que conocía las dividía en dos grupos. Las que tenían rostro y las que no lo tenían… La proporción de gente sin rostro fue aumentando con el paso del tiempo.» Cuando le hablaban personas a las que conocía tenía imágenes intensas de sus rostros… aunque imágenes grabadas por sus últimas impresiones antes de quedarse ciego, y por tanto progresivamente anticuadas. En el caso de las otras personas, aquellas de las que no había recuerdos visuales concretos, se produjeron, en determinado momento, «proyecciones» visuales incontrolables (quizás análogas a los «fantasmas» auditivos de Wright y a los miembros fantasmas de los amputados: estos «espectros sensoriales» los crea el cerebro cuando queda desconectado bruscamente del aflujo sensorial ordinario).

Hull descubrió que, en general, con los años, iba hundiéndose progresivamente en lo que él llama «ceguera profunda», con cada vez menos recuerdos, fantasías y necesidad de imágenes visuales y cada vez más sensación de «ver con todo el cuerpo», viviendo en un mundo autónomo y completo de sensaciones corporales, tacto, olfato y gusto, y, por supuesto, oído…, todo ello notablemente fortalecido. Sigue utilizando imágenes y metáforas visuales en su lenguaje, pero son para él, cada vez más, sólo metáforas. Es probable que los que se quedan sordos en una etapa tardía de la vida puedan ir perdiendo también gradualmente sus imágenes y recuerdos auditivos, a medida que se adentran en el mundo exclusivamente visual de la sordera «profunda». Cuando le preguntaron a Wright si le gustaría recuperar la audición en la etapa en que estaba contestó que no, que su mundo le parecía ya un mundo completo. <<

[19] Se trata de una idea estereotípica no del todo correcta. Los sordos congénitos no sienten el «silencio» ni se quejan de él, igual que los ciegos no experimentan la «oscuridad» ni se quejan de ella. Eso son proyecciones o metáforas que nosotros hacemos de su estado. Además, hasta los que padecen la sordera más profunda oyen ruidos de diversos tipos y pueden ser muy sensibles a toda clase de vibraciones. Esta sensibilidad a la vibración puede convertirse en una especie de sentido accesorio: así Lucy K., aunque padece una sordera profunda, puede identificar inmediatamente un acorde como una «quinta» poniendo una mano sobre el piano, y puede apreciar voces en teléfonos muy amplificados; parece ser que lo que percibe en ambos casos son vibraciones, no sonidos. El desarrollo de la percepción de las vibraciones como un sentido auxiliar guarda ciertas similitudes con el de la «visión facial» de los ciegos, que utilizan la cara para captar una especie de información ultrasónica.

Los oyentes tienden a percibir vibraciones o sonido: así, un do grave (por debajo del nivel de la escala del piano) podría captarse como un do grave o como una oscilación atonal de dieciséis vibraciones por segundo. Una octava por debajo de esto sólo oiríamos una oscilación; una octava por encima (treinta y dos vibraciones por segundo), oiríamos una nota grave sin ninguna oscilación. La percepción de «tono» dentro de la gama auditiva es una especie de construcción o juicio sintético del sistema auditivo normal (véase Sensations of Tone, de Helmholtz, 1862). Si no se puede conseguir esto, como en el caso de los sordos profundos, puede haber una ampliación perceptible hacia arriba de la sensibilidad a la vibración, hacia campos que los oyentes captan como tonos, incluso en la gama media de la música y el habla. <<

[20] Isabelle Rapin considera la sordera una forma de retraso mental tratable o, mejor, prevenible (véase Rapin, 1979).

Hay diferencias fascinantes de estilo, de enfoque del mundo, entre los sordos y los ciegos (y los normales). Los niños ciegos, en concreto, suelen hacerse «hiperverbales», tienden a utilizar complejas descripciones verbales en vez de imágenes visuales, intentando rechazar lo visual o sustituirlo por lo verbal. La psicoanalista Dorothy Burlingham decía que esto solía traer consigo una especie de «falso yo» pseudovisual, que pareciese que el niño veía cuando no era así (Burlingham, 1972). Esta psicoanalista creía que era fundamental tener en cuenta el hecho de que los niños ciegos tienen un perfil y un «estilo» completamente distintos (que exigen un tipo diferente de enseñanza y de lenguaje) y que no hay que considerarles deficientes sino diferentes y peculiares por derecho propio. Esta actitud era revolucionaria en la década de 1930, cuando se publicaron por primera vez sus estudios. Ojalá hubiera estudios psicoanalíticos comparables sobre niños sordos de nacimiento; pero para esto haría falta un psicoanalista, si no sordo que hablase al menos con fluidez por señas y, aún mejor, que tuviese el lenguaje de señas como primera lengua. <<

[21] A Víctor, el «niño salvaje», lo encontraron en los bosques de Aveyron en 1799. Andaba a cuatro patas, comía bellotas, vivía como un animal. Cuando lo llevaron a París, en 1800, despertó un enorme interés pedagógico y filosófico: ¿Cómo pensaba? ¿Se le podía instruir? El médico Jean-Marc Itard, que destacó además por su interés por los sordos (y también por sus errores respecto a ellos), acogió al niño en su casa e intentó enseñarle a hablar e instruirle. Su primera memoria sobre el tema se publicó en 1807 y le siguieran varias más (véase Itard, 1932). Harlan Lane le ha dedicado también un libro, en el que, entre otras cosas, compara a estos niños «salvajes» con los sordos de nacimiento (Lane, 1976).

El pensamiento romántico del siglo XVIII, del que Rousseau fue representante muy destacado, consideraba en general que toda desigualdad, toda desgracia, toda culpa, toda represión se debía a la civilización, y creía que la inocencia y la libertad sólo podían hallarse en la naturaleza: «El hombre nace libre, pero por todas partes lo encadenan.» La realidad aterradora de Víctor fue una especie de correctivo, la revelación de que, como dice Clifford Geertz: «… no existe una naturaleza humana independiente de la cultura. Los hombres sin cultura no serían […] los nobles de la naturaleza del primitivismo de la Ilustración […] Serían monstruosidades inviables con muy pocos instintos útiles, muy pocos sentimientos identificables y sin intelecto: casos incurables […] Pues nuestro sistema nervioso central (y sobre todo su máxima gloria y maldición, el neocórtex) se formó en gran parte en interacción con la cultura y no es capaz de regir nuestra conducta ni de organizar nuestra experiencia sin la orientación que aportan ciertos sistemas de símbolos significativos […] Somos, en suma, animales inacabados o incompletos que nos completamos a través de la cultura» (Geertz, 1973, p. 49). <<

[22] Miller, 1976. <<

[23] Wright, 1969, pp. 32-33. <<

[24] Wright, 1969, pp. 50-52. <<

[25] En el siglo XVI se había enseñado ya a hablar y a leer a algunos niños sordos de familias nobles, a base de muchos años de instrucción, para que pudiera considerárseles personas jurídicamente (a los mudos no se les consideraba tales) y pudiesen heredar los títulos y fortunas de sus familias. Pedro Ponce de León en la España del siglo XVI, los Braidwood en Inglaterra, Ammán en Holanda y Pereire y Deschamps en Francia fueron todos ellos educadores oyentes que alcanzaron mayor o menor éxito en la tarea de enseñar a hablar a algunos sordos. Lane destaca que muchos de estos educadores se basaban en señas y en el deletreo dactilar para enseñar el habla. En realidad, hasta los más famosos de estos alumnos sordos orales conocían y usaban el lenguaje de señas. Su habla resultaba poco inteligible y solía retroceder en cuanto disminuía la enseñanza intensiva. Pero hasta 1750 la mayoría, el 99,9 por ciento de los sordos congénitos, no tenía ninguna posibilidad de aprender a leer y a escribir ni de recibir enseñanza alguna. <<

[26] Lane, 1984b, pp. 84-85. <<

[27] Ha habido, sin embargo, lenguas exclusivamente escritas, como el lenguaje erudito utilizado a lo largo de un millar de años por la élite de la burocracia china, que nunca se habló y que nunca se pretendió, en realidad, que se hablara. <<

[28] De l'Epée se hace eco aquí concretamente de su contemporáneo Rousseau, tal como hacen todas las descripciones del lenguaje de señas del siglo XVIII. Rousseau (en el Discurso sobre la desigualdad y el Ensayo sobre el origen del lenguaje) habla de un lenguaje humano original o primordial, en el que todo tiene su nombre natural y auténtico; un lenguaje tan concreto, tan particular, que es capaz de captar la esencia, la «mismidad», de todo; tan espontáneo que expresa directamente todas las emociones; y tan transparente que no caben en él evasivas ni engaños. En este lenguaje no habría lógica ni gramática ni metáforas ni abstracciones (ni necesidad de ellas, en realidad); no sería un lenguaje mediato, una expresión simbólica del pensamiento y el sentimiento, sino que sería, casi mágicamente, inmediato. Quizás sea una fantasía universal la idea de un lenguaje así, de un lenguaje del corazón, de un lenguaje de transparencia y lucidez perfectas, un lenguaje capaz de decirlo todo, sin engañarnos ni embrollarnos nunca (Wittgenstein habla a menudo del embrujo del lenguaje), un lenguaje tan puro como la música. <<

[29] Lane, 1984b, p. 181. <<

[30] Aún está muy extendida esta idea de que el lenguaje de señas es uniforme y universal y que permite a los sordos de todo el mundo comunicarse entre ellos. Es completamente falsa. Hay centenares de lenguajes de señas distintos y surgen independientemente siempre que hay un número significativo de sordos en contacto. Tenemos, así, el ameslán o lenguaje de señas estadounidense, el lenguaje de señas británico, el lenguaje de señas francés, el lenguaje de señas danés, el lenguaje de señas chino, el lenguaje de señas maya, aunque no tengan ninguna relación con el chino, el francés, el inglés o el maya hablados. (En Van Cleve, 1987, se describen detalladamente más de cincuenta lenguajes de señas naturales, desde el de los aborígenes australianos hasta el yugoslavo.) <<

[31] Lane, 1984b, p. 32. <<

[32] Los escritos de Hughlings-Jackson sobre el lenguaje y sobre la afasia fueron oportunamente reunidos en un volumen de Brain que se publicó poco después de su muerte (Hughlings-Jackson, 1915). El mejor análisis del concepto jacksoniano de «proposicionación» se encuentra en el capítulo III de la maravillosa obra en dos volúmenes de Henry Head Aphasia and Kindred Disorders of Speech. <<

[33] Lane, 1984b, p. 37. <<

[34] Fue en realidad su ignorancia o incredulidad a este respecto lo que le llevó a proponer, y a imponer, su sistema completamente superfluo, absurdo en realidad, de «señas metódicas», que obstaculizaba en parte la enseñanza y mermaba la capacidad de comunicación de los sordos. A De l'Epée el lenguaje de señas le inspiraba entusiasmo y menosprecio a la vez. Lo consideraba, además, un lenguaje «universal»; creía, por otra parte, que no tenía gramática (y por eso necesitaba importar la gramática francesa, por ejemplo). Este error persistió sesenta años, hasta que Roch-Ambroise Bébian, alumno de Sicard, viendo claramente que el lenguaje de señas natural era autónomo y completo, prescindió de las «señas metódicas», de la gramática importada. <<

[35] Lane, 1984b, p. 195. <<

[36] Harlan Lane, en When the Mind Hears, se convierte en novelista-biógrafo-historiador y asume la personalidad de Clerc, a través del cual cuenta la historia de los sordos en su primer período. Como la vida larga y rica de Clerc abarca los acontecimientos más trascendentales, en muchos de los cuales desempeñó además un papel clave, su «autobiografía» se convierte en una maravillosa historia personal de los sordos.

La crónica del reclutamiento de Laurent Clerc y de su traslado a los Estados Unidos es una pieza muy estimada de la tradición y la historia de los sordos. Según se cuenta, el reverendo Thomas Gallaudet estaba un día observando a unos niños que jugaban en el jardín de su casa y le extrañó que uno de ellos no participase de la diversión general. Era una niña, y Gallaudet descubrió que se llamaba Alice Cogswell… y que era sorda.

Intentó instruirla él mismo y luego habló con su padre, Mason Cogswell, médico de Hartford, y le propuso crear una escuela para sordos allí (no había entonces ninguna escuela para sordos en Estados Unidos).

Gallaudet fue a Europa a buscar un maestro, alguien que pudiese fundar, o ayudar a fundar, una escuela en Hartford. Fue primero a Inglaterra, a una de las escuelas de los Braidwood, una de las escuelas «orales» que se habían fundado en el siglo anterior (fue una escuela Braidwood la que visitó Samuel Johnson en su viaje a las Hébridas); pero le recibieron con mucha frialdad: el método «oral», le dijeron, era un «secreto». Tras esta experiencia en Inglaterra se fue a París y conoció allí a Laurent Clerc, que daba clases en el Instituto de Sordomudos. ¿Estaría dispuesto él, que era sordomudo y nunca se había aventurado a salir de su Francia natal, ni en realidad mucho más allá de los confines del Instituto, a ir a llevar la Palabra (la Seña) a América? Clerc aceptó y zarparon los dos hacia allí. En la travesía de cincuenta y dos días hasta Estados Unidos, enseñó a Gallaudet a hablar por señas y Gallaudet le enseñó a él inglés. Poco después de llegar empezaron a recaudar fondos (tanto el público en general como las autoridades se mostraron entusiastas y generosos) y al año siguiente inauguraron, con la colaboración de Mason Cogswell, el Asilo de Hartford. Hoy hay una estatua de Thomas Gallaudet enseñando a Alice, en el campus de la Universidad de Gallaudet. <<

[37] Esta atmósfera alienta en todas las páginas de un libro delicioso, The Deaf and the Dumb, de Edwin John Mannn, antiguo alumno del Asilo de Hartford, publicado por Hitchcock en 1836. <<

[38] No tenemos datos suficientes sobre la evolución del ameslán, sobre todo en sus primeros cincuenta años, en que se produjo una «criollización» de largo alcance, al americanizarse el lenguaje de señas francés (véanse Fischer, 1978, y Woodward, 1978). Había ya mucha diferencia entre el lenguaje de señas francés y el nuevo ameslán criollo en 1867 (el propio Clerc lo comentó) y ha seguido aumentando en los últimos ciento veinte años. Sin embargo, aún hay similitudes significativas entre los dos lenguajes, las suficientes para que un estadounidense que domine el ameslán no se sienta demasiado extraño en París, mientras que tendría grandes dificultades para entender el lenguaje de señas británico, que tiene orígenes muy distintos. <<

[39] Los dialectos de señas naturales pueden ser muy diferentes. Así, antes de 1817 un estadounidense que recorriese su país se encontraría con dialectos de señas tan distintos del suyo como para resultarle incomprensibles; y la regularización fue tan lenta en Inglaterra que hasta fecha muy reciente los usuarios de lenguajes de señas de pueblos contiguos podían no entenderse. <<

[40] Los viejos términos «sordo y mudo» o «sordomudo» aludían a la supuesta incapacidad de los mudos para hablar. Son, claro, perfectamente capaces de hablar, ya que tienen el mismo aparato vocal que los demás; lo que no pueden es oír lo que dicen ni controlar con el oído los sonidos que emiten. Sus mensajes verbales pueden ser, por ello, de amplitud y tono anormales, con omisión de muchas consonantes y de otros sonidos del habla, a veces hasta el punto de resultar ininteligibles. Al no tener la posibilidad de controlar auditivamente el habla, los sordos han de aprender a controlarla con otros sentidos: con la vista, el tacto, la sensibilidad a las vibraciones y la cinestesia. Además, los sordos prelingüísticos no tienen ninguna imagen auditiva, ninguna idea de cómo suena en realidad el habla, de la correspondencia sonido-significado. Lo que es básicamente un fenómeno auditivo ha de captarse y controlarse por medios no auditivos. Esto plantea graves dificultades y puede exigir miles de horas de enseñanza individual.

Éste es el motivo de que las voces de los sordos pre y poslingüísticos sean en general muy distintas, e inmediatamente diferenciables; los sordos poslingüísticos recuerdan cómo se habla, aunque no puedan controlar ya fácilmente lo que dicen; a los sordos prelingüísticos hay que enseñarles a hablar, carecen de todo sentido o recuerdo de cómo suena el habla. <<

[41] Aunque los sordos han considerado a Bell una especie de ogro (George Veditz, que fue presidente de la Asociación Nacional de Sordos de los Estados Unidos, y un héroe para los sordos, decía que era «el enemigo más temible de los sordos estadounidenses»), debería tenerse en cuenta que en cierta ocasión dijo: «Creo que si considerásemos sólo la condición mental del niño sin referirnos al lenguaje, ningún lenguaje llegaría a la mente como el de señas; es el medio de llegar a la mente del niño sordo.» Conocía además el lenguaje de señas, en el que se expresaba «con fluidez […] tan bien como un sordomudo […] sabía utilizar los dedos con una facilidad y una gracia fascinantes», según su amigo sordo Albert Ballin. Ballin calificó también de «afición» el interés de Bell por los sordos, pero ese interés presenta, más bien, todos los rasgos de una obsesión violenta y conflictiva. <<

[42] Muchos sordos son hoy analfabetos funcionales. Un estudio que realizó la Universidad Gallaudet en 1972 indicaba que el nivel medio de lectura de los sordos de dieciocho años que terminaban la enseñanza secundaria en Estados Unidos era sólo el correspondiente a cuarto curso, y un estudio del psicólogo británico R. Conrad revela una situación similar en Inglaterra, donde los estudiantes sordos terminan la secundaria con el nivel de lectura de un niño de nueve años. <<

[43] Furth, 1966. <<

[44] Ha habido, claro, otras novelas, como El corazón es un cazador solitario (1940) de Carson McCullers. La imagen del señor Singer en este libro, un sordo aislado en un mundo de oyentes, es muy distinta de la de los protagonistas de la novela de Greenberg, que tienen viva conciencia de su identidad de sordos. En los treinta años transcurridos ha habido un cambio social inmenso, un cambio de perspectiva social, con la irrupción, sobre todo, de una autoconciencia nueva. <<

[45] Aunque pueda haber un desarrollo anterior de un vocabulario de señas, el desarrollo de la gramática del lenguaje de señas se produce a la misma edad, y de la misma forma, que el aprendizaje de la gramática del habla. El desarrollo lingüístico se produce así al mismo ritmo en todos los niños, sordos u oyentes. Si aparecen las señas antes que la palabra se debe a que son más fáciles de hacer, pues entrañan movimientos de músculos más simples y lentos, mientras que el habla exige una coordinación rapidísima de centenares de estructuras distintas y sólo es posible en el segundo año de vida. Resulta intrigante, sin embargo, que un niño sordo de cuatro meses pueda hacer la seña de «leche», mientras un niño oyente sólo puede llorar o mirar en torno suyo. ¡Quizás fuese mejor que todos los niños conociesen unas cuantas señas! <<

[46] Puede sospecharse la sordera por observación, pero no es fácil de probar en el primer año de vida. Por tanto, si hay algún motivo para sospechar sordera (por ejemplo, porque haya habido otros sordos en la familia o porque no haya reacción a ruidos súbitos), debería hacerse una prueba fisiológica de la reacción del cerebro al sonido (midiendo los llamados potenciales evocados auditivos). Esta prueba, relativamente simple, puede confirmar o desmentir el diagnóstico de sordera en la primera semana de vida. <<

[47] Sicard imaginaba una comunidad de este tipo: «¿No podría haber en algún rincón del mundo toda una sociedad de personas sordas? ¡Entonces qué! ¿Pensaríamos que esos individuos eran inferiores, que carecían de inteligencia y de capacidad de comunicación? Tendrían, claro, un lenguaje de señas, quizás un lenguaje aún más rico que el nuestro. Ese lenguaje carecería al menos de ambigüedades, daría siempre una imagen exacta de las impresiones de la mente. ¿Por qué serían incivilizadas esas personas? ¿Por qué no podrían tener en realidad unas leyes, un gobierno y una policía menos recelosos que los nuestros?» (Lane, 1984b, pp. 89-90). Esta visión, tan idílica para Sicard, la imagina también (aunque como algo horrible) el igualmente hiperbólico Alexander Graham Bell, al que la experiencia de Martha’s Vineyard (de la que se hablará más adelante) le indujo a escribir su Memoir upon the Formation of a Deaf Variety of the Human Race, 1883, que transpira miedo y está llena de sugerencias draconianas de «habérselas con» los sordos. Hay un indicio de ambos sentimientos (de lo idílico y de lo horrible) en un excelente relato de H. G. Wells titulado «El país de los ciegos».

Los propios sordos han tenido también impulsos esporádicos de separatismo o «sionismo» sordo. Edmund Booth propuso en 1831 la creación de una comunidad o pueblo sordo y John James Flournoy, en 1856, la creación de un estado sordo en el oeste de los Estados Unidos. Y es una idea que aún sigue presente en la fantasía. Así Lyson C. Sulla, el héroe ciego de Islay, sueña con llegar a ser gobernador del estado de Islay y convertirlo en un estado «de y para» los sordos (Bullard, 1986). <<

[48] Ha habido y hay otras comunidades aisladas con una incidencia elevada de sordera y con actitudes sociales extraordinariamente favorables a los sordos y su lenguaje. Éste es, por ejemplo, el caso de Isla Providence, en el Caribe, estudiado meticulosamente por James Woodward (Woodward, 1982) y descrito también por William Washabaugh (Washabaugh, 1986).

Puede que el caso de Martha’s Vineyard no sea tan raro; quizás debamos suponer que ocurre lo mismo siempre que hay un número significativo de sordos en una comunidad. Hay una aldea aislada del Yucatán (la descubrió e hizo filmaciones en ella el etnógrafo y cineasta Hubert Smith y están estudiándola ahora lingüística y antropológicamente Roben Johnson y Jane Norman, de la Universidad de Gallaudet) en la que treinta adultos y un niño pequeño, de una población total de 400 individuos, son sordos congénitos. También allí usa el lenguaje de señas toda la población. Hay otros parientes sordos (primos, primos segundos, etc.) en pueblecitos próximos.

El lenguaje de señas del que se sirven no es un lenguaje de señas «doméstico», sino un lenguaje de señas maya, que tiene sin duda cierta antigüedad, porque resulta inteligible para todos estos sordos, pese a estar esparcidos por un territorio de centenares de kilómetros cuadrados, en poblaciones que no tienen ningún contacto entre ellas. Es completamente distinto del lenguaje de signos del centro de México que se utiliza en Mérida y en otras ciudades, hasta el punto de que resultan mutuamente ininteligibles. La vida plena y bien integrada de los sordos rurales (en comunidades que les aceptan sin reservas y que se han adaptado a ellos aprendiendo a hablar por señas) contrasta notoriamente con el bajo nivel social, de información, educativo y lingüístico de los sordos urbanos de Mérida que, (tras años de escolarización inadecuada) sólo pueden dedicarse a la venta ambulante o quizás a conducir bicis-taxis. Esto demuestra lo bien que suele actuar la comunidad, mientras que el “sistema” lo hace mal. <<

[49] La población de Fremont, California, además de su escuela ejemplar, brinda a los sordos unas oportunidades de trabajo sin parangón, así como un grado excepcional de consideración y de respeto por parte de ciudadanos y autoridades. La existencia de miles de sordos en una zona de Fremont ha dado origen a una situación bicultural y bilingüe fascinante, en la que se usan por igual el habla y la seña. En ciertas partes de la población se pueden ver cafés donde la mitad de los clientes hablan y la otra mitad se comunican por señas, centros juveniles donde actúan sordos y oyentes, y competiciones atléticas en las que participan juntos. En este caso no sólo hay contacto, amistoso además, entre sordos y oyentes, sino una considerable fusión o difusión de dos culturas, de modo que muchos oyentes (sobre todo niños) han empezado a aprender a hablar por señas, en general sin proponérselo conscientemente, más por asimilación que por un aprendizaje deliberado. Vemos pues que, incluso allí, en una próspera población industrial del Silicon Valley, y en la década de 1980, puede resurgir la situación saludable de Martha's Vineyard. Hay un caso bastante similar en Rochester, Nueva York, donde asisten al Instituto Técnico Nacional para Sordos miles de estudiantes sordos, algunos de familias sordas. <<

[50] Conocí recientemente a una joven, Deborah H., hija oyente de padres sordos, cuya lengua materna es la seña, que me explicó que vuelve con frecuencia a ella, y «piensa en señas», cuando tiene que resolver un problema intelectual complejo. El lenguaje no sólo tiene una función intelectual sino también social, y para Deborah, que oye y vive en un mundo oyente, la función social corresponde, de un modo perfectamente natural, al habla, pero la intelectual aún sigue asignada, al parecer, a la seña.

Addendum (1990): Arlow (1967), en un estudio psicoanalítico de un niño oyente hijo de padres sordos informa de una interesante disociación o duplicación de la expresión verbal y motora: «La comunicación mediante conducta motora se convirtió en una parte importante de la transferencia… Yo estaba recibiendo sin saberlo dos tipos de comunicación simultáneamente: uno con palabras, la forma ordinaria que tenía el paciente de comunicarse conmigo; el otro con gestos [señas], que era la forma como el paciente solía comunicarse con su padre. En otros momentos de la transferencia los símbolos motores constituían una glosa al texto verbal que el paciente estaba transmitiendo. Contenían material suplementario que ampliaba o, más frecuentemente, contradecía lo que se estaba comunicando verbalmente. En cierto modo, estaba aflorando “material inconsciente” en la conciencia a través de la comunicación motora más que de la verbal». <<

[51] Es demasiado frecuente que no se detecte la sordera en la infancia, incluso tratándose de padres inteligentes, pendientes por lo demás de sus hijos, y debido a ello se diagnostica con retraso, cuando el niño no consigue aprender a hablar. Es también demasiado frecuente el diagnóstico de «idiota» o «retrasado» y puede persistir toda la vida. Muchas instituciones y grandes hospitales «mentales» suelen tener cierto número de pacientes sordos congénitos calificados de «retrasados» o «introvertidos» o «autistas» que pueden no ser nada de eso, pero que han sido tratados como tales, y privados de un desarrollo normal, desde la primera infancia. <<

[52] ¿O lo es? William James, que siempre se interesó por la relación entre el pensamiento y el lenguaje, mantuvo correspondencia con Theophilus d’Estrella, un fotógrafo y pintor sordo de mucho talento, y publicó en 1893 una carta autobiográfica que le había escrito, junto con sus propias reflexiones sobre ella (James, 1893). D’Estrella era sordo de nacimiento y no empezó a aprender un lenguaje de señas convencional hasta los nueve años (aunque había utilizado desde la más temprana infancia un «lenguaje de señas casero»). Al principio, escribe: «Pensaba en cuadros y señas antes de ir a la escuela. Los cuadros no eran exactos en los detalles, sino generales. Eran instantáneos y pasaban fugaces ante los ojos de la mente. Las señas [caseras] no eran amplias sino bastante convencionales [pictóricas] al estilo mexicano […] no se parecían en nada a los símbolos del lenguaje de los sordomudos.»

D’Estrella, aunque no poseía lenguaje, era claramente un niño curioso, imaginativo y reflexivo, y hasta contemplativo: creía que el mar era la orina del gran dios del mar y la luna una diosa del cielo. Todo esto pudo contarlo cuando empezó a asistir, a los diez años, a la Escuela California para Sordos y aprendió a hablar por señas y a escribir. D’Estrella estaba convencido de que pensaba extensamente, aunque en imágenes y cuadros, antes de aprender un lenguaje formal; que el lenguaje sirvió para «desarrollar» sus pensamientos pero que no había sido imprescindible para empezar a pensar. James llegaba a la misma conclusión: «Sus reflexiones cosmológicas y éticas fueron el fruto de su pensamiento solitario […] No tenía, claro, gestos convencionales para las relaciones lógicas y causales implícitas en sus explicaciones sobre la luna, por ejemplo. Pero no hay duda, sin embargo, de que su narración tiende a desmentir la idea de que no es posible el pensamiento abstracto sin palabras. Tenemos aquí un tipo de pensamiento abstracto de una sutileza indiscutible, científica y moral a un tiempo, antes que los medios para comunicarlo a otros.» [La cursiva es mía.]

James pensaba que el estudio de sordos de este tipo podía ser de importancia decisiva para aclarar la relación entre el pensamiento y el lenguaje. (Hemos de añadir que algunos críticos y corresponsales de James expresaron su desconfianza sobre la veracidad del relato autobiográfico de D’Estrella.)

Pero ¿depende el pensamiento, todo pensamiento, del lenguaje? Podría parecer, ciertamente, si es que se puede confiar en referencias introspectivas, que el pensamiento matemático (quizás una forma muy especial de pensamiento) puede desarrollarse sin él. Roger Penrose, el matemático, analiza esto con cierto detalle (Penrose, 1989) y da ejemplos de su propia introspección, así como de referencias autobiográficas de Poincaré, Einstein, Galton y otros. Einstein, cuando le preguntaron sobre su propio pensamiento, escribió: «Las palabras o el lenguaje, tal como se escriben o se hablan, no parecen desempeñar ningún papel en el mecanismo de mi pensamiento. Las entidades psíquicas que parecen servir como elementos de éste son ciertos signos e imágenes más o menos claras […] de tipo visual y algunas de tipo muscular. Las palabras y otros signos convencionales sólo hay que buscarlos, laboriosamente, en una segunda etapa.»

Y Jacques Hadamard, en The Psychology of Mathematical Invention, escribe: «Insisto en que las palabras están totalmente ausentes de mi mente cuando realmente pienso […] e incluso después de leer u oír una pregunta desaparecen todas las palabras en cuanto empiezo a considerarla; y estoy completamente de acuerdo con Schopenhauer cuando escribe: “Los pensamientos mueren en cuanto se encarnan en palabras.”»

Penrose, que es por su parte geómetra, llega a la conclusión de que las palabras son casi inútiles en el pensamiento matemático, aunque puedan ser muy adecuadas para otros tipos de pensamiento. No hay duda de que un jugador de ajedrez, un programador informático o un músico o un actor o un artista visual llegarían a conclusiones más o menos similares. Es evidente que el lenguaje, estrictamente considerado, no es el único vehículo o instrumento del pensamiento. Quizás necesitemos ampliar el campo del «lenguaje», de manera que abarque matemáticas, música, interpretación, arte…, todo tipo de sistema representativo.

Pero ¿pensamos realmente con ellos? ¿Pensaba realmente en música Beethoven, el Beethoven del final? Parece improbable, aunque su pensamiento se articulase, y emitiese, en música y no pueda vislumbrarse o captarse más que a través de ella. (Fue siempre un gran formalista y por entonces llevaba veinte años sordo y auditivamente desconectado.) ¿Pensaba Newton en ecuaciones diferenciales cuando andaba «viajando solo por extraños mares del pensamiento»? También esto parece improbable, pero su pensamiento casi no puede entenderse más que a través de las ecuaciones. No pensamos, al nivel más profundo, en música o ecuaciones, ni, quizás ni siquiera los artistas verbales, tampoco en lenguaje. Schopenhauer y Vygotsky son ambos grandes artistas verbales cuyo pensamiento podría parecer inseparable de las palabras; pero ambos insisten en que está más allá de las palabras: «Los pensamientos mueren —escribe Schopenhauer— en el momento en que las palabras los encarnan.» «Las palabras mueren —dice Vygotsky— en cuanto alumbran el pensamiento.»

Pero aunque el pensamiento trascienda el lenguaje y todas las formas de representación, las crea a la vez y las necesita para su desarrollo. Ha sido así en la historia humana y lo es en cada uno de nosotros. El pensamiento no es lenguaje ni simbolismo ni imágenes ni música… pero sin ellos puede morir, prematuramente, en la cabeza. Ésta es la amenaza que pesa sobre las personas como Joseph, D’Estrella, Massieu e Ildefonso; sobre los niños sordos o sobre cualquier niño al que no se dé pleno acceso al lenguaje y a otras formas e instrumentos culturales. <<

[53] A. R. Luria y F. I. Yudovich estudiaron el caso de unos gemelos idénticos con un retraso lingüístico congénito (debido a problemas cerebrales, no a sordera). Estos gemelos, aunque de inteligencia normal, y hasta listos, actuaban de un modo muy primitivo, sus juegos eran repetitivos y nada originales. Les resultaba extremadamente difícil resolver problemas, concebir acciones complejas o planes; había, según Luria, «una estructura de conciencia peculiar, insuficientemente diferenciada, [con incapacidad] para diferenciar palabra y acción, para controlar la orientación, para planear actividades […] para formular los objetivos de la actuación con ayuda del habla».

Cuando los separaron y cada uno de ellos aprendió un sistema de lenguaje normal, «toda la estructura de la vida mental de ambos cambió brusca y simultáneamente […] y comprobamos que en sólo tres meses aparecían ya juegos significativos […] la posibilidad de actividad constructiva productiva en función de objetivos formulados […] operaciones intelectuales que poco antes estaban sólo en un estado embrionario […]».

Todos estos «progresos decisivos» (la expresión es de Luria), progresos no sólo en la actividad intelectual de los niños sino en todo su yo, «sólo podíamos atribuirlos a la influencia del único factor que había cambiado: el aprendizaje de un sistema de lenguaje».

Luria y Yudovich dicen también lo siguiente sobre las deficiencias de los sordos sin lenguaje; «El sordomudo al que no le han enseñado a hablar […] no dispone de todas esas formas de reflexión que se estructuran mediante el habla… Indica objetos o acciones con un gesto; es incapaz de elaborar conceptos abstractos, de sistematizar los fenómenos del mundo externo con la ayuda de los signos abstractos que proporciona el lenguaje pero que no son propios de la experiencia visual que se adquiere con la práctica.» (véase Luria y Yudovich, 1968, sobre todo pp. 120-123.)

Es una lástima que Luria no tuviese, al parecer, ninguna experiencia con sordos que hubiesen aprendido a expresarse con fluidez en un lenguaje, pues nos habría proporcionado análisis insuperables sobre la adquisición de la capacidad de sistematizar y conceptualizar con el lenguaje.

Addendum (1990): He sabido recientemente que Luria, aunque nunca publicó nada sobre el tema, trabajó mucho durante la década de 1950 con niños sordos (y ciegos-sordos) y estudió el papel del lenguaje de señas en su educación y desarrollo. Esto constituye, en cierto modo, una vuelta a la «defectología», de la que él y Vygotsky habían sido adelantados en las décadas de 1920 y 1930, y en la que él profundizaría más tarde a través de sus trabajos de rehabilitación de los pacientes con lesiones neurológicas (véase nota [60]). <<

[54] Church, 1961, pp. 94-95. <<

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