Underworld

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Capítulo 15

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Capítulo 15

Se decía que el agua corriente era anatema para los miembros de la raza de los vampiros pero no era más que un mito; de lo contrario, Selene no hubiera podido disfrutar de la ducha que tanto necesitaba y que estaba escaldando su cuerpo desnudo con un chorro de agua deliciosamente caliente.

El arremolinado vapor llenaba su cuarto de baño mientras el vigorizante chorro caía sobre su piel para llevarse por fin los residuos de sudor, barro y sangre de su desgraciada excursión a la ciudad. En el fondo de la bañera de mármol blanco se formaba un charco de agua sucia alrededor del desagüe antes de desaparecer en las entrañas de la mansión. Selene se preguntó cuánto tardaría el sanguinolento riachuelo en llegar a las húmedas y apestosas alcantarillas en las que había combatido contra los dos licanos.

Hay algo ahí abajo. Lo sabía en el fondo de su corazón. Puede que una enorme manada de Dios sabe qué.

Por desgracia, la ardiente ducha no podía llevarse los temores que inquietaban su mente. ¿Seguía Lucian con vida? Accidentalmente, Kraven se había referido a él en presente pero ¿demostraba eso el posible regreso de Lucian? ¿Y qué pasaba con Michael? ¿Había dicho Erika la verdad y había sido reclutado por el enemigo?

No, por favor, pensó apasionadamente. La relajante agua se llevó el jabón y el champú de su oscuro cabello y su piel de porcelana pero Selene sabía que no podía esconderse en el baño para siempre. Había demasiadas preguntas vitales que responder y se le estaba acabando el tiempo. El Despertar casi está aquí, recordó. Amelia y su séquito llegarán mañana a la puesta de sol. En la que, por una infeliz casualidad, resultaba ser la primera noche de luna llena.

Selene se estremeció al pensar en lo que la luna podía traer, para Michael como para toda la nación vampírica. Entonces se le ocurrió una estratagema desesperada, tan desesperada que normalmente la hubiera desechado por absurda pero que ahora se le antojaba la única alternativa posible. Tengo que intentarlo, decidió. No hay otra opción.

De mala gana, cerró la ducha y dejó que las últimas gotas de agua recorrieran su cuerpo. Tras salir de la bañera al cuarto de baño, se secó rápidamente con una toalla y a continuación se puso una túnica de algodón de color azul marino.

El vapor nublaba el espejo de gran tamaño que había sobre el lavabo. Decidida al fin, se acercó hacia allí y extendió la mano hacia el espejo. Sus dedos trazaron suavemente una cadena de letras sobre el cristal:

V I K T O R

Se detuvo uno o dos segundos, embargada de reverencia por el nombre que había invocado. A continuación pasó la mano por el cristal y lo borró.

—Perdóname, te lo ruego… —susurró mientras inclinaba la cabeza en un gesto respetuoso. Aunque en el espejo no se veía más que su propio reflejo, no era a ella misma a quien se estaba dirigiendo. Levantó la cabeza y contempló el espejo con ojos angustiados—… pero necesito desesperadamente tu consejo…

El taxi corría por la solitaria vereda del bosque, llevando a Michael de regreso a la mansión. La noche cubría de sombras los robles y hayas esqueléticos que había a ambos lados del camino mientras él miraba por la ventanilla del coche y confiaba en recordar el camino correcto.

Pálido y tembloroso, estaba encogido en el asiento de atrás, con un puñado de billetes que había sacado en un cajero automático de la ciudad en las manos. Tenía un mapa abierto de las ciudades y pueblos del norte de Budapest sobre el regazo. Por lo que él sabía, estaba volviendo por el mismo camino que había seguido a primera hora de aquella noche para escapar de la mansión. Szentendre, se recordaba repetidamente, como si el nombre pudiera escapársele del magullado y dolorido cerebro. La mansión de Selene se encontraba en las afueras de Szentendre…

El taxi pasó por encima de un socavón y la sacudida hizo que la dolorida cabeza y los huesos de Michael protestaran a gritos. Se rodeó con los dos brazos, rezando para no vomitar en el taxi. El aullido de sus oídos resonaba como un zoológico enfurecido y cada vez que entreveía la luz de la luna sentía un fuerte dolor en los dientes y las encías. La luna estaba casi llena, advirtió, y brillaba con intensidad sobre el sombrío bosque.

¿Estoy haciendo lo que debo?, se preguntó. Se acordó de los salvajes rottwailers ladrando a sus talones, y se preguntó si estaría loco por volver a la mansión, a más de ochenta kilómetros de distancia de la ciudad. Entonces recordó el precioso rostro de Selene, inclinado sobre él y mirándolo, limpiándole la frente febril con un paño húmedo y comprendió que no tenía ningún otro lugar al que ir. Sólo espero que Selene, quienquiera que sea, esté realmente de mi lado.

El interior del taxi olía a tabaco, cerveza y goulash, lo que no contribuía a que el estómago de Michael se asentara. No recordaba la última vez que había comido antes de enloquecer, y sin embargo sentía más náuseas que hambre. Luchó por mantener los ojos abiertos, temiendo las visiones que lo esperaban en la oscuridad, pero no sirvió de nada. Un violento temblor sacudió su cuerpo y sus ojos rodaron dentro de las órbitas, hasta que sólo el blanco inyectado en sangre resultó visible.

¡CRACK! Un látigo, forjado aparentemente de plata sólida, salió restallando del vacío. El destellante látigo cayó sobre su cabeza y sus hombros. Quemaba y mordía al mismo tiempo. El latigazo le abrió la carne y la sangre empezó a manar por su espalda, sobre incontables capas de cicatrice, antes de que la ardiente plata cauterizara la herida recién abierta. Entonces volvió a restallar y él sintió de nuevo su mordisco agonizante…

—¡No! —exclamó Michael. Sus ojos volvieron a la normalidad mientras escapaba de la vivida alucinación. Se llevó instintivamente una mano a la espalda para asegurarse de que las cicatrices eran estrictamente imaginarias. Parecía tan real…, pensó, jadeando, ¡Como si me estuvieran arrancando la carne del cuerpo!

—¿Está usted bien, señor? —preguntó el taxista, un achaparrado inmigrante armenio mientras volvía la cabeza. Parecía como si creyera que se había equivocado al aceptar al maltrecho norteamericano como pasajero—. ¿Está teniendo uno de esos… cómo lo ha llamado… ataques?

—Estoy bien —mintió Michael. Asintió para asegurar al preocupado taxista que se encontraba perfectamente, a pesar de que nada podía estar más lejos de la realidad. ¿Qué demonios me pasa?, pensó lleno de ansiedad. ¡No podré soportarlo mucho más tiempo!

Puede que Selene supiera lo que le estaba pasando y se lo explicara. De lo contrario, no sabía qué más podía hacer. Devolvió a la fuerza sus pensamientos al presente para alejarlos de látigos de plata y torturas sanguinolentas y trató de concentrarse en la carretera que se extendía delante de sí. Se acercaba una intersección y Michael consultó el mapa que tenía en el regazo.

—Gire por ahí —dijo al taxista mientras señalaba hacia la derecha.

Selene tiene que ayudarme.

¡Tiene que hacerlo!

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