Underworld

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Capítulo 17

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Capítulo 17

Con el rostro contraído en una mueca ceñuda, Soren se aproximaba a la sala de seguridad que antecedía a la cripta. Kraven le había pedido que se asegurase de que nadie molestara a los Antiguos y Soren estaba decidido a no correr riesgos.

Su expresión ya malhumorada se ensombreció más todavía al ver que la garita estaba sospechosamente vacía. ¿Dónde está el guardia?, se preguntó, al tiempo que, instintivamente, se llevaba la mano a la pistola P7 de 9.mm que llevaba. No me gusta esto.

Con mirada cautelosa entró en la garita. Sus gruesos dedos apretaron un botón en el panel de control y esperó impasible a que el muro adyacente se abriera y la cripta del interior quedara a la vista. Al otro lado del grueso cristal transparente, la cripta parecía intacta. Las tres losas de bronce que señalaban las tumbas de los Antiguos estaban en su lugar, como durante casi el último siglo.

Intrigado, miró a su alrededor y no detectó evidencia alguna de pelea. Puede que el guardia se hubiera ausentado un momento para disfrutar de una escapadita furtiva con alguna de las criadas.

Soren esbozó una sonrisa despectiva. Kraven le arrancaría la piel a tiras por aquel fallo de seguridad, si es que Kahn no se le adelantaba. Aunque entonces se dio cuenta de que aquello no importaba demasiado; a partir de la noche de mañana, todo sería diferente. Y proteger a los Antiguos dejaría de ser causa de preocupación.

Con la espalda pegada a los fríos muros de piedra de la cripta, Selene se ocultaba en las sombras que se extendían más allá del círculo de luz proyectado por las suaves luces halógenas. Ella podía ver a Soren en la sala de seguridad pero, con suerte, él no se percataría de su presencia, especialmente porque la cripta parecía intacta. ¡Gracias a Dios que había devuelto el sarcófago y la losa circular a su posición correspondientes antes de que Soren llegara! Ya sería suficientemente malo que Duncan la sorprendiera. Lo último que necesitaba ahora era que el perro guardián de Kraven la cogiera con las manos en la masa.

Ya tendría tiempo más tarde de afrontar las consecuencias de sus drásticas acciones. Por el momento, no tenía ninguna gana de justificarse ante Kraven y sus matones. Responderé ante el propio Viktor cuando llegue el momento de dar cuentas.

Contuvo el aliento mientras Soren examinaba con mirada suspicaz la silenciosa cripta. ¿Iba a descubrirla después de todo? Trascurrieron unos segundos penosos e interminables hasta que el inmortal jenízaro le dio finalmente la espalda al cristal. Pulsó un botón en el panel de control y cerró un par de puertas falsas de piedra que ocultaron el interior de la cripta.

Selene exhaló un suspiro de alivio. Ha estado cerca, se dijo. Se preguntó cuánto tiempo tendría que esconderse entre las sombras hasta que fuera seguro salir de la cripta.

Era, tenía que reconocerlo, una situación bastante apropiada para un vampiro.

Aquí hay algo que apesta, pensó Soren, metafóricamente. A pesar de que no había nada sospechoso aparte de la presencia inexplicable del guardia, el veterano guardaespaldas permaneció en guardia. Unos instintos templados durante generaciones de servicio al aquelarre y sus amos le decían que había problemas. Unas inquietudes vagas se agitaban en el fondo de su mente como lobos fantasmales. Puede que deba entrar en la cripta y registrarla.

Alargó el brazo hacia el panel de control con la intención de abrir la entrada a la cripta y estaba a punto de hacerlo cuando lo distrajo algo que acababa de aparecer en uno de los numerosos monitores de vigilancia de la garita.

Un taxi de los que solían verse por las calles de Budapest acababa de entrar en el camino que conducía a la entrada de la finca.

—¿Qué demonios…? —gruñó. Amelia y su séquito no debían de llegar hasta la noche siguiente, así que, ¿quién coño era el inesperado visitante?

Olvidada la cripta, Soren sacó rápidamente su teléfono móvil. Kraven tenía que saberlo cuanto antes.

—Aquí es —dijo Michael al taxista con voz áspera para indicarle que habían llegado al destino correcto. El imperturbable armenio lanzó a Michael una mirada dubitativa por el espejo retrovisor. Parecía impaciente por librarse de aquel pálido y maltrecho pasajero norteamericano.

Michael no podía culparlo. Debo de tener un aspecto horrible, comprendió mientras se dejaba caer sobre el respaldo del asiento trasero. La lluvia le había limpiado la mayor parte de la sangre y el barro de la chaqueta y los pantalones, pero sabía que le hacía muchísima falta una ducha, entre otras cosas. Tenía la piel húmeda y fría por debajo de la desgarrada y arrugada ropa. Le dolía la cabeza como si le estuvieran clavando un escalpelo en el cerebro y unos espasmos de dolor le estremecían las entrañas de tanto en cuanto y lo obligaban a llevarse ambas manos al estómago mientras profería ruidosos gruñidos. Enfebrecido y aturdido, se obligó a incorporarse y le entregó un fajo de billetes de color rosa y azul al taxista. Probablemente le estuviera pagando de más pero en aquel momento no tenía la fuerza ni la claridad mental necesarias para calcular lo que debía.

—Gracias por el paseo —dijo con voz débil. Respiraba con laboriosos y entrecortados jadeos mientras salía penosamente del taxi. El taxista asintió bruscamente y no perdió un solo instante en dar la vuelta al sedán amarillo y acelerar en dirección a la carretera principal, como si no pudiese esperar a dejar tanto a Michael como la mansión tras de sí.

Me pregunto si sabe algo que yo ignoro, pensó Michael mientras observaba cómo desaparecían las luces traseras del taxi en la noche, seguidas por serpentinas de luz amarilla reflejadas sobre el asfalto húmedo. Por suerte el chaparrón de la noche había amainado y no era ya más que una tenue llovizna pero las zapatillas empapadas de Michael crujieron ruidosamente mientras, de mala gana, le daba la espalda a los límites exteriores de la carretera para encaminarse a las imponentes puertas de hierro que se alzaban más adelante.

Al otro lado de la elevada valla, se erguía ominosamente la misteriosa mansión, lanzando al cielo sus afiladas almenas y torreones. Arcos de medio punto y afilados aguilones se sumaban a la severidad de la fachada del edificio. Parecía algo sacado de Dark Shadows, pensó, o puede que de The Rocky Horror Picture Show.

Una capa de densa niebla cubría el césped que rodeaba la casa. Michael recordaba haber corrido por su vida por aquel mismo césped hacía pocas horas, esa misma noche —¿Sólo habían pasado horas?— y se preguntó por enésima vez si no estaría cometiendo un terrible error al regresar a la mansión por propia voluntad. Los rottwailers, sus ladridos y las dentelladas que le habían lanzado a sus talones regresaron a memoria, junto con una siseante rubia pegada de manera inexplicable al techo.

Michael se estremeció, incapaz de saber si era el miedo o la fiebre lo que hacía temblar su cuerpo. Ya no hay vuelta atrás, se recordó débilmente mientras se acercaba con paso tambaleante a la puerta. La luna menguante se asomaba entre las nubes que cubrían el cielo, tan cegadora en su intensidad que Michael no podía mirarla directamente. Su incandescente resplandor plateado le daba calor en la cara y las manos. Hasta el último pelo de su cuerpo se erizó como si aquella luz vibrante lo hubiera electrificado.

¡Por favor, Selene!, pensó desesperadamente, incapaz de comprender las volcánicas convulsiones que le estremecían cuerpo y mente. ¡Espero que estés ahí para mí! La enigmática belleza morena era la única persona que podía explicarle la pesadilla que estaba viviendo… y ayudarlo a encontrar la manera de salir de ella.

Si es que existía.

Seguido por un grupito de criadas excitadas, Kraven entró en la sala de observación. Ignoró los necios cuchicheos de Erika y las demás, preocupado sólo por saber por qué Soren lo había hecho venir desde arriba. Son casi las cuatro de la mañana, pensó enfurecido. Hoy quería retirarme pronto.

Después de todo, tenía importantes asuntos que atender la noche siguiente.

Soren lo vio llegar desde el otro lado del espejo y activó rápidamente la puerta automática para que Kraven pudiera pasar a la sala de seguridad. El amo de la mansión reparó en la ausencia del guardia habitual pero no vio nada que pudiera justificar su presencia en aquel mórbido lugar.

—¿Y bien? —exigió con los brazos cruzados—. ¿Qué es eso tan importante?

Soren se limitó a señalar uno de los monitores en blanco y negro montados sobre el panel de control. Kraven parpadeó de asombro al ver que un humano de aspecto desaseado y mirada enloquecida, de unos veinticinco años de edad miraba con expresión estúpida la cámara de seguridad de la entrada delantera. El rostro le resultaba vagamente familiar pero estaba seguro de que no se conocían.

¿Qué te trae hasta nuestra puerta? Kraven frunció el ceño, inquieto. El momento de la aparición de aquel extraño, a menos de veinticuatro horas del Despertar, era especialmente poco auspicioso. ¿Por qué aquí?, se preguntó con inquietud. ¿Por qué ahora?

La abovedada cámara de observación estaba abarrotada en aquel momento de doncellas parlanchinas que competían por conseguir un sitio mejor desde el que poder ver lo que estaba ocurriendo en la sala de seguridad. Selene se aprovechó de la conmoción reinante para salir sin ser vista de la cripta.

La ropa negra y ajustada que vestía para la lucha contrastaba de manera muy marcada con los cortos y vistosos atuendos de las criadas, pero todas las miradas continuaban fijas en Kraven y en su silencioso jenízaro, lo que permitió a Selene unirse a la escena sin que nadie reparara en ella, al menos por el momento. ¿De qué va todo esto?, pensó, intrigada y preocupada por la repentina aparición de Kraven. Hasta donde ella sabía, nadie se había percatado aun de lo ocurrido en la tumba de Viktor pero ¿por qué otra razón podía haber avisado Soren a su siniestro amo?

Parte de ella sentía la tentación de no dejarse distraer por lo que estaba ocurriendo. Limítate a salir de aquí, le urgió la mitad más razonable de sí, antes de que Kraven descubra lo que has hecho. Sin embargo, otra parte de ella, impelida por la convicción intuitiva de que lo que quiera que estuviera ocurriendo allí era algo de importancia vital, la obligó a deslizarse lentamente hacia la puerta abierta del puesto de seguridad. Se abrió camino a empujones entre las chicas del servicio doméstico hasta que sólo la ubicua Erika se interpuso entre ella y la entrada a la garita. Se asomó por encima de la joven vampiresa rubia tratando de averiguar qué era exactamente lo que Kraven y Soren se traían entre manos.

Kraven no visita casi nunca la cripta, recordó. Sin duda, no le agradaba que nada le recordara que sólo era el amo de la mansión en ausencia de Viktor. ¿Qué lo ha traído entonces hasta aquí?

Pero antes de que pudiera llegar a ver el monitor de seguridad que atraía la atención de todos, una voz turbada sonó entre el crujido de la estática por los altavoces de la garita.

—¡Dejadme hablar con Selene!

Sus ojos se abrieron llenos de alarma. A pesar de que estaba áspera y cascada, reconoció al instante la voz de Michael. ¡Demonios del infierno! ¿Qué le ha hecho venir aquí?

Apartó a Erika con cajas destempladas y entró en la cabina de seguridad, donde sus ojos horrorizados no tardaron en confirmar lo que sus oídos ya le habían dicho. Allí estaba Michael, mirándola con desesperación desde el monitor. Para su consternación, comprobó que parecía aún más enfermo y lleno de pánico que horas atrás.

Han mordido a tu humano, la asombrosa advertencia de Erika, recibida hacía horas en el archivo, regresó sin ser convocada a la mente de Selene. Lo ha marcado un licano.

¿Podía ser cierto? ¿Había sido Michael infectado con el funesto mal de Lucian?

Kraven no le dio tiempo a reaccionar. Sumó rápidamente dos y dos y se volvió para enfrentarse a ella. Estaba lívido de furia y apuntó el monitor con un dedo acusador. Las gotas de lluvia resbalaban sobre la imagen de la pantalla, como lágrimas corriendo por la cara del humano.

—¿Ése es Michael?

La única ventaja del ataque de celos de Kraven fue que impidió que se preguntara qué estaba haciendo Selene en la cripta. Ignorando su estallido, ella alargó la mano y ajustó la WebCam digital montada sobre el panel de control para volver hacia sí el ojo implacable de la cámara.

—¿Ése es Michael? —exigió Kraven con un tono agudo que rebelaba que estaba a punto de perder los estribos.

Por supuesto que lo es, pensó ella, mordaz. La verdadera pregunta ahora era qué iba a hacer.

Tiritando bajo el frío, Michael esperaba delante de la cámara de seguridad por control remoto, moviendo las piernas en un vano intento por mantenerse caliente. La arremolinada niebla gris parecía penetrar hasta el mismo tuétano de sus huesos y lo helaba por completo mientras esperaba a que alguien de la mansión saliera o se percatara de que estaba allí. A ser posible cierta femme fatale armada hasta los dientes y de orígenes e intenciones inciertos.

Selene.

De repente comprendió que su nombre se debía a la luna, y que era muy apropiado. Como el brillante orbe lunar, ella parecía ejercer un influjo incontenible sobre su mente y su cuerpo, lo atraía a pesar de lo que dictaba el sentido común, y lo mantenía en el último lugar del mundo al que hubiera querido regresar.

¿Cómo voy a quedarme aquí fuera mientras me congelo el culo? Se apretó con fuerza con sus propios brazos, tratando de impedir que lo poco que quedaba de su calor corporal se perdiera en la niebla. A pesar de su impaciencia, sabía que no iría a ninguna parte hasta que averiguara si Selene estaba en el interior del espeluznante edificio de piedra o al menos al otro lado de la cancela de hierro. Estupendo, pensó con sarcasmo, ahora soy un fugitivo y un acosador.

De improviso, un monitor electrónico que había sobre la cámara y que hasta entonces había permanecido apagado cobró vida. El corazón le dio un vuelco. Sus ojos fatigados se abrieron de par en par al ver las facciones luminosas de Selene en la pantalla. ¡Gracias a Dios!, pensó mientras se acercaba a la cámara. Pulsó con un dedo tembloroso el botón del comunicador.

—¡Tengo que hablar contigo! —le gritó con voz frenética al auricular. Una tenue chispa de esperanza se encendió en su interior—. ¿Qué demonios está pasando? ¿Qué me está pasando a mí?

Selene se inclinó sobre el panel de control en dirección al intercomunicador.

—Ahora mismo salgo —le prometió con voz tensa.

No tenía tiempo ni de tratar de responder alguna de las angustiadas preguntas de Michael. Sabía que su vida dependía de alejarlo de Ordoghaz lo antes posible. Aunque Erika estuviera equivocada y Michael no estuviera convirtiéndose en un licántropo, los absurdos celos de Kraven ponían al humano en peligro mortal.

—¡Si sales con él —le advirtió Kraven mientras se erguía como un gallo hinchando el buche—, por Dios que no volverás a ser bienvenida en esta casa!

Selene le dio la espalda al panel y no pudo resistirse a darle una pequeña sorpresa.

—Ahora que Viktor está despierto —dijo mientras le miraba fijamente los ojos—, puede que tenga algo que decir al respecto.

Nada hubiera podido pagar la expresión de horror que se dibujó en el rostro del regente. Por vez primera en casi seiscientos años, Kraven se había quedado sin palabras. Una perplejidad aturdida hizo que se le hincharan los ojos.

Selene no esperó a que se recobrara de la sorpresa. Salió de la sala de seguridad pasando junto a Erika, que observaba la escena desde el otro lado de la puerta con los ojos muy abiertos. La criada se quedó boquiabierta al ver que Selene se abría paso como un picahielos entre la bandada de vampiresas de la servidumbre.

—¡Espera! —le gritó Erika—. ¿Qué estás haciendo?

La única respuesta que recibió fue el eco de las pisadas de Selene mientras se perdía por el pasillo de mármol. ¿Habrá Kraven entrado ya en la cripta?, se preguntó Selene con malicia, ¿o estará todavía tratando de recuperar el control?

Era una pena que no pudiera quedarse para averiguarlo.

Las puertas de hierro se abrieron automáticamente y un sedán gris oscuro salió a toda prisa al camino. Selene no había mentido, comprendió Michael, cuando había dicho que saldría enseguida. No habían pasado ni cinco minutos desde que desapareciera de la pantalla del monitor.

Abrió la puerta del copiloto.

—¡Sube! —exclamó con una urgencia que aterrorizó al joven norteamericano.

Michael no podía dejar de recordar que la última vez que se había metido en un coche con aquella mujer casi habían terminado en el fondo del Danubio. Para esto he venido, tuvo que recordarse. Lanzó una mirada insegura hacia la mansión. ¿No?

Tragó saliva y subió al coche.

¿Viktor… despierto?

Kraven no daba crédito a sus oídos. No puede decirlo en serio, pensó con desesperación. Debe de haber sido un chiste.

Pero lo cierto es que Selene no era famosa por su sentido del humor.

El agitado regente mandó a Soren a buscar al centinela desaparecido y a continuación salió de la sala de control y se dirigió a la cripta. Temía mortalmente lo que pudiera encontrar en ella pero no podía vivir con la incertidumbre un solo instante más. El aire gélido de la cámara rivalizaba con el miedo helado que le atenazaba el corazón mientras sus ojos buscaban la losa de bronce que señalaba la tumba enterrada de Viktor.

¡Allí! ¡Gracias a la fortuna! El alivio lo inundó como un calmante baño de sangre al ver que la tapa del sarcófago de su amo seguía donde debía. Al mirar con más detenimiento descubrió que la tumba de Marcus también parecía intacta, así como la vacía que aguardaba ahora a Amelia. Todo marcha bien, concluyó, mientras se tomaba un momento para recuperar la compostura. Aspiró profundamente y exhaló el aire poco a poco. Selene sólo había estado jugando con él. ¡Maldita zorra manipuladora!

Se volvió para salir de la cripta, urdiendo ya en su mente los diabólicos castigos que le infligiría a Selene si osaba volver a asomar su engañosa cara por la mansión de nuevo y se sobresaltó al encontrar una de las criadas frente a él. Su rostro esbelto y rubio estaba pálido, hasta para ser una vampiresa, y temblaba nerviosamente como si una manada entera de licántropos estuviera salivando sobre su carne desnuda. Unos orbes violetas llenos de pánico lo miraron.

¿Y ahora qué pasa?, se preguntó con irritación.

—Se lo advertí —balbuceó la muchacha casi sin aliento. Las palabras abandonaban sus labios como un torrente—. Se lo advertí pero no quiso escucharme. Nunca escucha… a nadie. —Kraven asumió que se estaba refiriendo a Selene—. Lo siento. Tendría que habértelo dicho antes. Tendría que…

Kraven le lanzó una mirada suspicaz.

—¿Decirme el qué?

—El humano. Michael. —Se encogió mientras hablaba y su cabeza se fue agachando hacia sus hombros—. En realidad no es humano. Es un licano.

La compostura que Kraven acababa de recobrar se evaporó en un mero instante mientras la pasmosa revelación de la pequeña doncella prendía fuego a su temperamento. La sangre enrojeció sus ojos y su cara mientras las venas hinchadas empezaban a latir violentamente en sus sienes. La criada se apartó temblando, temiendo la tormenta que se avecinaba.

—¿QUÉ? —rugió como un león agraviado, sin saber que a sólo unos metros de distancia, en el interior de la oscura cámara de recuperación, unos oídos muy antiguos habían reparado en su grito de furia… y estaban escuchando con mucha atención.

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