Underworld

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Capítulo 18

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Capítulo 18

El oscuro bosque húngaro pasaba a toda velocidad ante las ventanas del sedán mientras Selene mantenía pisado a fondo el acelerador. Las ruedas levantaban remolinos de hojas caídas tras ellos, hojas que se remontaban sin descanso sobre el asfalto empapado de lluvia. La vampiresa conducía aferrando el volante con las manos y corriendo como un murciélago huyendo del infierno, aunque sin ser consciente de la ironía.

—Mira —dijo con voz tensa y sin apartar un solo instante los ojos castaños del asfalto—. No debes regresar allí nunca. Nunca. Te matarán. ¿Lo comprendes?

—¿Matarme? —La estridente confusión que se oía en la voz de Michael dejaba bien claro que no tenía idea de lo que estaba pasando—. ¿Pero quiénes sois vosotros?

¿Por dónde empezar?, se preguntó, sin saber lo mucho o poco que podía contarle a aquel agitado mortal… si es que era un mortal. Se arriesgó a lanzar una mirada a su izquierda y vio los desgarros que Michael tenía en la chaqueta por encima del hombro derecho. Oh, mierda, pensó con el corazón en un puño. Espero que eso no signifique lo que creo que significa.

Quitó una mano del volante y de un tirón brusco dejó al descubierto el vendaje manchado de sangre que el norteamericano tenía debajo de la chaqueta y la camiseta. Sus dedos se introdujeron debajo de la ensangrentada gasa y arrancaron con impaciencia el vendaje del hombro desnudo de Michael.

—¡Oye! —gritó éste con sorpresa, pero Selene no estaba prestándole atención. En aquel momento sólo le interesaba la fea herida, que consistía en una gruesa costra de la sobresalían varios pelos negros. ¡No!, pensó desesperada. La visión de la cicatriz había sido como el impacto de un rayo de sol. Aunque estaba empezando a curarse, el salvaje mordisco de un licántropo era inconfundible.

Erika había dicho la verdad. Michael se estaba convirtiendo en uno de ellos.

Selene dio un puñetazo en el salpicadero y el plástico endurecido se agrietó. ¡No es justo!, pensó, enfurecida. ¡Él no! ¡Michael no!

Él la miraba sin comprender lo que estaba ocurriendo. La inocencia de su ingenuo rostro norteamericano estuvo a punto de partirle el corazón.

¿En qué demonios me he metido?

El sedán aceleró por la nocturna campiña y se encaminó a velocidad de vértigo en dirección a Budapest… y a un futuro que Selene ni siquiera se atrevía a imaginar.

¿Y ahora qué hago?

En la cripta, Kraven estaba fuera de sí.

—¿Cómo ha podido preferir a un asqueroso licano antes que a mí? —rugió. La mera idea hacía que le hirviera la sangre—. ¡Es… inconcebible!

Enfurecido, se volvió hacia la hermosa portadora de las increíbles noticias.

—Espera un momento —dijo, mientras se le ocurría una idea esperanzadora. Lanzó una mirada suspicaz a la acobardada sirvienta que, si la memoria no le fallaba, se llamaba Erika—. Tú eres la que está celosa, ¿no?

¿Podía ser aquél un intento torpe, por no mencionar carente de todo gusto, por privar a Selene de su afecto?

Sin embargo, la necia vampiresa reaccionó con espanto a la acusación implícita de sus palabras.

—¡No! ¡Os lo juro, mi señor, yo nunca os mentiría!

Por desgracia, Kraven la creía, así que no le quedaba más remedio que aceptar la obscena realidad de que, entre todas las criaturas, Selene había elegido precisamente a un licano para emparejarse. Esta vez ha ido demasiado lejos, pensó con indignación. Ejecutor o no, ningún vampiro tenía derecho a confraternizar con el enemigo sin recibir un castigo.

A excepción de su alianza secreta con Lucian, por supuesto.

Se disponía a abandonar la cripta cuando lo frenó en seco una voz reseca y susurrante que emergió de repente de las sombras que cubrían la parte trasera de la cámara subterránea.

—¿A qué viene este tumulto? —exigió la voz.

El rostro de Kraven se heló. ¡No, no puede ser! En la comprensible furia provocada por el comportamiento criminal de Selene, había olvidado por completo lo que había dicho sobre Viktor al despedirse. Creí que sus palabras no eran más que una presunción vacía.

Tanto Erika como él se volvieron hacia la voz, que parecía emanar de la sombría cámara de recuperación. Kraven tragó saliva al ver que una figura esquelética salía arrastrando los pies de la parte trasera de la cámara y se acercaba a la pared de plexiglás que la separaba de la cripta. Un jadeo involuntario escapó de la garganta de la criada ante la visión grotesca que tenía ante sí.

Viktor, con el cuerpo demacrado envuelto en una túnica de seda, los estaba mirando desde el otro lado de la transparente barrera. Unos ojos fríos y blancos, como de cuarzo pulido, contemplaban la escena con intensidad desde la sombría oquedad de sus cuencas oculares. Su rostro momificado lucía una expresión fría y autoritaria. Una intrincada red de tubos de plástico salía de su cuello y sus hombros y lo mantenía conectado a un mecanismo de alimentación suspendido por encima de su cabeza, de tal modo que parecía una marioneta demoníaca. Por los tubos intravenosos fluía brillante sangre arterial, que nutría al recién despertado Antiguo y restauraba sus fuerzas.

¡Es un error!, protestó Kraven para sus adentros al ver cómo se desmoronaban sus cuidadosamente preparados planes delante de sus ojos. Se suponía que Viktor debía de estar en aquel mismo momento enterrado, no en pie y despierto cuando Kraven estaba a punto de alcanzar su mayor victoria. ¿Todavía puede salvarse el plan, se preguntó, o todas mis meticulosas y arriesgadas maquinaciones han quedado reducidas a nada?

Erika cayó de rodillas junto a Kraven, lo que recordó a éste que debía hacer lo mismo. Con un remolino de pensamientos y su glorioso futuro arrojado de repente a la incertidumbre, el aterrado vampiro cayó de rodillas frente a su oscuro amo y señor.

Michael se sujetaba con fuerza a la puerta del sedán mientras Selene conducía a toda velocidad por la autopista mojada. Una señal metálica anunció que se encontraban a sólo treinta kilómetros de Budapest, pero Michael estaba demasiado atento escuchando a Selene como para prestar mucha atención a sus progresos.

—Te guste o no —dijo ella con tono sombrío— estás metido en medio de una guerra secreta que se ha librado durante la mayor parte de un milenio… una lucha a muerte entre vampiros y licanos.

Michael no estaba seguro de haberla oído bien.

—¿Vampiros y… qué?

—Hombres-lobo —añadió ella al reparar en su expresión de desconcierto—. Hombres-lobo.

Michael se quedó boquiabierto. ¿Me estás tomando el pelo?, pensó, incrédulo. ¿Vampiros y hombres-lobo? ¿Qué creía que era todo aquello, una especie de película de terror de serie B? ¡Por el amor de Dios, estamos en el siglo XXI, no en la jodida Edad Media!

A pesar de su escepticismo, unos recuerdos extraños de las últimas cuarenta y ocho horas estaban pasando como destellos por sus pensamientos.

La chica rubia de la mansión, pegada al techo mientras le siseaba con unos colmillos afilados y blancos…

El desconocido del ascensor que le había clavado los dientes en el hombro…

El techo de su apartamento, del que llovían trozos de yeso mientras al otro lado caían pesadamente tres criaturas…

El rugido espeluznante de una criatura que no era de este mundo…

—¡No! —balbució Michael sacudiendo la cabeza. Aquello era imposible. Los vampiros y los licántropos no existían, salvo para los psicópatas con delirios y los fetichistas de la sangre. Puede que sea eso lo que pasa, pensó febrilmente en un intento por encontrarle un sentido racional a lo que Selene estaba diciéndole. Podría ser algo relacionado con una secta, o puede que una guerra de bandas entre dos sectas rivales.

—Cree lo que quieras —dijo Selene, que había discernido la duda en sus ojos. Pasó una mirada furiosa por sus pálidas y sudorosas facciones—. Puedes considerarte afortunado. La mayoría de los humanos muere en el plazo de una hora tras haber recibido la mordedura de un inmortal. El virus que transmitimos es extremadamente letal.

¡No me hables de virus!, pensó. Soy médico. ¡Sé que todo eso es una gilipollez! Selene no se parecía a los licántropos de las historias, así que era de suponer que se consideraba a sí misma un miembro de la raza de los vampiros.

—Supongamos que tú me muerdes. ¿Qué pasará? ¿También me convertiré en vampiro?

—¡No! —exclamó ella con vehemencia mientras en su rostro se dibujaba una expresión ceñuda provocada por el mordaz comentario de Michael—. Morirías. Nadie ha sobrevivido jamás tras ser mordido por las dos especies… Y, por desgracia, los licanos te cogieron primero. —Sacudió la cabeza, asombrada por su propia y estúpida testarudez—. Según la ley, lo que debería hacer es parar el coche y matarte aquí y ahora.

Michael tragó saliva. Fuera o no una vampiresa, sabía por experiencia lo peligrosa que podía ser aquella mujer.

—Entonces, ¿por qué me estás ayudando? —preguntó con tono vacilante.

—¡No te estoy ayudando! —insistió ella, puede que con demasiada vehemencia—. ¡Yo persigo y mato a los de tu raza! ¡Soy una Ejecutora! Es mi deber. —Estaba mirando fijamente la serpenteante carretera que tenía delante y no se volvió a él una sola vez—. Lo único que quiero es saber por qué Lucian te busca con tanto interés.

¿Ejecutora? ¿Lucian? Aquello se volvía más confuso —y absurdo— a cada segundo que pasaba. Michael se dejó caer sobre el respaldo del asiento, abrumado por una «explicación» que no tenía el menor sentido. Levantó la mano y se tocó el chichón de la frente, un doloroso recuerdo de la última vez que había ido en coche con Selene. Puede que me haya equivocado al venir a buscarla, se dijo. Puede que esté perturbada.

Pero ¿y si le estaba diciendo la verdad?

Con la cabeza todavía inclinada, Erika se levantó y salió en silencio y de puntillas de la habitación. Kraven se quedó a solas con Viktor. Demasiado perturbado por la inesperada resurrección de su amo como para prestar atención a otra cosa, apenas se percató de la marcha de la criada. ¿Seguía Soren esperando en la sala de seguridad? No es que importara demasiado; ningún guardaespaldas del mundo podría proteger a Kraven de la ira de Viktor si el Antiguo decidía que el tembloroso regente había cometido algún pecado.

Maldita seas, Selene, pensó Kraven. ¿Qué has hecho?

—¿Sabes por qué me han despertado, sirviente mío? —preguntó Viktor. Su voz era un rumor reseco, un crujido emitido por unas cuerdas vocales petrificadas que habían guardado silencio durante casi un siglo.

—No, mi señor —respondió Kraven. Se arrodilló y miró el suelo con sumisión, incapaz de soportar la desgarradora mirada blanca de su amo—. Pero pronto lo averiguaré.

Viktor le indicó que se levantara.

—Quieres decir cuando la encuentres.

¿Luego Viktor sabía que Selene era la responsable de su despertar?

—Sí, mi señor —dijo Kraven rápidamente, rezando para que la impía Selene, y no él, fuera la que incurriese en el disgusto del Antiguo—. ¡Os doy mi palabra de que la encontraremos!

Viktor asintió con aire meditabundo. Sus calcificadas articulaciones crujieron y chirriaron.

—Has de traerla a mí —decretó—. Tenemos mucho que discutir, Selene y yo. Me ha mostrado muchas cosas perturbadoras. —Un tono ominoso se insinuó en su voz reseca—. Muy pronto nos ocuparemos de todo.

Kraven se amedrentó bajo la mirada del Antiguo. ¿Qué quería decir Viktor? ¿Qué era lo que le había mostrado Selene? Durante un instante, Kraven estuvo seguro de que Viktor lo sabía todo: la alianza con Lucian, los planes para la noche siguiente, todo. Se estremeció. La muerte sería un castigo misericordioso para él si Viktor llegaba siquiera a sospechar cuáles eran sus verdaderas ambiciones. Lo más probable era que lo condenaran a una eternidad de tortura incesante por haber llegado a considerar una ofensa tan insólita.

Le hizo falta todo su valor para no salir huyendo de la cripta en aquel mismo momento. Kraven sintió que su resolución menguaba perceptiblemente mientras se forzaba a permanecer en presencia de Viktor y el esquelético Antiguo lo sometía al escrutinio marchitador de su mirada. Viktor se acercó un poco más a la pared de plexiglás que los dividía y Kraven apretó todos los huesos y músculos de su cuerpo para mantenerse rígido y en posición de firmes. Su rostro se convirtió en una máscara vacía que no mostraba nada.

—Este aquelarre se ha vuelto débil… decadente —dijo Viktor como si los inofensivos (aunque numerosos) vicios de Kraven estuvieran escritos en letras escarlata sobre su rostro y su figura. Kraven se sentía como Dorian Gray, enfrentado a las señales acusadoras de su retrato—. Quizá —continuó Viktor— debería haber dejado a otro al cargo de mis asuntos.

Una vez más, Kraven se preguntó que habría logrado Selene comunicarle al recién despertado Antiguo. Un destello de resentimiento contribuyó a fundir un poco el hielo del miedo que le atenazaba el espíritu. Sólo una noche más, pensó con malicia, y las opiniones de Viktor sobre mis habilidades habrían dejado de importar. Kraven mantenía sus secretos proyectos ocultos en las más profundas y clandestinas cámaras de su corazón inmortal. Puede que hubiera aún alguna posibilidad de éxito, a pesar del prematuro despertar del Antiguo.

Al contemplar con más atención a la fea criatura que tenía delante, Kraven se dio cuenta de que, de hecho, el poderoso Viktor estaba todavía recuperándose de su prolongado período de hibernación. Las piernas marchitas lo sustentaban a duras penas. Se llevó una mano huesuda a la frente mientras cerraba los ojos y los apretaba, incómodo, como si le doliesen las impresiones que estaban pasando por el interior de su cráneo inmortal.

—Sin embargo —admitió Viktor con solemnidad—. Los recuerdos de Selene son todavía… caóticos, sin sentido del tiempo o la secuencia.

Kraven era consciente de que no pasaría mucho tiempo antes de que Viktor volviera a ser él mismo del todo, pero pretendía aprovechar al máximo el breve período de recuperación del Antiguo. Sólo una noche más, volvió a pensar. Eso es todo lo que necesito… lo que Lucian y yo necesitamos. ¡Entonces Viktor y los demás Antiguos lamentarían haber subestimado a Kraven de Leicester!

Unos párpados resecos que parecían de papiro se abrieron con lentitud.

—Ya he descansado suficiente —declaró Viktor—. Lo que debes hacer ahora es convocar a Marcus. Es hora de que me informe de cómo están las cosas.

Kraven miró al Antiguo, horrorizado.

Por Dios, todavía no comprende lo que ha ocurrido. La confianza del vampiro se vio acrecentada ante la perspectiva de explicar a Viktor la auténtica enormidad de la inefable trasgresión de Selene. ¡Te ruego que recuerdes, mi amo, pensó con malicia, que la culpable es Selene, no yo!

Con la boca tan seca como la de su momificado sire, Kraven señaló la tumba de Marcus.

—Pero… si sigue durmiendo, mi señor.

El pálido cráneo de Viktor se echó atrás como una cobra preparada para atacar. Sus ojos hundidos se abrieron alarmados y a continuación empezaron a arder con un fuego malvado. Su boca sin labios se contrajo en una mueca macabra. Los colmillos rechinaron.

Aterrorizado por la creciente furia de Viktor, Kraven retrocedió por el suelo de la cripta. Se apresuró a concluir su explicación antes de que la furia del Antiguo pudiera estallar sobre la más próxima criatura viviente, es decir, él mismo.

—Se espera la llegada de Amelia y de los miembros del Consejo mañana por la noche… para despertar a Marcus, no a vos.

Una cólera sin palabras contrajo el horripilante rostro de Viktor y convirtió su semblante de calavera en el de un demonio vengativo. Kraven retrocedió tambaleándose y apartó la mirada del colérico Antiguo mientras terminaba nerviosamente de explicar la situación:

—Habéis sido despertado un siglo antes de tiempo.

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