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Primera parte » Línea Marunouchi (destino a Ogikubo) » «Estaba dolorido, pero a pesar de todo fui a comprar leche, como de costumbre»

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«Estaba dolorido, pero a pesar de todo fui a comprar leche, como de costumbre»

KOICHI SAKATA (50)

El señor Sakata vive en Futamatagawa, en la prefectura de Kanagawa al sudoeste de Tokio, con su mujer y su madre en una casa luminosa recientemente reformada y arreglada con muy buen gusto. Nació en la ciudad de Shinkyo (hoy Changchun), en la Manchuria ocupada por Japón durante la guerra. Su padre era militar y su madre mecanógrafa adscrita al cuartel general de la región de Kanto. El padre murió en la guerra (fue hecho prisionero y falleció de tifus durante su traslado a Siberia). La madre regresó con sus hijos a la casa natal de su marido en Kumamoto y, al cabo del tiempo, se casó de nuevo con su cuñado, el hermano mayor de su marido. Su padrastro murió cuando el señor Sakata cursaba segundo año de secundaria. Trabajaba en una empresa de construcción, lo que les obligó a mudarse en numerosas ocasiones. De hecho, el señor Sakata llegó a cambiar cinco veces de colegio hasta que al final se establecieron en Kawasaki. La madre todavía goza de buena salud y disfruta mucho de su huerto.

Contable a jornada completa, el señor Sakata es extremadamente meticuloso a la hora de archivar sus papeles. Cada una de las respuestas a las preguntas que le formulo viene acompañada de un recorte, un recibo o una nota sin que, en ningún caso, se vea en la necesidad de buscarla durante mucho tiempo o revolver entre los papeles. Si su casa está así de ordenada, imagino perfectamente cómo estará su mesa de trabajo.

Le gusta el Go, el juego de damas japonés, y presume de ser un buen golfista, aunque reconoce que está tan ocupado que apenas puede jugar cinco veces al año. De aspecto saludable, asegura que nunca estuvo enfermo hasta que lo hospitalizaron a causa del envenenamiento con el gas sarín, cosa que, por otra parte, le sirvió para tomarse un descanso de sus muchas ocupaciones.

He trabajado once años para Petróleos X. Somos especialistas en asfalto. Antes trabajé en otras empresas siempre relacionadas con el mundo del petróleo. Es un mundo un tanto especial en el que la gente establece más vínculos personales que profesionales. En la última empresa en la que trabajé tuvimos problemas con la gerencia: trataban mal a todo el mundo. Así que unos cuantos nos decidimos y dimos el salto al vacío: un, dos, tres, ¡adelante! Montamos esta empresa desde cero.

El asfalto es el último derivado del proceso de refinado del petróleo. Es un residuo. Del refinado se ocupan grandes empresas como Shell o Nisseki. Nosotros actuamos como una especie de intermediarios entre ellos y el cliente final. Existen muchas empresas como la nuestra y la competencia es fuerte, pero no es un producto que se pueda vender si uno no tiene los contactos adecuados. En realidad, existen vías de comercialización preestablecidas y fijadas de antemano.

Lo más importante es la relación con el cliente final. Por ejemplo, si nos encargamos de suministrar asfalto para la reforma de una calle y establecemos una buena relación con la empresa adjudicataria, la próxima vez seguro que nos compran más. (Risas.) Para que suceda eso hay que establecer un fuerte vínculo con las constructoras. A veces es molesto, pero en nuestro negocio resulta imprescindible.

Yo me encargo del departamento financiero. En este negocio hace falta mucha liquidez, lo que se traduce en pagos en metálico a los proveedores a final de mes. Las constructoras nos pagan con letras de cambio a ciento cincuenta días. Para cubrir ese tiempo de carencia, tuvimos que descontar las facturas en el banco. De hecho, trabajamos con diez bancos distintos por un importe total de unos mil millones de yenes.

¿Por qué pagan a ciento cincuenta días? Es una costumbre que viene de antiguo, por eso una empresa descapitalizada no puede meterse en este negocio. Reunir el capital necesario para montar esta empresa nos supuso grandes esfuerzos. Desde el presidente hasta el último de los empleados tuvimos que aportar algún tipo de garantía. Si no es así, sencillamente no puedes trabajar con las grandes compañías. Por eso es tan importante el departamento financiero.

¿Que si estoy ocupado? No tanto como en la época de la burbuja. El mercado inmobiliario ha dado un bajón y además en aquel momento se produjo la desregularización de la industria petrolífera. Nuestros proveedores pudieron acceder a un petróleo más barato que llegaba del extranjero y no nos quedó más remedio que emprender fuertes reestructuraciones. Muchas obras se pararon, pero al menos la inversión pública continuó.

Salgo de casa a las 7 de la mañana y llego a la estación, que está a unos dos kilómetros de distancia, en veinte minutos. Es mi ejercicio diario. Últimamente tengo el nivel de azúcar en la sangre un poco alto, por lo que caminar me viene bien. Por Futamatagawa pasa la línea de cercanías de Sotetsu en dirección Yokohama; desde allí continuó con la línea Yokosuka hasta Tokio, donde hago transbordo para cambiar al metro, a la línea Marunouchi hasta la estación de Shinjuku-sanchome. El trayecto me lleva en total una hora y media. A partir de Ginza o Kasumigaseki siempre encuentro asiento libre. En ese momento ya no va muy lleno y puedo descansar un poco.

El día del atentado, mi mujer estaba en Hakodate, Hokkaido, en casa de su familia. Su padre había muerto hacía poco y ya habían pasado los cien días que establece el ritual budista para guardar las cenizas del fallecido en el templo. Yo estaba solo en casa. Salí por la mañana como de costumbre. Al llegar a Tokio cambié a la línea Marunouchi. Me subí al tercer vagón de la parte delantera, como hago siempre que tengo que comprar leche.

¿Cómo? ¿Cuándo tiene que comprar leche?

Cuando voy a comprar leche, me bajo en Shinjuku-gyoenmae. Me gusta tomarla durante el almuerzo. Compro un litro cada dos días en una tienda que se encuentra de camino. Si no toca, me subo al último vagón y me bajo en Shinjuku-sanchome. Puedo caminar sin problemas porque la oficina está entre las dos estaciones. Aquel día me tocaba comprar y por esa razón me vi envuelto en el asunto del gas sarín. Fue cuestión de mala suerte.

Encontré un sitio libre nada más subir al metro en la estación de Tokio. Si lee usted el sumario del juicio, comprobará que el autor del atentado, ese tal Hirose, se subió en un principio al segundo vagón, después se apeó y cambió al tercero. Perforó las bolsas que contenían el gas cuando el convoy entró en la estación de Ochanomizu. Allí se encontraban esas bolsas, junto a la puerta central del tercer vagón, justo donde yo me había sentado. Estaba tan enfrascado en la lectura de la revista Diamond Weekly que no me di cuenta de nada. La policía me interrogó más tarde. Me preguntaron una y otra vez cómo era posible que no hubiera notado nada extraño. Pues no, no lo noté. Me hicieron sentir muy mal, como si me consideraran sospechoso de algo. Fue una sensación desagradable, si me permite que se lo diga.

Pronto empecé a sentirme mal. Fue más o menos después de dejar atrás la estación de Yotsuya. Moqueaba. Pensé que había caído enfermo, que me había resfriado; sentía como si tuviera la cabeza vacía. Todo se oscureció súbitamente, como si me hubiera puesto unas gafas de sol. Sucedió de repente, en muy poco tiempo.

Me aterrorizó la posibilidad de que fuera una hemorragia cerebral. Nunca había experimentado nada parecido. Era normal, por tanto, que pensase en lo peor. No se trataba de un simple resfriado, sino de algo mucho más serio. Tenía la impresión de que iba a desplomarme en cualquier momento.

No recuerdo gran cosa del resto de los pasajeros que viajaban en el vagón. Sinceramente, estaba demasiado preocupado por mí mismo. De algún modo logré recuperarme y me bajé en la estación de Shinjuku-gyoenmae. Me encontraba mareado. Todo lo veía oscuro. «Se acabó», pensé. Me resultaba casi imposible dar dos pasos seguidos. Subí a ciegas por las escaleras hasta alcanzar la salida. En la calle también parecía de noche. Me dolía el cuerpo, pero a pesar de todo fui a comprar leche, como de costumbre. Es extraño, ¿no le parece? Entré en una tienda de las que abren las veinticuatro horas y compré una botella de un litro. En ningún momento se me pasó por la cabeza la posibilidad de no hacerlo. Lo pienso y no lo entiendo, la verdad. Es un auténtico misterio. ¿A qué venía esa preocupación por la leche mientras padecía semejante agonía?

Nada más llegar a la oficina me tumbé en el sofá de la recepción, pero no me recuperé. Una de las compañeras me dijo que tenía que ir al hospital de inmediato. Serían más o menos las 9 de la mañana cuando entré por la puerta del cercano Hospital de Shinjuku. Esperé a que me atendieran. Entró un hombre y le explicó a la recepcionista que había empezado a sentirse mal en el metro. Pensé que se trataba de lo mismo y me alivió mucho descubrir que no era un derrame cerebral.

Estuve ingresado cinco días. Yo creía que me encontraba bien, que me darían el alta antes, pero mi nivel de colinesterasa no lo aconsejaba. «Tiene que recuperarse como es debido», me dijo el doctor. A pesar de todo, me dejó marchar antes de lo que él consideraba oportuno. Se lo supliqué. Tenía una boda el sábado siguiente. Aún tardé dos semanas en recuperar la visión por completo, e incluso hoy en día sigue sin estar bien del todo. Si conduzco de noche, me cuesta trabajo leer las señales de tráfico. Me hice unas gafas nuevas con más graduación. Hace poco acudí a una reunión de víctimas del atentado y el abogado que nos asesoraba pidió que levantaran la mano quienes tuvieran problemas con la vista. Muchas personas lo hicieron. No me cabe ninguna duda de que la causa es el sarín.

Mi memoria también ha empeorado. No consigo retener los nombres. En mi trabajo debo tratar a menudo con gente que trabaja en banca, por eso siempre llevo notas en el bolsillo, para saber quién es el director, de qué sucursal… Ese tipo de cosas. Antes no me hacían ninguna falta porque me acordaba sin más.

Soy muy aficionado al Go y solía jugar un rato en la oficina durante la pausa del almuerzo, pero ahora apenas puedo concentrarme. Antes recordaba las estrategias, todo, pero ahora sólo me acuerdo a medias. Al principio pensé que se trataba de la edad, pero me he dado cuenta de que no puede ser sólo eso. Estoy muy preocupado, se lo aseguro. Si me han pasado todas esas cosas en tan sólo un año, ¿qué ocurrirá en los próximos? ¿La cosa se va a quedar así o va a empeorar?

No siento especial rencor contra los responsables del atentado. Tengo la impresión de que fueron simples marionetas al servicio de la secta. Veo la cara de Asahara en la televisión y, por alguna razón, tampoco siento animosidad hacia él. En lugar de perder mi energía con un odio estéril, creo que es más importante que se destinen más ayudas y recursos para las víctimas.

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