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Primera parte » Línea Marunouchi (destino a Ogikubo) » «La policía no fue capaz de intuir lo que había tras la aparente ridiculez de Aum»

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«La policía no fue capaz de intuir lo que había tras la aparente ridiculez de Aum»

YUJI NAKAMURA, abogado (nacido en 1956)

El abogado Nakamura se presenta a sí mismo: «En una palabra, soy un abogado que actúa como si fuera el médico del pueblo». El bufete donde trabaja está cerca de la estación de Machida, en la línea Odakyu. Es una oficina luminosa, limpia. Cada uno de los abogados que trabajan allí cuenta con su propio despacho. Hay también varias secretarias y el ambiente no resulta arrogante ni de suficiencia. Encaja bien con el aspecto del señor Nakamura. Tiene cuarenta años, pero la vivacidad de sus ojos le da un aspecto más joven.

Con una sonrisa, asegura: «Asumo cualquier tipo de caso, desde un divorcio hasta conflictos con prestamistas. No tengo una especialidad concreta». Lo primero que trata de aclararme es que no es de ese tipo de abogados con un ideal y una clara ambición: «Soy una persona corriente, como las que puede usted encontrar en cualquier parte. No me malinterprete, por favor».

El abogado Sakamoto[1] y yo nos graduamos en derecho en la misma promoción de la Universidad de Tokio. Era la trigésimo novena y la componían diez clases. Yo estaba en la ocho, Sakamoto en la nueve. Después de licenciarnos, se formaron cuatro grupos de trabajo en prácticas y nosotros coincidimos en el mismo. Estaba compuesto por veintisiete personas. Nos llamaban los «Tokio cuarto». Fue allí donde nos vimos por primera vez. Sakamoto quería ser un abogado al estilo del abogado y activista estadounidense Ralph Nader, pero yo, por el contrario, no tenía una motivación tan clara como la suya. Mis razones eran más ambiguas. Quería trabajar por libre sin pertenecer a ninguna empresa concreta, pero obtener el título oficial de abogado no me resultó nada fácil. Fue muy duro. Me suspendieron en varias ocasiones y no hice otra cosa más que estudiar, estudiar… Sakamoto y yo éramos de la misma edad, lo que significa que pasamos por el mismo calvario hasta aprobar el examen oficial que te da derecho a ejercer. (Risas.)

Después de aquello, durante el año y medio que estuvimos de prácticas en investigación judicial, nos hicimos amigos íntimos. Cuando empezamos a ejercer, solíamos reunirnos con otros colegas del grupo. Éramos unos diez. Intercambiábamos informes y datos sobre nuestras investigaciones en curso. Ya por entonces Sakamoto estaba muy ocupado y a menudo no podía asistir a las reuniones. En una ocasión tenía entre manos un asunto sobre un timo. Fuimos todos a Yokohama para que nos hablara sobre un jarrón que estaban vendiendo unos estafadores al que atribuían unas supuestas propiedades sobrenaturales. Comimos en un restaurante chino. En aquella época ya había empezado a dedicarse a ese tipo de asuntos oscuros.

Tenía un carácter alegre y activo. Creo que ambas palabras le hacen justicia. Lo malo es que había en él un exceso de ironía, no miraba las cosas de una manera directa, simple. Siempre tenía algo que decir sobre cualquier tema. Si hablo de él en positivo, le diré que una de sus virtudes era la capacidad crítica. Si hablo en negativo, que siempre estaba preparado para agarrarte en un descuido.

Se encargaba de asuntos como los de la Iglesia de la Unificación o Aum, un trabajo duro. Más bien ingrato, ¿no le parece?

Al principio de su carrera no. Era un tipo corriente. Nos invitaba a menudo a cantar en un snack, uno de esos bares para hombres donde sirven chicas jóvenes. Siempre decía: «Vamos mejor sobre las cinco de la tarde porque a esas horas sólo hay que pagar dos mil yenes». (Risas.)

Honestamente, Sakamoto no correspondía a la imagen que tenemos de un abogado implicado en la defensa de los derechos humanos. No pertenecía a ningún partido político, era una persona normal, como yo. Queríamos ganar dinero como los demás. Mejor dicho, queríamos ganar más, de ser posible. Era así, lo cual resulta natural en una persona de nuestro tiempo. Sin embargo, conocía bien sus límites, sabía cómo tenía que actuar, cómo asumir su papel. En ese sentido se tomaba a sí mismo mucho más en serio de lo que lo hacía yo.

El bufete de Yokohama en el que trabajaba tenía fama de ser muy combativo y avezado en todo lo relacionado con temas laborales. Pero hoy en día ya no es así y llevan también otros asuntos. Al haberse hecho cargo de numerosos conflictos laborables y ganado muchas causas en las que sus clientes fueron declarados inocentes, se enfrentó en repetidas ocasiones a la policía. Quizá por eso la policía consideraba su bufete «especial», una etiqueta que sigue manteniendo hasta ahora.

Hubo un caso concreto relacionado con unas escuchas ilegales a un dirigente del Partido Comunista en la ciudad de Machida, que lo enfrentó a todo el cuerpo policial. Después de aquello, cuando las cosas se calmaron, desapareció.

Su caso lo llevó desde el principio la brigada central de investigación. En su bufete asignaron a un abogado para que también se hiciera cargo del asunto. Es un bufete con un poder considerable y desde el primer momento la policía se preocupó por sus movimientos y no se mostró muy dispuesta a colaborar.

Es decir, a pesar de que el bufete de Yokohama le dijo a la policía que los secuestradores de Sakamoto podían ser la gente de Aum, ellos no hicieron caso…

Sí, es posible. Creo que hubo cierta ansia de venganza. A mí normalmente me informaban unos policías a cargo del seguimiento y protección de políticos, pero me da rabia no poder confirmárselo. Los responsables de la policía decían: «Aquel lugar es…» y levantaban la mano izquierda si se referían a izquierdas. Lo cierto es que ignoraban la mayor parte de los asuntos relacionados con Aum.

Yokodaia está bajo la jurisdicción de la comisaría de Isogo. En un principio, los investigadores y los de la sección de identificación trabajaron mucho. Pero sus informes no llegaban a los responsables de la policía. La comunicación interna entre ellos fue muy deficiente.

En aquel momento, la policía no sabía que Aum era un grupo peligroso. Ellos mismos lo han admitido en el informe oficial de la investigación. Ni siquiera disponían de un organigrama. Eso se traduce en que no estaban vigilados. Por eso, cuando les advertíamos de nuestras sospechas respecto al peligro potencial que representaban, hacían oídos sordos a lo que les decíamos.

Sin embargo, en la comisaría de Isogo lo comprendieron. Les proporcionamos una enorme cantidad de datos sobre la secta. Por ejemplo, el abogado Taro Takimoto presentó una lista de casi mil adeptos de Aum con sus fotos correspondientes. Lo hizo tanto en Isogo como en el departamento de policía del Ministerio de Justicia. Hasta el mes de marzo de 1994 se llegaron a presentar noventa y siete informes. Por eso entendieron lo que ocurría. Colaboraron con nosotros, se tomaron el asunto en serio. Supieron valorar los informes con exactitud.

Pero el resto de la policía no parecía querer entenderlo. La situación empezó a cambiar poco a poco cuando sustituyeron a uno de sus responsables. La velocidad a la que se transmitían los informes de una comisaría a otra se aceleró enormemente. Tuvimos la oportunidad de confirmarlo.

Lo más importante de todo fue el millón ochocientas mil firmas de apoyo que recogimos para el caso Sakamoto. Cada vez que alcanzábamos cierta cantidad, diez mil, veinte mil, las llevábamos a la policía. No sólo fuimos a la comisaría de Isogo, sino a muchas otras, al departamento de policía en el ministerio. Incluso algún parlamentario nos dio su apoyo públicamente. La presión fue cada vez más eficaz. Poco a poco la policía empezó a pensar que nuestro movimiento era algo útil para sus investigaciones.

Me nombraron subdirector en la secretaría de la oficina central para la liberación de Sakamoto y ya en aquel entonces escuchábamos noticias sobre el gas sarín.

Como usted sabrá, el día de Año Nuevo de 1995, el periódico Yomiuri publicó un artículo sobre la detección de residuos de gas sarín en la localidad de Kamikuishiki. Un poco antes, en el mes de diciembre, nos había llegado una información de un equipo de abogados que llevaba el caso de las familias con adeptos en la secta, que consideraban a sus familiares víctimas de una gran maquinación. Insistían en que había que considerar a Aum Shinrikyo directamente implicada con el gas sarín, con asuntos de drogas y de sustancias químicas. Podrían estar utilizando algún tipo de estimulantes o alucinógenos con su propia gente.

Además, creo recordar que en el mes de marzo de 1994, en el sermón de Chizuo Matsumoto (el verdadero nombre de Shoko Asahara) en la sede local de la secta en Kochi, en la isla de Shikoku, pronunció la palabra «sarín». De ahí que se le llamase el sermón del sarín. Después habló sobre el Armagedón, y, desde aquel momento, el equipo de abogados que seguíamos el caso nos convencimos de que algo se movía… Nada más oírlo, lo primero que se me ocurrió fue: «¿Qué hacemos si derraman algo así en nuestra oficina?». Me da vergüenza reconocerlo, pero fue lo primero que se me vino a la mente. Lo hablamos y decidimos que lo mejor sería retirar el letrero que había en el exterior de nuestras oficinas en el que exigíamos la inmediata liberación de la familia Sakamoto. En nuestra sede en concreto no había ninguno, pero los que sí tenían se asustaron. En el incidente Matsumoto ya habían derramado gas sarín. De ser así, era imposible determinar dónde o cuándo volvería a ocurrir.

Antes de aquel discurso no teníamos verdadera conciencia de lo que pasaba. Sabíamos que secuestraban a personas para abducirlas, pero no pensábamos que llegasen al extremo de asesinar a alguien y hacerlo desaparecer. La verdad es que no queríamos pensar que eso fuera posible.

El incidente Matsumoto tuvo lugar en el mes de junio de 1994. Sin embargo, en aquel momento no sospecharon que fuera cosa de Aum, ¿verdad?

No, no lo sospechamos. Gracias a la descripción del perfil psicológico de los adeptos, quedó claro que usaban drogas para captarlos. Nos enteramos gracias al relato exhaustivo de uno de ellos que logró escapar. Nos enteramos también de que hubo un asesinato por linchamiento. Sin embargo, ninguno de nosotros llegó a pensar en el sarín. Conocíamos el sermón del gas venenoso, pero pensábamos que sólo era una especie de recurso de cara a los creyentes. Es posible que también utilizasen gas mostaza, ya que en julio de 1994 apareció gente con síntomas de envenenamiento por ese tipo de gas. Al margen de eso, por lo visto también se dedicaron a fabricar sarín.

Empezamos a pensar en serio en el sarín en diciembre de 1994. Poco después se hizo pública una información que actuó como detonante. Para entonces, ya estábamos sumidos en un estado de pánico. Sólo era cuestión de tiempo que sucediera algo.

Me enteré de que en el mes de enero se iba a producir un registro conjunto por parte de la policía de la prefectura de Nagano, Yamanashi, Shizuoka y Miyazaki. Sin embargo, la Jefatura Superior de la Policía metropolitana de Tokio no estaba incluida. Según ellos, no tenían previsto ni registro ni embargo de ninguna de las sedes de Aum al no disponer de orden judicial, aunque en ese momento ya había tenido lugar el secuestro de la hija de mayor de Tomoko Kashima.[2] En realidad, no es que no pudieran intervenir, simplemente no lo hicieron. Sólo se decidieron a hacerlo tras el incidente del señor Kariya,[3] que trabajaba con un notario de la zona de Meguro en Tokio. Antes de eso no tenían verdadera conciencia de la gravedad del problema al que se enfrentaban; tampoco sabían el peligro real que podía representar un ataque con gas sarín, ni se tomaron en serio la primicia que había publicado el Yomiuri.

Si no actuaba la Jefatura Superior de la Policía metropolitana, tampoco lo harían las Fuerzas de Autodefensa de Japón. En cualquier caso, en las cuatro prefecturas mencionadas estaban preparados para llevar a cabo el registro, y justo en el momento en que se disponían a actuar tuvo lugar el gran terremoto de Kobe. No me gusta decir esto, pero los de Aum tuvieron mucha suerte.

Tanto usted como el señor Takimoto ya tenían conciencia a comienzos de año de la situación real, ¿cierto? Sin embargo, la policía no llegó a actuar.

Así es. Sabíamos perfectamente a lo que nos enfrentábamos. Ya habían atacado al señor Takimoto y el 4 de enero de 1995 trataron de envenenar a un miembro de la Asociación de Familias Afectadas por Aum, el señor Nagaoka, con un compuesto a base de organofosfatos. Estuvo entre la vida y la muerte.

En febrero de 1995 nos reunimos para hablar sobre el sarín. Éramos en total veinte abogados. Mi compañero de bufete, el señor Kajiyama, hizo de profesor improvisado ya que era doctor en ciencias. Aprendimos conceptos básicos sobre el asunto. Kajiyama, además, tenía relación con el señor Kono,[4] conocía el incidente Matsumoto y había estado en el lugar de los hechos.

No entendíamos nada de formulación química, así que nos explicó detalles sobre los efectos del gas, sobre cómo se fabrica y cómo se almacena. Cosas prácticas de ese estilo. Estábamos convencidos de que iban a atacar nuestra asociación. En el incidente Matsumoto habían atacado la residencia de un juez. Parecía que sentían una especial hostilidad hacia todo lo relacionado con la justicia. Por eso reforzamos la vigilancia.

Puede que no sean más que imaginaciones mías, pero me da la impresión de que Shoko Asahara tiene algún tipo de complejo y por eso le gustaba rodearse de doctores y abogados, para que le sirvieran. Al parecer quiso estudiar medicina o derecho en la Universidad de Tokio, de ahí que nombrase a médicos y abogados para los puestos de responsabilidad. A los médicos les pudo engañar con más facilidad, pero los abogados tenían una mente mucho más retorcida (risas), por lo que le fallaban en su devoción y al final no pudo contar con muchos de ellos. A pesar de todo, hubo tres o cuatro además de Aoyama, el segundo de Asahara y también abogado.

Decidimos que lo mejor sería no frecuentar lugares donde se concentrara mucha gente. Estábamos tan nerviosos que nos sentíamos objetivos potenciales. Por eso la mañana del día 20 de marzo de 1995, cuando oí en las noticias que en el atentado del metro había numerosos muertos y heridos, sentí un gran despecho. Creo que todo el mundo se dio cuenta de que la estación de Kasumigaseki era el objetivo principal y que los autores fueron los de Aum, ¿no es así? Sin embargo, la policía fue la única que no había comprendido la gravedad de la situación. Eso provocó un gran problema.

El señor Takimoto preguntó el 6 de marzo a los responsables de la policía si habían establecido algún dispositivo especial de seguridad pública. El día 13 envió por correo urgente una carta en la que les advertía del peligro inminente de un atentado con gas sarín perpetrado por Aum. La carta iba dirigida al director general de la Jefatura Superior de la Policía metropolitana de Tokio y al fiscal general del Estado. El atentado se produjo tan sólo siete días después.

No lo tuve claro hasta ese momento, pero en realidad existen dos tipos de policía en Japón: la de seguridad pública (Kôan) y la criminal (Keiji). La de seguridad pública no se molestó en comprender la verdad sobre Aum hasta diciembre de 1994. Hasta la publicación de la primicia en el Yomiuri no decidieron enfrentarse de verdad al asunto. Sin embargo, ni siquiera fueron capaces de comprender el organigrama de la secta en los tres meses que precedieron al atentado. Tampoco sabemos hasta dónde habrían llegado si el 30 de marzo no hubieran disparado contra el director general de la Policía.

Nadie se enteró en realidad de que lo se cocía en Aum. Despreciaban todo lo que tenía que ver con ellos. Incluso después del atentado mantuvieron una actitud parecida. Los policías encargados del seguimiento de Aum demostraron un gran empeño en su trabajo por capturar a los autores del crimen, pero los demás compañeros los menospreciaban. No sé si no querían entender o no podían hacerlo. El caso es que lo infravaloraron todo. Los miraban por encima del hombro: «No es más que una banda de perturbados. ¿Cómo es posible que ni siquiera seáis capaces de capturar a esa Naoko Kikuchi?[5] ¿A qué diablos os dedicáis?».

En el atentado con gas sarín del metro de Tokio no existió un acuerdo entre esos dos departamentos de la policía como sucedió, por ejemplo, cuando capturaron a los miembros de Rengo Sekigun, el Ejército Rojo Japonés.[6] Ésa es mi opinión. Los miembros del equipo permanente de la policía para el seguimiento de Aum se quejan de que ni sus compañeros ni sus superiores los apoyan o entienden. A pesar de la gravedad del atentado, todos esos desacuerdos y problemas internos no se han resuelto. La cuestión de Aum se aborda desde una profunda incomprensión general que se queda en la superficie sin llegar a entender las graves implicaciones que plantea.

En este momento, nuestro equipo de abogados negocia con los funcionarios del Ministerio de Justicia las medidas que se deberían tomar con respecto a los creyentes de Aum. Tampoco en este punto existe consenso. Ellos dicen: «¡Vaya! Están ustedes con el caso de Aum. Imagino que debe de ser muy complicado», pero en realidad no entienden absolutamente nada. Cómo explicárselo. Las personas que trabajan dentro de un orden establecido no quieren entender por mucho que nos esforcemos en hacerlo. Al final de nuestras largas conversaciones suelen hacer preguntas del tipo: «¿Por qué razón se tuvo que meter en esa tontería un doctor tan reputado que se graduó en una universidad de primer nivel?», o «¿Cómo es posible que tal chica se enamorase de un tipo tan feo y barbudo como ese Asahara?». Con eso demuestran su absoluta ignorancia respecto a la gravedad del asunto al que nos enfrentamos. Para ellos no es más que un tema de conversación chistoso.

¿Cree usted que los descuidos de la policía o de la justicia condujeron a los graves daños que provocó el atentado?

Creo que la policía no fue capaz de intuir lo que había tras la aparente ridiculez de Aum. Quiero decir, les parecía todo demasiado disparatado, cómico. No vieron el horror sin límite que se escondía tras esa máscara de payaso. Desde ese punto de vista, la policía no supo ver el enorme ángulo muerto que tenía. Aum encarnó a un tipo de enemigo nuevo sin precedentes en el trabajo policial. Ésa es, al menos, mi opinión.

Actualmente, usted se encarga de dar respuesta a las consultas que llegan a la Asociación de Víctimas del Atentado del metro. ¿Cómo se creó la asociación?

Como ya he mencionado antes, empezamos a trabajar para lograr la liberación del abogado Sakamoto y, en el proceso, se nos ocurrió la idea del número 110, el teléfono de la policía en Japón. Es decir, que las personas captadas o secuestradas por Aum, o los familiares de éstos, llamasen a la policía para dar a conocer su caso y solicitar ayuda. En principio fue una idea destinada a salvar a los adeptos de la secta y a sus familiares, pero recibimos muchas llamadas de las víctimas del atentado en el metro, por lo que establecimos una nueva línea para ellos. Eso sucedió en el mes de julio. Empezamos con la atención telefónica a las víctimas unos setenta abogados, tanto de Tokio como de Yokohama. Sin embargo, el número de llamadas no hacía más que aumentar, por lo que nos vimos obligados a formar un equipo con dedicación exclusiva. Nos organizamos entre los que habíamos estudiado con Sakamoto, los de la trigésimo novena promoción. Fue una iniciativa de un grupo de abogados jóvenes. Habíamos empezado con todo aquello por un fuerte sentimiento de compañerismo hacia Sakamoto y decidimos continuar después del atentado.

Pero ésa no fue la única razón. Todos nosotros nos sentíamos profundamente avergonzados. Disponíamos de información muy concreta sobre Aum, pero no fuimos capaces de prevenir el atentado… Tendríamos que haber levantado aún más la voz, haberle gritado a la sociedad. Pero no pudimos o no supimos hacerlo. Me incluyo a mí mismo; no tuvimos suficiente coraje. Sinceramente, teníamos miedo.

Intentaron asesinar al autor de manga Yoshinori Kobayashi por atacar con su discurso crítico a Aum. Lo mismo le sucedió a Shoko Egawa.[7] Salvaron su vida por los pelos. Si nosotros como asociación hubiéramos montado algún tipo de alboroto en enero o en febrero de 1995, diciendo que el sarín del que disponía Aum podía ser peligroso, es muy probable que no hubiera muerto nadie. A pesar de encontrarnos en esa situación, la policía no nos protegió. Por mucho que se lo suplicamos no hicieron nada, ni siquiera nos hicieron caso: «¿Qué dicen ustedes? ¿Los van a matar?». Ése era el tipo de respuestas al que nos enfrentábamos. No se tomaban nada en serio. La señora Egawa sobrevivió de milagro. Como vivía en Yokohama, después del intento de asesinato vigilaron su casa día y noche, pero en el caso de Nagaoka[8] y Kobayashi, éstos no tuvieron esa misma protección.

En cualquier caso, no fuimos capaces de levantar la voz lo suficiente de una manera eficaz. Por una parte teníamos miedo, pero, por otra parte, quizá no le dimos la importancia que realmente tenía. Todos nosotros hemos reflexionado mucho sobre lo ocurrido y el sentimiento de culpa nos mueve a esforzarnos por arreglar las consecuencias de lo que no supimos evitar. No fuimos capaces de extraer las conclusiones oportunas del caso de Sakamoto ni de aprender la lección. «Lo sentimos mucho, Sakamoto»: ésta es la principal motivación que nos empuja a ayudar a las víctimas del atentado.

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