UNA HISTORIA SOBRE ETOLOGÍA: mi perro hace cosas raras y nadie sabe porqué

UNA HISTORIA SOBRE ETOLOGÍA: mi perro hace cosas raras y nadie sabe porqué

Álvaro G. Molinero

El diablo está en los detalles. A veces, una historia concreta sobre un individuo concreto nos plantea dudas, acertijos, contradicciones y sirve de punto de partida para aumentar nuestro conocimiento sobre una determinada cuestión. Es el eterno dilema: los datos poblacionales y las fórmulas que describen los comportamientos de poblaciones completas nos ayudan a comprender mejor (porque sintetizan, que es lo que significa al final comprender) las poblaciones pero estimulan poco, o nada, la creación de nuevo conocimiento porque no interpelan al sujeto que recibe la información porque, e definitiva, no nos cuentan una historia, no conecta con nuestra amígdala emocional y nos deja fríos. Este es uno de los principales problemas del conocimiento científico: cuanto más abstracto es y menos narrativas contiene, a menos personas interpela, conecta y emociona, y menos interpela, conecta y emociona a las personas que ya están interesadas en ese asunto.

Por eso me he propuesto comprender a mi perro. Sucre un majestuoso cruce de podenco ibicenco con alguna otra raza de caza indeterminada (tipo pointer seguramente). ¿Y por qué comprender particularmente a tu perro si puedes acudir a varias publicaciones científicas especializadas en etología canina y a decenas de publicaciones de etología general para saber más de etología en general? Pues, como he dicho, la divulgación científica y las propias ganas de aprender de las personas, dependen mucho de lo que emocionalmente estén ligados a dicha información ¿Y qué puede estar más unido a ti que tu adorable compañero canino? El objetivo, a lo largo de estas líneas, es describir, sin caer en la personalización, comportamientos sorprendentes que he observado en mi cánido amigo, para intentar luego ver qué diferencias existen entre estos comportamientos observados y el conocimiento base que tenemos sobre el comportamiento de los animales.

Insisto, no voy a caer en la personificación (aunque, si me permitís, como ser sintiente que es,y no es que lo diga yo, lo dice el actual ordenamiento jurídico del Estado español, citaré su nombre) pero tampoco voy a caer en la sistematización. Insisto, en este ensayo no quiero recopilar conocimiento ya existente, si no aprovechar la oportunidad que ofrece la ligazón que muchos tenemos con nuestras mascotas para interpelar al lector y para interpelarme yo mismo sobre lo que conozco sobre etología.

Todos hemos visto hacer cosas increíbles a nuestros perros pero yo, como buen biólogo y, por tanto, científico (sí físicos, los biólogos también hacemos ciencia, incluso los que nos dedicamos a ver pajaritos, plantas y otros seres del campo), siempre he sido escéptico ante estas historias porque, cerrando el círculo de la paradoja de la emocionalidad que he comenzado planteando, las emociones, a parte de hacernos empatizar y estimularnos a conocer, también pueden hacer que subjetivemos, perdamos los puntos de referencia y acabemos en el “es que a mí…”. Así que, con este escepticismo me he plantado, durante estos 5 años que llevo conviviendo con Sucre (y otros compañeros en acogida), en las zonas de socialización caninas, en las calles, en el monte y en otros sitios con los que doy paseos con mi compañero y mi compañera sentimental. El primer comportamiento que me llamó la atención de Sucre fue el siguiente. Los perros, en principio (y salvo sorpresa de última hora para salvar el capitalismo chungo que disfrutamos hoy en día), no tienen la noción de propiedad privada.

Así que, no se si denominar a este comportamiento “robo”. Creo que sería injusto aunque, si nos dejamos llevar por las ideas del enfant terrible más famoso del siglo XIX, Joseph-Pierre Proudhon, quizá acertemos a denominar a este comportamiento “socialización” ya que “la propiedad privada es un robo. Llamemos como le llamemos a este comportamiento, Sucre comenzó, todavía cuando no había cumplido el año, a meter su fino hocico en bolsos, bolsas, mochilas y bolsillos de todas persona que entraba en la zona de socialización (el nombre se vuelve irónico por momentos). Su ataque era indiscriminado. Me imagino que esos huecos debía olerle a mil maravillas. Algunas veces conseguía sacar una bolsa de premios al completo y corría desesperadamente para que ningún humano se la arrebatase. De forma totalmente casual, la escena acaba en ocasiones con una manada alimentada por nuestro valeroso podenco. Casi siempre, o nosotros, o la persona que llevaba el preciado alimento, veíamos sus intenciones y conseguíamos evitar o limitar el hurto.

Pero ¿Qué ocurrió? Que la estrategia de Sucre se fue depurando. Todo aquel que haya acudido a una zona de socialización canina habrá observado que los perros suelen ir a saludar a toda persona que entra, lleve esta, o no, cánido compañero asociado. Sucre, como no podía ser de otra manera, también acude regularmente a su cita en la puerta de entrada del pipican pero, a diferencia del resto de canes, él se sitúa, en un astuto giro de los acontecimientos, en la retaguardia de la persona y, mientras ella saluda al resto de canes o, simplemente, avanza hacia el interior de la zona de socialización, Sucre ejecuta su ataque. ¡Zas! El morro se introduce como un el hocico de un oso hormiguero en un hormiguero y, si hay suerte, obtiene su premio. Se ha hecho tan hábil en su estrategia que, incluso, ahora distingue entre aquellos humanos que ya lo conocen y que, por tanto, son más precavidos con sus acciones (y por tanto, se dedica a merodear por si hubiera algún posible despiste) y los nuevos, a los que pilla siempre por sorpresa.

Otro comportamiento sorprendente es el siguiente. Cuando anda junto a otros humanos y, alguno de ellos desaparece (porque tiene que ir a hacer quehaceres humanos), el resto del paseo lo realiza observado todos los medios de transporte que, sabe por experiencia, extrullen y engullen humanos (algunos coches, tranvía, autobuses, etc.), sobre todo cuando ya ha realizado sus ejercicios (es decir, de vuelta a casa). Para que os hagáis una idea de la velocidad de aprendizaje de Sucre, os cuento este asunto relacionado. Mi compañera comenzó a utilizar una ruta alternativa para acudir a su trabajo. Eso implicaba que llegaba un poco más tarde pero, como contrapartida, podíamos ir a recogerla, Sucre y yo, a una estación de metro. El ya había ido otras veces a esa estación y, normalmente, cuando nos quedábamos quietos cerca de esa estación, solía salir alguien allegado de la misma. La reacción fue, por tanto, de impaciencia, pero no demasiada. Al tercer día de ir a recoger a mi compañera, ya no podía pasar por aquella parada cerca de la hora de encuentro. Ya no me dejaba avanzar. Se quería quedar allí. Y, claro, los recibimientos ya no eran de impaciencia controlada, si no todo un verdadero espectáculo.

Otro comportamiento es el siguiente. La vida de Sucre puede ser dura pero, al fin y al cabo, subir escaleras es algo que parece fatigar más a los humanos que a los cánidos. 5 pisos ¡Ahí es nada! Así que, mientras sus compañeros humanos se desvanecen con las alturas, Sucre piensa en otras cosas. Llevábamos poco más de un año en este Everest de los pisos de alquiler cuando el cánido alpinista comenzó a realizar acciones extrañas: mirar intensamente mientras va subiendo escaleras, intentar coger lo que llevas en la mano (sea esto su propia correa, una bufanda o cualquier cosa) o, incluso, auparse para intentar coger lo que llevas en el cuello. Todo esto, sin estar demasiado alterado. Una paseo tranquilo, sin tirones. ¡Ah, se me olvidaba! Solo lo hace en el último paseo del día. La cosa se fue complicando porque, ante tanta insistencia, claro ¿Quién podía negarle la correa o la bufanda? Así que ha tomado como costumbre coger algo (ya digo, solo en el paseo nocturno) y subirlo hasta arriba. “¿Solo? Menuda novedad. Pues no habré visto yo pelis…”. Se que estás pensando algo parecido, pero hay más. No conforme con ello, entra en casa y, sin pensarlo dos veces, se encamina hacia nuestra cama para sacudir con violencia aquello que lleva entre sus fauces. “muere, maldito amasijo de lana”, parece decirse a sí mismo (pero esto es solo una elucubración, estoy intentando no personalizar, es solo una licencia poética).

¿Qué he quiero ilustrar con estas tres historias sobre los comportamientos de un perro particular, de un lugar particular, con un entorno particular? Que la etología clásica no es suficiente para explicar estos comportamientos. El experimento etológico clásico por experiencia es conocido mundialmente como “El perro de Pavlov”. En realidad, ni fue un experimento único, ni intervino un solo perro y, si me apuráis, difícilmente podemos clasificarlo dentro del estudio etológico. Vamos a entrar en harina ¿Cual es el objeto de estudio de la etología? ¿En qué consistieron realmente los experimentos realizados por Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936)?

La etología tiene como objeto de estudio el comportamiento y, como en toda ciencia, no basta con decir cual es el propósito de estudio, si no que hay que hacer posible su medición y estudio empírico. Este procedimiento, al que podemos llegar de múltiples maneras (es de una diversidad inimaginable: tasas, índices, definiciones, mediciones, etc.), se denomina operacionalización. Si, es una palabra muy larga pero en castellano sustantivizar algunas acciones no es sencillo. Al fin y al cabo consiste en hacer real, medible y comprobable algo que hemos definido en lo abstracto. Un comportamiento es, a ojos de la etología, una acción de un organismo, definida de forma precisa. Por ejemplo, en un perro, la emisión de sonidos a a través de su órgano fonador, puede definirse como “ladrar” y, el ladrido, sería un comportamiento. Hablar de ladrido en zorros, o no tendría sentido o, quizá, requiera una redefinición. Eso hace, también, difícil la comparación entre especies. Para muchos etólogos, esta diferencia epistemológica –de la forma de conocer el mundo–, no es tan importante y, de hecho, no existiría, por lo que podrían preguntarse el origen evolutivo de comportamientos tan execrables y abominables como la violación, observando un comportamiento “similar” en artrópodos. El mero hecho de la existencia de una sociedad como la nuestra debería, al menos, plantearles dudas sobre este tipo de planteamientos pero no seré yo quien les siga: “estáis equivocados”. Por tanto, una vez tenemos definido el comportamiento, podemos empezar a estudiarlo. Pavlov en realidad estudió la respuesta fisiológica del aparato digestivo en los perros (1). Sus experimentos, contemplados hoy en día (a parte de ser una salvajada desde el punto de vista ético), son experimentos puramente fisiológicos. Por ejemplo, para intentar averiguar qué estímulo daba inicio a la producción de jugos gástricos en los cánidos, intervino quirúrgicamente a perros para, por un lado, para exponer parte de la mucosa gástrica al exterior (en otras palabras, produjo quirúrgicamente una fístula a los perros que estaba permanentemente abierta) para comprobar cuando se activaba la secreción gástrica y, por otro lado, seccionó sus esófagos, dándole salida al exterior (para que la comida no se acumulase en el mismo) y poder así determinar si es el contacto de la comida con la mucosa lo que activa la secreción o bien es la acción de comer (aquí si, un comportamiento), lo que la inicia. Comprobó que efectivamente era la acción de comer lo que lo iniciaba, pero no pudo determinar porqué había patrones distintos de secreción dentro del propio estomago. Posteriormente fue cuando comprobó que, este comportamiento de ingesta podía ser sustituido por un sonido (una campana), presentándolo en un primer momento junto a la comida, para después eliminarlo y que surtiera los mismos efectos. Había nacido el concepto de “reflejo condicionado” (la secreción de jugos gástricos era un reflejo no controlado por la voluntad del ser y podía ser activado por una condición, en este caso, el sonido). La demostración completa de esta relación llegó con otra intervención quirúrgica: a los perros, ya condicionados, se les seccionó el nervio vago, que se sabía mediaba en la transmisión de información nerviosa hacia las vísceras. Efectivamente, la secreción de jugos gástricos resultó inhibida. Como vemos es un experimento totalmente fisiológico (si se quiere, con un enfoque bioneurológico).

¿Puedo el reflejo condicionado ayudarnos a comprender los comportamientos de Sucre? Por ejemplo, podríamos interpretar que, el olor a comida, desencadena la respuesta de búsqueda de la misma y su captura, sea por el método que sea. Y que la presencia repetida de humanos, en una zona de socialización canina, con comida en sus orificios textiles, sea suficiente como para producir un “reflejo condicionado”. Aquí, habría que suponer también, que la búsqueda de comida es un reflejo. Y, para empezar, esto no se sostiene. La secreción de jugos gástricos no es evitable por la voluntad del organismo. El deseo de comer, si. Sucre es uno de los canes más glotones que he conocido y, sin embargo, es capaz de aguantar estoico delante de la mesa a que llegue (si es que llega) algún pedacito de pan a su gaznate; es capaz de aguantarte la mirada durante decenas de segundos esperando a que le des la orden para poder comer. Si, se puede aguantar. No niego que pueda estar interviniendo en todo el proceso de aprendizaje de Sucre, un “reflejo condicionado”, como olfatear intensivamente cuando hay moléculas en el aire que indican la presencia potencial de alimento, pero el comportamiento es muchísimo más complejo que todo eso. Hay estrategia. Pavlov se llevaría pocos años después el premio Nobel pero, en esta ocasión, no nos va a servir de ayuda.

Otro experimento clásico de la etología son los trabajos de otro de los padres fundadores de la ciencia del comportamiento, Konrad Lorenz (1903-1989), sobre la impronta en patos y gansos (dejaremos para otro post la interesante y controvertida figura de Lorenz). El alemán Lorenz, junto al holandés Nikolaas Tinbergen estudiaron patos y gansos salvajes y cómo la domesticación afectaba a su comportamiento (2). Durante esto estudios, descubrieron que existía un periodo crítico después del nacimiento de un polluelo de pato o ganso en el cual este podía ser “impresionado” (imprinting) con la imagen de un organismo y, si este estaba el tiempo suficiente delante de los polluelos, se convertía automáticamente en el organismo a seguir. De ahí la famosa imagen de Lorenz seguido por un grupo de ánades improntados (Fig. 1). De hecho, Lorenz también estudió la agresión y la impronta en cánidos. Observó el comportamiento de agresión en lobos y como, este, se resolvía normalmente con la cesión del perdedor y el perdón del cánido victorioso. La impronta, por su parte, según Lorenz, se establecía entre las 6 semanas y los 5 primeros meses de vida del cachorro perruno.

Sucre, por su parte, cuando realiza su comportamiento de agresión, no perdona. Es decir, nunca ha lesionado de gravedad a ningún perro, pero aunque el otro lo evite o haga claras muestras de sumisión, el sigue detrás de él, sobre todo con aquellos que (supongo) considera que le pueden hacer mejor frente en “su” parque. Este es un comportamiento que también ha ido evolucionando en Sucre. No ha sido siempre igual. Todo cambió con un hecho traumático en su vida. Siempre fue un poco “rebelde” con otros machos que se le acercaban a oler su glándula anal de forma insistente. El, al estar castrado, debe despistarlos un poco. Pero, un día, un gran macho alfa lo agredió y le causó una profunda herida de colmillo en una pata. Esto le ha dejado tan traumatizado que, años después, sigue viendo al perro agresor por la calle, y sigue causándole reacción. Esta reacción, a su vez, ha ido evolucionando a la vez que su cambio de comportamiento de agresión. Con el paso del tiempo fue respondiendo más vehementemente a los machos jóvenes no castrados que se le acercaban, llegando a planificar ataques. Por ejemplo, un día vio entrar a un potencial joven alfa. Yo ya sabía qué podía suceder pero, de repente, Sucre había desaparecido. Y, de pronto emergió tras un árbol, que le sirvió de parapeto para no ser visto mientras el otro perro caminaban por la zona de socialización, y acorraló a dicho perro contra las verjas. Me quedé pasmado porque nunca había reaccionado así. Y más alucinado me quedé cuando pensé en toda la planificación y premeditación que esa acción necesitaba. Por su parte, ahora cuando se encuentra por la calle con su agresor, ya no tiembla, baja la cola o se intenta esconder, si no que levanta su cresta de pelo en el dorso, adopta una posición desafiante e, incluso, ladra. Se ha venido arriba. Yo creo que la descripción de Lorenz de la agresión es insuficiente porque es estática. No tiene en cuenta que puede cambiar. Y, en cuanto a la impronta, todo dueño de perro adoptado adulto sabe que, al menos, se puede producir una “impronta” (o, llamémosle, seguidismo intenso de animal humano) tan intensa como la que se produce durante la infancia, en la edad adulta de un perro. El perrete de mi madre, un Jack russel muy peludo, fue adoptado con 3-4 años. No sigue a la persona que lo encontró, si no a mi madre. La sigue allá donde vaya (y sin demasiados problemas de ansiedad por separación). Todo el mundo que se dedica a la acogida y adopción de perros tiene claro este fenómeno. Lorenz, todo un premio Nobel, no pareció verlo así.

Figura 1. Konrad Lorenz y sus ánades improntados (Austria, años 50 del siglo XX).

Burrhus Frederic Skinner, psicólogo estadounidense y uno de los fundadores del conductismo y de la etología. Es conocido por sus estudios en palomas y la descripción del condicionamiento operante (una versión del condicionamiento clásico de Pavlov). En 1948 comenzó unos experimentos con 8 palomas sometidas a deprivación alimenticia (3). Las encerró en cajas y, a intervalos regulares, se les suministraba comida. Las palomas terminaron desarrollando comportamientos que se denominaron “supersticiosos” porque estos, al coincidir con la caída de alimento, eran interpretados (así interpretaba Skinner) por las palomas como los causantes de la caía de comida (Skinner, otra figura controvertida que usó a su propia hija dentro de una caja de Skinner produciéndole graves secuelas psicológicas). Este tipo de comportamiento supersticioso quizá esté detrás de algunos de los comportamientos de Sucre. Por ejemplo, quizá cuando vea marcharse a alguien en algún vehículo, o lo vea aparecer, interpreta que ese vehículo puede aparecer y desaparecer personas. Quizá, por eso, cada vez que vea un tranvía o un autobús se excite y piense que viene alguien. De todas formas, hay que hacer algunas matizaciones y preguntas. Sucre no solo se excita con un tranvía, o un autobús, si no con todos los medios de transporte cuando ver partir a un humano con el que está a gusto. No sabría cómo interpretarlo pero diría que “sabe” de alguna manera que podemos aparecer en cualquiera de esos medios de transporte rodantes. Si estuviéramos ante un condicionamiento operante “puro”, solamente uno de los tipos de transporte, aquel con el que se hubiera condicionado, estimularía el comportamiento, sin embargo parece que algo emocional opera: la ausencia del humano induce la búsqueda del mismo, ya sea en ese transporte concreto o en otros similares. Es más, la intensidad del comportamiento varía con el tiempo y con el humano en cuestión. También varía en función de la compañía. No niego la base del comportamiento pero, al menos, es mucho más complejo de lo inicialmente descrito.

CONCLUSIONES

La primera impresión de algunos será criticar este ensayo por poner por encima de la causalidad general demostrada en los experimentos etológicos clásicos, una selección de vivencias propias de una persona que convive con cánidos. No estoy intentando poner por encima, si no destacar las debilidades mediante el uso de una herramienta válida (al menos para aquellos no intransigentes) como es el estudio del individuo. De hecho, el análisis de conductas a nivel individual es algo que en los últimos años se está estudiando en profundidad porque, conocerlo, puede ser esencial para prever las capacidades de supervivencia de una determinada población ¿Puede el lince ibérico sobrevivir más fácilmente que el zorro? ¿Por qué? En las poblaciones de zorros, hay individuos que, ante la escasez, se alimentan de prácticamente cualquier cosa. Hay otros más atrevidos que van a buscar comida a las zonas urbanas. Los linces, todos sus individuos, comen casi exclusivamente conejo. Baste un ejemplo empírico: Tim Tinker y sus colegas de la Universidad de California, en 2008, estudiaron el comportamiento individual de nutrias marinas.

La diversidad dietética a menudo varía inversamente con la abundancia de recursos de presa. Este patrón, aunque generalmente se mide a nivel de la población, generalmente se supone que también caracteriza el comportamiento de los animales individuales dentro de la población. Sin embargo, el patrón también podría producirse por cambios en el grado de variación entre los individuos. Aquí informamos sobre los cambios en el comportamiento de la dieta y asociados que ocurrieron con la translocación experimental de nutrias marinas de un entorno pobre a un rico en alimentos” (4).

En concreto (Fig. 2) vieron como, diferentes individuos, cambiaban de forma diferente su comportamiento alimenticio, poniendo de relieve la importancia del aspecto de la diversidad individual dentro de una población cuando las condiciones ambientales cambian. Hablar de que todos los mustélidos (o cánidos) tienen un determinado comportamiento simplemente no responde a la diversidad comportamental dentro de las poblaciones.

Figura 2. Cambio comportamental en la alimentación de los los individuo (cada uno de los histogramas) con respecto al tipo de presa (eje horizontal) en un ambiente pobre (derecha, C) y en un ambiente rico (izquierda, D). Tomado de Tinker et al. (2008).

Otra crítica será la de la personalización de un animal. La acepto. Es inevitable. He hecho lo único que se puede hacer, que es advertir de este hecho a lo largo del ensayo. He intentado no hacerlo, pero no se si lo he conseguido. De todas formas, quizá yo haya personalizado, pero los trabajos de Tinker y compañía demuestran que, la idea general que me he propuesto transmitir con este ensayo, es válida.

Espero que hayan más críticas porque eso será sano. No las rechazo. Al revés: las espero. Creo, sin embargo, que los propositos que tenía en mente han quedado realizados: I) divulgación sobre la historia de la etología y sus experimentos clásicos, II) usar la vida cotidiana (mucha gente tiene compañeros animales en sus casas) para lanzar el anzuelo del aprendizaje sobre la biología del comportamiento. Aceptando, o no, lo aquí narrado, mi objetivo es hacer pensar sobre tu experiencia personal con los animales y que lo contrastes, como he intentado hacer, con las hipótesis e interpretaciones científicas de esas experiencias.

REFERENCIAS

  1. Pavlov, I. P., & Gantt, W. H. (1941). Conditioned reflexes and psychiatry (Vol. 2). New York: International publishers. Artículo donde se reflexiona sobre los reflejos condicionados y su aplicación en humanos.
  2. Lorenz, K. (1937). Imprinting. Auk, 54(1), 245-273. Artículo original donde se describe el comportamiento de Impronta.
  3. Skinner, B. F. (1948). ‘Superstition’ in the pigeon. Journal of experimental psychology, 38(2), 168. Artículo original donde se describe el comportamiento supersticioso en palomas.
  4. Tinker, M. T., Bentall, G., & Estes, J. A. (2008). Food limitation leads to behavioral diversification and dietary specialization in sea otters. Proceedings of the national Academy of Sciences, 105(2), 560-565.


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