Trueno

Trueno


SEGUNDA PARTE » 21 Descubiertos

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Descubiertos

Más de dos años después de que Loriana Barchok aprobara mediante su ADN el plan secreto del Nimbo y un año después de que Occimérica se uniera oficialmente a los planteamientos de Midmérica, el segador Sydney Possuelo estaba sentado al otro lado de la mesa de desayuno que compartía con la segadora Anastasia, intentando ponerla al día sobre el estado del mundo.

Cuanto más oía ella, más perdía el apetito, Anastasia no estaba preparada para enfrentarse a un mundo en el que Goddard era el poder principal de un continente entero.

—Aunque en Amazonia nos hemos estado resistiendo a él, algunas regiones submericanas se están uniendo a Goddard, y me cuentan que está planteando sus propuestas a Panasia.

Possuelo se limpió una mancha de yema de huevo de la boca, y Citra se preguntó cómo podía comer. Ella sólo lograba mover la comida por el plato procurando parecer cortés. Suponía que siempre era así; cuando lo impensable se convierte en la norma, te insensibilizas. No quería llegar a insensibilizarse de ese modo.

—¿Qué puede querer que no tenga ya? —preguntó—. Se ha librado de la cuota de criba, así que ya puede satisfacer sus ansias de matar. Y ahora controla cinco de las regiones nortemericanas, en vez de una. Cualquiera se conformaría con eso.

Possuelo esbozó una sonrisa condescendiente que la irritó sobremanera.

—Tu ingenuidad me resulta refrescante, Anastasia. Pero lo cierto es que el poder por el poder genera adicción. No se sentiría satisfecho ni devorando el mundo entero.

—¡Tiene que haber un modo de detenerlo!

Possuelo sonrió de nuevo. Esta vez no había condescendencia, sino conspiración. A Anastasia le gustó mucho más.

—Ahí es donde entras tú. El regreso de la segadora Anastasia de entre los muertos llamará la atención de la gente. Puede que incluso le insufle nueva vida a la dividida vieja guardia, que está desmoralizada. Quizá entonces podamos luchar contra él.

Citra suspiró y movió los hombros, incómoda.

—¿La gente, la gente normal, acepta los cambios que ha introducido Goddard?

—Para la mayoría, los asuntos de los segadores son un misterio. Sólo quieren alejarse de nuestro camino y evitar que los criben.

—Pero tienen que darse cuenta de lo que sucede y de lo que está haciendo…

—Se dan cuenta. Y lo temen, pero también lo respetan.

—¿Qué me dices de sus cribas masivas? Seguro que está haciendo más que antes. ¿Eso no preocupa a la gente?

Possuelo se desinfló.

—Elige con cuidado sus cribas en masa, sólo elige a los grupos sin registrar y sin protección, porque a la gente en general no le importa que los criben.

Citra bajó la vista y la clavó en su comida. Reprimió las ganas de lanzarla contra la pared sólo por la satisfacción que le proporcionaría oír los platos romperse. Las cribas selectivas no eran algo nuevo en la historia. No obstante, en el pasado, el sumo dalle las castigaba de inmediato. Pero cuando la más alta autoridad era la culpable, ¿quién iba a detenerla? Rowan era el único que acercaba la muerte al poder, y no era probable que Possuelo le permitiera seguir haciéndolo.

Goddard seguiría buscando a las poblaciones más vulnerables para sus cribas y, mientras la gente lo aceptara, se libraría de las repercusiones.

—Las noticias no son tan malas como parece —le dijo Possuelo—. Por si te sirve de consuelo, aquí, en Amazonia, todavía somos fieles al espíritu de los mandamientos de los segadores, como en otras muchas guadañas. Calculamos que la mitad del mundo, puede que más, está en contra de Goddard y sus métodos. Incluso dentro de las regiones que controla hay segadores que se resistirían a él si pudieran. Lo creas o no, los tonistas se han convertido en una fuente importante de resistencia desde que cribaron a su profeta.

—¿Profeta?

—Algunos creen que el Nimbo todavía le habla. Pero ¿qué más da ahora?

Así que Goddard tenía todo a su favor. Era lo que Marie había temido, lo que todos habían temido. Lo que el segador Asimov llamaba «el peor de los mundos posibles». Ahora Marie ya no estaba, y la esperanza escaseaba.

Al pensar en la segadora Curie sintió que se le descontrolaban las emociones que había logrado reprimir hasta entonces. El último acto de Marie había sido salvar a Citra y a Rowan. Una decisión completamente altruista, digna de una de las más nobles posmortales que habían existido. Y ya no estaba. Sí, habían pasado muchos años de eso, pero para Citra la pena seguía reciente y en carne viva. Volvió el rostro para secarse las lágrimas, pero, en cuanto lo hizo, las lágrimas se transformaron en sollozos imposibles de controlar.

Possuelo rodeó la mesa para consolarla. No quería que lo hiciera, no quería que la viera así, pero también sabía que no tenía por qué soportar sola el dolor.

—No pasa nada, meu anjo —le dijo el segador en tono reconfortante y paternal—. Como dijiste, la esperanza no se ha perdido, sólo se ha depositado donde no se debe, y creo que tú eres la que la devolverá a su sitio.

—¿Meu anjo? Sydney, no soy el ángel de nadie.

—Ah, pero sí que lo eres, porque un ángel es lo que el mundo necesita si queremos detener a Goddard.

Citra dejó que su tristeza fluyera; luego, agotada, se la volvió a meter dentro a empujones y se secó las lágrimas. Necesitaba ese momento. Necesitaba decirle adiós a Marie. Y, una vez terminada la despedida, se sintió algo distinta. Por primera vez desde su reanimación, era menos Citra Terranova y más la segadora Anastasia.

Dos días después, la trasladaron del centro de reanimación a una ubicación más segura, que resultó ser una vieja fortaleza en la orilla más oriental de Amazonia. Un lugar tan inhóspito como bello. Era igual que estar en un castillo sobre la superficie lunar, si la Luna hubiese sido bendecida con océanos.

Las comodidades modernas yuxtapuestas a los antiguos baluartes de piedra conseguían que el lugar fuera cómodo pero amenazante. En su suite había una cama digna de una reina. Possuelo le había dejado caer que Rowan también estaba allí, aunque probablemente no recibiera el mismo tratamiento real.

—¿Cómo está? —le preguntó a Possuelo, aunque procurando disimular su preocupación.

Possuelo la visitaba todos los días y pasaba bastante tiempo con ella; le informaba sobre el estado del mundo y, poco a poco, sobre todas las cosas que habían cambiado después de lo de Perdura.

—Rowan está bien atendido. Me he encargado de ello personalmente.

—Pero no está aquí, con nosotros, lo que significa que todavía lo consideras un criminal.

—El mundo lo considera un criminal. Lo que yo piense es irrelevante.

—No para mí.

Possuelo se tomó su tiempo para responder.

—Está claro que el amor nubla tu evaluación de Rowan Damisch, meu anjo, y que, por tanto, no es del todo fiable. Aunque tampoco es todo lo contrarío.

Le dieron libertad para recorrer la fortaleza con la condición de que llevara siempre consigo un escolta. Exploraba con el pretexto de la curiosidad, aunque en realidad buscaba a Rowan. Uno de sus escoltas era un insoportable segador novato llamado Peixoto que estaba deslumbrado por ella; Citra temía que el chico entrara en combustión espontánea si tocaba la túnica de su ídolo. Mientras recorría un espacio húmedo que en algún momento debía de haber sido una antigua sala común, se vio obligada a decir algo porque el segador se había quedado plantado junto a unos escalones de piedra y observaba, boquiabierto, cada paso que daba Citra.

—Ya puedes volver a meterte los ojos en las cuencas.

—Lo siento, su señoría, es que todavía me cuesta creer que tenga delante a la mismísima segadora Anastasia.

—Bueno, tenerme delante no significa que debas mirarme con la boca abierta.

—Lo siento, su señoría, no volverá a suceder.

—Sigue sucediendo.

—Lo siento.

Desde ese momento, Peixoto bajaba la vista como si mirarla fuese el equivalente a contemplar el sol. Era casi tan desagradable como lo anterior. ¿Tendría que enfrentarse a partir de entonces a comportamientos tan ridículos como el suyo? Ya le molestaba la atención cuando no era más que una segadora. De repente era también una leyenda viva, lo que, al parecer, llevaba aparejada una nueva dosis de repugnante adoración.

—Si me permite la pregunta… —empezó Peixoto mientras descendían por una estrecha escalera de caracol que no conducía, como tantas otras, a ninguna parte—, ¿cómo fue?

—Tendrás que ser más concreto.

—Estar en el hundimiento de Perdura. Verla sumergirse.

—Lo siento, pero estaba demasiado ocupada intentando sobrevivir como para hacer fotos —respondió, bastante irritada por la pregunta.

—Perdóneme. Es que era novicio cuando sucedió. Desde entonces, Perdura me fascina. He hablado con bastantes supervivientes, los que lograron huir por barco o por avión en los últimos minutos. Dicen que fue espectacular.

—Perdura era un lugar imponente —reconoció Anastasia.

—No…, me refiero al hundimiento. He oído decir que el hundimiento fue espectacular.

Anastasia ni siquiera sabía cómo responder, así que guardó silencio. En cuanto volvió a ver a Possuelo, le preguntó si podían transferir a Peixoto a otra parte.

Al cabo de una semana en la antigua fortaleza, los acontecimientos dieron un giro inesperado. En plena noche, Possuelo entró en su dormitorio con varios miembros de la Guardia del Dalle para despertarla de otro descanso sin sueños.

—Vístete deprisa, tenemos que irnos lo antes posible.

—Ya me daré prisa por la mañana —respondió ella, molesta porque la hubiera despertado y demasiado aturdida como para percatarse de la gravedad de la situación.

—¡Nos han descubierto! —exclamó Possuelo—. Acaba de llegar una delegación de segadores de Nortemérica, y te aseguro que no están aquí para celebrar tu regreso al mundo.

Bastó para sacarla de la cama.

—¿Quién se lo habrá…? —Pero, incluso antes de terminar la pregunta, supo la respuesta—. ¡El segador Peixoto!

—Fuiste mucho más intuitiva que yo respecto a ese desgraçado. Debería haberme percatado de sus intenciones.

—Eres un hombre confiado.

—Soy un imbécil.

Después de ponerse la túnica, advirtió que había alguien en la habitación en quien no se había fijado al despertar. Al principio pensó que se trataba de un hombre, pero, cuando la figura se puso a la luz, Anastasia comprendió que era una mujer. O no. Según incidía la luz sobre ella, su impresión cambiaba.

—Anastasia, te presento a Jerico Soberanis, que está al mando del barco de salvamento que os encontró. Jerico te llevará a un lugar seguro.

—¿Qué pasa con Rowan?

—Haré lo que pueda por él, pero ¡tienes que irte ya!

Rowan se despertó con el ruido de la cerradura al abrirse. Todavía estaba oscuro en el exterior. Aquello no formaba parte de su rutina. La luz de la luna entraba a través de una abertura vertical en la piedra y proyectaba uno de sus rayos en la pared opuesta. Al echarse a dormir, la luna todavía no había salido y, por el ángulo de la luz que se filtraba en la celda, sospechaba que debía de ser justo antes del alba. El pasillo del exterior estaba a oscuras, y los visitantes sólo contaban con los estrechos cercos de luz de las linternas para guiarse. Los ojos de Rowan ya estaban acostumbrados a la oscuridad, así que les llevaba ventaja. No obstante, ellos eran más, Permaneció inmóvil, con los ojos entornados para dejar una rendija mínima a través de la que ver a las figuras.

Era un grupo de personas desconocidas…, aunque no del todo. La primera pista de que se trataba de intrusos fue la oscuridad y el hecho de que uno de ellos parecía estar buscando el interruptor de la luz. Quienes quiera que fuesen, estaba claro que no sabían que la luz de aquel cuarto y de, probablemente, todo el pasillo se activaba por control remoto desde otro punto de la fortaleza. Entonces atisbó el brillo de la daga ceremonial que llevaban en el cinturón los miembros de la Guardia del Dalle. Sin embargo, lo más revelador fue que había dos figuras con túnicas, que, además, estaban, tachonadas de gemas que reflejaban la luz de la luna como si fueran estrellas,

—Despertadlo —dijo una segadora.

No le sonaba la voz, aunque daba igual: las gemas de su túnica la marcaban como una seguidora del nuevo orden. De Goddard. Y eso los convertía tanto a ella como a sus acompañantes en el enemigo.

Cuando un guardia se inclinó sobre él para despertarlo de una bofetada, Rowan alargó la mano y le sacó la daga ceremonial del cinturón. No la usó contra él porque a nadie le iba a importar que dejara morturiento a un guardia, sino que se volvió hacia el segador enjoyado más cercano. No la mujer que había hablado antes, sino el que había sido lo bastante tonto como para ponerse a tiro. Rowan le cortó la yugular de un solo golpe de daga y salió corriendo hacia la puerta.

Funcionó. El segador gimió, pataleó y borboteó, lo que supuso una distracción impresionante para los demás. Todos los presentes se quedaron aturdidos y sin saber si debían ir detrás de Rowan o ayudar al segador moribundo.

Rowan sabía que luchaba por su vida. El mundo lo veía como al animal que había hundido Perdura. Le habían contado muy poco sobre lo sucedido mientras Citra y él estaban en el fondo del mar, pero eso lo sabía. Su supuesta maldad se había grabado a fuego en la conciencia colectiva de la humanidad, y eso no había forma de cambiarlo. Por lo que sabía, incluso el Trueno lo pensaba. Su única opción era escapar.

Mientras corría por el pasillo, las luces se encendieron, lo que ayudaría a sus perseguidores tanto como a él. Nunca había salido de su celda, así que no tenía forma de conocer la distribución de la antigua fortaleza, que no estaba diseñada para la huida. Si acaso, todo lo contrario: era un laberinto diseñado para desconcertar a quien se quedara atrapado en él.

Los esfuerzos por capturarlo eran caóticos y aleatorios. Aun así, habían conseguido encender la luz, lo que probablemente significara que tenían acceso a las cámaras de seguridad y, como mínimo, un conocimiento rudimentario del plano de la fortaleza.

Se encargó fácilmente de los primeros guardias y segadores con los que se cruzó. Aunque los segadores estaban bien entrenados para el combate, rara vez se enfrentaban a agresores tan duchos en el arte de matar como Rowan. En cuanto a la Guardia del Dalle, eran, como sus dagas, más bien decorativos. Estaba alimentando bien aquellos viejos muros de piedra, que llevaban incontables siglos sin ver sangre.

De haber sido una estructura ordinaria, la huida le habría resultado mucho más sencilla, pero Rowan no hacía más que desembocar en pasillos sin salida.

¿Y qué pasaba con Citra?

¿Estaría ya en su poder? ¿La tratarían aquellos segadores mejor de lo que lo habían tratado a él? Quizás ella también corriera por los pasadizos en aquellos momentos. Quizá la encontrara y escaparan juntos. Fue esa idea la que lo impulsó a seguir avanzando, cada vez más deprisa, a través del laberinto de piedra.

Después del cuarto callejón sin salida, se dio la vuelta y descubrió que más de una docena de guardias y segadores le cortaba el paso. Intentó abrirse paso a golpes, pero, por mucho que le hubiera gustado pensar que el segador Lucifer era invencible, Rowan Damisch no lo era. Le quitaron la daga de la mano y lo sujetaron, lo tiraron al suelo y le ataron las manos con un dispositivo metálico tan ridículamente ofensivo que tenía que tratarse de una reliquia de la edad mortal.

Una vez que estuvo inmovilizado, se le acercó una segadora.

—Ponlo mirando hacia mí —ordenó.

Era la que había hablado en su celda, la que estaba al mando de la operación. La reconocía vagamente, aunque no era midmericana; le sonaba su cara.

—Reviviremos a todos los morturientos que has sembrado a tu paso con tanta crueldad. —Estaba tan furiosa que salpicaba saliva al hablar—. Los reviviremos y testificarán en tu contra.

—Si hubiera querido acabar con ellos de forma permanente, lo habría hecho.

—En cualquier caso, te has ganado morir varias veces por tus crímenes de hoy.

—¿Varias veces, otra vez? Lo siento, pero empiezo a mezclar fallecimientos.

Sólo sirvió para enfurecerla más, como él pretendía.

—No sólo te espera la muerte —le dijo la segadora—, sino también el dolor. Un dolor extremo, aprobado por el dalle máximo nortemericano en ciertas circunstancias… Y las tuyas se merecen una buena dosis de sufrimiento punitivo.

No fue la mención del dolor lo que le inquietó, sino la idea de un dalle «máximo nortemericano».

—Déjalo morturiento para que no nos cause más problemas —le ordenó a uno de los guardias—. Ya lo reviviremos después.

—Sí, su excelencia.

—¿Excelencia? —dijo Rowan, porque sólo los sumos dalles recibían ese trato. Por fin recordó quién era—. ¿Suma dalle Pickford, de Occimérica? —preguntó, incrédulo—. ¿Goddard también controla tu región?

El rojo rabioso que adquirió su rostro le sirvió de respuesta.

—Ojalá no tuviera que revivirte —le escupió Pickford—, pero la decisión no es mía. —Después se volvió hacia los guardias que lo sujetaban—. No derraméis sangre, que ya hemos ensuciado suficiente por hoy.

Entonces, uno de los guardias le aplastó la tráquea, y Rowan sumó otra más en su larga lista de muertes desagradables.

El segador Possuelo desenfundó su hoja en cuanto vio que los segadores no vestían el verde tradicional de la guadaña amazónica. Le daba igual que la violencia entre segadores estuviera prohibida: fuera cual fuera el castigo, merecería la pena. Pero, cuando la suma dalle de Occimérica apareció detrás de los otros segadores, se lo pensó mejor. Envainó de nuevo su arma, aunque no su lengua.

—¿Con qué autoridad violas la jurisdicción de la guadaña amazónica? —preguntó.

—No necesitamos permiso para detener a un delincuente internacional —respondió la suma dalle Pickford, que blandía su voz como si fuera una espada—. ¿Con qué autoridad lo proteges?

—Lo teníamos detenido, no protegido.

—Eso dices tú. Bueno, pues ya no es asunto tuyo. Un ambudrón se lo ha llevado a nuestro transporte.

—¡Habrá consecuencias si sigues adelante con esto! —la amenazó Possuelo—. Te lo aseguro.

—Como si eso me importara. ¿Dónde está la segadora Anastasia?

—No es una delincuente.

—¿Dónde está?

—No está aquí —le dijo Possuelo al final.

Y de entre las sombras salió Peixoto, aquella comadreja, que los había vendido para ganarse el favor de Goddard.

—Miente —afirmó Peixoto—. La tienen en una habitación al final del pasillo.

—Busca todo lo que quieras, pero no la encontrarás —repuso Possuelo—. Ya se ha ido.

Pickford hizo gestos a los otros segadores y miembros de la guardia del dalle que la acompañaban para que registraran el lugar. Dejaron atrás a Possuelo y se asomaron a todas las habitaciones y cubículos por los que pasaban. Él se lo permitió porque sabía que no encontrarían nada.

—Ya he notificado a mi suma dalle la intrusión —dijo Possuelo— y acaba de emitir un nuevo edicto: cualquier nortemericano que se encuentre en territorio amazónico será capturado y obligado a cribarse.

—¡No te atreverás!

—Te sugiero que te marches antes de que lleguen los refuerzos para llevar a cabo el edicto. Y ten la amabilidad de decirle a tu supuesto dalle máximo que ni él ni ninguna otra marioneta que trabaje para él son bienvenidos en Amazonia.

Pickford, indignada, intentó vencerlo con la mirada, pero él no se achantó. Al final, la fría fachada de la mujer se derrumbó y Possuelo pudo vislumbrar lo que se escondía debajo. Estaba cansada. Derrotada.

—De acuerdo, pero créeme: si Goddard se empeña en encontrarla, lo hará.

Su séquito regresó de su búsqueda con las manos vacías y ella les ordenó que se fueran, aunque Possuelo todavía no estaba listo para dejarla marchar.

—¿Qué te ha pasado, Mary? —le preguntó, y su decepción era tan sincera que la segadora no pudo obviarla—. Hace tan sólo un año decías que jamás renunciaríais a vuestra soberanía a favor de Goddard. Y ahora, mírate, a un hemisferio de tu casa, cumpliendo sus órdenes. Antes eras una mujer honrada, Mary. Una buena segadora…

—Todavía soy una buena segadora, pero los tiempos han cambiado y, si no cambiamos con ellos, el futuro nos aplastará. Puedes decirle eso a tu suma dalle. —Después bajó la vista y se retrajo un momento—. Muchos amigos de la guadaña occimericana decidieron cribarse antes que someterse al nuevo orden de Goddard. Lo veían como un valeroso desafío. Yo lo entiendo como debilidad y juré que nunca sería tan pusilánime.

Después se volvió y se alejó, con la larga cola de su túnica de pura seda demasiado cargada de ópalos como para flotar con elegancia tras ella, como hacía antes. Ya sólo se arrastraba por el suelo.

Possuelo no se atrevió a relajarse hasta que Pickford se marchó. Le habían informado de que Anastasia y Soberanis habían llegado al puerto y de que el Spence navegaba a oscuras por el Atlántico, como la noche que había sacado la cámara acorazada de las profundidades. Soberanis era una persona con recursos y de confianza. Possuelo estaba seguro de que Jerico conseguiría llevar a Anastasia al otro lado del mar, donde tenía amigos que la mantendrían más a salvo que él.

En cuanto al chico, estaba claro que Pickford se lo llevaría a Goddard. Possuelo tenía sentimientos encontrados. No sabía si creerse lo que afirmaba Anastasia sobre la inocencia de Rowan. En cualquier caso, aunque no hubiera hundido Perdura, había acabado con más de una docena de segadores, y el hecho de que se lo merecieran o no resultaba irrelevante. Los vigilantes callejeros de la edad mortal no tenían cabida en el mundo. Todos los segadores coincidían en ese punto, lo que significaba que, al margen de sus planteamientos filosóficos, no había ni un sumo dalle en todo el mundo que fuera a dejarlo con vida.

Possuelo decidió que había sido un error revivirlo. Debería haber metido de nuevo al chico en la cámara y haberla tirado al mar.

Porque ahora el dalle máximo podría jugar con Rowan Damisch sin ninguna piedad.

Un testamento del Trueno

En una antigua abadía del extremo norte de la ciudad, el Trueno recibió cobijo y sustento. Compartió pan y hermandad con la creyente, el mago y el luchador, porque todos eran de igual timbre para el Trueno. Por tanto, durante la primavera de su vida, todas las almas, tanto altas como bajas, acudían a venerarlo en su cuna de la Gran Horca, desde la que impartía sabiduría y profecía. Nunca conocería el invierno, puesto que el sol proyectaba su semblante con más fuerza sobre él que sobre ningún otro. ¡Regocijaos!

Comentario del coadjutor Symphonius

Aquí se encuentra la referencia inicial a lo que llamamos el primer acorde. Creyente, Mago y Luchador son los tres arquetipos que constituyen la humanidad. Sólo el Trueno podría haber unido a tres voces tan dispares en un sonido coherente y agradable al Tono. También se trata de la primera mención a la Gran Horca, que se entiende como una referencia simbólica a los dos caminos que se pueden escoger en la vida: el camino de la armonía o el de la disonancia. Y, a día de hoy, el Trueno sigue en pie donde los caminos se bifurcan y nos invita a la eterna armonía.

Análisis de Coda del comentario de Symphonius

Análisis de Coda del comentario de Symphonius. De nuevo, Symphonius supone más de lo que muestran los hechos. Aunque es posible que las notas del primer acorde representen estereotipos, también es posible que representen a tres individuos reales. Puede que el Mago fuera un animador de la corte. Puede que el Luchador fuera un caballero de los que se enfrentaban a las bestias de aliento de fuego que, según se rumorea, existían en la época. Pero lo más indignante, en mi opinión, es que a Symphonius se le escapa que el Trueno sentado «en su cuna de la Gran Horca» «durante la primavera de su vida» es una referencia obvia a la fertilidad.

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