Tres veces tú

Tres veces tú


Treinta y nueve

Página 41 de 149

TREINTA Y NUEVE

Bueno, ya no sé cómo llamarte. Me gustaría decirte tesoro, cariño o incluso amor mío. Pero sé que tú ya no eres mío. Sin embargo, hubo un tiempo en que lo fuiste, habrías hecho cualquier cosa por mí, incluso más, incluso más de lo que podría haber imaginado nunca cualquier otra persona, los normales, como tú los llamabas. Y tú no lo eras… Eras y eres especial. Pero eso a veces puede resultar incómodo, una inevitable dificultad insalvable. Al menos así, en parte, fuiste para mí. Tal vez fuera por mi propio miedo, por no haber sido lo bastante valiente, por no haber sabido decir basta, es mío y lo quiero. Solo eso. Pero ahora lo hecho hecho está. No sirve de nada sentir lástima del pasado. He intentado desesperadamente tenerte conmigo cada día y así ha sido. Estabas conmigo en cada momento, incluso cuando hablaba con mis amigas, escuchaba algo y me reía o me sentía mal, fuera cual fuese mi estado de ánimo, tú estabas conmigo.

Después, cuando nació Massimo, todo fue más fácil, porque en su boca, en su sonrisa, en esos ojos que a veces se me quedaban mirando cuando todavía no era capaz de hablarme, yo veía tu mirada, tu amor, tu curiosidad cuando esos mismos ojos buscaban dentro de mí no sé qué mucho tiempo atrás. Bueno, estoy segura de que, cuando has visto la foto de Lorenzo, cuando has descubierto quién era mi marido (si no te habías informado ya antes), habrás dicho: «¿Lo ves? ¡Debería haberlo zurrado!».

Sonrío. Por lo menos, en eso me conoce.

Siempre me ha querido, siempre ha deseado estar conmigo y, cuando empezamos a salir, vi que tenía esas cualidades que son ideales en un hombre con el que casarse. Es generoso, amable, suficientemente atento. Además, ¿te acuerdas de lo que te dije? Para mí, en la vida, el amor ocupa un pequeño espacio, el resto son el trabajo, los amigos, los hijos.

Cierto, habías hablado del amor y solo le diste el diez por ciento.

El otro día volví a ver la película ¿Conoces a Joe Black?, y cuando llegué a esa escena en la que ella está en el helicóptero con su padre y él le pregunta: «¿Amas a Drew, el chico con el que te vas a casar?». Y la hija casi no dice nada y entonces el padre le dice: «¿Dónde está tu arrebato? Quiero que flotes, quiero verte cantar con furia y bailar como una posesa. Verte feliz hasta el delirio o dispuesta a serlo. Ya sé que suena un poco cursi, pero el amor es pasión, obsesión, no poder vivir sin alguien. Mira, pierde la cabeza, encuentra a alguien a quien amar como loca y que te ame de igual manera. ¿Cómo encontrarlo? Pues olvida el intelecto y escucha al corazón. No oigo ese corazón. Porque lo cierto, hija, es que vivir sin eso no tiene sentido alguno. Llegar a viejo sin haberse enamorado de verdad, en fin, es como no haber vivido. Tienes que intentarlo, porque, si no lo intentas, no habrás vivido». He visto esta secuencia tantas y tantas veces que me la sé de memoria. La primera vez que vi la película me eché a llorar, sollocé, y cuando Lorenzo entró se preocupó. Me preguntó qué había sucedido, pero yo no podía hablar; entonces se enfadó, quería saber, pensaba que le había pasado algo a Massimo. Sin embargo, me había pasado a mí. A mí nadie me dijo esas palabras, nadie me detuvo. Es más, mi madre casi me obligó a casarme con Lorenzo con un sutil lavado de cerebro, haciéndome ver cada día cómo podría ser mi vida, cómo es la vida de una mujer llena de atenciones, de comodidades, de cosas bonitas, y además con un bebé… Por supuesto, cuando le dije que estaba embarazada, no tuvo la menor duda de quién podía ser el padre, si bien hace unos meses estábamos comiendo en casa de mis padres y hubo un momento en que Massimo se echó a reír de una manera idéntica a la tuya. Entonces mamá lo miró. Primero ella también se rio, luego su cara se transformó, como si de repente un pensamiento hubiera cruzado por su mente. Se volvió hacia mí, me miró y vi un destello en sus ojos, y me dijo:

—Tu hijo es muy guapo.

—Sí.

—A ver cómo será de mayor.

Y no nos dijimos nada más. Después de ver esa película me di cuenta de que tenía que volver a verte y de que, en realidad, siempre había sabido que llegaría este momento. Por lo demás, las fotos de Massimo las he ido guardando desde el primer día, desde que vino al mundo, para cuando volviera a verte. La escena de esa película fue como si alguien me hubiera puesto un gran espejo delante y pudiera ver en él mi vida. Y si acabé llorando a mares y sin poder ni hablar, ya puedes imaginarte lo que pude haber visto. Nada, aparte de mi hijo. No hay nada en mi vida, ninguna razón que pueda hacerme sentir como querría sentirme. Sí, tengo una bonita casa, un bonito coche, fiestas, amigos, pero cada día es como si todo eso agudizara mi dolor, me hiciera sentir mi existencia todavía más vacía, más inútil. Incluso pensamos en darle una hermanita o un hermanito a Massimo, pero no lo conseguimos.

Pensar en sus intentos de repente me encoge el estómago, me corta la respiración, me provoca ganas de vomitar. Pero logro superar este momento, me gustaría romper esta carta por lo mal que me hace sentir, por lo que ella cuenta con tanta ligereza: «No lo conseguimos». Y veo una tentativa torpe, insana, solo con esa finalidad. Y veo un triste placer, un miserable gozo, una mujer pasiva, casi aburrida, que participa fingiendo como la mejor actriz de porno suave o incluso más… Y luego veo a ese chico estúpido, ese inútil que se mueve sobre ella o debajo de ella, o detrás… ¿Por qué no lo zurré entonces? Lo sabía, siempre debería hacer caso de mis impresiones, son las más acertadas. ¿Y ahora? ¿Qué me sugiere mi instinto? Estoy aquí, con esta carta en la mano. Falta la media página que entreveo detrás. Pero ¿qué más pueden reservarme todas esas palabras? Parecen soldados amenazadores escondidos en una trinchera, listos para atacar, para golpear, rematar, destruir. Sé que no lo resistiré; sin embargo, quiero seguir adelante. De modo que vuelvo la página y sigo leyendo:

Pero ya basta, no quiero aburrirte con mis cosas privadas. Aunque sí quiero decirte una cosa: desde que vi Joe Black y pensé en ti, no he hecho otra cosa que imaginarme nuestro encuentro, cómo sería, dónde podría tener lugar, cómo estarías tú, tu sorpresa, tu alegría de verme, o bien tu rabia, o, peor aún, tu indiferencia. Y cuando por fin ha sucedido, no hacía más que mirarte a los ojos. Sí, intentaba leer alguna emoción en ti, qué estabas sintiendo al volver a verme después de tanto tiempo; bueno, en resumen, por decirlo como a ti tanto te gusta: «¿La llama está encendida o apagada?». Hice que tu secretaria me ayudara, le conté algo sobre nosotros y a ella le entusiasmó. Dijo que estábamos perdiendo una oportunidad importante y que no era demasiado tarde. Me pareció una buena chica, avispada, capaz; hiciste una buena elección.

Sí, bueno, ya no está. Y precisamente gracias a ti. De todos modos, tampoco tenía todas esas cualidades que dices.

No quiso contarme nada de ti, tengo que decir que lo intenté de todas las maneras, pero no lo conseguí. En eso se mantuvo fiel. Puede que tengas pareja, que te hayas prometido o que hayas roto con alguien. No lo sé. Sé que no estás casado, he visto que no llevas alianza y, en cualquier caso, no hay nada en internet ni en ninguna parte que lo diga. Pero la pregunta más importante para mí es esta: ¿eres feliz? ¿Nos llamamos? ¿Nos vemos? ¿Puedes pensarlo, por favor? Me gustaría mucho.

No hay remedio, esta noche todos se preocupan por mi felicidad. Justo en ese momento me suena el móvil. Un mensaje. Es Gin.

Cariño, ¿qué haces? ¡No trabajes demasiado! ¡No tenemos mucho tiempo para distraernos, teniendo en cuenta cómo crece mi tripa! Vuelve…, tengo ganas de ti.

Sonrío. Cierro la carta, la meto dentro del álbum, que escondo al fondo de un cajón. ¿De verdad todos queréis saberlo? Bien, ya lo pensaré mañana. Me parece una respuesta a lo Escarlata O’Hara.

En efecto, toda esta historia me parece una dramática superproducción, de la que, por desgracia, yo soy el protagonista involuntario. A saber qué sucederá. Y para seguir con las citas: «Solo lo sabré viviendo».

Ir a la siguiente página

Report Page