Tres veces tú
Ciento tres
Página 105 de 149
CIENTO TRES
Y así, mientras la emisión transcurre sin más tropiezos, regreso a la sala de control. Renzi está sentado al fondo. Roberto Manni va cambiando los planos de las cámaras uno tras otro, de pie delante de todos esos monitores, y chasquea los dedos.
—Uno, cuatro, tres. Sí, esto da gusto, así se presenta un programa. ¡Seis! ¡Cinco!
Entonces Simone Civinini hace un divertido comentario a la concursante que ha fallado una pregunta y se oye al público riéndose en plató.
—Este chico improvisa, es alegre, divertido, tiene chispa. Es una mezcla entre Bonolis y Conti. ¡Es un monstruo! ¡Siete, dame la cinco, cinco! —Y sigue cambiando los planos, divirtiéndose, del todo encantado con el nuevo presentador.
Miro a Renzi, que me sonríe.
—Y nosotros que pensábamos que solo era un buen guionista…
—Ya ves. Al final he cometido el error que tanto esperabas.
Lo miro con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—No le he hecho un contrato como presentador.
—Si hubieras previsto también esto, me habría preocupado de verdad.
Justo en ese momento, suena mi móvil. Es un número privado, pero contesto igualmente.
—¿Diga?
—Hola, buenas tardes; el señor Bodani, el director, quiere hablar con usted. ¿Puedo pasárselo?
—Por supuesto. —Espero en línea hasta que oigo a alguien coger el teléfono.
—¿Oiga? ¿Stefano Mancini?
—Sí.
—Bien, en primer lugar, enhorabuena por el programa, y disculpe que no haya podido ir a visitarlos…
—No se preocupe, lo importante es que esté saliendo todo bien y que ustedes estén satisfechos.
—Lo estamos. Pero ante todo me gustaría saber quién ha tenido la idea de poner a este chico en el puesto de Fulvio Binna.
—No ha sido una idea: ha sido una necesidad. —No acierto a saber si está enfadado o no. Renzi me hace un gesto para preguntarme con quién hablo. Tapo el micrófono y se lo susurro—: El director, Bodani.
Entonces mueve la mano arriba y abajo como diciendo: «Es un tipo duro». Pero ahora lo tengo al teléfono, el programa está en el aire y es evidente que no puedo echarme atrás.
—Ha sido decisión mía —añado.
—Pues déjeme que le diga una cosa… Es usted un genio. Ha conseguido encontrar a un nuevo presentador. ¡Es la primera vez que me divierto viendo un programa mío! Y, qué cojones, iré a verlo pronto. —Y, dicho esto, cuelga.
Renzi, intrigado, me pregunta enseguida:
—¿Qué ha dicho?
—Que soy un genio.
—Es verdad. Podrías haber apostado por cualquiera, pero lo escogiste precisamente a él. ¿Por qué?
—Porque está loco. Es un maníaco. Tiene una mente que lo ordena todo sin cesar. Su memoria es infalible y ama este trabajo. Es cínico y frío, y sin duda las luces de las cámaras no iban a asustarlo como ha sucedido con el otro.
—Sí, en efecto. Si a Karim le quitas las botas con puntera, la cazadora y el pelo engominado, no vale nada en absoluto.
En ese momento vamos a publicidad, Roberto Mariani se levanta de su puesto y se reúne con nosotros.
—Estoy de acuerdo contigo. Y a este no lo dejéis escapar, con él se pueden hacer todos los programas que queráis. —A continuación, se dirige a los demás—: Tenemos una pausa publicitaria de dos minutos.
Sale de la sala de control. Lo seguimos.
En el centro del estudio hay muchísima gente alrededor de Simone. Todos lo felicitan, incluso los vips que participan en el concurso, mientras que Karim, relegado en un rincón, mira con rabia y decepción el tren que se le acaba de escapar y para el que ni siquiera ha sido capaz de validar el billete.
—Felicidades, has estado muy bien, y esa broma, qué buena ha sido, realmente divertida.
Alguien del público se levanta de la primera fila y se acerca con el móvil.
—Disculpe, ¿puedo hacerme un selfi con usted?
Simone se ríe, sorprendido por esa repentina popularidad.
—¡Claro!
La gruesa señora posa al lado de él y casi no le da tiempo a sacar la foto cuando Leonardo la invita a regresar enseguida a su asiento.
—Vuelvan a sentarse, vamos, vamos, estamos a punto de reanudar la emisión, dejen libre el plató.
De modo que todos se alejan. Solo se queda Vittorio Mariani junto a Simone y le explica algunas cosas.
—Bueno, acuérdate de que pueden jugar juntos y de que puedes proponerle a la concursante que escoja a quién desafiar.
Simone lo mira divertido.
—Sí, por supuesto. —A continuación, se le acerca y le susurra al oído—: Oye, he visto el programa treinta veces seguidas, sé cómo funciona, yo no soy Karim… ¡Tranqui! —Y se echan a reír.
—Tienes razón, perdona.
—Siempre me has subestimado.
—No digas eso.
—Sí, sí, lo digo, lo digo.
Y siguen bromeando entre ellos. Me gusta esa complicidad.
—Bueno… —Me acerco—. Nos has mentido. ¡No solo eres un buen guionista, sino que además eres un excelente presentador!
—No es cierto. Yo nunca miento, para mí también ha sido un descubrimiento. En casa, de pequeño, de vez en cuando jugaba con mi hermana Lisa a que yo era el presentador y ella mi asistente.
—Entonces tendremos que pedirle también a ella que intervenga en el programa.
—Imposible, es bióloga y vive en Alemania. Pero una ayudante en vez de Karim podría estar bien. Porque, además, si Fulvio no se recupera, ¿qué vamos a hacer? En mi opinión, Karim está demasiado enfadado porque no ha logrado presentar el programa. La situación con él es insostenible, no sé si estáis de acuerdo…
—Sí, yo también lo he pensado. De todos modos, ahora no te preocupes por eso, acaba el programa de hoy, luego iremos todos a cenar y hablaremos con calma.
—De acuerdo.
Se oye la sintonía de vuelta de la publicidad. Tras la indicación de Leonardo, el público arranca con un aplauso, que nunca como ahora ha sonado tan caluroso y participativo.
—Ya estamos aquí de nuevo, buenas noches a todos los que acaban de sintonizarnos. No soy una mutación genética de Fulvio Binna, sino uno de sus guionistas, que lo sustituye porque no se encuentra muy bien. Me encanta estar aquí, pero no he hecho nada para que Binna no esté. ¡Y con esto me dirijo también al comisario Montalbano: yo no lo he envenenado!
El público se ríe, en la sala de control los guionistas también se divierten. Solo una persona lo mira de soslayo: Karim, quieto en una esquina con un sobre en la mano. Ahora llega su momento y se lo entrega a Simone.
—Gracias, Karim, puedes sentarte… —Lo despide y no le dice nada más. No lo hace quedar como siempre ha hecho Binna.
Karim regresa a su sitio dándose una serie de justificaciones para aceptar con tranquilidad su clamoroso fracaso: «Total, Fulvio regresará enseguida y todo volverá a ser como antes. Seguiremos siendo la pareja que estaba haciendo el programa estupendamente y con excelentes resultados.
Porque, al fin y al cabo, eso es lo que cuenta, hay poco que hacer. Yo quedo mejor a su lado, soy más bueno como partenaire, no es el momento de ponerme a presentar».
Mientras tanto, Simone abre el sobre y sonríe. Si continúa presentando el programa, Simone Civinini ya tiene una idea de quién sustituirá a Karim Derrano, se le ha ocurrido enseguida. En realidad, nunca ha dejado de pensar en ello.